Noviembre 2020 • Año XIV
#39
Sala de lectura

Marcas de nacimiento

De Nancy Huston

Dolores Amden

Lo que atrae al lector a la novela es la esperanza de calentar su vida helada al fuego de una muerte, de la que lee.
Walter Benjamin [1]

Marcas de nacimiento propone una historia alrededor de cuatro generaciones. La autora, Nancy Huston, brinda un marco de referencia desde el inicio: abrimos el libro y encontramos un árbol genealógico que da la bienvenida a esta novela. Este gesto augura un recorrido familiar complejo. Y, como toda familia, esta tiene su origen en el malentendido y en el desencuentro.

Sin sentimentalismos, la novela aborda el destino de un horror: las Lebensborn o “fuentes de vida”. Estas organizaciones formaron parte de un programa de germanización de niños puesto en marcha entre los años 1940 y 1945 para compensar las pérdidas alemanas que dejó la guerra. Los niños de más edad eran enviados a centros especializados y educados como “arios”; los más pequeños, incluidos miles de bebés, pasaban por las llamadas “fuentes de vida” para luego ser entregados a familias alemanas.

Hay un hilo, una marca de nacimiento que cada uno de los protagonistas porta y que toma distintos valores: se la bautiza, se la ama, se la extirpa, se la odia. Esta marca llega incluso a salvar una vida del destino de la no identidad. El peso de esa marca adquiere valor de tradición, y su tratamiento da lugar a la dignidad de lo singular. Es la “marca del demonio”, la “marca talismán”, la que enorgullece o que avergüenza. Y aunque se la extirpe, no se la borra. En su lugar, siempre queda una cicatriz que, como el trauma, es ineliminable por más que se los aborde con ciencia o con relatos. Son las marcas que dan título a esta historia. Leemos allí, una metáfora de la Prägung freudiana del trauma. Aquella impresión que no se integra en la memoria y que adquiere valor traumatizante solo de manera retroactiva.

El relato usa saltos en el tiempo. Parte del sueño americano, pasando por el perpetuo conflicto árabe-israelí, hasta la atmósfera de guerra en la Alemania nazi. El recurso del narrador-niño permite, desde esa mirada curiosa, abordar la extrañeza. Y a su vez, desplegar el patetismo de los acontecimientos tomando distancia del drama. El adulto visto desde el niño, después es el niño que mira a otro adulto, que luego es niño. De esto resulta una suerte de viaje a la semilla o de nächtraglich invertida. Y el lector puede ocupar el lugar del arqueólogo que reconstruye pieza por pieza una posible versión de la historia que, como tal, nunca es completa porque hay un real que la perfora.

En el trasfondo, encontramos la Gran Guerra, las guerras religiosas, las guerras familiares y la guerra fría de ciertos matrimonios. También, la novela pasea por distintos lugares, en ese derrotero que el devenir del amor y el dolor obliga: Alemania, Toronto, Haifa, Nueva York y desayunos en Katz, en donde una niña pregunta quién es Hitler. Encontramos lugares negados ‒Ucrania, Polonia, Dresde‒, así como creencias religiosas impuestas, que muestran el carácter arbitrario o azaroso, y a veces instrumental, de cada una.

Una de sus protagonistas, Kristina (o Klarysa o, finalmente, Erra) se dedica a la música, y abandona todo lo que implique hablar de su pasado. El mutismo como respuesta al trauma. Es recién su hija, académica y estudiosa del Mal, quien investiga las “fuentes de vida” y así, fuerza la “memoria familiar” y resignifica la marca.

Esta novela enseña que la historia no se recuerda, sino que se la reescribe. Lo imposible de recordar aquí es índice del horror y señala el carácter inmemorial del trauma singular. Cada una de sus cuatro partes se llena del presente de sus protagonistas y escapa así, al recurso de la rememoración que, en lo que hace al trauma, encuentra su límite en la figura platónica de la reminiscencia. En ese límite, encontramos el relato de varios sueños y pesadillas que toman un papel preponderante justo en el punto en el que la trama se acerca al epicentro del horror. El sitio donde lo inasimilable está menos velado por las capas que provee el paso del tiempo.

Marcas de nacimiento es una historia acerca del “lenguaje arrancado de raíz”, del origen negado, de la memoria y, también, del arte como antídoto. Las cuentas pendientes en los lazos familiares hablan de un real en juego. Real que anida en cada historia y con quien no hay reconciliación. Se trata de un texto que invita a descubrir la singularidad de cada solución frente al trauma.

Nancy Houston, Marcas de nacimiento, Salamandra, Bs. As., 2008.

NOTAS

  1. Benjamín, W., El narrador, Metales pesados, Chile, 2016.
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