AÑO XVI
Septiembre
2022
41
Prolongaciones / Derivas

Vida y muerte en singular

Gustavo Slatopolsky

Rodrigo Reinoso - Hyperglycémie-92

"Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, así también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, consciente o inconscientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro nuestro. La Muerte es la compañera del Amor. Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dice mi libro: "Más allá del principio del placer". En el comienzo del psicoanálisis se suponía que el Amor tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la Muerte es igualmente importante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la "fiebre llamada vivir". El deseo puede ser encubierto por digresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción".
Sigmund Freud, Entrevista al Dr. Sigmund Freud, "El valor de la vida", 1926.

Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible.
Píndaro, III Pítica

Ante todo, el marco que hace lugar a los dichos en la entrevista.

Año 1926. En su casa de vacaciones en los Alpes austríacos nos encontramos con un Freud fastidiado por el esfuerzo que le implica hablar a causa de una prótesis mecánica en el maxilar por efecto de un tumor que no da tregua; el antisemitismo se disemina por Austria y Alemania; la Universidad de Viena no ha participado del homenaje internacional por sus setenta años.

El clima que respira la entrevista es la del encuentro con el sabio al que le está llegando su hora y él, Freud, parece mirarlo de frente sin esperar nada en una Europa que bascula entre la guerra terminada y la guerra por venir: "Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará".

Si se da por correcta la transcripción a lo efectivamente dicho por Freud en la entrevista que sostuvo con George Sylvester Viereck, publicada como "El valor de la vida", tal vez sea posible una concepción distinta de la muerte al hacer de ella una elección inconsciente que ponga en juego un deseo de morir: "… tal vez morimos porque deseamos morir".

La idea en Freud de trascender en lo humano a la necesidad biológica, incluso en la muerte como límite, es antecedida de manera retórica por un "tal vez" que abre el cauce a una afirmación inaudita, testimonio de aquello que constata en su práctica y que, desde un nuevo punto arquimédico, hace bascular el dualismo pulsional concebido por el psicoanálisis hasta ese momento.

La pulsión de muerte, que tiene la destrucción como meta, nace "por la animación de lo inorgánico"[1] y conlleva un empuje de eterno retorno al punto de origen en lo inanimado.

La concepción de un ir hacia la muerte por la vía de un deseo le permitirá decir más adelante en la entrevista, con una sonrisa que el entrevistador necesita dejar asentada, que parece justificado pensar toda muerte "como un suicidio disfrazado". De allí que lo biológico ansíe "la cesación de la fiebre llamada vivir".

La idea que articula un ansia en lo biológico ata la vida al verbo y es ese mismo verbo ‒yo ansío, tu ansías, ello ansía‒, el que ahora en el texto, paradojalmente, da vida a la vida, pulsa, pero en una torsión de lo biológico que es exigencia de más y más, y que solo cesa en la descarga definitiva. Una vida que no solo late, sino que ansía; algo vivo habita en la propia vida y la lleva a su propia destrucción. Si hasta aquí la vida ansiaba una vida sin sobresaltos que permitiese sobrellevar una constante en el quantum como lógica y principio del aparato psíquico, ahora se abre el cauce que interroga los cimientos alcanzados en un más allá del principio del placer.

En "Más allá del principio del placer", Freud se pone al trabajo de refutar la premisa de que todo ser vivo llega a la muerte por causas internas a lo biológico tomando apoyo en la idea de que los pueblos originarios desconocen la idea de muerte natural. Ubica así, en la convicción en dicha muerte, una creencia con función de consolación: si uno mismo está destinado a morir y antes a perder a sus seres queridos "preferirá estar sometido a una ley natural incondicional, la sublime Ἀνάγκη [Necesidad] y no a una contingencia"[2] posible de evitar. De allí que la creencia en una legalidad interna que torne ineludible la muerte como ley universal tenga valor de ilusión necesaria para "soportar las penas de la existencia".[3]

A partir de la operación freudiana que busca separar la muerte de la creencia en un final inevitable atribuible a causa biológica, tan pegada una con otra, se hace lugar al intersticio que permite ahora concebir otra muerte, también inevitable y no menos humana que la creencia en la muerte natural; aquella en lo que desemboca toda vida cuando se impone sobre las pulsiones de vida el empuje a su propia destrucción: una decisión se añade a la muerte, a la medida de cada quién.

La necesidad de creer en la muerte como destino fue retomada más tarde por Lacan cuando en la Conferencia de Lovaina planteó que la muerte entra en "el dominio de la fe",[4] y que sería imposible de tolerar la vida sin la perspectiva de algo que oficie de límite pensable al goce de la eternidad.

Ahora bien, asentar una muerte como ansia indisoluble de la vida hace entrar una idea de límite de otro orden. La satisfacción de "saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará" no queda puesta a la cuenta exclusiva de la muerte del organismo como cumplimiento de una ley natural y en cuya creencia tornaría soportable la vida, sino que, por el contrario, por tratarse de la muerte como límite a la simbolización en lo imposible de representar, esto haría entrar frente al dualismo vida/muerte un orden que rechaza la representación y que Lacan emparenta a lo real.

Así planteado, esto obliga a revisar la idea más arriba planteada de un Freud que parece mirar la muerte de frente en la entrevista. No es de ello de lo que se trataría entonces –ni podría nunca tratarse por escapar al orden de lo simbolizable‒, sino de un decir advertido de lo real que no se refugia en la función de consolación que busca hacer de la idea de muerte el significante complementario que haría par con el de vida. Así, resta la muerte inatrapable. Tan solo podemos hacernos una idea de la misma, como sostuvo Lacan, que nunca dará más que un sentimiento vago de ella al "ser inseparable del discurso".[5]

La compulsión de repetición en la que la satisfacción queda asociada al dolor –satisfacción de orden masoquista‒ permite extraer como soporte una pulsión de muerte que pone en crisis la idea del principio del placer como idea rectora de la economía en el aparato psíquico a partir de los llamados sueños traumáticos, la repetición que confronta con la reedición de escenas dolorosas en la transferencia y la observación del hacer repetitivo del niño con el carretel frente a la ausencia de la madre.

La observación del juego en el niño le permite discernir a Freud una insistencia en el arrojar el carretel en el traumatismo abierto por la ausencia del objeto amado en un juego que no cesa de reproducir el instante del trauma. La satisfacción en juego no solo no puede ser pensable ahora en la vía del placer ‒placer de quedar sin el sostén del Otro‒, sino que instituye el límite de lo pensable. Nombrarlo ‒"o-o-o"‒[6] circunscribe el instante en que se accede a lo simbólico no sin una pérdida definitiva que resta inaccesible a la simbolización. La fijación al trauma sella, en una escena dolorosa, la pérdida constitutiva de todo parlêtre en el acceso al campo de la representación. El trauma podrá cernirse, pero no alcanzará nunca una tramitación que le permita adentrarse en la regulación del principio del placer. Límite a todo lo posible a ser alcanzado por la palabra, fuente inextinguible de lo que insiste, campo del troumatisme[7] que hace de lo decible apenas borde del precipicio que traga allí donde lo sexual se hace socio de la muerte.

Cuando Freud plantea que "tal vez morimos porque deseamos morir" desbanca a la muerte e inclina la balanza sobre un automatismo acéfalo que no lo hace menos responsable en la elección de su propia muerte. Resta quizá la pregunta por el estatuto de un morir advertido de la repetición demoníaca cuando ya no se cree en la muerte ‒si acaso fuese posible‒, y la vida tiene lugar como sucesión de encuentros contingentes, entre los que eventual e inevitablemente llegaría, también, esa otra muerte. Vida y muerte en singular, articulados a un estilo.

NOTAS

  1. Freud, S., (1920) "Más allá del principio del placer", Obras completas, Vol. XVIII, Amorrortu, Bs. As., 1995, p. 59.
  2. Ibíd., p. 44. En Amorrurtu, Ἀνάγκη [Necesidad]; se trata de Ananké.
  3. Ibíd., 44/Schiller.
  4. Lacan, J., "Conferencia de Lovaina", Lacaniana 23, Grama, Bs. As., 2017, p. 13.
  5. Lacan, J., El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Bs. As., 2000, p. 32.
  6. Freud, S., óp. cit., p. 16.
  7. Lacan, J., clase del 19 de febrero de 1974, Seminario 21 "Los no incautos yerran", inédito.