Marzo 2004 • Año III
#9
Sala de lectura

La trilogía de los cuatro discursos

De Rosa Yurevich

Aníbal Leserre

El lector encontrará, en estas páginas, los resultados de un seminario de enseñanza; y quien empieza a leer este prólogo es por que ya se ha interesado en su título y su contenido reflejado en el índice, ambos tientan por lo que prometen. Así que adelante con la lectura, pudiendo saltear estas líneas sin inconveniente, adentrándose en el contenido que desarrollan: “La propuesta inicial fue la de realizar un seminario que nos despertase, si ello era posible, al malestar que estamos viviendo, soportando, en la cultura de nuestra época…”. Despertar por la vía del desgarro, despertar tomando la orientación dada por J.-A. Miller y sus cursos, despertar situando los Seminarios de J. Lacan dedicados a los cuatro discursos. Tres seminarios, cuatro discursos, una trilogía y un enigma que se despeja en su intención en la primera de las clases presentadas. Sin embargo, más allá de la elucidación, se puede constatar a lo largo del libro el intento de los autores de situarse en las difíciles tareas de la transmisión. El lector podrá juzgar este esfuerzo que ahora nos llega en forma de libro. Si es verdad que, como lectores no estamos ni en presencia, ni en el sitio, ni tampoco en el lugar donde el seminario fue dictado, esto no evita que al leer estas páginas nos lleguen sus efectos. Principalmente, la forma cómo se presenta a cada uno de los discursos y se trabaja sobre la elucidación de los “prejuicios” sobre cada uno de ellos. Pero además, situado el discurso como un artefacto que posibilita la emergencia de lo real, encontramos un eje del seminario al considerar el mundo como fragmentos de lo real. Un eje que se despliega en la permanente combinación –si así podemos expresarnos– entre una exposición diacrónica y sincrónica de la enseñanza de Lacan sobre el tema abordado. A su vez, el recorrido de las clases no deja de asentarse en las referencias a la práctica; así encontramos a lo largo del seminario cuestiones clínicas, muy especialmente con respecto a las psicosis, que encuadran el desarrollo presentado. Cabe, aquí, una cita del texto: “...todo lo que se refiere a nuestra vida, la formación de los síntomas, la estructura del fantasma está ordenado por ese saber acéfalo que cae bajo la línea de la represión. Ese saber trabaja en nosotros. De ahí la sorpresa de algunos Ana­lis­tas de la Escuela (AE), cuando su analista le hace una interpretación que devela el envés. Y a pesar de nuestra buena voluntad y del deseo de ir al análisis o de estar con el analista, cuando nos devuelve el envés siempre es una sorpresa” (pág. 67). Y así, el texto también nos sorprende, por ejemplo, en los capítulos referidos a la pregunta de qué es un psicoanalista, que dan al texto un abordaje, que no solo interesa por su formulación, sino también por las vías que sitúa con respecto al psicoanálisis en el siglo xxi; al decir de Rosa Yurevich: “La existencia de los dioses oscuros complica un poco la existencia del psicoanálisis en el mundo” (pág. 95). Complicaciones sobre las cuales el desafió del psicoanálisis es mantenerse como una práctica sin valor, no buscando el éxito sino manteniendo la puerta abierta al fracaso entendido en los términos que Lacan precisó (Ver “El discurso religioso laico// el discurso del cenit del objeto a”).

Además, el lector encontrará en la continuación del texto tres intervenciones. En la primera de ellas, “El envés de la familia”, Beatriz Gregoret, sitúa muy precisamente que el “envés de la familia” es lo que va a contrapelo de lo que manifiestan el discurso jurídico, social, biológico, los cuales sostienen el sueño de un lazo social natural. Precisión que podemos enlazar a lo que sostiene Sonia Mankoff, en su presentación sobre el “Saber y poder”, cuando ubica la dificultad señalada por Lacan en hacer pasar el discurso analítico al discurso universitario, y me parece que la cita hace escuchar que es un hecho de estructura. Porque cada uno tiene sus propias leyes. Entonces –como lo aclara– no depende de los méritos ni de las intenciones. Depende de las leyes de funcionamiento del discurso.

Y por último, tenemos la contribución de Alejandro Willing­ton, en “La histerización del discurso”, quien presenta las diferentes maneras que desarrolló Lacan sobre la noción de sujeto dividido, y cómo puede ser tomado desde distintos ángulos. Pero, lo que elabora en particular para ese concepto ($) vale para todos y, en retroacción, permite ubicar los desarrollos presentados en este texto, al sostener, que cada uno tiene que hacer siempre, respecto a las escrituras de Lacan, el esfuerzo de no pensarlo rápidamente en relación a los sentidos habituales, de no reducirlo a lo ya conocido, a la comprensión de determinadas fórmulas, por haberlas visto con anterioridad, sino, siguiendo la orientación de J.-A. Miller, tratar de desnaturalizar la lectura e introducir allí las argumentaciones analíticas que eso conlleva, y así ubicar el contexto epistémico, o paradigma, con el que Lacan trabaja cada vez.

Por último señalemos que este prólogo tiene su razón de ser en el pedido de Rosa Yurevich, quien tuvo la gentileza de compartir su trabajo. Pero, vale la insistencia de advertir al lector que estas líneas no intentan más que indicar algunos puntos que en los temas desarrollados se presentan con esmero y precisión. Por lo tanto, dejo al lector en la agradable tarea de buscar su propio camino en la trilogía de los cuatro discursos.

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