IA: una ilusión asubjetiva
José Ramón Ubieto
Partimos del hecho, creo que indiscutible, que lo digital -y la IA como su máximo exponente actual- está colonizando nuestras vidas, secuestrando nuestra atención focalizada en las pantallas, condicionando los lazos sociales (y políticos) y la propia experiencia subjetiva.
De ahí que no nos resulte extraño que, como psicoanalistas, nos interesemos por estos avances tecnológicos en lo que afecta a la subjetividad contemporánea. No hacemos otra cosa que lo que el propio Freud y Lacan hicieron al situar en el horizonte de su práctica la elucidación de la subjetividad de su época.
Para ello, podríamos empezar haciéndonos algunas preguntas que orienten nuestra investigación: ¿Puede la IA clonar un cuerpo hablante? ¿Podrían los algoritmos replicar el impacto del lenguaje en el cuerpo humano? ¿El lenguaje generativo sería equivalente a lalengua? ¿Sueñan los chatbots? ¿La IA reemplazará la inteligencia humana? ¿Puede la IA interpretar?
El neurocientífico argentino Rodrigo Quian Quiroga - profesor ICREA e investigador del grupo de Percepción y Memoria del Hospital del Mar Research Institute, autor de Cosas que nunca creeríais. De la ciencia ficción a la neurociencia[1], señalaba la paradoja de que si bien el proceso de toma de decisiones -en su paradigma neuro- es determinista, resulta tan complejo que es como si no lo estuviera: "no hay nadie que lo pueda predecir porque es extremadamente complejo".
Los sueños, los lapsus, los olvidos, son manifestaciones del inconsciente y una IA no podría soñar puesto que una máquina no procesa la subjetividad, no tiene experiencias cotidianas de vida, no cuenta con un pasado ni con preocupaciones como los humanos.
Lo digital, con sus gadgets, sus mundos virtuales y sus programas de IA hay que leerlos como una respuesta actual a lo Real, una respuesta a la fuga de sentido. Miller, en su curso Respuestas de lo Real[2], dice que el gadget es la consecuencia más tangible del discurso de la ciencia. Y si Lacan se interesó por ellos es porque es a través suyo que verificamos el crecimiento de la ciencia. Son objetos, dice Miller, que nos interrogan porque son respuestas sin preguntas. Sólo después se inventan las preguntas convenientes para estas respuestas. Al igual que en la psicosis, donde la respuesta surge en primer lugar, aquí los gadgets se nos hacen presentes provocando cierta perplejidad.
La IA es, pues, una respuesta en términos de no querer saber, de allí que no haya ninguna pregunta sobre la causalidad. Los propios informáticos admiten no saber el proceso interno que lleva al resultado final, para ellos sigue siendo una caja negra. En ese sentido, la llamada IA vela la debilidad mental suturando la dimensión inconsciente. Lo digital no incluye la pregunta por otra cosa -¿y si hubiera pasado…?- ya que sólo cabe una respuesta programada. Lo contrafactual (en lógica modal se denomina contrafactual o contrafáctico a todo acontecimiento o a toda situación que no ha sucedido en el universo actualmente observable por la investigación humana, pero que podría haber ocurrido) no tiene lugar porque no se quiere saber sobre la causa.[3]
Decía el filósofo Byung-Chul Han[4] que la IA es incapaz de pensar porque es incapaz de "faire l'idiot" ya que es demasiado inteligente para ser un idiota. Es decir, que las máquinas no se auto-boicotean, a diferencia del ser hablante que encuentra su origen en el trauma iterativo. Podemos decirlo de otra manera: el inconsciente no se puede clonar. Las máquinas aprenden, pero no comprenden la ironía o el doble sentido (salvo que se trate de sintagmas ya establecidos e incorporados a su base de datos) ni cometen lapsus. Los modelos lingüísticos que se usan en la llamada IA generativa (GPT) calculan estadísticamente las probabilidades -patrones repetidos- de combinar el texto, lo que simplifica las decisiones. Una IA puede ser más justa que un juez, pero para que haya progreso se requiere una interacción entre un juicio falsable y unas actitudes humanas que lo corrigen. La incorregibilidad de la IA, su perfección, es al mismo tiempo su imperfección. Esa es la paradoja: de nuevo el máximo conocimiento de la ciencia produce una nueva forma de ignorancia.
Saber es otra cosa porque saber implica gozar de la adquisición de ese saber y las máquinas no gozan, sus diseñadores sí.
Una de las falacias de lo digital es la ilusión de reducir lo Real al código binario, a una suerte de TODO SABER sin restos. Para ello, iguala la inmersión sensorial a la inmersión social[5]. Su hype se basa en la idea de que real y virtual pueden superponerse. Tanto el Uno como el Otro pueden reducirse a emociones o sensaciones, sin palabras. Un ejemplo reciente nos lo ofrece el proyecto de una empresa española llamado Emotional Films. Basado en la IA ofrece la posibilidad de adaptar la película que vemos a nuestras emociones detectadas a través de una cámara de reconocimiento facial: "Creemos que un paso absolutamente natural es que la película que estás viendo pueda leer tus emociones y pueda adaptarse a ellas en un sentido u otro", señala el director, cuyo objetivo es generar historias ambientadas en "la realidad social, la hora del día en el que lo estás viendo, el clima del momento, si es de día o es de noche."[6]
Este proyecto, como otros muchos, pretende externalizar la vida, aquello que nos hace propiamente humanos en tanto seres hablantes: la sexualidad, la fantasía, la creación, la decisión o las relaciones sociales. Propone encontrar la causa del deseo en el exterior: preferentemente gadgets, velando la nada del objeto, único existente que se materializa de diversas formas. Lo virtual y la IA son la memoria externa, en oposición a la dimensión del inconsciente. De allí que la pregunta interesante no es si la IA reemplazará la IH sino de los sesgos que perpetúa por ese no querer saber en ese lenguaje del pensamiento que está separado del cuerpo (ilusión transhumanista).
El goce queda oculto tras el toque smart y de amistosidad que ofrece la IA – no en vano se habla de asistentes virtuales o de mayordomos para nombrar los programas - lo que hace invisible su intención de dominio y eso nos lleva más fácilmente a consentir.
La IA, como lo digital, tiene la ilusión - más bien - de domar el decir, programar el deseo y degradar la singularidad a una customización de la demanda. Todo ello no es sin consecuencias ya que lo excluido retorna como síntoma: fatiga zoom, errores, temores (adolescentes perturbados por las redes sociales, errores de los proyectos tecnológicos de Elon Musk…).
Esa equivalencia sensorial-social construye una nueva subjetividad algorítmica -programada a la carta- que sueña con prescindir del cuerpo reducido a un organismo sensitivo. No por nada, algunos expertos ya pronostican que en pocos años el 80% de los contenidos en Internet los generará la IA y tendrán carácter sexual (porno-deep fakes o deepfuck). Hoy, ya existen unos 700 millones de páginas web porno -contando solo los 20 primeros países del ranking-, lo que supone 100.000 millones de dólares de beneficios anuales. Empresas como Pornhub –que al inicio del confinamiento ofertó por cortesía el acceso gratuito a todos sus contenidos–, atrae 3.500 millones de visitas al mes.
Lo que sacan por la puerta (el cuerpo) retorna por la ventana. Su cálculo rápido y preciso requiere extraer el cuerpo vivo que siempre interfiere en el pensamiento. Pensamos con los pies - decía Lacan - porque ignoramos lo que hacemos con el cuerpo. Si un adolescente le pregunta a la IA si es buena idea suicidarse y le detalla algunas razones de su coyuntura vital (ruptura amorosa, conflictos familiares, trastorno mental progenitor, consumo drogas, soledad…) es muy probable que la IA le confirme que es buena idea suicidarse e, incluso, le proponga fórmulas eficaces para realizar el acto suicida. Su razonamiento es igual que el que haría si le preguntamos si podemos hacer una buena paella con varios ingredientes que tenemos en casa.
La razón es que la IA actual sólo funciona como IAG, es decir genera textos a partir de patrones y no diferencia una señal de STOP de un anuncio en la carretera de un supermercado donde indique "Stop a los precios". En las dos situaciones ordena frenar el vehículo que guía automáticamente. Los expertos se lamentan de su falta de sentido común y uno de los principales investigadores españoles, Ramón López de Mántaras[7], concluía que la vía a seguir implica la adquisición de un modelo del mundo. Y para ello, la IA necesita un cuerpo que le permita interactuar con el mundo. Necesita -dice- desarrollar sistemas que puedan representar los elementos más básicos del conocimiento humano: tiempo, espacio, causalidad y conocimiento básico de objetos físicos y sus interacciones. Después hay que integrar estos elementos en una arquitectura que pueda resolver problemas en situaciones impredecibles, inciertas y cambiantes: deducción, inducción, abducción, analogía y sentido común. Dotar a la IA de un cuerpo multisensorial es crucial para lograr este nivel de comprensión. De hecho, algunos gigantes tecnológicos ya han comenzado proyectos que apuntan hacia esta IA corpórea. Algunos de ellos inspirados en la psicología del desarrollo de Jean Piaget, concretamente en el desarrollo de la cognición visual en niños, que faciliten el aprendizaje de relaciones causa-efecto con un robot humanoide, paso imprescindible para aprender un modelo del mundo.
A día de hoy, la IA insiste en su no querer saber nada, hecho de estructura del yo, que reposa en el hecho de que nuestro cuerpo es un cuerpo extranjero. Nosotros solo atrapamos la imagen que funda el ego. Por lo demás, el cuerpo escapa, ya que es real. En su lugar prevalece la imagen. Decía Lacan que el secreto del campo visual era la castración. La escultura griega es un claro ejemplo de la buena forma que enmascara lo real, presente en la anamorfosis del cuadro de Holbein que el propio Lacan nos enseñó a leer en su Seminario 11[8]. La IA aspira a ese borramiento de la falta, reafirmando el fantasma –hacer y tener priman sobre el ser- y evitando así la fuga de sentido y su angustia. Las escenas creadas virtualmente, y de manera infinita, colaboran a esa fijación del fantasma. Vemos ya aquí una oposición radical a la orientación analítica que propone atravesar el fantasma para cernir lo Real que incluye.
El mundo es omnivoyeur
En la pulsión escópica - recordaba Lacan[9]- el sujeto reencuentra el mundo como un espectáculo que lo posee y en el que goza. Su poder lo convierte en víctima de un señuelo: cree desear porque se ve como deseado - ese es el resorte del éxito de las RRSS (redes sociales)- y no ve así que lo que el Otro quiere arrancarle es su mirada. Una de las características de la IA es su ambición por la transparencia total –si bien, luego, los algoritmos permanecen secretos- que ponga el saber y el conocimiento global al alcance de cualquiera. Este afán de visibilidad, en realidad, tapona la profundidad del ser, las conexiones de cada uno con lo más íntimo que por eso mismo deviene éxtimo.
El sujeto en su condición de ser hablante, en cambio, enredado en la proliferación de las imágenes, sensaciones y emociones queda desposeído y deslocalizado (al desconectarlo del lugar y el vínculo), reduciendo su síntoma a la única formalización posible bajo la forma de la adicción. Donde podría surgir la vergüenza como signo subjetivo aparece el acting-out a modo de masturbación compulsiva. Bruno es un adolescente atrapado, por el algoritmo y su fantasma, en la escena de porno en línea hasta que un día su amigo le sorprende y lo interroga con un "¿pero qué mierda ves, tío?". Esa interpelación, a las pocas semanas de iniciar un trabajo analítico, suscita su vergüenza y pone límite a la compulsión.
La apuesta del psicoanálisis
La apuesta del psicoanálisis es otra, radicalmente diferente. La indicación de Lacan al analista para que tome la subjetividad de su época como horizonte de su práctica implica hoy ofrecer una oferta que esté a la altura de los sujetos que se dirigen al analista. Por un lado, elucidar los síntomas contemporáneos (pensar el movimiento mientras se está produciendo) y por otro, adecuar la clínica, como señalaba recientemente Jacques-Alain Miller: " (...) sin nostalgia, sin amargura, sin espíritu de revancha."[10] El psicoanálisis aspira a producir los S1 solos - que han marcado el cuerpo -, liberando al sujeto de su ingenuidad y perplejidad. Para ello, le acompaña en el laberinto de su goce en el que se anudan repetición, culpa, agresividad, depresión.
Ese trabajo requiere de la presencialidad, de los cuerpos presentes en la sesión analítica (no se excluye el uso de lo virtual siempre que uso virtual no se confunda con psicoanálisis virtual). La presencia incluye la imagen, la voz, pero también la opacidad no transparente. Lacan[11] lo llama el misterio de la presencia, lo opaco del deseo del otro y de su goce que puede producir el efecto inquietante, ya descrito por el robotista M. Mori como valle inquietante[12], otro nombre para lo siniestro freudiano.
La ausencia del cuerpo -y su sustitución por la imagen en la pantalla- imposibilita producir una escansión por el cuerpo. Resulta difícil tocar lo Real sin el analista presente ya que lo Imaginario y su invasión de sentido lo velan. La angustia afloja sin el cuerpo, pero a costa de elidir lo material del agujero pulsional. ¿Cómo usar el silencio sin encarnarlo? ¿Cómo salir de la ilusión de horizontalidad que sitúa al analista y al analizante en el mismo plano de la escena?
Si Internet es metatópico -está más allá de cualquier lugar propio-, el psicoanálisis, en cambio, es hipertópico porque restablece el silencio en un espacio particular e íntimo.[13] Hacerse presente a través del silencio -que siempre evoca para el paciente algo de su propia posición subjetiva- es un modo de presencia más intenso que una verborrea constante. La presencia se opone aquí claramente a la proliferación del sentido y hace presente lo que Lacan llama "un agujero en lo real", un vacío de sentido que se opone a esa vociferación constante de las redes sociales. Se trata de una presencia intensa que une vacío y silencio. Una presencia que incluye lo íntimo y privado al constituir un vacío que permite alojar el vínculo que cada uno sostiene -consciente e inconscientemente- con el otro. Una presencia demasiado llena, que es la que produciría un psicoanalista que no para de intervenir aconsejando o explicando, no deja lugar para nadie más.
Esa presencia silenciosa -pero no pasiva ya que no se excluye la palabra- facilita que el secreto, que es para uno mismo aquello que desconoce de su propio modo de ser y estar, pueda hacérsele más presente. Se trata, entonces, de una presencia vaciada de un sentido dado y de los prejuicios, que siempre nos acompañan. Ese espacio de conversación requiere también un tiempo, un ritmo de presencia física. Es cierto que el sujeto como tal no rechaza ni excluye lo virtual, pero es necesario que el analista encarne con su presencia algo de aquello que llamamos goce -modo particular que tenemos todos de satisfacernos en la vida- y eso no es posible sin la presencia física. No es suficiente con una interpretación basada en su saber, en sus palabras -cosa que bien podría retransmitirse por la pantalla-, hace falta que el analista se encarne con su cuerpo y su presencia física. La manera de recibir al paciente, sus gestos, el tono de la voz, todo eso 'da cuerpo' al analista y cobra todo su valor en el vínculo transferencial. Eso no excluye, puntualmente, algún uso de lo virtual como evocativo del encuentro, pero nunca como sustitutivo ni como eje de la presencia.
Lacan[14] ironizaba sobre la inteligencia artificial, a la que calificaba de "animal" por el peso que tenía en ella (en su versión psicológica) el condicionamiento operante, muy utilizado en experimentos con animales. Es cierto que el estado actual de la IA va mucho más allá de esos inicios, pero su alcance y su límite siguen estando en su dificultad para codificar aquello que es incodificable e inclasificable porque alude a la singularidad misma de cada uno y a la significación que otorgamos a los dichos y hechos. La angustia, como afecto no engañoso, está ausente al considerárselo inteligencia oscura. Su límite está en el hecho de que, al basarse sólo en la acumulación de cantidades ingentes de datos, no puede tomar en cuenta otros aspectos propios de la inteligencia humana como la intuición, la creatividad o el inconsciente mismo. Basta pensar en las imperfecciones de nuestra memoria, incapaz de guardar los datos con la misma precisión que lo hace un ordenador. Los seres hablantes mezclamos continuamente ficción, deseo y recuerdos.
Nosotros, como analistas, tenemos la invitación que el propio Lacan hace en los años ´70 para oponer el gai savoir como auténtico afecto de alegría que se opone a la tristeza de una IA sin lugar para la sorpresa.
NOTAS
- Quian, R. (2024). Cosas que nunca creeríais. De la ciencia ficción a la neurociencia, Debate, Madrid, 2024.
- Miller, J.-A.: (1983-1984) Respuestas de lo Real, Paidós, Bs. As., 2024.
- En un estudio reciente del MIT se propuso a la máquina dos situaciones: una contrafactual y otra no. Se trataba de juzgar si conjuntos de movimientos de aperturas de ajedrez son o no legales. Cuando la máquina juzgaba partidas "legales" acertaba en un 94% y cuando lo hacía con supuestos para los que no había sido entrenada solo acertaba en un 54% dando respuestas aproximativas sin razonamiento lógico.
- Han, B.-Ch.: (2021) No cosas: quiebras del mundo de hoy, Taurus, Madrid, 2021.
- Ubieto, J. R.: (2023) ¿Adictos o amantes? Claves para una salud mental digital en infancias y adolescencias, Ediciones Octaedro, Barcelona, 2023.
- Bergera, M. (16 de agosto de 2023). Una inteligencia artificial crea películas que cambian según las emociones del espectador. La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/vida/20230816/9169048/inteligencia-artificial-crea-peliculas-emociones-espectador.html.
- López de Mántaras, R. : (27/08/2024) Conocimientos de sentido común: el obstáculo de la IA en el camino hacia la inteligencia artificial general. The Conversation. https://theconversation.com/conocimientos-de-sentido-comun-el-obstaculo-de-la-ia-en-el-camino-hacia-la-inteligencia-artificial-general-235260
- Lacan, J.: (1964) El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales, Paidós, Bs. As., 1984.
- Lacan, J.: De los nombres del padre, Paidós, Bs. As, 2005.
- Miller, J.-A.: (2023) Todo el mundo es loco. Scilicet. Grama, Bs. As, pág. 3-4
- Lacan, J.: (1953-1954) El Seminario, Libro 1, Los Escritos Técnicos de Freud, Paidós, Bs. As., 1981.
- https://impulsate.between.tech/valle-inquietante
- Ubieto, J.R. y Arroyo, L.: ¿Bienvenido Metaverso? Presencia, cuerpo y avatares en la era digital, Ned. Ediciones, 2022.
- Lacan, J.: (1957-1958) El Seminario, Libro 5, Las Formaciones del Inconsciente, Paidós, Bs. As., 1999.