AÑO XV
Octubre
2021
40
Sexuación, lógica y acontecimientos

El real de la sexuación

De A como causa a "a": del Uno sin el Otro

Davide Pegoraro

Graciela Hasper - Sin título
1995. Acrilico sobre tela, 137x98 cm

Forclusión de la causa real del sexo

"… estas psiconeurosis [...] descansan en fuerzas pulsionales de carácter sexual […] esa participación es la única fuente energética constante de las neurosis, de suerte que la vida sexual de las personas afectadas se exterioriza de manera exclusiva o predominantemente, o solo parcial, en estos síntomas".[1]

Como dice Lacan en el Seminario 20, "… no sabemos qué es estar vivo a no ser por esto, que un cuerpo es algo que se goza".[2] ¿Se puede dominar lo sexual? No. ¿Es posible inventarse un sexo? En la lógica de un cuerpo máquina sobre el cual se aplica algún programa de goce, se puede desembocar en el camino de pensar que el cuerpo es mío, me lo construyo como quiero y, entonces, lo hago también gozar como creo más oportuno. Pero, además, se puede creer que la causa de nuestro sexo está en relación al Otro que nos ha precedido. Ninguna de las dos posiciones, incluso la segunda que ofrece la posibilidad de transformarse en un síntoma analítico, es propiamente un encuentro con el real del sexo, un encuentro fallido, pero encuentro al fin, con "no hay relación sexual". El empuje generalizado contemporáneo a la autodeterminación no es la versión freudiana del sexo como causa que produce síntomas, más bien, es su forclusión, creyendo que cada uno puede e incluso debe elegir el propio sexo sin pasar por el Otro y hacer la experiencia de su agujero.

El síntoma y su puesta en palabra

Me di cuenta tempranamente que mi cuerpo estaba habitado por algo más allá de mi control: una pulsión oral excesiva e insaciable y una enuresis nocturna bastante prolongada, luego suplantada en la adolescencia por una visible y embarazosa hiperhidrosis en el rostro y en las palmas, más una fobia a los lugares cerrados muy concurridos. Ello surgía frente a una madre a la cual me había aproximado demasiado en la medida en que el padre había orientado su deseo hacia otro lado, otra mujer. Un episodio infantil de encuentro con el sexo se configuró como traumático: una amiga más grande, en presencia de otra, me ordenó apoyarme sobre ella. Le siguió un: "correte, que no siento nada" que acompañó mi relación con el sexo por mucho tiempo provocando una suerte de anestesia. Siguió una larga latencia en la cual me volví obeso con la ilusión de poder excluirme, de ese modo, del baile de máscaras de los sexos y esto, finalmente, me llevó a solicitar un encuentro con un psicólogo del servicio público de mi ciudad. Un sueño: mi mejor amiga de la época me presentó a su primer novio. Frente a esa pareja me sentí avergonzado de no darme cuenta si estaba molesto porque alguien me la sacara o si estaba feliz de que, ante mis ojos, ella estaba de verdad feliz de ser mirada así por él. Sin embargo, el guion fantasmático ya se había escrito en la infancia: en un almuerzo en la casa de amigos de la familia, mi padre se levantó para decir que se iba a ir a casa de otra pareja de amigos preguntándome, con una mirada particularmente llena de deseo, si yo quería ir con él. Quería hacerlo, pero mirando a mi madre que sabía muy bien que él iría a lo de su amante, decidí quedarme. Entre la mirada desolada de mi madre y aquella llena de deseo de mi padre, se escribió la repetición del destino de mis amores atormentados. Siguiendo aquello que me construí como el fantasma materno, sostuve en mis relaciones amorosas el reencuentro de aquella mirada plena de amor de un hombre feliz, pero feliz a condición de orientar su deseo hacia otro lugar, dejándonos a nosotros nada.

Fantasma, Otro y no hay relación sexual

Colocado en esta coyuntura de la pareja parental en la que yo había interpretado que la madre no se habría tirado de un puente por la mirada paterna volteada hacia otro lado, solo a condición de instalarme en ese hueco, repetía en la vida amorosa el circuito de buscar una mirada plena de amor de un hombre asumiendo una serie de significantes desde los cuales me orientaba y que, de alguna manera, todos convergían en torno a la construcción de que mi padre hubiera querido otro hijo. La imagen ideal de un jovencito rubio se prestaba para poner en funcionamiento la película a partir de un poster presente en casa, muy apreciado por mi padre, en el que reconocía al sobrino rubio. Me ofrecía siempre a ser tomado y a hacerme tomar por alguien que no era, prestándome al juego del "rubio". "Estás muy bien así, pero no sos como me había imaginado", esa era la nota con la que el otro me despedía en mis relaciones amorosas. De hecho "el rubio" era el "cebo" que yo utilizaba para lanzar mi "anzuelo" [3] y con el cual, invariablemente, pescaba más que peces, prefiero decir, más bien, "nada".

Nada: Uno sin Otro

Nada era el objeto privilegiado en el que sostenía en pie la matriz fantasmática y que se me reveló en el momento en el cual el cruce de identificaciones con la madre y el padre se disolvieron en el trabajo de la lengua del análisis. Un hueso vacío, una lengua y nada fue lo que se reveló al final para decir la soledad que me exiliaba. Fue el retorno sobre un episodio de mi nacimiento, en el cual a menudo la madre se pronunció para enfatizar un punto, que leí como un cierto rechazo del padre a determinar, en su radical incomprensión, el acto de dejar caer el objeto nada como construcción del medio-decir la verdad del deseo que me había precedido, que se condensó en la frase: "Todo el mal está en el maschio".[4] ¿Se puede elegir el propio sexo? Se puede elegir luego de haber atravesado y vaciado el espejismo de la propia construcción, habiendo hecho la prueba de que ya no se está obligado a creer en el objeto, de cuya construcción se ha participado.

En su más allá existe un vacío, existe el no-todo, existe la escritura de un exilio del cual ahora elijo decir, poniéndole sonido con "una voz femenina de timbre masculino". Asumir, finalmente, las trazas de aquello que fue es poder elegir hacer con aquello que quedó en el fondo, con aquel agujero y con las letras que lo circunscriben, una cavidad a través de la cual hacer una nueva articulación de los sonidos para arrancar con ellos, aquello que ya se ha vaciado de sentido.

Traducción: Débora Liberman

NOTAS

  1. Freud, S., "Tres ensayos de teoría sexual" (1905), Obras completas, Amorrortu, Vol. VII, Buenos Aires, 1993, p. 148.
  2. Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aun, Paidós, Buenos Aires, 1995, p. 32.
  3. En italiano la palabra amo tiene la acepción tanto de amo como de anzuelo [N. de la T].
  4. En italiano la palabra maschio tiene las acepciones de masculino, macho, varón, hombre [N. de la T].