Marzo 2018 • Año XVII
#34
Malestar en la civilización

¿Razonar o resonar?

Darío Galante

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Eduardo Stupía
Landscape
2015 - Técnica mixta sobre tela
150 x 150 cm

El siglo XXI plantea un modo de comunicación que tiende a un refuerzo de la imagen y el sonido por sobre la palabra. Esa prevalencia en el modo de hacer lazo social propicia que los sujetos se encuentren sobre todo por cómo se orientan por su práctica de goce y no tanto por sus ideales. "Los grupos de" se identifican entre sí y reivindican fundamentalmente su derecho al goce. Es decir que, a diferencia del siglo pasado ‒en el que el gozar como bien en sí estaba depositado en el futuro, en otra vida, para los hijos, para el crecimiento de la patria, etcétera‒, en este siglo se reivindica el derecho al goce en el presente. Los objetos de la tecnología vienen justo a ese lugar, al lugar del goce presente.

 

Nuevas religiones

Hay una relación muy sensible entre el estatuto del objeto técnico y las adicciones en general, debido a que el capitalismo no puede detenerse en su producción de objetos, y, para poder ubicar esos objetos, necesita consumidores. Se promueve, entonces, que el consumidor quiera lo que previamente se le inyectó como idea de lo que quiere, estableciéndose así un proceso continuo de transformación del deseo en demanda. Es decir que la dimensión sujeto hace obstáculo a la figura del consumidor y, en el intento de forcluir el efecto sujeto, se propician nuevas formas de religiosidad, fundamentalmente la de las marcas.

Las religiones tradicionales ceden a discursos menos convencionales, aunque no menos religiosos. Es notable lo que sucede con las campañas de fidelización de los clientes. En el campo de la conectividad, por ejemplo, cada vez es menos frecuente que un individuo se pase de un dispositivo Android a Mac, o viceversa. Es decir que, más allá de las elecciones racionales, están los "amores incondicionales" a las marcas. Posiblemente el Iphone debe tener actualmente más "fieles" que muchas iglesias.

Así como se usan los dispositivos para la distracción, hay que ubicar también el punto de "conexión" con el objeto, y eso es lo que hace síntoma en los sujetos. Por supuesto, no nos encontramos tanto en nuestra práctica al hombre traumatizado: no son los síntomas freudianos, ni los lacanianos, sino los hipermodernos.

Hay que analizar, por ejemplo, la angustia que le puede generar a un adolescente que le pongan pocos "me gusta" en el Facebook, o, peor aún, muchos "no me gusta", o que tenga pocos seguidores en Twitter.

Los acting out virtuales se producen por un deseo de reconocimiento. Los sujetos se muestran ‒a veces se desnudan, o incluso hacen obscenidades‒ en un intento desesperado de ser reconocidos por el Otro.

Si bien en las adicciones a los objetos virtuales prevalece el aislamiento como modo de tomar distancia de la angustia que puede generar la presencia del Otro, también es cierto que está preservada la dimensión fálica, la rivalidad y el deseo de reconocimiento.

 

Resonancias de las fiestas electrónicas

Un ejemplo muy significativo de lo que implican los cambios en los modos de comunicación lo podemos obtener analizando lo que sucede en las fiestas electrónicas. Ahí, la escena está desplazada a lo que pueden captar los smartphones y subirse a la red; mientras continúa la música a través del ritmo en el cuerpo. Los asistentes no están preocupados por conversar, por razonar, sino fundamentalmente por resonar.

La música a alto volumen anula el poder de razonamiento; digamos que lo que se razona es desplazado hacia lo que resuena.

Sin embargo, eso no quiere decir que no haya código en el lenguaje. Es un lenguaje en el que lo que resuena en el cuerpo está por encima de lo que se razona. Quien no entiende el mensaje dice que eso no es música, sino ruido; sin embargo, los fans de ese estilo musical dicen entender el mensaje. Sin lugar a duda, hay menos palabra; sin embargo, a través del sonido se transmite un afecto. Algo similar sucede, por ejemplo, con el jazz: quien no entiende la estructura de melodía e improvisación no logra escuchar la música. Lo mismo podríamos decir de cualquier disciplina artística.

El uso de drogas de diseño viene al lugar de la hiperconexión. Se promocionan en la red drogas sintéticas que suelen circular en este tipo de eventos, con las que se busca especialmente la continuidad del ritmo, en un intento, por momentos desenfrenado, de anular los intervalos.

El gran problema, entonces, del cortocircuito con el Otro es la sociedad de la adicción con la pulsión de muerte. Ese es el verdadero riesgo. Porque cualquier actividad humana puede tornarse adictiva. Y el ser humano tiene la "virtud" de transformar algo que puede ser bueno para su salud en lo peor. Es decir, hacer actividad física es importante, pero hay gente que muere deshidratada tratando de superarse; lo mismo pasa con el cuidado del cuerpo, las dietas y, por supuesto, el tema que nos convoca en estas jornadas anuales: es tan importante comunicarse como producir intervalos, y ahí es cuando cobra mayor relevancia la sesión analítica, cuando produce un intervalo en la vorágine de la hiperconexión.

NOTAS
* Trabajo presentado en XXV Jornadas Anuales de la EOL, "Hiperconectados. Los psicoanalistas frente a los lazos virtuales", Buenos Aires, 29 y 30 de octubre de 2016.

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