Enero 2016 • Año X
#31
Debates / Bordes y perspectivas

El síntoma escolar acota la violencia

Graciela Giraldi

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Saca puntas

La violencia en el campo de la educación se manifiesta por el quiebre de los lazos escolares mediante los actos agresivos del alumno con su maestro, de los alumnos entre sí, o de la familia del estudiante con la escuela.

Observamos que los hechos de violencia en nuestro mundo globalizado expresan que lo que no se soporta son los distintos estilos de vida o formas de gozar de los demás.

En esa perspectiva, las acciones violentas van contra lo hetero, porque segregan lo diferente del mí mismo que aparece en los otros.

Para el psicoanálisis, las acciones agresivas corrompen los lazos discursivos y los modos de convivencia establecidos por las instituciones.

Como hechos violentos ubicamos al chico que disparó con un arma blanca contra sus compañeros en Carmen de Patagones, los juicios de alumnos a sus docentes, los suicidios de los estudiantes, los robos y destrozos en las escuelas, y los fenómenos llamados de bullying del acoso escolar, donde un grupo se identifica con el agresor y participa humillando a la víctima que recibe los golpes.

En el ámbito de la violencia, la palabra no funciona dialécticamente en un discurso.

Los sujetos violentos no llegan a regular lo insoportable que les resulta una situación traduciéndola en palabras, y ejecutan actos agresivos contra los otros.

La declinación de la autoridad del padre de la familia tradicional incidió en la devaluación de la figura del maestro que hoy día ya no representa la autoridad ni el saber para sus alumnos, lo que va en detrimento del amor al saber supuesto en el maestro que motoriza el aprendizaje del alumno.

Por otro lado, podemos leer que si las civilizaciones anteriores se apoyaban en el deber y la culpa, la civilización actual se rige por un superyó opuesto al de la prohibición, en la medida que ordena gozar más y más.

Y si no se logra ser feliz ante tantas ventajas que nos ofrecen la ciencia y la técnica con sus ofertas de objetos listos para consumir, uno termina sintiéndose algo estúpido.

Nuestra civilización se rige por los objetos plus de goce que nos comandan la vida. La ley del mercado impone el principio del "todo lo que necesitas se puede comprar, consumir y descartarse al instante, también el saber", lo que va en contra de la experiencia del aprendizaje que no existe sin un maestro de carne y hueso, mordido por el deseo de enseñar.

Por fortuna, los docentes ya están alertados de que no se puede esperar que la solución la dé el sistema educativo Ideal porque no existe el Otro consistente del saber, y la Verdad con mayúscula y eterna sólo es un sueño de la Religión, pues las verdades varían, y cada cual tiene las suyas.

Los maestros sí saben por su experiencia docente que sus alumnos tienen derecho a recibir enseñanzas vitales, acordes con sus intereses especiales.

De allí que hoy día necesitamos más que antes de maestros decididos en su deseo de enseñar, porque ellos con su tarea civilizatoria abren los caminos que contrarían la violencia generalizada de nuestra época.

Para concluir, podemos situar la violencia escolar en sus dos caras opuestas:

1-La violencia simbólica que ejerce el maestro en su tarea civilizadora diaria en el aula, donde su palabra es el bisturí que marca los cuerpos provocando el síntoma del estudiante: el de querer aprender.

Freud, fundador del psicoanálisis, decía que el maestro con su tarea civilizadora contribuye a poner los diques que canalizan la corriente pulsional del cuerpo de sus alumnos.

Querer aprender, estudiar, tragarse los libros, son los síntomas escolares que alimenta el maestro con su acto educativo.

2-El reverso de la violencia simbólica que ejerce la palabra es cuando la violencia es actuada y desarticulada de un discurso, del lado de los alumnos, la familia y la escuela, pero también cuando el mercado de la salud mental clasifica y etiqueta a los alumnos que presentan dificultades en su aprendizaje con los rótulos de fracasado escolar, TOC, ADHD, borderline, etc.

Es decir que, la violencia simbólica de la tarea civilizatoria que ejerce el maestro haciendo lugar a la experiencia del aprendizaje es lo opuesto a la acción agresiva de segregar las subjetividades, examinando a los alumnos como si fueran cobayos para adiestrar y domesticar según un patrón de conducta, a favor del costo-beneficio del mercado globalizado.

Para el psicoanálisis, no hay subjetividad sin síntomas, y bajo esa perspectiva los malestares escolares se expresan a través de inhibiciones y conductas anoréxicas o bulímicas con el saber escolar, la abulia en el aprendizaje, las adicciones y acciones agresivas con los otros.

Ese es el aspecto del síntoma que hace signo de que alguien que sufre. Es el momento en el cual el maestro puede indicar la consulta con un psicoanalista.

Pero también, cuando los psicoanalistas somos convocados por los docentes a desentrañar una situación de violencia institucional, tenemos el deber de poner en forma al síntoma escolar, pues su función es acotar la violencia.

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