AÑO XVII
Mayo
2023
42
Arte & locura

La locura de Fredricksen

Fernanda Mailliat

Atilio Pernisco
Liz's Dream / oil on canvas 60"x48"

Gritó, lloró, pegó puñetazos a las paredes, gimió a causa de un dolor desgarrador y alucinó ensayando rudimentarias teorías conspirativas que apuntaban a ese hombre.

Hasta el momento, había desarrollado su profesión con cierto reconocimiento, mientras acompañaba con amorosa atención los movimientos en la vida de su hija y transitaba los avatares propios de un matrimonio de más de treinta años. Nadie imaginó la posibilidad de un desequilibrio a gran escala, sin embargo, de un momento a otro perdió la cordura y su ingreso al pabellón psiquiátrico resultó inevitable.

Los médicos habían dado un nombre-etiqueta a su estado, "Psicosis Reactiva Transitoria", lo que implicaba que se estaba loco, pero solo por un rato. No estaban seguros si ese era un diagnóstico firme. Aclararon que era importante medir la extensión del estado agudo, porque si no remitía dentro del rango temporal prestablecido, tendrían que cambiar la rúbrica por una de tinte largoplacista. En lo que no tuvieron dudas, fue en interpretar ese descalabro subjetivo como la consecuencia directa de un "factor estresante".[1]

Para una mujer de letras, una poeta, las palabras no son cosas que se las pueda llevar el viento; por eso bastaron cinco caracteres para que su mundo estallara en mil pedazos. Su marido le dijo pausa y ahí mismo enloqueció, ese había sido el factor estresante del que hablaron los psiquiatras.

¿Se hubiera producido el mismo desenlace si él hubiese dicho: lo nuestro está terminado, finiquitado, muerto o en esta en estado de putrefacción? ¿Cómo saberlo? Elucubrar sobre los efectos de estas otras palabras nos embrollaría en argumentaciones contra fácticas que nada dirían de esta locura singular. Lo cierto es que él dijo pausa ‒una palabra que ella había escuchado infinidad de veces, pero que en esa ocasión cobró una densidad inédita‒ y se desató su urgencia subjetiva.

Mia no pudo entender si esa era una pausa-stop o una pausa para volver a poner play cuando al otro se le antojara. De pronto, ese dicho convirtió a su esposo en un extraño que le impedía leer el lugar que ella ocupaba en su vida. En su crudo intento por descifrar lo incomprensible, quedó perpleja y su cabeza se transformó en una "pochoclera"[2] de pensamientos dignos de altas dosis de Haloperidol.

La pausa nombrará a ese tiempo limbo que él había decretado y, a la vez, era el nombre con el que ella bautizó a la colega francófona de Boris. Pausa [en mayúscula, como la que llevan los nombres propios] era una mujer veinte años menor, portadora de un cuerpo sin las marcas que dejan los hijos, la menopausia o los desgastes de una larga, aunque por momentos apacible, convivencia con aquel hombre. Pausa era con quien Boris iba a compartir la pausa.

Enloquecer no hace a una distinción psicopatológica. En 1924 Freud concluye que, tanto en las neurosis como en las psicosis, se puede constatar cierta pérdida de la realidad como efecto de maniobras defensivas del yo.[3] Lo intolerable, eso que marca un antes y un después en la vida, cobra tantas formas como sujetos que quedan confrontados a la potencia de un acontecimiento imprevisto, capaz de aflojar o soltar alguna de las amarras con su realidad fantasmática.

El fantasma, en tanto "matriz del comportamiento"[4] que organiza los movimientos con el Otro y los otros, cumple una función protectora. En uno de sus cursos, Miller se refiere al fantasma como una pantomima neurótica que nos presenta "diferentes modos con los que el sujeto se protege del deseo del Otro. Se protege de ese deseo estando en otra parte, precisamente, en el fantasma".[5]

Siguiendo la línea de la conclusión freudiana, es posible afirmar que la perplejidad tampoco otorga una clave de lectura diagnóstica. Ricardo Seldes precisa que, cuando irrumpe algo del orden de lo traumático y "no hay chances de simbolizarlo o imaginarizarlo, tenemos la perplejidad independientemente del diagnóstico estructural. Luego vendrá la respuesta subjetiva, allí tendremos las diferencias".[6]

Entonces, si un acontecimiento insoportable cortocircuita el funcionamiento del marco desde el cual se lee la realidad, se producirán alteraciones de las coordenadas subjetivas de diversa magnitud. La perplejidad implica una imposibilidad de grado máximo en la capacidad de dar respuesta. Haciendo una analogía con un celular, es el momento donde la pantalla se funde en negro y aparece la ruedita que gira y gira intentando recalcular o reiniciar el sistema.

En el caso de la narradora de la novela, la ruedita comienza a girar tras la mención de la suspensión indeterminada del amor y el lazo matrimonial.

Siri Hustvedt también describe lo que dio paso a la estabilización y escribe: "[…] la recuperación acontece cuando una pequeña parte del mundo exterior se cuela en tu vida". Muy freudianamente intuye que no es sin volver a poner la libido en los objetos del mundo que se hace posible empezar a tejer una trama significante que otorgue un sentido a lo que pasó. Para Mia fue la visita de su hermana, la expresión de su hija y la Dra. S lo que oficiaron de andamio para reconstruir y reinventar algunas de las partes de un mundo sin Boris y con la Pausa. Así comienza un verano en su ciudad natal. Una temporada rodeada de singulares personajes femeninos de distintas edades, tamaños y la voz de su analista al teléfono.

Hay locuras y locuras. Hay ruidosas, sutiles, de internado, de todos los días, de las neurosis, de las psicosis… ninguna es igual a otra. Esta novela nos cuenta la historia de la locura de Mia Fredricksen, la de ella y la de nadie más. Aunque, para ser sincera, debo decirles que la autora cuenta mucho más que eso. ¡No dejen de leer El verano sin hombres de Siri Hustvedt!

NOTAS

  1. Hustvedt, S., El verano sin hombres, Buenos Aires, Anagrama, 2011, p. 11.
  2. Ibíd.
  3. Freud, S., (1924) "La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis", Obras completas, Vol. XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 1996.
  4. Miller, J.-A., (1982) Del síntoma al fantasma. Y retorno, Buenos Aires, Paidós, 2018, p. 86.
  5. Ibíd., p. 68.
  6. Seldes, R., La urgencia dicha,Buenos Aires, Colección Diva, 2019, p. 75.