Nuestra parte de noche
De Mariana Enriquez
Greta Stecher
¿Mamá, ya terminaste el libro que te da pesadillas? Flashes aterradores en los sueños y despertares taquicárdicos en medio de la noche. Alucinaciones hipnagógicas no faltaron a la cita. Toda una experiencia. Hubo que leerlo salteado. Luego, como toda novela atrapante, uno no quiere que se termine. Las últimas páginas se recorren lentamente repasando cada párrafo a modo de melosa despedida.
Mariana Enriquez es una escritora lúcida, informada. A la postre supe que de profesión periodista, claro, ahí están lógicamente las bases de investigadora. No es una novela erudita pero coquetea con ello. Hay contenido preciso de varias áreas del conocimiento. Ciencias sociales, política e historia; medicina, psiquiatría y neurología; oscurantismo. Hay geografías y ciudades vívidamente descriptas. Dictadura y democracia; juventudes y drogas, alguna pincelada con la erótica, diría que lo más cuidado del contenido. El flagelo del hiv en los primeros años; asuntos de familia, amor y un profundo tratamiento de los lazos de amistad de la infancia y juventud. Muchos son los temas que recorre hábilmente en sus casi 700 páginas.
Veamos el cómo, ahí está el nudo. Es una escritura a todas luces traumática. Inquietante e incómoda. Lleva los asuntos a un cenit suficientemente controlado para hacerlo soportable. Siempre acecha el temor de que va a decir una palabra de más y obligará a interrumpir la lectura. El suspenso de la trama se sostiene hasta el último renglón. El lector estará alerta y preparado, rogando una y otra vez que no se exceda en su tratamiendo del horror. Enriquez sabe deternerse en el momento exacto, sino no sería legible, claramente. Un profuso puñado de frases exquisitamente escritas hacen que valga la pena haber gozado de todo lo demás.
Es una novela de ficción, con elementos fantásticos, imposibles. Hace falta recordarlo algunas veces para apaciguarse afirmando íntimamente: vamos, esto no es cierto, es una invención. Es menester muñirse de coraje para soportar su escritura violenta, descarnada, sin velos. El tratamiento de los temas es atroz, impiadoso, con instantes que convocan lo traumático. Escribe como goza, probablemente, o será su quehacer con lo mortífero, su cuarto nudo. Su arte es difícil porque exige procesamiento. Quizá el trabajo del sueño contribuya a ello, aunque falle, porque convoca a lo que despierta. Sangre, enfermedad, muerte, tortura, depresión, oscuridad, perversión contaminan gozosamente la historia. Perturbadores trozos de real agujerean la trama poderosamente llevada. Seis capítulos que se engarzan sin obviedades, con suficientes interrogantes, para hacerlos converger hacia el final con efecto retroactivo.
Un niño, un padre enfermo, su madre muerta. Poderes sobrenaturales, lazos con los muertos, médiums que hacen contacto con la Oscuridad, una secta poderosa, millonaria y diabólica, eso sólo para empezar. Dicho así suena casi a banalidad, a un cuento para asustar niños, pero no es eso. Hay que leerlo para saber, prefiero extraviarlos con circunloquios que contar la historia. No voy a robarle a la autora un segundo de la negrura de su magia. No puedo decir más a riesgo de spoliearle la febril sorpresa. Brillante su habilidad para convocar al lector a vérselas con su real, el de cada uno. Hay suficiente variedad de elementos para hacer resonar fantasmáticamente a cada quien. En algo, o en mucho, se verán conmovidos, difícil escapar al hechizo. No es una historia más y hay que inventarse cómo cabalgarla. El uso del sueño quizá sea una manera, aunque lo interrumpa una y otra vez y lo haga fallar en su anudamiento. Quizá sea el disyuntor que hace falta para que la emergencia de lo real explote allí de algún modo circuscripto, controlado. Tal vez sin eso su insistencia perturbadora sería sencillamente insoportable.
Dicho esto, quizá aborden la novela suficientemente defendidos y les parezca casi digerible. Es que uno nunca sabe del todo lo que toca con lo que escribe, aunque lo calcule.