AÑO XVII
Mayo
2023
42
Lo que puede el psicoanálisis

Lo que puede el psicoanálisis

Christiane Alberti

Atilio Pernisco
Hours Series / oil on canvas 12"x12"

Introducción

Cuando supe que hablaría en una universidad y que hablaría a los estudiantes ‒me alegró dirigirme a los estudiantes–, pensé de inmediato en el texto de Lacan: "Respuesta a estudiantes de filosofía". En un momento dado, dirigiéndose a dichos estudiantes, Lacan les dice lo siguiente: "Lo que enseño no se dirige en primera intención a los filósofos".[1]

Remarco este "no en primera intención", pues hay entonces una segunda intención posible. ¿Por qué? Está la primera dirección, que apunta al público de los psicoanalistas o de los discípulos de Lacan, y luego estará el efecto que lo que Lacan dice producirá secundariamente. La segunda intención implica una dirección mucho más allá del círculo de los psicoanalistas. La palabra viva de Lacan impactó a la juventud de los años 50, supo evidentemente captarla, y aún hoy su palabra labra el camino que ha trazado, sigue impactando a las generaciones actuales. Puedo dar testimonio de ello por mi propia experiencia de enseñanza del psicoanálisis en el Departamento fundado por Lacan: su palabra, sus escritos hablan a los estudiantes de hoy. Les habla a ellos y habla de ellos. Porque Lacan, la mayoría de las veces, habla entre bambalinas.[2] Y esto es una lección para los psicoanalistas.

Utiliza esta expresión para referirse al llamado discurso egocéntrico del niño, que parece por momentos hablar solo. Ese discurso no es egocéntrico, el niño habla esperando que alguien atrape lo que dice y le devuelva algo. Esto presupone un "buen entendedor" más allá del destinatario al que apunta. Uno se dirige a un interlocutor invisible, indefinido, y de rebote, sin esperar una respuesta precisa, el plano de la dirección y el plano del entendedor se encuentran. Pues bien, esta es una lección para que los psicoanalistas respondan a la pregunta: ¿cómo atrapar el deseo de psicoanálisis? Se lo atrapa no por una maniobra de seducción ni como se atrapa una mariposa, sino, como diría Lacan, à la cantonade.

Tal vez podamos oír en ello un eco del grito de Spinoza, esta especie de ontología que se expresa en términos éticos: nadie sabe lo que puede un cuerpo. ¿Qué significa aquí poder?

La orientación lacaniana

Es justamente esta dimensión de la palabra de Lacan la que nos llega hoy, en el sentido en que es retomada y elaborada de manera constante por Jacques-Alain Miller. Esta elaboración constante hace posible que el psicoanálisis sea hoy una experiencia, una teoría, una interpretación del mundo contemporáneo por la que vale la pena interesarse.

¿Por qué? Porque es el único discurso, entre todos los vínculos sociales, que no pretende dominar. En efecto, Lacan señala que en el origen de un discurso hay siempre una pretensión de dominar, de mandar, de someter. Un discurso es un dispositivo de dominio que pretende dominar, someter al otro, ya sea que esta pretensión se muestre o se enmascare. El lugar de la dominación, el dominante, es decir aquello en nombre de lo cual se pretende dominar, controlar, está ocupado por un S1, un mandamiento que se impone a todos: es preciso que eso funcione. En el discurso universitario, se domina sobre la base del saber pero, a fin de cuentas, el saber está allí al servicio del dominio, de una dominación, lo que sitúa a todos los discursos en parentesco con el discurso del amo. En el discurso analítico, lo que está al mando es un elemento que no está hecho para dominar, sino para provocar el deseo, y el deseo es precisamente aquello que no se deja dominar, siempre está fuera de la norma.

Lacan añade que es precisamente porque excluye la dominación que el psicoanálisis no enseña nada. Esto quiere decir que no enseña a los otros discursos, que no los alecciona, como demuestra Lacan cuando se dirige a los estudiantes de filosofía.

El psicoanálisis no pretende dominar, sino que busca mantener su oferta. ¿Qué quiere decir esto? ¿De qué oferta se trata? La oferta de una experiencia original desde todo punto de vista, la experiencia de una práctica no consensuada que introduce una brecha en el mundo circundante de los maestros de la vida interior. Veamos en qué sentido viene a agujerear el mundo contemporáneo.

La palabra

El psicoanálisis no es una ciencia de lo psíquico, sino una experiencia de palabra. Es a partir de la palabra que Lacan define el psicoanálisis en su texto "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis": "Sus medios son los de la palabra en cuanto que confiere a las funciones del individuo un sentido; su dominio es el del discurso concreto en cuanto campo de la realidad transindividual del sujeto; sus operaciones son las de la historia en cuanto que constituye la emergencia de la verdad en lo real".[3] La palabra en tanto que pone en juego el sentido, el inconsciente como transindividual, la verdad, lo real.

En un psicoanálisis, todo comienza con la palabra. En un análisis, todo prosigue también con la palabra. Esto es lo que debe explicarse: que de principio a fin un intercambio de palabras pueda cambiar algo, a veces mucho, en la vida de un sujeto –algunos dicen que todo‒. En definitiva, lo que una palabra ha producido, otra palabra puede deshacerlo.

El psicoanálisis es ante todo una experiencia, una experiencia de la palabra. Por eso Freud pudo decir que se aprende el psicoanálisis en el propio cuerpo.

Decir que el psicoanálisis está ligado a la palabra parece evidente. Y, sin embargo, quisiera decir por qué esta referencia a la palabra adquiere hoy un relieve particular, una urgencia. Que la palabra sea un hecho evidente no implica que haya que descuidarla, como decía Lacan: "Ya se dé por agente de curación, de formación o de sondeo, el psicoanálisis no tiene sino un médium: la palabra del paciente. La evidencia del hecho no excusa que se la desatienda".[4]

Esto puede parecer trivial a primera vista. Un sujeto viene a una entrevista, habla y se va. Parece obvio. ¿Es tan obvio? ¿Acaso no se tiende hoy en día a interesarse por la evaluación de los resultados de esta práctica en términos de utilidad social, en términos de utilidad sin más? Es la voz del superyó contemporáneo la que nos lo sopla al oído.

La experiencia de un análisis apunta a que una palabra distinta de cualquier otra pueda producirse, una palabra singular, única, a que esta emergencia singular no sea obstaculizada. Para ello, es necesario deshacerse de objetivos, metas, intenciones, ideologías y normas. Se trata de una ascesis singular. Una disciplina a la que hay que habituarse.

Solo con hablar percibimos que nuestro mundo es un mundo de palabras.

Retorno sobre la palabra

El psicoanálisis utiliza los efectos de la palabra, no tiene otros medios.

Al principio de la enseñanza de Lacan, la palabra es un acto: no es una intención de decir. "Una palabra solo es palabra en la exacta medida en que hay alguien que crea en ella".[5]

En primer lugar, el deseo del analista se pone en juego en la cura en el reconocimiento de la palabra como tal. Un análisis no se reduce a la crónica de los acontecimientos que han marcado la vida de un analizante; solo es analítico cuando se pone en juego el inconsciente. ¿Cómo? A través de la experiencia singular de la palabra en análisis. Esta emergencia de la palabra no debe ser obstaculizada: dejar que la palabra se despliegue, recibir sin acotaciones todos los hechos de lo dicho condiciona la experiencia propiamente analítica. Se trata de una disciplina que nada tiene de evidente y a la que hay que habituarse.

De esta abstención, del silencio del analista, dependerá la producción de la palabra del analizante. Esto concuerda con la manera en que Lacan concibe el diálogo aparente entre analista y analizante al comienzo de su enseñanza: la palabra depende de la respuesta del Otro, se constituye como tal en la espera de la respuesta del otro. Depende de la respuesta del analista y precisamente de su silencio: es en ese silencio que se produce como tal.

La transferencia es eso: recibir las emergencias de palabra plena, aquellas que se extraen de la asociación libre. Emerge más allá de las reglas del discurso, es decir, sin preocuparse por la coherencia o la contradicción. Por lo tanto, debe ser captada cuando surge del discurso. Hace existir el decir del orden de lo real, fuera de sentido.

Pero esta palabra ya es un efecto del cuerpo. Lacan ya lo afirma así en el Seminario 2: "El sujeto no nos dice esta palabra solo con el verbo, sino con todas sus restantes manifestaciones. Con su propio cuerpo el sujeto emite una palabra que […] él ni siquiera sabe que emite como significante. Porque siempre dice más de lo que quiere decir, siempre dice más que lo que sabe que dice".[6] El cuerpo lleva la huella de los acontecimientos vividos, de estas palabras que tocan el cuerpo.

Lacan añade que la palabra auténtica, la que viene del cuerpo, "tiene otros medios que el discurso corriente".[7] Es una palabra que va más allá del sujeto. Además, no depende solo de él, ya que se realiza en la respuesta que se le da.

Y Lacan subraya, en efecto, que la palabra verídica se obtiene mediante la respuesta que el analista da al analizante. Sin la respuesta, no hay palabra verdadera o plena. La palabra debe ser llevada por el analista, en el sentido de que se pone al servicio de este real. Por eso Lacan afirma que toda palabra es ya, como tal, una enseñanza.

Para Lacan, lo que se realiza en la palabra y por la palabra, al comienzo de su enseñanza, es el ser. En su Seminario 1, pudo decir: "Por ser del sujeto, no nos referimos a sus propiedades psicológicas, sino a lo que se abre paso en la experiencia de la palabra, experiencia en la que consiste la situación analítica".[8]

Y es justamente porque la palabra –"la que puede revelar el secreto más profundo de su ser"– no se dice en su totalidad que Freud se aferró al otro a partir de las esquirlas, de los jirones de la palabra. "En la medida en que el reconocimiento del ser no culmina, la palabra fluye enteramente hacia la vertiente a través de la cual se engancha al otro".[9] La revelación de la palabra es la realización del ser, su ser de deseo. En este desfase entre lo que cree ser y su existencia, el deseo se abre camino. No se trata aquí de una relación con el objeto, sino de un recorrido del ser que se opone a la muerte.

El modo de irrupción

Esta palabra como acto se manifiesta con intensidad y urgencia, con esa presencia. Esta es la novedad freudiana: emerge una palabra que va más allá del sujeto, más allá del discurso corriente. Los actos fallidos, los lapsus son todos enunciados de los que uno se convierte luego en enunciador: de allí el carácter transindividual del inconsciente. El desplazamiento por fuera de la esfera solipsista de la palabra es amplificado por la cura.

Sin duda, el surgimiento de la palabra que podríamos llamar auténtica, distinta del discurso corriente, se produce sobre un fondo de parloteo, de hablar, hablar y hablar, la palabra vana, el chateo, pero es un parloteo necesario porque se necesita tiempo para que surja un decir que tenga consecuencias. El tiempo necesario (incluso para el despliegue de la novela familiar) es aquí la experiencia de lo real en la cura. Se entiende así que la palabra moviliza una temporalidad propia que "no es ni el retardo ni el adelanto, sino la prisa, vínculo propio del ser humano con el tiempo […]. Ahí se sitúa la palabra, y no se sitúa el lenguaje, el cual, por su parte, dispone de todo el tiempo".[10] La prisa como dimensión propia de la palabra debe distinguirse del lenguaje que "dispone de todo el tiempo". La palabra es siempre una emergencia, se introduce a partir del momento en que el sujeto toma la delantera para decir, para afirmar; no sabe lo que dice, pero dice. Es el momento de una afirmación, sin saber sobre qué está fundada.

¿Y cuál es el efecto? Cuando uno habla se encuentra distinto de sí mismo, distinto de lo que cree ser, pero para ello debe haber transferencia.

En efecto, aquello en lo que el sujeto se reconoce, aquello que cree ser es en realidad, aquello en lo que se desconoce. Por eso, incluso cuando se trata de "palabra fundadora" o de identificación simbólica, Lacan no parte de un Yo soy, sino de un Tú eres. Esto es lo que eres como efecto de la palabra y no como amo de la palabra.

En el análisis, a través de los fallidos del acto o de la palabra, se descubren cosas que no corresponden a lo que yo pienso que soy. Es en este enigma en el que no me reconozco donde hay justamente algo de mi ser.

Cuando hablo en análisis, cobra vida algo que es más fuerte que yo, que solo conoce lo que uno hace y no lo que uno piensa. "Lo que usted hace […] sabe lo que usted es",[11] como dice Lacan en su Seminario "Los no incautos yerran" introduciendo así un ser que se reduce al enigma de lo que se repite. Lo que Freud dice de la responsabilidad moral de nuestros sueños inmorales se extiende a lo que hacemos a nuestro pesar, sin quererlo, algo de mí mismo está en juego en lo que me es insoportable, que "coincide con [mi] teatro más íntimo –aquel que Freud llamaba fantasía– y en él se encuentra un goce".[12]

La interpretación

El psicoanálisis es una experiencia de palabra, pero una experiencia de palabra atemperada por la interpretación. En un análisis, no se trata de hablar hasta perder el aliento, de decirlo todo, todo lo que queramos, todo lo que podamos, sino de considerar que hablamos, que ante todo, hablamos. Somos conducidos a lo que decimos.

Esta experiencia hace que los significantes sean tanto más sensibles cuanto que están liberados de la intención de significación. Solo los significantes pueden hacerse oír. Se mide así la distancia entre lo que se dice (siempre del significado) y lo que se oye, la distancia entre el decir y el dicho que proporciona el lugar para la interpretación.

Podemos así extraer del flujo continuo del discurso, mediante una descomposición, la dimensión propia del significante. El significante se desprende de la rutina del significado y se vuelve perceptible, se puede oír en su materialidad ("las palabras sin arrugas" de las que habla Breton). No solo la verdad que habla Yo (Je), sino la palabra-materia, la materia sonora fundamental. Así pues, se trata más bien de la función del significante no en tanto que determina el sentido, sino en la medida en que proporciona la materia del sentido (la cifra del sentido). Atenerse al fonema desprendido de la significación es una disciplina del inconsciente que debe situarse a nivel de la materia significante fónica, a la que hay que habituarse, en la que hay que formarse y ejercitarse, ¡incluso escuchando música! La atención también puede dirigirse a la prosodia, al ritmo y a la amplitud. Todo lo que en el registro de la palabra funciona sin que lo sepamos y que hace que la enunciación se escuche de forma diferente.

Esta ruptura con el sentido no se produce de una vez y para siempre, sino que se pone en juego en cada sesión. Nos hace estar atentos en el control a lo que se presentifica en el acto mismo de hablar como pulsión y que es legible en el cuerpo, interrogando, por ejemplo, la excitación que puede retornar en la palabra o, muy por el contrario, el callarse que objeta al hecho de dar la voz en el intercambio. En la palabra se pone en juego el modo de gozar, su gusto por la vida. El deseo del analista no es un deseo puro, hecha raíces allí.

Por eso, en la interpretación no se toca el registro pulsional por medio de un mensaje, de una explicación, de una demanda que sería vana, "¡deja de comportarte así!". Hacemos captar. Encontré que esta expresión "hacer captar",[13] que Lacan utiliza en "La dirección de la cura y los principios de su poder" respecto del hombre de la jugarreta de prestidigitación, podía designar el acto en cuestión: la pulsión habla una lengua singular, pero desconocida para el sujeto mismo, y solo utilizando esta misma lalengua se tiene la posibilidad de alcanzarla. Lalengua es un asunto común, dice Lacan, y es como si tocando en su teclado se tuviera la posibilidad de mermar el autismo de un sujeto.

Hay entonces dos vertientes de la palabra.

Hablar sin duda libera, porque hablar les devuelve el timón de su destino. El mal encuentro, el trauma, les cae encima sin mediar palabra y la palabra permite, poco a poco, deshacerse de ello. Nombrar las cosas es una forma de desprenderse de ellas, de deshacerse de ellas. Pero hay también algo más.

Consideremos el lenguaje de otro modo, ya no como una estructura, sino a partir de una lengua que se habla, que se utiliza, que se presta a equívocos, de lo que da cuenta el término forjado por Lacan para hacernos más sensibles a aquello de lo que se trata: lalengua en una sola palabra. Ya no hablar para transmitir algo al Otro, sino hablar para uno mismo, para la repetición de lo que nos ha marcado para siempre. El significante no apaga el goce, lo introduce; "el significante es la causa del goce".[14] La palabra se convierte en monólogo y algo se satisface sin el recurso al Otro.

Como habrán comprendido, quería subrayar la importancia de extraer la dimensión de la palabra como tal. La palabra con lo que comporta de límite, con lo que contiene de silencio. La palabra que hay que captar en su materialidad concreta, sin ninguna atribución, ninguna intención, ningún destinatario. La palabra como real, la palabra "absolutamente insondable".[15]

Sucede que hoy la consideración de la palabra no es una preocupación ética evidente. Va a contracorriente de la racionalidad dominante y cientificista que pretende formatear las conductas humanas. El lenguaje y la palabra se reducen en favor de la comunicación planetaria. Las políticas actuales en materia de salud y educación están marcadas por el culto a la objetividad de la norma y de las cifras, lo que tiene como consecuencia un ocultamiento reivindicado de la función de la palabra. El discurso de la ciencia es de hecho un discurso que forcluye la voz que lo enuncia. Nos encontramos en un momento crucial en el que el estatuto de la palabra es interrogado e incluso cuestionado. Vemos por todas partes expandirse prácticas que instrumentalizan a la palabra, que la reducen a una herramienta de comunicación, que la caricaturizan como una transferencia de datos de un emisor a un receptor. Vivimos en una época en la que se desarrolla el delirio de un lenguaje unívoco, enteramente eficiente, un lenguaje reducido al código binario del cómputo (0,1). La enseñanza del psicoanálisis va en el sentido exactamente opuesto.

Hay que considerar el contexto en el que se ofrece hoy el psicoanálisis, porque este ocultamiento de la función de la palabra recorre la cultura, impregna la subjetividad y se encuentra en las curas actuales.

¿En qué sentido el discurso analítico se revela perforante, subversivo? Es debido a un gusto, a un deseo común, que puede condensarse en el valor especial que le otorgamos a la palabra, a la palabra como experiencia, como acontecimiento del cuerpo, también como desgarro. "Cada vez que un hombre habla a otro de modo auténtico y pleno, […] algo sucede que cambia la naturaleza de los dos seres que están presentes".[16]

La experiencia de un análisis lleva a distanciarse de las identificaciones de masa, que son siempre segregativas, para considerar en su lugar lo múltiple de las elecciones de deseo o de goce, es decir, considerar las palabras en su materialidad, la marca de goce que han dejado como "una astilla en la carne",[17] recuerda J.-A. Miller.

El ejercicio de la palabra permite a un sujeto constituirse un nombre: una nominación, el encuentro de un significante y del goce para un sujeto que fija el nombre de su propio goce. Al tomar la dimensión del ser hablante, en tanto que la palabra determina en él un goce que lo excede, la respuesta del psicoanálisis es siempre y en todas partes antisegregativa.

Traducción: Lore Buchner
Revisión: Silvia Baudini

* Conferencia dada en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires el 10 de noviembre de 2022, establecida por la autora.

NOTAS

  1. Lacan, J., "Respuesta a estudiantes de filosofía", Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 223.
  2. La expresión parler à la cantonade designa en francés el hablar sin estar en escena, o bien, el dirigirse a un personaje que no está en escena hablando lo suficientemente fuerte como para ser oído por numerosas personas sin no obstante dirigirse personalmente a ninguna. [N, de la T.]
  3. Lacan, J., (1956) "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis", Escritos 1, México, Siglo XXI, 2009, p. 250.
  4. Ibíd., pp. 240-241.
  5. Lacan, J., (1951-1953) El Seminario, Libro 1, Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós, 1981, p. 347.
  6. Ibíd., p. 387.
  7. Ibíd., p. 388.
  8. Ibíd., p. 336.
  9. Ibíd., p. 82.
  10. Lacan, J., (1954-1955) El Seminario, Libro 2, El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 432.
  11. Lacan, J., (1973-1974) clase del 11 de diciembre de 1973, Seminario 21, "Los no incautos yerran". Inédito.
  12. Miller, J.-A., "Comment se révolter?", La Cause freudienne, n.º 75, París, ECF, 2010, p. 217. La traducción es nuestra.
  13. Lacan, J., (1958) "La dirección de la cura y los principios de su poder", Escritos 2, México, Siglo XXI, 2009, p. 602.
  14. Lacan, J., (1972-1973) El Seminario, Libro 20, Aún, Barcelona, Paidós, 1981, p. 33.
  15. Lacan, J., (1951-1953) El Seminario, Libro 1, Los escritos técnicos de Freud, óp. cit., p. 348.
  16. Ibíd., p. 170.
  17. Cf. Presentación de "Ornicar? Lacan Redivivus" en la librería Mollat, Bordeaux, el 5 de febrero de 2022. Inédito.