Noviembre 2020 • Año XIV
#39
Impasses clínicos

¿Qué salidas?

Marisa Chamizo

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Ilustración: Ezequiel Sarudiansky
Instagram: @_zek3_

Krisis, en griego antiguo, remite tanto a un cambio caracterizado por el deterioro repentino y violento de una situación, como a la decisión a tomarexigida por ese cambio.

En chino, Wei-Ji es conocido en su traducción como: peligro y oportunidad o peligro y punto crucial. Es encontrarse ante una encrucijada y lo crucial de ese punto se juega en el camino que se elige, lo que decide la salida o no del peligro.

Una crisis irrumpe, aunque tiene siempre un tiempo de gestación silencioso. De ese tiempo no se tuvo noticias y por eso, el ingreso resulta repentino a una situación desconocida y riesgosa.

La crisis, en sus diferentes formas, es un término habitualmente usado en el ámbito clínico. No es un concepto propio del psicoanálisis, sin embargo, por la ruptura, la discontinuidad, la sorpresa, el desorden que una crisis desencadena, es un motivo suficiente para dirigirse a un analista, tanto para soportar ese momento de perplejidad como para poder desplegar la pregunta: “¿Cómo llegué hasta acá?” Algunas empujan para que un comienzo ocurra, otras se desencadenan después de un largo tramo del análisis recorrido.

Es un tiempo en el que el sujeto queda suspendido “… en un tiempo en el que ya no sabe dónde está…”[1] Y de ahí es necesario salir.

Hay crisis sociales, económicas y subjetivas. Las primeras no dejan de impactar de manera singular sobre las últimas, ponen a prueba al sujeto en cuanto a los recursos de los que dispone.

 

Una salida posible

Ella se encontró, repentinamente, inmersa en una profunda crisis con su pareja, crisis cuyas dimensiones nunca hubiera imaginado.

Su análisis le permitió ubicar que en la creencia, sostenida con orgullo, de “no ser como ellas” estaba la identificación a un rasgo de las mujeres de tres generaciones de su familia: humillar y descalificar a los hombres, “las otras” de manera desembozada, ella de manera disimulada.

Encontrarse con esto, que había estado presente y escondido en todas sus relaciones de pareja, produjo un giro que le permitió reencontrarse en otro lugar. No era posible responsabilizar al Otro de este goce secreto, goce que tuvo que caer para que el juego del amor fuera posible, para alcanzar ese difícil saber sobre el amor “que se juega como un juego” y acceder, así, a un “amor civilizado”.[2] Fue una salida vía la caída de una identificación desconocida con la satisfacción que encerraba.

 

Sin salida

El entrecruzamiento de crisis sociales y económicas con la irrupción abrupta de una contingencia traumática en la vida de un sujeto, impide, a veces, encontrar los recursos para lograr la salida.

Recurro a la literatura en este fragmento de un cuento de Lucia Berlin:

Que mi madre fuese como era en parte se debía a que se había criado entre algodones. Su madre y su padre pertenecían a las mejores familias de Texas. El abuelo era un dentista próspero, vivían en una casa preciosa con criados, una niñera para mamá […]. Y de pronto, ¡zas!, la atropelló un cartero de Western Union y pasó casi un año en el hospital. Ese año todo fue de mal en peor. La Gran Depresión, al abuelo le dio por el juego y por la bebida. Cuando mi madre salió del hospital, encontró su mundo completamente cambiado… Todo era lúgubre.[3]

El juego y la bebida, como respuestas a esa catástrofe personal y social, son un hundimiento y no una salida. Un hundimiento en la identificación con el desecho. La salida requiere del invento con los recursos que se tienen y que no se tienen y con el inequívoco deseo de salir.

 

Una salida de la sin salida

No podemos dejar de encontrar en este relato y en tantos otros de Lucia Berlin ‒relatos de caídas, recaídas y miserias‒, el valor de salida que tuvo para ella la escritura sobre las innumerables crisis de su vida, en particular, en lo que fue su cruenta batalla contra el alcohol. Nunca explícitamente autobiográficos, sus personajes están presentados, a menudo, con un grado de humor que marca ya la separación que se ha operado entre lo referido y el que puede escribirla.

En un texto de J.-A. Miller,[4] una referencia a la sesión de análisis me lleva a encontrar lo que puede haber de común entre una sesión y la escritura, posiblemente en particular, cuando se trata de la autoficción, como es en este caso.

En la sesión analítica, es preciso abstraerse del “ritmo de la existencia”, es decir, hacer un corte con lo cotidiano para poder hablar de lo que en la existencia misma asfixia.

En su escritura, Lucia Berlin emerge de la miseria construyendo una ficción, hace un corte con la vida misma para poder construirse otra.

NOTAS

  1. Lacan, J., El Seminario, Libro 4, La relación de objeto, Paidós, Bs. As., 1994, p. 228.
  2. Lacan, J., clase del 12 de marzo de 1974, Seminario 21, “Los no incautos yerran”, inédito.
  3. Berlin, L., “Panteón de Dolores”, Manual para mujeres de la limpieza, Alfaguara, Bs. As., 2019, p. 273.
  4. Miller, J.-A., “Psicoanálisis y sociedad”, Freudiana nº 43-44, marzo-octubre 2005, p. 8.
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