letras. poéticas. lecturas lacanianas
De Alejandra Eidelberg
María Eugenia Cora
Editorial Tres Haches, 2014
96 páginas
Más allá de la fatal tendencia a lo prosaico, una poética lacaniana.
Bien podría ser la referencia a la autora del libro. En esta oportunidad voy a tomar por referentes algunos acontecimientos.
Primero. El encuentro con el psicoanálisis produjo cierta incapacidad de escribir ficción, una inhibición que duraría por años. Desencadenada la asociación libre ya no había punto de basta posible y ningún significante ocupaba su sitio.
Más tarde, la lectura de Lacan despabiló esa pasión dormida: soñar que la práctica de la letra deja huellas y que otros despiertan al leerlas.
También aconteció contarme entre los maestrandos que ahora generosamente menciona Alejandra Eidelberg en su pre- texto al libro. El paso por esa transmisión dejó marcas de lectura y otros precipitados que siguen escribiéndose en eso que se lee.
Entonces, ¡yo soy poeta! [1]
Componen el libro textos diversos en sus coordenadas de escritura y publicación, siendo uno solo de ellos -el que aparece primero- elaborado para el volumen. Los demás resultan reescrituras, lecturas, traducciones para el contexto de esta publicación, quedando expuesta una idea que la recorre íntegramente: el escrito se produce no sin la lectura, de modo que escritura y lectura son parte de una misma trama, siendo la operación de lectura fundante de la escritura y paradigma de la intervención analítica.
Un desafío se presentifica en cada vuelta de página: evitar la aplicación del psicoanálisis a la literatura. O al menos, siguiendo la proposición de Lacan acerca de que una obra literaria no habla ni oye, intentarlo. Reconozcamos que la tentación es siempre grande y el furor analítico acecha. Alejandra Eidelberg recuerda esa premisa a lo largo de su recorrido y logra, aún cuando en algunos tramos pareciera estar a punto, no pisar el palito del diagnóstico, mucho menos de la psicobiografía.
Más bien podemos reconocer ahí una alerta al lector decidido y la introducción de otro sesgo: el recorte en cada uno de los poetas y escritores seleccionados de un mismo rasgo. Se trata de la función del sinthome, como solución singular en cada uno de ellos, ese modo propio de anudarse en lo social y en la vida privada. Y la orientación que traza para el analista si se deja llevar -como nos dice Eidelberg- por "los modos singulares en que cada uno de los poetas elegidos devela la función de anudamiento sinthomatico de su escritura (…) específicamente, cuando sus letras devienen poéticas al ser capaces de extrañar y transgredir el sentido prosaico del lenguaje (procedimiento afín a la poética que la ultima enseñanza lacaniana propone para la intervención psicoanalítica)".[2]
Es la invitación a adentrarnos en un mundo donde poética, letra, texturas… provocan, resuenan y hacen cuerpo. También al analista, lo sabemos.
En este libro –tal como bien anticipa la autora- el lector va a encontrar escritores convocados "bajo el título de cada uno de los ocho capítulos. Todos ellos han (…) desbrozado muchos caminos al psicoanalista (aun sin haber sido ese su propósito)".[3]
Ocho apartados donde el campo literario gesta modos de abordaje del lenguaje que orientan nuestra praxis y enriquecen las potencialidades frente a lalengua.
No saben lo que dicen, pero abren caminos, arranca la serie. Si el poeta se ocupa -contrariamente al científico que los rechaza- de los equívocos, Lacan siguiendo esa senda iniciada por Arthur Rimbaud se declara poeta y va contra la prosa industrial y la utilidad directa de la época. Del mismo modo, Marguerite Duras revela saber sin él lo que Lacan mismo enseña: que la práctica de la letra converge con el uso del inconsciente.
Sigue el capítulo Amos del lenguaje, sobre los escritores del nonsense que controlan las reglas del juego. Resulta un precioso modo de seguir acercándose a lo real, que sin remedio se escabulle. Gertrude Stein, Lewis Carroll y el mismo James Joyce, a quien Lacan sigue cuando presenta su elaboración topológica sobre la función sinthomática de la escritura. Se pone de relieve que siempre estamos ante lalengua y que se trata de encontrar un saber- hacer- ahí- con- ella, en una experiencia de lenguaje.
Bajo el tercer título, Un estilo despalabrado, presenta al genial Beckett, precursor de Lacan en la literatura de las despalabras. Un anhelo por rasgar el velo del lenguaje para acceder al hueso, para dejar a la intemperie la materialidad del texto. Con relación a la de Joyce, la estrategia beckettiana se plantea diversa; aun cuando ambas logren "horadar la debilidad mental generalizada", no lo hacen del mismo modo.
De la mano de Borges y Beckett, transcurre el cuarto capítulo: Lacan, lector, arma redes discursivas. Nos introduce, como el centro de una fruta, en lo más jugoso del texto. Me limito en este punto al recurso de la cita: "Hay encuentros con los escritos de Lacan que -cual surcos en llanura siberiana- producen un tipo de lectura que empuja a la escritura. En esta ocasión, fueron detalles y umbrales paratextuales los que motivaron mi deseo de conjeturar sobre la posición de Lacan como lector de dos escritores cuyos nombres irrumpen en las letras lacanianas, casi como al pasar: Borges en una nota al pie; Beckett en un breve párrafo".[4] Y dejo al lector, a cada uno cada vez, la posibilidad de zambullirse en la letra, en la basura, el resto… en la búsqueda de la despalabra y su necesario fracaso. Donde el corte, la elisión, la fragmentación y la aliteración desplazan la metáfora. Donde el lenguaje ya casi no es lenguaje en su propio borde.
Cuerpo letrado y escritura, da densidad al centro del libro vía la introducción de la letra definida como surco, inscripción en el cuerpo, como eco de un decir. Alejandra Eidelberg presenta las conversaciones de Lucio V. Mansilla en su filo revelador de la experiencia de cómo la letra escribe el cuerpo. Escribir y cruzar el Rubicón implican la dimensión del acto. Devenir escritor implica cruzar un límite.
Genio y locura, se titula el capítulo dedicado a Fernando Pessoa. La heteronimia como procedimiento escritural implica para él no sólo la creación de una firma sino de otros autores con existencia propia. Esta estrategia funciona como resolución subjetiva, literaria y social. Es en este apartado del texto donde Eidelberg llega al borde del psicoanálisis aplicado a la obra de un autor, para finalmente afirmar que "para un psicoanalista la enseñanza de este escritor consiste en su saber-hacer-ahí-con la sensación carnal de vacuidad plena"[5], con un sinthome escritural heteronímico.
Llegamos así a La reticencia del poeta, capítulo que versa sobre la toma de posición de André Bretón sobre Artaud poeta, siendo en acto una toma de posición de la autora con relación a lo que el arte implica en términos de pasaje por una zona de frontera. "La palabra poética, opuesta a lo prosaico… persigue siempre el extrañamiento del lenguaje mismo". Imperdibles detalles de los encuentros entre los dos escritores, así como de la enseñanza que resulta sobre el manejo de la transferencia.
Sobre una escritura perversa y virtuosa cierra la serie, con Felisberto Hernández y su escritura literaria. Quisiera mencionar que en las cinco páginas que dan soporte a este último capítulo, laten un cuento y la anécdota sobre esa creación literaria. Delicioso néctar para los sedientos lectores, que no obtendrán más anticipo en este comentario.
Los invito entonces a escribir sus propios surcos en el libro, para dar cuerpo a las letras, poéticas y lecturas lacanianas. Resulta un luminoso texto y excelente aporte para la intervención psicoanalítica tal como el último Lacan la pensó.
NOTAS
- Eidelberg, A.: "letras. poéticas, lecturas lacanianas", 1º edición, Buenos Aires, Editorial Tres Haches, 2014. Pág. 11
- Idem; Pág. 9
- Idem; Pág. 8
- Idem; Pág. 33
- Idem; Pág. 63