Noviembre 2020 • Año XIV
#39
Impasses clínicos

Una repetición que no sea vana

Diana Campolongo

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Ilustración: Ezequiel Sarudiansky
Instagram: @_zek3_

En su Conferencia en el Congreso de la NLS sobre la interpretación,[1] Jacques-Alain Miller ubica una serie de siete puntos o reglas ‒si las hubiera‒ para la interpretación, entre las que quiero destacar las que corresponden específicamente al trabajo sobre la repetición.

En principio, son las últimas dos indicaciones las que hacen específicamente a la relación entre interpretación y repetición. Una es la que señala que es necesario reducir las historias en las que el hablaser se encuentra enredado, “reducirlas a su repetición”.[2] Y la otra indicación es que hay una dirección de la interpretación y es “hacia la repetición”,[3] para distinguir en ella lo que evita. Dice Miller: “La repetición no es solamente repetición automática de significante, sino que tiene valor de evitación de lo real como sexual”.[4]

Pero estas reglas o indicaciones sobre la interpretación, más allá de los medios –lógica, gramática y homofónica‒, necesitan de la intención del interpretante, de la posición del analista.

La orientación que propone Miller esclarece ese punto novedoso en el que Lacan describe a la neurosis en la experiencia analítica como reproducción. La idea de reproducción señala que la neurosis ordinaria está perdida y solo se accede a un modelo de neurosis para tratarla.

Siguiendo algunos párrafos del Seminario 19, [5] se puede ubicar de qué manera la repetición es parte fundamental de la experiencia analítica y no solo un producto de la neurosis. Bajo esa óptica, y con la herramienta de los discursos, en el Seminario 17, Lacan introduce la repetición a la vez como simbolización del goce y como su pérdida, lo que autoriza a pensar en su uso en la experiencia analítica.

En esta misma, entonces, “Un psicoanálisis reproduce –ustedes reencuentran aquí los rieles ordinarios‒ una producción de neurosis. Al respecto, todo el mundo está de acuerdo”.[6]

Una mala maniobra financiera desata el caos económico en la vida de un sujeto, produciendo un episodio de angustia tal que pondrá en crisis su universo simbólico, las coordenadas de su vida; de esa manera llega al análisis.

A poco de empezar a hablar plantea algunos sucesos que permiten ligar la crisis actual ‒de la que se sentía más bien ajeno‒ a un acontecimiento traumático que lo concernía.

Ese primer movimiento, entonces, crea un lazo entre la crisis y el acontecimiento, e introduce al sujeto en el decir por la vía de un significante que se recorta privilegiado. El análisis va a reproducir ese significante “a partir de lo que fue su florecimiento”,[7] constituyendo ese modelo que es la operación del discurso analítico.

Lacan propone la articulación entre padre (parent) traumático y el analista traumático, para luego señalar de qué manera se opera sobre el goce mediante la reproducción, como efecto de la posición del psicoanalista.

En primer lugar, se refiere a los padres como aquellos que produjeron la neurosis del sujeto. No el padre del sujeto ‒y esta es una distinción importante a esta altura de la enseñanza de Lacan‒ sino los padres (parent). De esta manera, el sujeto es producto de ese discurso en el que finalmente se ordenará la neurosis.

Ahora bien, la operación del analista, dado que está en la misma posición traumática que el padre (parent), es la de reproducir la neurosis. Reproducir, que evoca la repetición.

Lacan no habla aquí de neurosis de transferencia ‒aquella que en términos freudianos sustituye a la neurosis ordinaria‒, sino de reproducción de neurosis, apuntando a esclarecer este aspecto de la repetición desde la acción del analista.

Se trata de constituir un modelo de la neurosis que es “en suma, la operación del discurso analítico. ¿Por qué? En la medida en que le quita la dosis de goce”.[8]

La reproducción de la neurosis es, por lo tanto, la vía por la que el analista interviene sobre el goce, y hace que esa repetición tenga consecuencias, ya que “… toda reduplicación lo mata [...]. La introducción del modelo es lo que acaba con esta repetición vana”.

El acceso al análisis queda condicionado por esa reproducción, que es efectiva en su operación sobre el goce, en la medida en que el analista, al intervenir en el discurso, procura un suplemento de significante.[9]

Por último, señalemos que del traumatismo universal de la lengua sobre el cuerpo, se distingue el trauma de cada uno, en la medida en que el analista hace coincidir su posición en un significante que emerge de la neurosis. Ese significante que marcó un punto del cuerpo. Así, “… el psicoanalista no puede dar en el clavo más que si se mantiene a la altura de la interpretación que efectúa el inconsciente, ya estructurado como un lenguaje”.[10]

NOTAS

  1. Miller, J.-A., “La palabra que hiere”, Lacaniana n° 25, Grama, Bs. As., noviembre de 2018, pp. 23-26.
  2. Ibíd.,p. 26.
  3. Ibíd.
  4. Ibíd.
  5. Lacan, J., El Seminario, Libro 19, …o peor,Paidós, Bs. As., 2012, pp. 149-153.
  6. Ibíd.,p. 150.
  7. Ibíd.
  8. Ibíd.
  9. Ibíd.,p. 153.
  10. Laurent, E., “El relámpago y el síntoma”, Lacaniana n° 28, Grama, Bs. As., agosto 2020, p. 54.
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