Mayo 2003 • Año II
#7
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El psicoanálisis: una práctica a la altura de la época

Silvia Baudini

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El cuerpo de las formas (serie).
Julia Goldenberg, fotógrafa.

El imperativo a la renuncia pulsional marcó la época freudiana. Freud leyó y aisló esa incidencia nefasta de su tiempo. ¿Cómo responder a este nuevo impasse de la civilización que hoy se impone? Este artículo indaga el legado freudiano y deja una apertura a lo nuevo.

 

Introducción

En el año 1880 Josef Breuer, destacado científico vienés, comienza el tratamiento por medio de la hipnosis, de una joven, a la que llamó Anna O. quien padecía de síntomas histéricos: parafasia, strabismus convergens, perturbaciones graves de la visión, parálisis por contractura en extremidades superiores e inferiores, paresia de la musculatura cervical, sonambulismo, imposibilidad de hablar en su lengua materna y sí en otras lenguas, etc. Breuer agrega que en ella el elemento sexual estaba asombrosamente no desarrollado. [1] En 1893 publica junto con Freud, los Estudios sobre la histeria.

Este comentario acerca de la falta de desarrollo del elemento sexual, va a ser desmentido cuando Anna O. al final del tratamiento, exitoso por cierto, teniendo una fantasía de embarazo, se arroja a los brazos del médico. Este deja entonces de ver a su paciente y rehusa tomar el lugar que le tocaba. Freud alude a este episodio en varios de sus textos, como una laguna en el mismo. Es esta laguna la que Freud pondrá al trabajo en su desarrollo de la transferencia. Es con el caso Dora, donde Freud podrá experimentar la fuerza de la transferencia y su imperativo que no puede dominarse con buenas intenciones. Freud no retrocede frente a la histeria y a lo que se comienza a develar como una verdad que habla a través del cuerpo.

En sus primeros tratamientos sabemos que Freud adopta la hipnosis, método que pronto se le aparecerá a todas luces insuficiente para descubrir el mecanismo profundo de la histeria, su patogénesis. Pues se trata de un método ligado exclusivamente a la sugestión y donde la responsabilidad del paciente está desplazada.

Freud nos dice en su texto de 1914 “Recordar, repetir, elaborar” [2], las profundas alteraciones que la técnica psicoanalítica ha experimentado desde sus comienzos. Desde la fase de catarsis breueriana en que se enfocaba directamente el momento de la formación de síntoma y la reproducción de los procesos psíquicos de aquella situación a fin de guiarlos para que tuvieran su decurso a través de una actividad consciente, hasta la renuncia del médico a enfocar un momento o un problema determinados y conformarse con estudiar la superficie psíquica que el analizado presenta cada vez.

Esto vuelve a dejar la responsabilidad de su palabra del lado del paciente. Es él quien “decide”, entre comillas, impulsado por la regla fundamental –regla que consiste en decir todo lo que se le ocurra, sin juicio previo, subrayo previo- lo que se dice en el curso del tratamiento.

Digo decide entre comillas, pues en el curso de un análisis, el sujeto experimenta cada vez con mayor fuerza cómo su palabra es decidida en otro lugar, y que cuando quiere hablar de sus problemas en el trabajo, por ejemplo, tiene una ocurrencia muy tonta que no quiere confesar al médico pues le parece la cosa más banal del mundo, por ejemplo que hoy se ha puesto sin querer las medias al revés. Es en esa incoherencia, en eso que al sujeto lo asalta sin proponérselo donde empezaremos a captar algo de una verdad que no coincide con la intención de decir. Pues se trata de una palabra que lo divide, que lo deja un poco perplejo y que lo anoticia de lo que Freud llamó “la otra escena”. Es en el curso de un análisis donde puede experimentarse la sujeción a la palabra y donde también puede el sujeto una vez reconocida y producida esa sujeción obtener otra relación con esa palabra, que le posibilite otra relación al mundo menos sacrificial. “La regla fundamental ataca el prejuicio de coherencia. Ataca la dependencia en que estaría la verdad en relación con la coherencia. Invita al sujeto de la experiencia a tomar distancia con este prejuicio, incluso a burlarse de él.” [3]

Hay un pequeño texto de Freud que se llama “Sobre la responsabilidad moral del contenido de los sueños”, En ese texto Freud dice: “Si el contenido onírico no ha sido inspirado por espíritus extraños entonces no puede ser sino una parte de mi propio ser, si pretendo clasificar de acuerdo con cánones sociales en buenas y malas las tendencias que en mí se encuentran, entonces debo asumir la responsabilidad para ambas categorías y sí, defendiéndome digo que cuanto en mí es desconocido, inconsciente o reprimido no pertenece a mi yo entonces me coloco fuera del terreno psicoanalítico”. Y termina diciendo: “He de experimentar entonces que esto negado por mí no solo está en mí sino que también actúa ocasionalmente desde mi interior” [4]. Soy inocente soñando pero culpable de haber soñado. Lo que el sueño no decide, lo decide el sentido que cada sujeto da del mismo.

Jacques Lacan dice: De nuestra posición de sujetos somos siempre responsables.

Responsables de nuestra diferencia en relación al otro. Y esto incluye por supuesto al analista.

 

La histeria

El encuentro de Freud con la histeria no ocurre fuera de un momento histórico marcado por lo que conocemos como la época disciplinaria, época victoriana que hacía recaer prohibiciones poderosas sobre la sexualidad. Las transgresiones existían, pero las prohibiciones permanecían en su lugar.

Freud se encuentra con el cuerpo de la histeria, “un cuerpo quebrado del saber natural, desarreglado por lalengua y cuyos síntomas son testimonio. Verdad muda que desbordó y cuestionó al saber médico.” [5]

Su trabajo con la histeria lo lleva desde el postulado de un trauma sexual efectivo acontecido en la infancia a su confesión a Fliess en una carta, cuando le dice: “mis histéricas me mienten”, pues no es posible que todas hayan padecido una seducción por parte de un adulto en su infancia. Es entonces cuando ubicará la cuestión como el trauma psíquico, es decir fantaseado; pero que no por ello deja de tener una influencia singular en la vida del sujeto.

El caso Dora, paciente tratada por Freud durante el año 1900 y publicado en 1901 [6], es el de una joven de 18 años, -sabemos hoy su verdadero nombre, Hilda Bauer-, traída por su padre luego que encuentran una carta en la que se despide y que es interpretada como un anuncio de suicidio. Dora padecía de lo que Freud llama una “petite histerie”, siendo el síntoma princeps, una tos pertinaz que había resistido a todo tratamiento médico y que en el curso del análisis muestra sus raíces ligadas a la identificación al padre. Pero lo que a Dora la ocupaba día y noche era una relación que su padre mantenía con una dama: la Sra. K. Freud trabaja durante casi un año con Dora, todas las vías que el material inconsciente produce, lapsus, sueños, actos involuntarios, fantasías. Esto permite el levantamiento del síntoma más no por ello su relación a lo que la Sra. K representaba para la joven queda develada. Es esto lo que Freud, en una nota al pie de 1923 dirá: “Cuánto más tiempo me separa del término de este análisis, más me voy convenciendo de que mi error técnico consistió en la omisión siguiente: Omití adivinar a tiempo, comunicándoselo a la sujeto que su impulso amoroso homosexual hacia la mujer de K era la más poderosa de las corrientes inconscientes de su vida anímica [7]”.Esto va a ser ampliamente desarrollado por J. Lacan en su texto “Intervención sobre la transferencia”, de 1951donde plantea cual es el valor real del objeto que es la Sra. K para Dora: “...no un individuo sino un misterio, el misterio de su propia feminidad corporal....Para acceder a este reconocimiento de su femineidad, le haría falta realizar esta asunción de su propio cuerpo, a falta de lo cual, queda abierta a la fragmentación funcional que constituye los síntomas de conversión.” [8]

Es decir que Freud, en su avance conceptual retorna a su fracaso con Dora, pues Dora se va del análisis diciéndole a Freud: “no veo que haya salido a la luz nada de particular”, y puede poner al trabajo su error, que fue ponerle demasiado en primer plano la norma social e interpretar un enamoramiento por el Sr. K que no era el núcleo de la singularidad de Dora. Lacan dice en el texto sobre la transferencia que el error del analista es el de querer demasiado el bien del paciente, lo que Freud mismo denunció muchas veces como un peligro. [9]

Freud conceptualiza así el síntoma como satisfacción sustitutiva, pero no por ello menor. En el síntoma, la pulsión se satisface. La pulsión es un circuito de satisfacción entre lo anímico y lo somático, como la histeria lo demuestra. Por esa satisfacción el sujeto sufre demasiado y es por ello que el psicoanálisis es una vía de rectificación de la relación del sujeto a la pulsión. Rectificación no es prohibición, es pasar el síntoma por las vueltas de la palabra en la dirección al Otro, lugar desde donde esa palabra retorna de otro modo.

 

El malestar en la época freudiana

¿Desde qué perspectiva trabaja Freud la relación del sujeto al sufrimiento en la civilización? En una Conferencia dictada en Buenos Aires por J.-A. Miller en 1989, este se dedica a estudiar profundamente el texto de Freud de 1930 “El malestar en la cultura” y dice que allí Freud presenta una genealogía de la conciencia moral como algo que no es primario, como una voz desde afuera. Recordemos lo que decíamos de la sociedad disciplinaria. Trata de construir el concepto de superyó que no está en la naturaleza. Para esto toma su punto de partida de la dependencia del sujeto, una dependencia primaria a otras personas, a diferencia de los animales. Esto lo hace experimentar lo que Freud llama la Higflosigkeit, el desamparo, y la ansiedad de la pérdida de amor. A lo que se agrega la angustia de la pérdida de amor. Esto define la posición subjetiva primaria hacia el Otro y entonces lo escribimos con O mayúscula, porque el sujeto depende de eso. La consecuencia de esto es la introyección de ese Otro, que lo sabe todo y por ello el sujeto se siente culpable. Tomemos el ejemplo del caso freudiano del hombre de las ratas, cuando le declara a Freud lo que él mismo ubica como el comienzo de su enfermedad: “tuve durante algún tiempo la idea enfermiza de que los padres sabrían mis pensamientos, lo cual me explicaba por haberlos yo declarado sin oírlos yo mismo.” [10]

Pero Freud agrega en el texto de 1930 que si un sujeto se encuentra infeliz en su vida, si padece catástrofes, etc., más culpable se sentirá, porque eso será la demostración de que el Otro no lo quiere. A esto Freud lo llama la paradoja del campo de la ética. El destino se hace así sustituto de la instancia parental. El superyó ordena la renuncia a la satisfacción pulsional y el resultado es que el superyó ordena renunciar más y más, pues cuanto más se renuncia más crece esa satisfacción al servicio de la instancia del superyó. Entonces el superyó ya no es una instancia reguladora sino sádica, desregulada y que incrementa la culpabilidad y la infelicidad. El imperativo a la renuncia pulsional marcaba la norma de la época, Freud se pone en cruz con este discurso para mostrar su cara feroz.

 

La época del impasse en la civilización

Vamos a ocuparnos ahora de la época actual, conocida como postmodernidad o era de la globalización. Las coordenadas no son las mismas que en la época freudiana. Pero la incidencia del discurso de Freud ha podido preparar ese nuevo lazo social que es el psicoanálisis (nuevo en relación a la historia) para que el psicoanalista pueda estar a la altura de la época que le toca vivir.

No se trata hoy de represión de la sexualidad, sino de la banalización de la expresión y del espectáculo sexuales, dice Miller, un régimen donde la transgresión y la liberación sexuales se vuelven problemáticos. Todo está muy liberado, sin freno y lo que se produce es una época sin punto de capitón, de caída de los ideales, de pérdida de las creencias y de promoción de un individualismo a ultranza acompañado de un no juicio sobre la acción y de un abandono a su propia suerte de aquellos que no entran o han sido expulsados del mercado del consumo.

Esta época, que J.-A. Miller y E. Laurent nombran como la época del Otro que no existe, a diferencia de la época disciplinaria –libera un individualismo a ultranza que va creciendo, autorizando al sujeto a reivindicar, lejos de reprimir, como en la época victoriana, el derecho a la satisfacción, el derecho de gozar a su manera.

La palabra pasa a ser un objeto más del mercado, el que dicta una ley de hierro, la palabra está devaluada. “Se han descubierto las virtudes de la escucha y de dar la palabra. Esto es del orden de un regalo envenenado, es del mismo orden de indicación que un medicamento. Estamos ante la sociedad del espectáculo”. Todo puede decirse a condición de que esa palabra no tenga efectos sobre lo real, sea puro semblante. Se le ha quitado a la palabra el silencio y la sorpresa. Por ello la asociación libre, que es una invitación a decirlo todo, se encuentra con ese tope, el de la sorpresa en tanto está sostenido por el silencio del analista. Un silencio que no implica no hablar, sino que es una posición que remite al silent latino, a una posición activa de silencio, la posición que ocupa el analista en su acto.

Lacan en su texto “La Proposición del 9 de octubre de 1967...”7 ya anunciaba que “nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación”. [11]

¿Cómo la palabra podría tener un estatuto que abra a las consecuencias? ¿Cómo a principios del siglo XXI, un comienzo marcado a fuego por la violencia atroz y la codicia ubicar la práctica del psicoanálisis a la altura de su época?

En primer lugar es un desafío para los psicoanalistas reinventar el psicoanálisis, hacerlo existir, no suponer asegurada su existencia. Pues no se trata de un ser sino de un hay. Hay cada vez en cada caso y en la sigularidad.

En segundo lugar se trata de tomar en cuenta sus efectos, entre ellos los efectos terapéuticos, lo que no debe confundirse con el bien del paciente pues querer procurar el bien es estar atado a una norma, de lo que se trata más bien es de vaciar la norma y que surja de ese rasgo singular una particularidad a la que le dé un sentido el sujeto que produzca consecuencias.

 

La práctica

La Asociación Mundial de Psicoanálisis, creada en Buenos Aires en 1992, ha lanzado un Programa de Investigación de psicoanálisis aplicado de la Orientación lacaniana.

Freud decía en 1925 que “...la palabra psicoanálisis se ha vuelto multívoca. En su origen designó un determinado proceder terapéutico, ahora ha pasado a ser también el nombre de una ciencia, la de lo anímico inconsciente. Solo rara vez puede ella resolver un problema plenamente por sí sola; pero parece llamada a prestar importantes contribuciones en los más diversos campos del saber. El terreno de aplicación del psicoanálisis tiene la misma extensión que el de la psicología, a la que agrega un complemento poderoso.”

El término práctica tiene 3 significados:

  1. lo que dirige la acción
  2. lo que es traducible en acción
  3. lo que es racional en la acción

Aristóteles decía que “en las ciencias prácticas, el origen del movimiento está en alguna decisión del que obra, porque práctica y elegido son la misma cosa”. La práctica implica una decisión y por lo tanto un juicio, un juicio sobre la acción. ¿ Cómo formar a este juicio? Justamente por aquello que no puede enseñarse, por aquello que constituye un límite al saber. Hay lo verdadero anterior al saber, y es lo que emerge en la sorpresa y en la ocasión como verdad infundada lo que se amortigua en la coherencia del saber. Esto que Lacan plantea en el Seminario II [12], tomando para ello el Menon, ubica al psicoanálisis como una pragmática, el mensaje sería “Arroja mi enseñanza en provecho de la verdad de la experiencia de lo verdadero que emerge en la experiencia.” [13] Todo ideal de una norma preestablecida a la cual arribar queda aquí desechada, todo lo aprendido no se compara con esa sorpresa que surge en la experiencia y que hay que atraparla al vuelo. Formar analistas es formarlos en un juicio que permita atrapar al vuelo la oportunidad y hacer de la sorpresa ocasión.

Cito a J.A. Miller en su seminario “El desencanto del psicoanálisis” Es solo por el sesgo en que lo que emerge en la experiencia desconcierta el saber que hay una oportunidad de ser verdadero y de poder entregar su contribución al saber.” [14].

NOTAS

* Trabajo presentado en el II Congreso de estudiantes de psicología de la Universidad de La Habana, Cuba. Octubre 2002.

  1. S. Freud Estudios sobre la histeria Obras Completas, Tomo II, Amorrortu, 1976, pág. 47-48.
  2. S. Freud, “Recordar, repetir, elaborar” Obras Completas,Tomo XII, Amorrortu, 1976, p. 149.
  3. J.-A. Miller: “Le lieu et le lien”, Curso 2000-01, inétido, Clase del 22/11/00.
  4. S. Freud, “La responsablididad moral por el contenido de los sueños”, Obras Completas, Tomo III, Biblioteca Nueva, España, 1976, p.2894.
  5. M. I. Negri, “El síntoma como acontecimiento de cuerpo”, El Caldero de la Escuela nro 83, 2001,p. 134.
  6. S. Freud, “Análisis fragmentario de una histeria”, op.cit, Tomo I, p.933.
  7. S. Freud, Ibid, pág 1001.
  8. J.Lacan “Intervention sur le transfer”,Ëcrits, Seuil, 1966, p. 220.
  9. J.Lacan, op.cit.p. 226.
  10. S. Freud, “A propósito de un caso de neurosis obsesiva”, op. Cit. Tomo X, pág. 130.
  11. 1 Lacan, J., “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela” Momentos cruciales de la experiencia analítica. Serie Mayor. Manantial. Buenos Aires 1987, pág. 7.
  12. J.Lacan: Seminario 2 El yo en la teoría de Freud yen la técnica psicoanalítica, Paidós, Bs.As. 1984,pag.31.
  13. J.-A.Miller, “Le désenchentement de la psychanalyse”, Curso inédito 2001-2002, Clase del 14/11/01.
  14. J.-A.Miller, Ibid.
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