Mayo 2020 • Año XIV
#38
Puntuaciones

Una experiencia rara

Eduardo Suárez

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El acordeón de Ferguson, el modelo que Eric Laurent nos describe en su artículo "Del Otro que no existe y sus comités científicos",[1] es tan claro para graficar la lucha contra la pandemia como fuente inagotable de metáforas. El acordeón, a fin de cuentas, es la versión realizada del órgano protagonista excluyente de la afección del cuerpo, ese que deviene único cuando la causa de las causas presenta las vestiduras de la muerte. Ese que vuelve, como si fuera invocado por los inefables médicos de Molière ‒¡es el pulmón! ¡es el pulmón!‒. En pleno siglo XXI, quién lo diría.

"Es a partir de la ausencia del Otro que garantizaría la realidad de la ciencia que surge un otro real para el sujeto que vive en el lenguaje. Es el de la angustia, la esperanza, el amor, el odio, la locura y la debilidad mental".[2]

El otro acontecimiento, esta vez llamado propiamente, de cuerpo, es la afección que designamos con el nombre de angustia. Hoy ella se transmite por las vías más conocidas, pero también por extrañas e inéditas resonancias planetarias que hacen al prójimo lejano, presente. Y tal como dice Eric Laurent, al mismo tiempo, y mucho antes de una pretendida subjetivación plena de los fenómenos vividos, representa la falla de la garantía que la religión de la ciencia y el gobierno de los expertos aportaban hasta ahora.

Bajo la pandemia de la angustia se evaporan las figuras del Otro y poco a poco, ha ido quedando como seguro el más primitivo enclaustramiento, ahora declarado obligatorio y preventivo, que, como lo ha señalado Lacan, es uno de los recursos más primarios que tiene el ser hablante para defenderse de la emergencia de la Otra cosa.[3]

Desde el encierro vemos en las pantallas replicarse indefinidamente los ciclos. Italia, Francia, España, la gran Europa tembló y tiembla. El férreo imperio del norte se estrella de la manera más torpe siguiendo a los tumbos a su líder, cada vez más torpe. La alegría brasilera da paso a la más seria oposición, por parte de sus estados más representativos, a la liviandad psicótica de su gobernante, tambaleante en su lugar. Y el colmo de los colmos, la Inglaterra Real se arrodilla y abdica de su darwinismo más duro y las bravatas neochurchilleanas de su ya muy despeinado comandante, quien luego de luchar por su vida se resigna a las vergonzantes y estandarizadas recomendaciones de la OMS.

El mundo, en efecto, muestra obscenamente su carácter de semblante. Occidente más occidentado[4] que nunca.

Cómo no justificar entonces su presencia, la de ella, la de la angustia. De ningún modo es adaptativa, eso lo sabemos desde Freud, pero también aprendimos con Lacan que puede ayudar a tejer los lazos más impensables. Eso pasa. Veremos si quedan marcas.

La Escuela reconoce e instituye como tal al acontecimiento. Y el analista desea operar en un tiempo que se quiere lógico.

Neil Ferguson, el gurú epidemiológico más preciado del Imperial College, asesor de Boris Johnson y Donald Trump, el dueño del acordeón, hace pocos días al enterarse del hecho de que tiene un cuerpo ‒su test de coronavirus resultó positivo‒, escribió en Twitter: "Es una experiencia rara estar infectado por el virus que uno está modelando".

Algo extraño también pasa en los análisis estos días, pero el analista tiene que hacer con eso, inmunizado ante su señal más inequívoca.

NOTAS

  1. Laurent, E., "Del Otro que no existe y sus comités científicos", publicado en este número.
  2. Ibíd.
  3. Cf. Lacan, J., El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, Paidós, Buenos Aires, 1998, p. 182.
  4. Cf. Lacan, J., El Seminario, Libro 18, De un discurso que no fuera del semblante, Paidós, Buenos Aires, 2009, p. 105.
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