Noviembre 2020 • Año XIV
#39
Sala de lectura

Claus y Lucas

De Agota Kristof

Mariana Schwartzman

El desafío de una analfabeta

‒Conozco el dolor de la separación.
‒La muerte de su madre.
‒No, algo distinto. La partida de un hermano con el que yo formaba una unidad.
Agota Kristof [1]

Analfabestializarse

Agota Kristof nace en Hungría en 1935 y a sus 4 años padece de la enfermedad de leer todo lo que cae en sus manos: “… diarios, libros escolares, carteles, pedazos de papel encontrados por la calle, recetas de cocina, libros infantiles”.[2] Su abuelo la lleva de paseo, saca su diario y les dice a los vecinos que miren y a ella le dice: “¡Lee!” “Y yo leo. Normalmente, sin errores, y tan rápido como me lo pida”.[3] La niña cuenta historias inventadas y se las pide a su abuela… “Salgo de mi cama y le digo a la abuela: ‘Las historias las explico yo, no tú’”.[4]

Disfruta al contarle mentiras a su hermanito menor: “Pues mira, eres un niño encontrado. No eres de nuestra familia. Te encontraron en un campo, abandonado y desnudo”.[5]

Cuando se quiebra el hilo de plata de la infancia, irrumpen las ganas de escribir:

cuando vengan los días malos y lleguen los años de los que diré: ‘No me gustan’ […] donde, para soportar el dolor de la separación, solo me queda una solución: escribir.[6]

Pero el libro sobre el que me detendré, Claus y Lucas, llegará mucho después; luego de una singular operación en relación al uso de la lengua.

Termina la guerra y Hungría es un país absolutamente pobre y ocupado por los rusos, de la mano de Stalin. Agota entra a un internado. Llora la pérdida de sus hermanos y sus padres, la pérdida de su casa. Llora la infancia. Comienza a redactar en su lengua una especie de diario y escribe piezas teatrales para sus compañeras. También poemas que toman el ritmo del llanto nocturno. Es forzada a aprender ruso en las escuelas, lenguas, tanto esta como la alemana, que se le vuelven enemigas.

A los 21, llega a una ciudad [suiza] en la que se habla francés, me enfrento a una lengua totalmente desconocida para mí. Aquí empieza mi lucha para conquistar esa lengua, una lucha larga y encarnizada que durará toda mi vida. Hablo francés desde hace más de treinta años, lo escribo desde hace veinte años, pero aún no lo conozco. Esa es la razón por la cual digo que la lengua francesa, ella también, es una lengua enemiga. Pero hay otra razón, y es la más grave: esta lengua está matando a mi lengua materna.[7]

Ya instalada, un viento helado la recorre al recibir la noticia de un niño inmigrante muerto congelado al intentar cruzar la frontera con el padre. Recuerda vagamente su propio paso por la frontera,

como si mi memoria se negara a recordar ese momento en el que perdí gran parte de mi vida […] perdí mi pertenencia a un pueblo.[8]

Entra en escena Agota escritora, primero con una obra teatral, John et Joe, luego el primer libro de los tres que componen Claus y Lucas.

Algo más sobre el francés:

Cinco años después de haber llegado […] hablo francés, pero no lo leo, me he convertido en una analfabeta. […] No he escogido esta lengua. Me ha sido impuesta por el destino […] Es un desafío. El desafío de una analfabeta.[9]

Lacan habla, en su Seminario 11, del proceso de alfabetización como un efecto de alfabestialización.[10] De lo que propone, podría pensarse que se enseña a leer de ese modo, pero la escritura pasa por otro lado. Lo escrito, el plus-de-goce que se habita, se escribe des-alfabestializándose. Será como analfabeta que Kristof podrá escribir sus mentiras (como las que contaba de niña) acerca del dolor de la pérdida y de la separación.

 

Claus y Lucas

Tres libros en uno que narran la historia de Claus y Lucas, uno en dos. Cuando viven con mamá y papá, se marean ante el intento estéril de ser separados de aula. Empieza la guerra y son enviados a casa de la abuela, la bruja que envenenó a su marido. Comienzan día a día los ejercicios de inmovilidad, de dolor, de desaparición, para hacerse fuertes y que la cosa no duela. Se respira continuamente un clima de crisis (crisis de lo simbólico y, en consecuencia, manifestación de lo real sin ley; el contexto social en crisis),[11] pero los niños se hacen de navajas y otros artilugios que los hacen fuertes para conseguir alimento, defenderse y defender a los suyos. Pero principalmente consiguen un gran cuaderno que se escribe a lo largo de toda la novela.[12]

La prueba (segundo libro): uno de los dos pasa la frontera. El que se queda, Lucas, no come ni duerme y deja sus actividades, hasta que comienza a ocuparse de un niño pequeño contra-hecho (jorobado, entre otras cosas). La melancolía que lo mantiene identificado al objeto desecho, empuja al niño al suicidio. Jamás consigue escribir su propio cuaderno. El libro termina cuando, no pudiéndose recuperar de esta segunda desaparición que le da un ser, Lucas se va del pueblo y llega Claus (¿o es Lucas?) ya cursando su quinta década.

La guerra

deshace todo, todos los anudamientos de lo que está organizado: de un pueblo, de una familia, hasta lo más íntimo […] destruye hasta lo más íntimo de las familias, de la propia persona.[13]

El trauma para todo sujeto, como dice Susanne Hommel,[14] es el de la fisura que se intenta vestir con elementos de nuestra historia; Kristof cuenta sus mentiras (en breve va la tercera, ténganme paciencia), una vez habiéndose analfabestializado. Para hablar de su propia fisura, la irreparable separación, pérdida de unidad (de sus hermanos, de su patria, de sus padres), recurre a la distancia con la vida que, retomando lo que la guerra con su real rompe, queda reducido a un simple significante: CLAUSLUCAS-T.

 

La tercera mentira

La tercera mentira, título del último libro de la novela. Para hablar de “aquello” (de la “insoportable soledad”), la historia se viste con un padre que elige a otra mujer y una madre que enloquece. Esta asesina a su hombre y una bala perdida da en la espalda de uno de los dos gemelos, que a partir de ahí queda contra-hecho y desaparece. Al volver, deprimido y enfermo de angustia, se ha nombrado como su hermano. Una serie de sueños dan cuenta del encuentro imposible (si vuelve uno, muere el otro; si uno se suicida, el otro lo mismo). Lacan ubica al trauma como encuentro fallido con lo real y su necesidad de repetirse y habla de los sueños (tomando el trauma y los sueños de guerra), principalmente el del encuentro imposible entre un padre y un hijo[15]… o ¿por qué no? entre dos hermanos. Subtítulo aparte, precisaría el tema de las pesadillas acerca de esta unión imposible, pero ya las leerán, muy probablemente, si es que se han dejado seducir por Kristof como me ocurrió a mí.

Agota Kristof, Claus y Lucas, Libros del Asteroide, Barcelona, 2019.

NOTAS

  1. Kristof, A., Claus y Lucas, Libros del Asteroide, Barcelona, 2019, p. 222.
  2. Kristof, A., La analfabeta, 2004, traducción que realiza de la edición francesa Juli Peradejordi, p. 5.
  3. Ibíd., p. 9.
  4. Ibíd., p. 10.
  5. Ibíd.
  6. Ibíd., p. 12.
  7. Ibíd., pp. 23-24.
  8. Ibíd., p. 33.
  9. Ibíd., p. 51. Frase final del libro autobiográfico.
  10. Lacan, J., El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 1987, pp. 288-289.
  11. Briole, G., “El trauma: momento de crisis por excelencia”. Conferencia impartida en la Sede de Barcelona de la ELP, el 24 de abril de 2015 en el marco del trabajo preparatorio de las XIV Jornadas de la elp: “Crisis. ¿Qué dice el psicoanálisis?”. Publicada en este número en la sección Destacados.
  12. El primer libro se llama El gran cuaderno.
  13. Briole, G., “La ética del desecho”, La ciudad analítica n° 2, Publicación del ICdeBA-Campo Freudiano, Grama, Bs. As., 2019, p. 61.
  14. Hommel, S., “Una historia familiar en los tiempos del nazismo”, en Brousse, M.-H. (comp.), El psicoanálisis a la hora de la guerra, Tres Haches, Bs. As., 2015, p. 90.
  15. Lacan, J., clase V, El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, op. cit.
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