Diciembre 2001 • Año I
#4
Coloquio Jacques Lacan en Barcelona

MESA REDONDA: Soledad y comunidad de los analista

Claudine Foos

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Julieta Espósito
Nocturno. 2005.
Técnica mixta sobre lienzo. 130 x 160 cm.

Dentro de un clima distendido que no obvió la expectación, se desarrolló en Barcelona la mesa redonda que supuso el primer encuentro público en España de psicoanalistas de la AMP con colegas de la IPA. Este acontecimiento se desarrolló dentro del programa del "Coloquio Jacques Lacan 2001", previsto para la conmemoración del centenario de su nacimiento. El tema elegido fue: "Soledad y comunidad de los psicoanalistas".

La mesa redonda estuvo presidida y animada por Eric Laurent, psicoanalista miembro de la AMP (ECF), presidente de la Ècole de la Cause Freudianne de París, y coordinada por Carmen Cuñat nuestra colega de Madrid. Participaron con sus trabajos, Hilario Cid, psicoanalista, miembro de la AMP (CdA-ELP), Málaga, AE de la Escuela Una, quien se refirió a: "La tensión entre soledad y comunidad en la experiencia analítica".Jordi Freixas, psicoanalista miembro titular de la Societat Espanyola de Psicoanàlisi (SEP-IPA), Doctor de la Universitat de Barcelona, y profesor de la Universitat Ramón Llul también de Barcelona, que nos habló de: "Una profesió impossible, una comunitat impossible".Vicente Palomera, psicoanalista miembro de la AMP (CdC- ELP), de Barcelona y AE de la Escuela Una centró su intervención en :"Posición del psicoanalista". José Ángel Santa Eufemia, psicoanalista miembro titular de la Asociación Psicoanalítica de Madrid (APM-IPA), director del Centro Psicoanalítico del Norte en Bilbao, presentó: "La singularidad del analista como sujeto de una acción específica".Jaime Szplika, psicoanalista miembro titular didacta de la Asociación Psicoanalítica Madrileña (APM-IPA), miembro titular de la IPA, Madrid se refirió a: "Los obstáculos en la formación del analista". Y Hebe Tizio, psicoanalista miembro de la AMP (CdC-ELP) de Barcelona y AE de la Escuela Una aportó su experiencia en cuanto a: "La formación del analista: testimonio de un encuentro".

Debemos destacar en esta ocasión que las "Cartas a la Opinión Ilustrada" de Jacques-Alain Miller, nuestro delegado general, constan como acontecimiento precedente de esta mesa redonda; así como el encuentro en la ciudad de Buenos Aires, en abril de este año, en ocasión del Homenaje al nacimiento de Jacques Lacan, que congregó a colegas de la AMP y de la IPA.

Durante su alocución, Hilario Cid ubicó la soledad del analista como resultado del recorrido del análisis, no como la soledad del yo, ni la del individuo moderno, sino como una soledad específica, precisando que la soledad del analista da cuenta del atravesamiento del fantasma con el que el sujeto se sostuvo en su existencia. Señaló también la soledad como el vértice donde se capta mejor lo real en juego en la formación del analista, pues deja percibir de forma nítida un "no hay relación". Y al afirmar que hay una tensión entre soledad y comunidad, dejó abierta la pregunta acerca de: cómo podrá el analista, definido por su soledad, entrar a formar parte de una comunidad, más específicamente, analítica: "...no es bueno que el psicoanalista esté solo, démosle una comunidad", y reconoció que esto implicaría la renuncia a la soledad. Pero, en tanto la soledad del analista es el resultado de su análisis y éste implica el soporte del inconsciente, se podía ver cómo éste y el sentido común no iban de la mano. Además, citando el curso de Jacques-Alain Miller del año pasado, Hilario Cid realizó un recorrido sobre este término: "...si el psicoanalista hace del psicoanálisis una experiencia de sentido común eso es una renuncia a la experiencia del inconsciente y por lo tanto al psicoanálisis mismo".

La soledad producida por el proceso analítico corre el riesgo de que la añoranza del sentido común cierre la vía que abrió la certeza del inconsciente: la represión ante la emergencia del inconsciente es también válida para el psicoanalista. En este punto Hilario Cid ubicó la creación, por parte de Lacan, de una comunidad analítica cuya finalidad fuese continuar la experiencia analítica, una comunidad que diese acogida y relanzase el discurso analítico, adecuando la comunidad a ese discurso -y no a la inversa. En tanto Lacan pretendió una comunidad donde lo analítico fuera su razón de ser. Una comunidad no puede ser un conjunto, sino una serie de soledades que en su particularidad, uno por uno, sostenga la misma causa, aquella que hace que los psicoanalistas tengamos algo en común, el psicoanálisis, pero teniendo en cuenta que éste es el inconsciente freudiano. Siguiendo esta lógica, de lo que se trata entonces, no es de una comunidad de analistas, sino de una Escuela; por lo tanto, su principio es el inconsciente freudiano amenazado por el sentido común, y esa amenaza está escrita en la voz del inconsciente. Hilario Cid concluyó diciendo que la enseñanza de Lacan es el paradigma de la sorpresa.

A continuación, tomó la palabra Jordi Freixas quien desarrolló el tema del sentido común con relación a un caso clínico de psicosis. También acotó el concepto de comunidad y se remitió al concepto de la madre suficientemente buena de Winnicot.

Vicente Palomera relevó a los anteriores en la palabra, para desarrollar el tema de la posición del psicoanalista, a partir de la pregunta ¿qué es un psicoanalista?, destacando que todo el mundo sabe más o menos sobre el psicoanálisis, no siendo así acerca de la segunda interrogación. En este sentido, ubicó la enseñanza de Lacan como una obstinada manera de tratar de responder qué es un psicoanalista, a partir de la experiencia psicoanalítica, ya que, durante treinta años de seminarios semanales se abocó, precisamente, a dar ejemplo de lo que para él era responder a esa pregunta. Definir entonces al ser del analista y su competencia, diciendo que no basta con haber hecho un análisis. Lacan pensó que era necesario definirlo no sólo por aquello que el público quería saber, sino porque no hay psicoanálisis sin psicoanalista. Así lo formuló en 1964, en "Posición del inconsciente": "Los psicoanalistas forman parte del concepto de inconsciente, puesto que constituyen aquello a lo que este se dirige." Por lo tanto, la enseñanza de Lacan consistió en decir que no había manera de conceptualizar qué es el inconsciente sin antes conceptualizar el lugar analítico. El inconsciente no se revela sin transferencia, no surge sin un interlocutor, por ello dijo en su tesis que, para que el inconsciente se manifieste, tiene que haber quien lo interrogue, es decir, que el psicoanalista en su función es la causa de la manifestación del inconsciente. Lacan llamó a su Escuela "Ecole de la Cause Freudianne -hay entonces una función, dijo Palomera, operar como causa, hay un "combate", una causa a defender", ubicando al analista como aquel que causa el deseo analizante para introducir, con relación a la demanda análisis, el concepto de "sujeto supuesto saber".

Señaló además que el saber y la ciencia, para Lacan, eran una condición para que se interrogara al inconsciente como saber. Por ello, la tesis de Lacan sobre la principal condición cultural para la aparición del psicoanálisis en la historia fue la existencia del saber de la ciencia; antes de Newton y de Descartes no habría podido existir Freud. Y por último destacó, que si él llegó a convencer no fue por su promesa terapéutica, sino porque produjo un saber nuevo sobre el sujeto, sobre lo que Lacan llamó "el sujeto del inconsciente: este es el sentido del retorno a Freud de Lacan, retorno al entusiasmo del descubrimiento, aquello que siempre hay que buscar. El analista debe hacerse en la soledad de su trabajo causa del deseo fuera de la cura, en el discurso de su tiempo, debe hacer saber al mundo lo que ofrece.

José Ángel Santa Eufemia se refirió a la problemática de la singularidad del analista, y se remitió también al referente de la soledad y a la identidad, en tanto apelativo de la singularidad del analista frente a otras profesiones. Haciendo hincapié en ello tomó como ejemplo el auto-análisis de Freud, como aquel que posibilitó la teoría y el saber psicoanalítico. También destacó el acto de analizar en la soledad del gabinete como el camino de la creación, al vislumbrar como algo nuevo lo no discernido por el paciente ni por su entorno. Definió la comunidad como un estar solo pese a estar acompañado. La singularidad del analista viene cimentada en su soledad, es tributaria de una acción específica que tiene como objeto el inconsciente.

Jaime Szpilka expuso sus ideas acerca de los obstáculos en la formación del psicoanalista. Para ello tomó como punto de partida el "Discurso de Roma", al cual se refirió como: "la mejor denuncia de la dilación, achatamiento del pensamiento freudiano, inaugurando un retorno a Freud ajeno a la ortodoxia traicionera dentro de una lectura libre, nueva". Dicho texto inauguró un discurso nuevo, un espacio propio, que trascendía todo culturalismo, todo biologismo. Así, desde un recorrido por los conceptos de la teoría de Lacan con el "Discurso de Roma" como eje, Jaime Szpilka destacó el viraje que produjo en la concepción del inconsciente la teoría lacaniana sobre su estructuración como un lenguaje y su condición misma como su existencia. Esto implicó la desaparición de esta idea de un inconsciente inerte e impensable, depósito o continente. A partir del "Discurso...", el inconsciente estará ligado a la interlocución o a la decisión ética o heroica del psicoanalista.

A continuación, introdujo el tema de los obstáculos en la formación del psicoanalista con una reflexión: "Es evidente que la interacción óptima entre el objeto a transmitir (inconsciente) y la estructura que lo favorece, se daría sólo en la cura psicoanalítica." Sin embargo, el inconsciente busca ampararse en estructuras institucionales que lo abrigan y obligan y a la inversa. También, Szpilka relató un cuento sobre "el rabino chaquetero", para ilustrar el papel de los diferentes esquemas de transmisión. Los diferentes esquemas pueden colocarse dentro del campo de la razón, no del de la verdad, siendo principalmente el ejemplo de la dificultad para vérselas y hacérselas con lo real. El problema de la transmisión no es la convergencia de discursos concurrentes, sino el uso que hacemos de ellos. Cuando son sólo testimonio de la impotencia frente a lo real cumplen un papel distinto, que cuando buscan instalarse en el campo de la verdad.

Como expresión de uno de los grandes fracasos institucionales de la IPA –institución a la cual pertenece– ubicó el no poder contener y tener que aplacar y domesticar al objeto cuya transmisión sostiene, allí ubica la absurda exclusión de Jacques Lacan. Los efectos de dicha exclusión fueron, a su modo de ver, muy negativos. La IPA perdió durante años el estupendo discurso iluminador que fue el "Discurso de Roma" y cayó una vez más en la burocratización, los "ismos", naturalismos, culturalismos, etc. Para el movimiento lacaniano lo más positivo fue la libertad para crear un discurso original que condujo a desarrollos insospechados, a una relación nueva con la filosofía, la antropología, las matemáticas, la lógica. Pero, a su juicio, lo negativo fue un discurso recíproco de exclusión y una deriva singular de la apertura que significó el "Discurso de Roma. Esta deriva pudo implicar a veces la pérdida de la brújula de Freud; por tanto, el riesgo está en caer en el discurso del "rabino presuntuoso", la absurda y recíproca exclusión.

Hebe Tizio concluyó con un trabajo acerca de la formación del analista, testimonio de un encuentro. Y en efecto, fue alrededor de ello que giró la temática a desarrollar, en tanto la colega de Barcelona escogió un punto de su propio recorrido para ejemplificar este encuentro y el lugar del saber en la formación del analista. A partir del testimonio de su encuentro fallido con los Escritos de Lacan, libro al cual no podía acceder porque estaba escrito en una lengua que desconocía, Hebe Tizio introdujo la pregunta: ¿por qué alguien compra un libro que no puede leer, y no le causa problema ni interrogante alguno el hecho de comprarlo para no leerlo? Es merced al análisis que puede, años más tarde, ubicar ese acto como el inicio de la transferencia hacia la enseñanza de Lacan. Si ese acto resultó totalmente opaco, fue porque esa transferencia ubicaba al psicoanálisis como síntoma.

Ubica más adelante aquello que posibilita aprender: para aprender, hay que consentir en dejarse enseñar, y para ello debe producirse un agujero, algo debe descompletarse para gestar ese efecto. El acceso a la lengua del otro lo posibilita el análisis desde un comienzo marcado por el desconocimiento de la misma, no con relación al inconsciente, sino al hecho de haber escogido un analista francés que hablaba español. El saber como objeto oral: "quien come, ya no está solo". Saber sobre la modalidad de goce: para Lacan, si se puede decir "soy como soy" es a condición de savoire y faire con el síntoma y esto, nos dice, no se consigue de una vez y para siempre. Se trata de una nueva forma de funcionamiento para el psicoanálisis como síntoma. No se trata del síntoma inicial, sino del síntoma final, del síntoma como resto y qué destino darle. Eso hace el Pase al abrochar el síntoma a la Escuela: darle un nuevo destino bajo transferencia, transferencia de trabajo. El análisis permite formalizar la premisa fantasmática de la lectura: lo que el sujeto lee es siempre lo mismo, lee pero no sabe leer, porque repite.

¿Qué hay después del análisis?: un funcionamiento de relectura de la letra de goce que lleva a precisar en cada momento qué se consiente, qué se contraría, y qué nuevo giro se ensaya. Es por la vía de la lectura que la vertiente lacaniana se diferencia de la vertiente del sentido que coloniza las psicoterapia:: "No es esa la soledad que obturaba el libro, el psicoanálisis como síntoma patológico del inicio siguió los avatares de la cura porque entraba en la economía libidinal. Esto no sucede cuando se aprende psicoanálisis como una formación profesional sostenida del supuesto de completud progresiva. Si se puede hablar de formación analítica es en referencia a los efectos de descompletamiento que se generan hasta producir el no saber como marca."

A continuación, pidió la palabra Eric Laurent y se refirió al común denominador de todos los expositores: "Leen a Lacan es una constatación fuerte para mí.", por ende no estamos solos en la orientación lacaniana, en la lectura de Lacan, hay otros, conocen nuestro dialecto, nos pueden interrogar, no estamos solos estamos interrogados por los otros sobre el uso que hacemos, porque el problema no es el dialecto y la constitución de una lengua, sino el uso que se hace de esa lengua. Se puede o bien identificarse en la lengua común o, como se ha subrayado, apuntar con la lengua al vacío central que está sólo rodeado por esto. ¿Cuál es el sentido que damos al imposible de una profesión que apunta a un vacío, en el cual algo viene? Precisamente, porque es imposible es que algo es real, no que el imposible se opone a lo real no, es imposible, y entonces el objeto viene y nos invade. El inconsciente viene y surge en este agujero central y nos interroga. Para Laurent es en este acto cuando estamos solos. Es imposible estar solos porque todos leemos a Lacan, se verificó. Uno está solo con el inconsciente, solo con la pérdida que se construye, solo con un texto que no se puede leer. Esa le pareció una referencia esencial; estamos todo el tiempo comprando libros que no podemos leer, es el principio de constitución de todas nuestras bibliotecas, y esto no cesa de interrogarnos y de no dejarnos solos. Uno no puede estar nunca solo consigo mismo porque al final uno puede citarse a sí mismo, y estamos todo el tiempo con esto: citándonos.

La palabra "solos" fue desplegada por cada uno en todos los matices, con esa imposibilidad que apunta a lo que es la relación con el espanto. Somos el rabino, dijo, somos herederos de la tradición pero también tenemos al Dios, al final, para dirigirnos a él: "mira estos necios". Estamos en un sistema, tal vez sin Dios, casi un poco Taoista, un sistema en el cual con nuestros dialectos, con lo que hemos aprendido, con el sentido privado que cada uno da al dialecto en el cual está hundido, apuntamos a un vacío, y según el apólogo Taoista, el necio, cuando se le apunta la luna, mira el dedo. No podemos sólo contemplar el dialecto en el cual está el vacío central. El analista, de su soledad, tiene que mirar el espanto del acto, y es la razón por la cual Lacan insistió en el horror al acto del cual uno no puede separarse, que es la verdadera soledad, la soledad con ese objeto particular. Sólo apuntamos bien si lo hacemos ubicados en dirección al vacío central y no a la dialéctica a la cual estamos sometidos.

Este material ha sido publicado originariamente en el <i>Correo</i> N&ordm; 86, de la Sede de Madrid

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