Letra
Me dejo orientar por la frase de Jacques Lacan en El Seminario de “La carta robada”:[1] “Lo que quiere decir la carta robada, incluso en sufrimiento, es que una carta llega siempre a su destino”.
Siguiendo el juego homofónico (en francés) entre lettre y letra, y la manera de Lacan de emparentar la carta con la letra; aventuro que si sostenemos la afirmación que la carta siempre llega a destino, sucede algo similar con los artículos de Virtualia.
Las cartas-letras la Revista Digital de la EOL, -que llevan consigo el valor de ser una escritura de los analistas de la Escuela-; son el mensaje en la botella que llega a la otra orilla buscando su destino en el lector; alcanzando al destinatario para ser leídas.
“Aquí tienen, el hombre cubierto de cartas”, dice Lacan en su Decolaje[2] en 1980; “Esas cartas las tomé en serio. Quiero decir: las tomé una por una, como se hace con las mujeres, e hice mi lista”.
Si hacemos una lista, una suerte de catálogo necesariamente incompleto, incluyendo las publicaciones de la Escuela; estos textos tomados uno por uno, artículo por artículo; adquieren el valor de una escritura tomada en serio.
Cartas
En las cartas de amor se corroboran dos tiempos, el de la escritura y el de la espera de respuesta, tiempos que sostienen, lo imposible del encuentro; donde la escritura se va nutriendo de esa ausencia, del vacío. La carta de amor, “lettre d’amour”, también escribe un litoral.
Sabemos de las Cartas de Amor de Sigmund Freud a Martha Bernays[3] y tenemos un libro con esa correspondencia. Las misivas arrancan en 1882 y llegan hasta 1886, año en que contrajeron matrimonio.
La primera parte de una de las 1500 cartas que le escribió dice:
“Mi preciosa y amada niña: Sabía que hasta que no te hubieses ido no podría darme cuenta realmente de toda mi felicidad vivida y también, ¡ay!, de todo lo perdido. No consigo aún tener una idea clara de lo nuestro, y si no tuviera delante mío esa hermosa cajita y tu retrato, temería que todo pudo haber sido solamente un dulce sueño del que no me gustaría despertar. Pero mis amigos me afirman que es verdad, e inclusive me siento capaz de acordarme de los detalles más agradables y hechiceramente misteriosos que no puedo considerarlos fruto de alguna fantasía onírica. Debe de ser verdad. Martha, mi dulce niña, de ti todos hablan con admiración, y a pesar de toda mi resistencia cautivaste mi corazón en nuestro primer encuentro. Es mía, mía la muchacha a quien temía cortejar y que llegó hacia mí con confianza reforzando la fe en mi propio valor y me dio nuevas esperanzas y fuerzas para trabajar cuando más lo necesitaba…”. (Viena, 19-6-1882.)
Cuentan un detalle precioso entre ellos: el que cuando Freud ingresa en el Hospital General de Viena (1883) le pide a Martha que le borde tres banderines en los que tiene que leerse: un texto de Cándido: “Trabajar sin razonar”, uno de San Agustín: “En caso de duda, abstente” y un tercero que corresponde a la exaltación popular: “Hay que tener fe”; se lo pide con la aspiración de tenerla presente a través de estas telas bordadas por ella. Entiendo que estos banderines pueden tomar el valor de letra.
Cuarenta años después, Franz Kafka le escribe a Milena Jesenská que las cartas de amor son una relación con fantasmas. “Cartas a Milena”[4] reúne la correspondencia que F. Kafka le dirigió a Milena entre 1920 y 1922.
“Hacía mucho que no le escribía, Frau Milena, y hoy mismo sólo le escribo por casualidad. No hay necesidad de que me disculpe por mi silencio, usted sabe cómo odio las cartas. … La facilidad de escribir cartas tiene que haber traído al mundo —considerado desde un punto de vista exclusivamente teórico— una terrible perturbación de las almas. Porque es una relación con fantasmas —y no sólo con el fantasma del destinatario, sino también con el propio— la que se va gestando bajo la mano que escribe, en esa carta y, más aún, en una serie de cartas de las cuales una corrobora a la otra y puede apelar a ella como testigo. ¡A quién se le ocurrió que la gente puede mantener relaciones por correspondencia! Uno puede pensar en una persona ausente y puede tocar a una persona presente; todo lo demás supera las fuerzas humanas. Pero escribir cartas significa desnudarse ante los fantasmas, cosa que ellos aguardan con avidez. Los besos escritos no llegan a destino, son bebidos por los fantasmas en el camino. Y esa abundante alimentación hace que los fantasmas se multipliquen en forma tan desmesurada. Los fantasmas no morirán de hambre, pero nosotros sucumbiremos…”
Escritura
Tomemos las cartas de amor en relación con la escritura en psicoanálisis, es decir en su vertiente de borde con el que queda señalado un agujero, las más de las veces indecible, -lo que no cesa de no escribirse-, en su valor mismo de letra.
En el proceso de escritura, hay el intento de atrapar algo, que algo se anude, sabiendo que el vacío, la hiancia, está allí.
Algo que se intenta anudar, pescar en su anudamiento; un real que siempre se escapa, se escabulle y por eso “no cesa de no escribirse”, interviniendo como real de referencia el “no cesa de no escribirse”, es decir, la relación sexual como imposible, el no hay relación sexual.
Ante este real, como indicaba Lacan en su Seminario Aún, al sujeto solo le queda “la única cosa más o menos seria que puede hacerse: una carta de amor”.[5]
“Todo amor, por no subsistir sino con el cesa de no escribirse, tiende a desplazar la negación al no cesa de escribirse, no cesa, no cesará”.[6]
Lectura
¿Podremos afirmar que las letras de Virtualia son uno de los signos de amor en relación a la causa analítica?
Con esta carta y con la edición de Virtualia #37, finaliza nuestra gestión en la Revista Digital de la EOL y va mi agradecimiento sincero a todos los colegas que colaboraron con sus valiosos textos en estos tres números.
Una mención muy especial a Diana Wolodarsky que siempre con su amable generosidad supo recibir mis preguntas e inquietudes y orientar en un buen rumbo. También las importantes contribuciones de Claudio Godoy y Fernando Vitale que, como Asesores de la redacción, fueron fundamentales.
A mis colegas y amigos del Consejo Editorial: Inés Ramírez y Esteban Klainer, quienes hicieron de la tarea algo liviano.
A todo el Comité de Redacción: Silvia De Luca, Ana Larrosa, Adriana Lafogiannis, Roxana Vogler, Mariela Coletti y Andrea Breglia; siempre dispuestas al trabajo.
Al Equipo de Traductores: Perla Drechsler, Natalia Paladino, Tomás Verger y María Laura Valcarce; por la inmensa labor.
A los Corresponsales de las Secciones: Camila Candioti, Cristina Coronel, María Marciani, Estela Carrera; y a los de las Escuelas de la AMP, María Elena Lora, Laura Cecilia Rizzo, Margarita Álvarez Villanueva, María Silvia G. F. Hanna, Iordan Gurguel, Omaïra Meseguer, Santiago Castellanos, Ana Viganó, Paola Cornú; por haber sido un nexo fecundo.
A todos: gracias!!!
Un reconocimiento particular a la artista Diana Klainer que tuvo la gentileza de brindarnos su preciosa obra para acompañar este número.
Pd, Ahora sí, para concluir, leyendo a Kafka con Lacan, decimos que las cartas-letras siempre llegan a destino, los besos no…
Buena lectura.
NOTAS
- Lacan, J., El seminario de “La carta robada”, en Escritos 1. Siglo XXI, 1985. Pag, 35.
- Lacan, J., Decolaje o despegue de la Escuela, clase del 11 de marzo de 1980. Consultado en la web de la AMP https://www.wapol.org/es/las_escuelas/TemplateArticulo.asp?intTipoPagina=4&intEdicion=1&intIdiomaPublicacion=1&intArticulo=159&intIdiomaArticulo=1&intPublicacion=10
- Freud, S., "Cartas de Amor", Ediciones Coyoacán, 1995.
- Kafka, F., Cartas a Milena, Caracas, 2006.
- Lacan, J., El Seminario. Libro 20, Aun, (1972-1973), Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, 1995, pag. 102.
- Ibid, pag. 175.