Noviembre 2020 • Año XIV
#39
La Ola de Caracas...

A 40 años de Lacan en Caracas

Mirta Vázquez

Bajar este artículo en PDF

¿Qué significó Caracas en tu formación?

Me llevó a Caracas el deseo de conocer a Lacan.

En 1979, Germán García nos convocó a sus estudiantes para participar de lo que se llamó la Reunión de Psicoanálisis en América Latina bajo la presidencia de Jacques Lacan.

Empecé a generar las condiciones para viajar, así que lo primero que aprendí es que donde hay un deseo hay un destino.

Dos frases de Lacan me indicaron lo acertado de mi decisión.

La primera, cuando dijo que acostumbraba a formar a sus alumnos personalmente pero los resultados no habían sido maravillosos. Y nos nombró sus lectores.

La transferencia a su palabra escrita se potenció con su presencia. Y es sabido el lugar que ocupa en sus Escritos la presencia del analista, por lo que considero que su viaje fue un acto.

La segunda, cuando se declaró freudiano dejándonos a nosotros la opción de ser lacanianos. Decisión que marcó mi posición respecto al psicoanálisis de allí en adelante.

En mí, fue un acontecimiento que motorizó mi deseo de formar parte activa del Campo Freudiano.

En La Reunión se presentaron trabajos que me dieron la pauta de lo que me faltaba saber… Así que al tiempo ingresé a uno de los grupos donde seguí mi formación hasta ser parte de la fundación de la EOL.

 

¿Recordás alguna anécdota de aquel acontecimiento?

Recuerdo varias anécdotas.

El gesto de fastidio de Jacques-Alain Miller porque el micrófono no se ajustaba a su deseo de hablar de pie… Fue mucho después que concluí que se ubicaba como transmisor de una enseñanza de la que era digno heredero.

El paseo por las distintas mesas de un joven Eric Laurent escuchando y marcando errores o aclarando conceptos…

La presentación clínica de Moustapha Safouan, a quien también había leído.

Me llamó la atención la mirada de Lacan. Siempre caminaba a pasos cortos acompañado de dos mujeres. En una ocasión, me los crucé en un pasillo y lo saludé. Respondieron ellas y él me miró unos segundos.

En la fiesta de apertura, permaneció sentado con la vista fija y parecía estar atento a lo que acontecía a su alrededor. Pero no hablaba.

La lucidez de sus palabras de apertura y cierre contrastaba con la fragilidad de su cuerpo.

Me despertó ternura su manera de encarnar, hasta el final, la transferencia a la causa del discurso psicoanalítico “al cual servimos”, según su decir.

Al final, parecía preferir “un discurso sin palabras”.

Al año siguiente, leí la noticia de su muerte.

El Caldero Online Cuatro+Uno EntreLibros
La Red PAUSA ICdeBA IOM2
EOL Wapol FAPOL Radio Lacan