AÑO XV
Octubre
2021
40
Sexuación, lógica y acontecimientos

El estrago en una mujer. Demanda desmesurada de lo femenino

Mariana Gómez

Graciela Hasper - Sin título
1994. Acrilico sobre tela. 117x177 cm

Los parlêtres, en tanto son seres sexuados, forman pareja, y este enlace, como sabemos, es siempre sintomático. En el Seminario 23, El sinthome, Lacan nos dice: "Allí donde hay relación es en la medida en que hay sinthome, esto es, en que el otro sexo es soportado por el sinthome. Me permito afirmar que el sinthome es precisamente el sexo al que no pertenezco, es decir, una mujer". Lacan nos señala aquí que cuando un hombre elige como pareja a una mujer adecuada a sus condiciones de goce, esa mujer asume para este hombre la condición de funcionar como su sinthoma.

Pero también, en este mismo Seminario Lacan dirá:

Si una mujer es un sinthoma para todo hombre, queda absolutamente claro que hay necesidad de encontrar un otro nombre para lo que el hombre es para una mujer [...]. Se puede decir que el hombre es para una mujer todo lo que les guste, a saber, una aflicción peor que un sinthome [...] Incluso es un estrago.[1]

¿Qué significa esta aseveración de Lacan? ¿Cómo un hombre puede ser estrago para una mujer?

Antes de intentar responder esta pregunta, será necesario decir que en estos párrafos Lacan se refiere a las categorías hombre-mujer, pero no necesariamente está hablando de posición femenina ni de posición masculina, ni siquiera se refiere a la elección sexual. Hoy podríamos detenernos a leerlos conforme los tiempos actuales respecto de una pluralización de los géneros, o bien, desde la perspectiva esclarecida por J.-A. Miller en relación al goce Uno en la ultimísima enseñanza de Lacan. Sin embargo, me ceñiré en esta oportunidad, a la letra de este Lacan, el del Seminario 23 para trabajar el punto del estrago.

Despejada esta cuestión, la clínica nos enseña que el estrago para una mujer puede ser una razón para pedir un análisis. Escuchamos también cómo esta posición de estrago las lleva a algunas a actuar contra su propio deseo de felicidad. Y advertimos, además, cómo el estrago se expresa en formas que van del temor a perder el amor, a ser engañada, no mirada o no deseada.

Asimismo, el superyó femenino juega aquí su partida, muchas veces, empujando a una posición de súplica, en tanto las hace pedir más y más, aún, al partenaire. Porque si bien el amor hace existir el discurso amoroso, es decir, las palabras de amor, sabemos que el empuje superyoico a la demanda desmesurada del signo de amor, por parte de una mujer, puede hacerla ingresar en un circuito de sufrimiento sin medida.[2]

De allí que Miller señale que el estrago es exactamente la otra cara del amor. En este sentido, es solamente la faz de goce del amor. Esto quiere decir, dar todo, y es aquí donde está el infinito.[3]

Dos lecturas lacanianas sobre el estrago materno

Lacan vincula el fenómeno del estrago a la función materna. Podemos ubicar dos referencias al respecto. Una de ellas la encontramos en el Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, y la otra en L'etourdit.

En el Seminario 17, Lacan afirma que el deseo de la madre produce estragos en tanto representa el riesgo latente de ser devorado por un cocodrilo:

El deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual, que pueda resultarles indiferente. Siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca.[4]

Sin embargo, habrá un palo, una piedra, en la boca y eso la contiene, la traba. Ese palo, el falo, es lo que protege al niño si eso se cerrara. Vemos que aquí nos referimos a una experiencia de estructura. Así, frente a lo excesivo del deseo materno, la función paterna será lo que produzca freno a esa voracidad estragante.

La segunda referencia que podemos recortar está en "El atolondradicho". Allí Lacan ubica el estrago en la relación madre-hija, en cuanto a lo que esta última espera de su madre, en tanto mujer. Es decir, la sustancia de su ser femenino. Señala Lacan:

… la elucubración freudiana del complejo de Edipo, que hace de la mujer pez en el agua, por ser la castración en ella inicial (Freud dixit), contrasta dolorosamente con el hecho del estrago que en la mujer, en la mayoría, es la relación con la madre, de la cual parece esperar como mujer más sustancia que de su padre –lo que no va con su ser segundo en este estrago.[5]

Entonces, vemos como aquí Lacan ubica la desmesura de la espera de una mujer respecto de la madre, como lo imposible. La demanda desmesurada de las mujeres proviene, como lo ha señalado Esthela Solano, entonces, de eso imposible.[6] Es decir, la demanda de más sustancia de su madre, pero como mujer. Sustancia que puede ser leída como goce.

De manera tal, que en el Seminario 17 tenemos la representación del cocodrilo y su voracidad para referirse al deseo materno y a la función paterna que impide que la madre se trague al niño. Y así se cierra la estructura psíquica. Mientras que en "El atolondradicho", encontramos una alusión directa a las mujeres y a lo doloroso de verse empujadas a interrogarse por lo femenino, intentando encontrar esa sustancia que la madre no podrá dar del todo, porque ella misma no la ha recibido como hija. Y esta experiencia quedará por fuera de toda función paterna.

De este modo, Lacan va a decir que para la mayoría de las mujeres la relación con la madre constituye un estrago porque implica un imposible. El estrago estaría dado por esa espera infinita de recibir esa sustancia de la madre. Que siempre será no-toda.

Volviendo a la pregunta inicial, entonces, sobre cómo un hombre puede ser estrago para una mujer, diríamos que una mujer puede ubicarse respecto de su partenaire de la misma manera en la que lo hace respecto de su madre y él convertirse así, en un estrago para ella. Aquí se juega más esta experiencia dolorosa de espera infinita, que la cuestión del amor al padre.

Esta perspectiva lacaniana estaría más cerca de poder pensar el goce femenino, en tanto goce Otro, por fuera de la lógica fálica ‒considerando las posiciones sexuadas‒ y de la perspectiva clínica respecto de la posibilidad para una mujer de saber hacer allí con el real de lo femenino. Y esto podrá acontecer a partir de deshacerse, vía un análisis, del reproche dirigido a la madre.[7]

REFERENCIAS

  • Brousse, M.-H., Saber hacer femenino con la relación. Las tres R: astucia, estrago y arrebato. Intervención pronunciada en la Jornada "Formas de la sexualidad femenina", Atenas, 2016, http://www.psicoanalisisinedito.com/
  • Lacan, J., El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 1992.
  • Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Bs. As., 2006.
  • Lacan, J., "El atolondradicho", Otros escritos., Paidós, Bs. As., 2012.
  • Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Bs. As., 2011.
  • Miller, J.-A., El partenaire-síntoma, Paidós, Bs. As., 2008.
  • Solano-Suarez, E., "Dolor de la Feminidad: entre el ser y la existencia", Clínica lacaniana, Tres Haches, Bs. As., 2003.

NOTAS

  1. Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2011, p. 99.
  2. Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 100.
  3. Miller, J.-A., El partenaire-síntoma,Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 276.
  4. Lacan, J., El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1992, p. 118.
  5. Lacan, J., "El atolondradicho", Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 489.
  6. Solano-Suarez, E., "Dolor de la Feminidad: entre el ser y la existencia", Clínica lacaniana, Tres Haches, Buenos Aires, 2003, p. 49-50.
  7. Ibíd., p. 56.