
Manolo Rodríguez - El soplo
Desde la Antigüedad, el mal, ha constituido un enigma: ¿Por qué el hombre busca su propio mal y persevera en él como si fuese el mayor bien? En La religión dentro de los límites de la razón, Kant (1793) sostiene que siempre podemos resistirnos al mal porque tenemos la libertad de elegir entre lo bueno y lo malo, la libertad de darnos, a nosotros mismos –como seres racionales y finitos–, la ley. Pero es un hecho que el hombre, pudiendo elegir el bien, es capaz de elegir el mal, y por eso Kant introdujo la idea de la "maldad radical", entendida como una propensión innata al mal y cuya expresión extrema es la malignidad. No obstante, Kant no renunció al principio de libre elección: los seres son responsables de las elecciones que realizan, aunque los motivos por los cuales alguien elige oponerse a la ley permanezcan, en el fondo, inescrutables.
Arendt crítica el concepto kantiano de "mal radical", ya que éste no alcanza para concebir el mal surgido en la época del nazismo: este mal es incomparable. Arendt ve en el exterminio de los judíos un intento sistemático de volver superfluos a los seres humanos, de modo tal que pierdan las peculiaridades de la vida humana; pero además critica la creencia de que quienes cometen actos malos tienen motivos malvados: personas comunes, meros burócratas sin malas intenciones, pueden cometer actos monstruosos y aberrantes en regímenes totalitarios.
Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, Freud había rechazado la idea de una maldad incomparable con la de otras épocas. La investigación psicoanalítica muestra que la esencia más profunda del hombre consiste en las pulsiones, y que éstas, que son del mismo tipo en todos los hombres, tienden a la satisfacción; no son ni buenas ni malas, como las mociones egoístas y crueles censuradas por la comunidad. El ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar u objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, martirizarlo y asesinarlo: Homo homini lupus.
En línea con Freud, Bataille (1957) dice que la moral sadiana se basa en la idea de la soledad absoluta del hombre: la naturaleza nos hizo nacer solos, el hombre no gusta de la relación con los otros, y el dolor del otro siempre cuenta menos que mi goce. Sólo es posible tener certeza del propio goce. Bataille marca con claridad la distinción entre el placer y el exceso: el goce pone en riesgo lo que supuestamente es el Bien más elevado, a saber, la conservación de la propia vida y la de la vida del otro. Sade sacó a la luz el exceso que nos funda como sujetos, al afirmar que la voluptuosidad es más fuerte cuando se da en el crimen. En el nivel del goce, no puede haber acuerdo, y, para Sade, no hay comunidad ni relación posible con el otro; en este nivel, no hay comunicación.
Si partimos de la idea de la insociabilidad radical del hombre, el lazo con el otro debe ser considerado como una defensa. Según Freud (1921), el lazo social es el resultado de los celos, es decir que uno se deniega muchas cosas para que también los otros deban renunciar a ellas o no puedan exigirlas. El drama esencial de la existencia infantil es la intrusión del semejante, que es captada bajo la forma de los celos. Para mostrarlo, Lacan (1948) remite al ejemplo de San Agustín, el del niño que ve mamar a su co-lactante y siente envidia y deseo de muerte hacia ese rival, poseedor del objeto del cual el sujeto es privado. Lo simbólico opone un orden a esta estructura general del sujeto, a esta rivalidad mortífera que cabe resumir en la fórmula: el otro es insoportable. El problema es, pues, cómo hacer que el otro, el semejante, sea soportable.
Lacan afirma que la paranoia es la matriz del yo, en la medida en que el yo resulta de la identificación imaginaria con el otro: Yo es otro es la verdad de la alienación. En cambio, creerse lo que uno es (yo soy yo), creer en una identidad que no pasaría por el Otro, es el principio de la locura. [1] De este modo, la paranoia da consistencia al yo, y socializa bajo la suposición de que el Otro goza de mí y no quiere mi bien.
Sin embargo, el estadio del espejo –matriz de la relación con el otro, de los celos y de la agresividad– no alcanza para explicar por qué el otro esmalo para el sujeto. Más allá de las identificaciones con la imagen del otro, hay una relación con un objetomalo –en el fondo, inimaginable– que marca los límites de la función subjetiva de la identificación con el semejante. ¿Qué es este objeto malo? ¿De dónde surge?
Para explicar el origen del objeto malo, Lacan (1964) retoma los desarrollos freudianos acerca de la constitución del aparato psíquico, y muestra cómo la realidad depende y se constituye a partir del goce rechazado. Todo lo que produce placer forma parte del sistema, es yo, y lo que no produce placer es no-yo. El campo del Lust-Ich (que responde al principio de placer) se fundaen el rechazo primordial del Unlust (el displacer), que es lo inasimilable. A partir de aquí, se constituye el no-yo que, al no poder ser asimilado, es rechazado como no perteneciente al sistema del placer. Tal es el origen del objetomalo (kakón).
Cuando el kakón es situado en el Otro, como ocurre en la paranoia, ese Otro deviene malo, es una voluntad que quiere mi mal. En cambio, en la melancolía el kakón,"en el yo", es lo que se asesina –una forma de asesinato-suicidio.
Lacan traduce, en términos de demanda de muerte y de pérdida, la descripción de la melancolía hecha por Freud (1915): la sombra del objeto recae sobre el yo. Según Lacan, esta descripción no caracteriza una afección propia de la melancolía, sino una estructura general del sujeto en su relación con el Otro del goce que él no reconoce: Eres el que mata, eres eso que no quieres reconocer, y por eso te odias en la demanda de muerte, porque lo ignoras; eres lo que no quieres reconocer, y por eso te odias en el objeto. [2]
El goce rechazado es, pues, el del propio sujeto, aunque el tratamiento de ese goce no sea el mismo en todos los casos, tal como lo hemos visto en la paranoia y en la melancolía.
Otro tratamiento del goce es el que propone Sade. Él puso en primer plano el hecho de que el goce entraña el mal del prójimo, porque el prójimo es un ser malvado. Freud critica, por eso, el mandamiento cristiano de amar al prójimo, pues lo que surge en ese prójimo es la maldad que lo habita. El núcleo de ese prójimo es el núcleo de mí mismo: el goce. En este sentido, el goce de mi prójimo, su goce maligno, es el verdadero problema para mi amor. [3]
Para concluir, el problema del mal es objeto de una lectura inédita en el psicoanálisis. El goce que nos funda como sujetos no puede ser tratado por ninguna ley que se enuncie para todos.
NOTAS
- Miller, Jacques Alain Donc. La lógica de la cura, Buenos Aires, Paidós, 2011, pp. 117- 118.
- Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 5: Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós, pp. 518.
- Lacan, Jacques, El Seminario, Libro 7: La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, pp. 226- 230.
BIBLIOGRAFÍA
- Arendt, Hanna, La condición humana, Barcelona, Paidós, 1993.
- Bataille, George, El erotismo, Buenos Aires, Tusquets, 2006.
- Freud, Sigmund, "Duelo y melancolía", en Obras Completas, Tomo 14, Buenos Aires, Ediciones Amorrortu, 1984, pp. 241-255.
-------------------. "Más allá del principio de placer", en Obras Completas, Tomo18, Buenos Aires, Ediciones Amorrortu, 1984, pp. 7-62.
-------------------. "Psicología de las masas y análisis del yo", en Obras Completas, Tomo 18, Buenos Aires, Ediciones Amorrortu, 1984, pp. 67-136.
-------------------. "El malestar en la cultura", en Obras Completas, Tomo 21, Buenos Aires, Ediciones Amorrortu, 1986, pp. 65-140. - Hobbes, Thomas, Leviatán, Buenos Aires, Libertador, 2004.
- Kant, Immanuel, La religión dentro de los límites de la mera razón, Madrid, Alianza, 2001.
- Lacan, Jacques, "La agresividad en psicoanálisis", en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 1988, pp. 94-116.
------------------. "El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica", en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, pp. 86-93.
------------------. El Seminario, Libro 5: Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós, 2005.
------------------. El Seminario, Libro 7: La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2003.
------------------. "Kant con Sade", en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, pp. 744-770, 2002.
------------------. El Seminario, Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1984. - Miller, Jacques Alain. Donc. La lógica de la cura, Buenos Aires, Paidós, 2011.