Octubre 2001 • Año I
#3
Destacados

Hijos de la ciencia: informan a un niño

Alicia Vilchansky

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Guillermo Kuitca
Untitled, 1998
Óleo sobre lienzo
78 1/2 x 78 1/2 pulgadas

La reproducción asistida, planteada como una forma de suturar la falta en el sujeto, abre a través de la pregunta sobre la paternidad "verdadera" a las respuestas que cada uno encontrará desde su posición fantasmática. La tesis planteada en este trabajo sostiene que la contingencia de la vida no obedece al programa genético sino al enigma del inconsciente.

Un matrimonio consulta porque desea saber cómo informar a sus hijos sobre la verdad de su concepción: reproducción asistida por inseminación artificial con el espermatozoide de un donante anónimo (el padre es estéril). Esta consulta me permitirá interrogar el deseo del analista y ubicar la posición del psicoanálisis en los debates científicos. En el intento de universalización el discurso de la ciencia ocasiona un malestar que intentaré dilucidar. "Hijos de la ciencia" será la oportunidad de encontrar la buena respuesta a la pregunta ¿qué es un padre?, que está en el centro de la experiencia analítica.

Para el padre constituye un síntoma decir la verdad de la información sobre la concepción, y en la primera entrevista quiere saber cómo informar a sus hijos. A mi pregunta de cuál es esa verdad responde que él no es el padre. Le subrayo la respuesta, y aclara que no es el padre biológico, ya que es estéril, según confirmó después de infinidad de tratamientos. Quería tener hijos y la sola idea de no poder "lo mataba". "Quería tener hijos como todos", dice.

La mujer, que sabe de la esterilidad de su marido desde el inicio de la relación, acepta tener hijos pero no quiere renunciar a gestarlos biológicamente. El matrimonio acuerda entonces en la reproducción asistida.

El psicoanálisis se distingue de la ciencia por considerar que la verdad es causa y responde con el uno por uno al para todos del discurso científico. El deseo del analista no preserva el espacio subjetivo en contra de la ciencia sino a partir de ella y sus efectos.

Se hace evidente que la premura de la ciencia por satisfacer la demanda que su propia oferta condiciona no toma en cuenta que estas demandas son ante todo una cuestión de palabras, de resonancias en el cruce de los deseos. La ciencia desconoce el hecho de que no hay por un lado cuerpo real y por otro palabra, sino que cuerpo, palabra y goce están anudados entre sí en todo acto de lenguaje. La relación de lo simbólico con lo real se plantea sin mediación de lo imaginario, para lo cual excluye al sujeto de la palabra, que sin embargo en algún caso se revela, como muestra el material clínico.

De modo que el matrimonio acuerda. La genética no sabe nada de este cuerpo del que emerge el sujeto de la palabra; sólo sabe de la reproducción que genera un organismo biológicamente vivo. Hay acuerdo, hay dos que hablan pero no la misma lengua. No hay diálogo entre los sexos en el terreno del goce sexual. Hay dos que no se entienden. No hay cooperación entre los goces. Es sólo la mediación de lo imaginario, que vela dos mediodecires, dos enunciaciones que hacen a la singularidad irreductible de cada uno de ellos. Hay el amor que hace eso soportable. Pero no es el amor lo que causa la producción de un cuerpo nuevo de hablante, la causa de la descendencia es lo que el amor ignora. Se conjuran para ello con un malentendido realizado que el cuerpo transportará con la llamada reproducción. Para la ciencia no hay sujeto en el origen de la vida, sólo hay un saber del programa inscripto en los cromosomas.

Se constata así, claramente, que las aspiraciones-ilusiones del sujeto creadas por la ciencia nunca son "logradas" a pesar de las promesas de remediar la falta. Hay una decepción programada por la estructura, que el discurso de la ciencia radicaliza. ¿Cuál es entonces la verdad sobre la concepción que el padre quiere dar a sus hijos? Un saber reprimido que retorna en sus decires ("Yo no soy el padre de verdad") presenta su dimensión fantasmática, su posición subjetiva.

No se trata de "querer tener hijos como todos"; esto plantea la existencia del sujeto a través de la demanda y hace el impasse de su castración. En efecto, el lema de nuestra cultura es obtener lo que falta, lo que no se tiene como todos, y esto no es sin consecuencias.

La reproducción no es atribuida a un padre por el sesgo del reconocimiento de un padre real, sino más bien por el de un significante. No hay padre que no sea adoptivo, no hay madre que no haga existir a un padre como tal.

La adopción es el paradigma que utiliza Lacan para mostrar que la familia humana es esencialmente un producto de la cultura. Los casos de adopción sustituyen en todo a lo natural y confirman el carácter de artificio, la característica simbólica de la paternidad. La metáfora paterna es como la encarnación de la sustitución de la naturaleza por la cultura. Esa metáfora, esa sustitución, la realiza la lengua misma, pues en el hecho de hablar la metáfora paterna encarna la sustitución del significante por la necesidad.

Será necesario que el padre no sea solamente nombre del padre, sino que represente en todo su valor simbólico cristalizado esa función. El padre es siempre discordante en relación con su función. El padre es una metáfora, numerosas figuras pueden venir a su lugar y suplir su ausencia real. Estas figuras adquieren cierta consistencia en la realidad porque se instalan a una distancia necesaria entre el padre real, siempre carente, y el padre simbólico.

El gran potencial parental como destino irremediable del sujeto no es más que una producción fantasmática que puede ser movilizada. Es el sujeto quien hace el destino de su parentesco adoptivo por excelencia.

En tanto que apunta a la particularidad del fantasma, a la singularidad de su nombre de goce, el psicoanálisis incide al objetar el discurso de la ciencia. Las variantes de las intervenciones en el campo de la genética producen la anulación del sujeto. "Quiero un hijo", "igual quiero ser padre", evacuan la problemática de la castración y el deseo ubicando a este hijo como un bien que se puede gozar. Acá hay una diferencia entre esta transmisión que determina a un sujeto y la transmisión de la vida de un organismo.

El querer de este padre se presenta bajo la forma de una necesidad absoluta, inefable, no dialectizable. En su aspecto imperativo este querer mata el deseo, plantea de entrada la existencia de un sujeto a partir de su demanda. La decepción, el encuentro con lo reprimido, introduce la vacilación fantasmática, y surge la sintomatización de la angustia. La solución que la ciencia le ha brindado no impide esta vacilación respecto de su tendencia subjetiva. Si la noticia de la infertilidad lo mataba, la verdad que retorna es que este acuerdo entre ambos tiene relación fantasmática y lo reprimido retorna más allá de los hijos.

De la implementación biomédica se desprenden una profusión de discursos muy parecidos a la elaboración de las teorías sexuales infantiles, que además dan nuevo curso a las turbaciones por el origen en la escena madre biológica-padre-medicina. No hay teoría sexual infantil ni idea inconsciente de la concepción que no podamos ver realizada en los argumentos de procreación artificial; tales contiendas y escenas se van representando en los debates públicos.

Lo radical de esta tesis es sostener que todo ser humano tiene padre y madre, y que lo que cuenta para el niño no está en las personas de sus padres sino en lo que para ellos mismos es inconsciente, la marca que inscribe la castración, su falta como deseo y la ley que se trasmite en ese deseo vía el nombre situando al padre para este niño.

¿Qué nos plantea "Hijos de la ciencia"? Los hijos del discurso de la ciencia también tienen padre y madre. Sea cual fuere el sexo biológico, su significación debe ser simbolizada, y también el parentesco biológico, aun cuando éste pase por la ciencia. Hablar de parentalización subraya que hay una elección de padres así como hay elección de sexo. Lo que cuenta es la incidencia que estas formas de filiación tendrán en la novela familiar, la novela de padres y niños (cómo el sujeto fue separado de su objeto primordial, cómo le afectó la pérdida, qué significación tuvo para él en su construcción fantasmática su posición subjetiva y qué goce ha sido recuperado). Todos los hijos son adoptados por un deseo que los hizo vivir, y por eso son hijos del hombre, no de la ciencia.

El niño se humaniza en la medida en que tiene lugar la separación entre el sujeto del deseo y el organismo vivo. Esta separación hace que no se confundan las funciones de los genitores con los padres biológicos. La contingencia de la vida no obedece al programa genético sino al enigma del inconsciente. Él construirá la manera en que se va a separar de ese goce, de ese objeto primordial, la novela familiar, que por otro lado articula una versión del padre y aporta una versión de la madre, particularmente de la madre sexuada.

Así, un sujeto es particularizado por la marca de lo que ha sido como objeto de los cuidados de una madre, sea o no su genitora; lo que lo va a singularizar es un nombre, el nombre del padre, que hace salir ese deseo del anonimato sea o no su genitor. Un padre se reduce a ser un lugar vacío designado por un nombre y una madre es el lugar ocupado por un deseo que deja su marca en el niño.

En tanto que apunta a la particularidad del fantasma, a la singularidad de su nombre de goce, el psicoanálisis incide al objetar el discurso de la ciencia. En otras palabras, al para todos de la ciencia responde con el uno por uno. En el lugar de la verdad de la concepción está la transmisión, el saber; es toda articulación con el S2 existente, todo lo que se puede saber, lo cual es muy diferente de saber toda la verdad sobre la procreación. Esta forma de saber –que excluye la dinámica de la verdad– reprime lo que habita en el saber mítico, el saber disyunto, como lo encontramos en el inconsciente, cuyo discurso se impone a la ciencia.

Cada uno encontrará la manera de responder a estos interrogantes. Lo radical de esta tesis es sostener que la contingencia de la vida no obedece al programa genético sino al enigma del inconsciente. El niño que nace es efecto de un malentendido irreductible.

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