Ni inter-legere ni artis-facere
Celeste Viñal
Toda inteligencia es artificial, el saber natural es instinto, un privilegio exclusivo de otras especies. La IA es una tecnología que opera en dispositivos electrónicos siendo ella un cúmulo de informaciones e instrucciones que se organizan en algoritmos (conjuntos ordenados y finitos de operaciones).
No se trata de un lenguaje sino de una serie de procedimientos para realizar tareas asignadas. Como es sabido, la IA es alimentada por grandes volúmenes de datos que operan entrenando al sistema para reconocer patrones y relaciones.
A partir de esta herramienta se han desarrollado chatbots como -expresado en sus palabras- "una herramienta digital para brindar apoyo emocional o terapéutico"[1] . Si bien advierte que no reemplaza la terapia profesional propone múltiples beneficios para sus "usuarios".
La IA informa que sus valores terapéuticos radican en la objetividad "ya que no está influenciada por emociones o sesgos personales"[2], la accesibilidad para estar disponible todo el tiempo, la personalización rápida del tratamiento, el anonimato, el costo, la cantidad de recursos terapéuticos que excederían los conocimientos de un profesional humano, el análisis de patrones de pensamiento y comportamiento negativos, la reestructuración cognitiva y hasta ofrece "técnicas de regulación para ayudar al usuario a manejar la pulsión de manera más saludable"[3]. Un "shintoísmo algorítmico" [4] que nos revelaría el camino adecuado hacia el bien.
Frente a algunas preguntas incómodas reconoce que "no puede replicar la experiencia humana ya que el contacto físico es importante para nuestra salud y bienestar". La IA se sabe máquina, sus creadores y asesores legales también, de allí que tenga en su haber ese tipo de respuestas. Podría ser el usuario quien perdiese esa referencia y esperara de ella una domesticación eficiente, ya que las herramientas siempre tuvieron la característica de depender del uso que se les otorgue. Será opción entonces para quien busque ser desparasitado del goce a cualquier precio, como si ello fuese posible. Alguien que frente al síntoma prefiera dirigirse a un impersonal que le indique recetas dependientes de un ideal de salud global. Los hay y habrá por millones, como los libros de autoayuda.
Muchos podrían ser los sesgos por los cuales abordar la diferencia con un análisis. Mi interés es tomar brevemente tres cuestiones: el uso de la palabra, el espacio y el tiempo como diferenciadores principales.
Ya leímos a Jacques-Alain Miller en el 2007, "Google sería inteligente si pudiésemos computar las significaciones"[5], "es la palabra en su materialidad estúpida lo que memoriza"[6].
Si ablacionamos la dimensión enunciativa de la experiencia, si reducimos la pluralidad y abolimos la singularidad de las significaciones, ya quedamos muy lejos de una práctica que pueda siquiera parecerse. Si a eso le agregamos el uso de la palabra en su versión no comunicacional, directamente pierde relación alguna.
En un análisis se poetiza lo que del relato tantas veces opera como resto, excrecencia, deshecho, sobra, que conlleva en su horizonte lo inexpresable. ¿Cómo se podría acceder en lo unidimensional de las letras en una pantalla a lo que rechina de una queja, lo que crepita en el relato de un recuerdo, lo que moscardonea en la duda que insiste, lo que late en un nombre que no se logra recordar? La palabra tiene musicalidad cuando es voz, cadencia, y con ella genera un eco en el cuerpo propio y el ajeno. La resonancia, el equívoco, la homofonía quedan excluidas cuando se homologa un sujeto a su texto escrito. El parlêtre tiene un cuerpo que no es solamente el soporte subalterno de la palabra.
Cuerpo que habita un espacio, pero en lo digital ese espacio se nulifica. Se omite la experiencia de ir a un consultorio, evaluado como ventaja. Se evapora la vivencia donde se aplaza, un rato, esa realidad mundana de lo cotidiano. El sujeto se dispone a entrar en otra escena con alguien también dispuesto y se genera allí un acuerdo donde no se reproducen las condiciones de la vida ordinaria. No se activa un vínculo intersubjetivo, hay un dos que no hace pareja. El diván será un lugar privilegiado, favorecedor de un ritual en donde los pequeños detalles se amplían y expanden, confrontando al paciente a una captación singular de lo que allí sucede.
El tiempo, otro factor en disparidad. La IA clama virtud el estar siempre disponible pero se torna banal cuando lo interesante -de que sea en un momento acotado- es ese corte, esa erótica del tiempo que localizamos en su lógica. La retroacción, el instante, el inconsciente atemporal se resisten a ser datos. El tiempo también, experimentado en un espacio, permite advertir cambios de velocidad, interrupciones, discontinuidades. ¿Cómo computa la IA los silencios? ¿Cómo advierte si esa pausa es un suspiro, una detención reflexiva, un acceso de tos o un súbito mutismo?
Por supuesto que el gran ausente es el cuerpo y con él, el objeto. Un empuje a descarnar el campo de lo social hace correr el riesgo de perder aconteceres que lo necesitan. "Porque lo que hoy descubrimos con total claridad es que la historia de la técnica es indisociable de la historia del cuerpo" [4], estamos en "la era de la fijación de los cuerpos"[5] cuerpos cada vez más quietos, solos, confundiendo comodidad con dependencia y alienación a los imperativos utilitaristas del mercado. Ni organismos ni soportes de escenarios misteriosos y contingentes que posibiliten experiencias de fuerzas plurales (como en el cuerpo deleuziano). Sólo usuarios.
Pero el factor humano resiste también en otros tantos cuerpos que siguen realizando el azaroso, infinito e inalgorizable encuentro del amor, que dentro del dispositivo analítico llamamos transferencia. Ese amor que, trazando un arco veloz, permitirá una experiencia única con el supuesto-saber-leer-de-otro-modo, con un verdadero inter-legere (entre-leer) artis-facere (obra creativa-hacer) antípoda del chatbot terapéutico que nunca duerme, pero jamás lee.
NOTAS
- META de Whatsapp
- Ibíd.
- Ibíd.
- Sadin, E.: (2024) La vida espectral, Ed Caja Negra, Buenos Aires, pág 15
- Miller, J-A.: (2007) "Google", https://www.wapol.org/es/articulos/TemplateImpresion.asp?intPublicacion=13&intEdicion=2&intIdiomaPublicacion=1&intArticulo=560&intIdiomaArticulo=1
- Ibíd.
- Sadin, E.: (2024) La vida espectral, Ed Caja Negra, Buenos Aires, pág 39
- Ibíd.