Diciembre 2001 • Año I
#4
Dossier

La constitución de una comunidad de trabajo llamada Escuela

Marina Recalde

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Julieta Espósito
Sin Título. 2005.
Tinta sobre madera.
22 x 27 cm.

Pocos años antes de la fundación de la EOL, Marina Recalde era estudiante de Psicología y ya participaba de las actividades del Campo freudiano en Argentina. Le hemos pedido sus impresiones de estos diez años de vida de la Escuela, y de su lazo con esta comunidad –término que ella retoma varias veces– donde ha participado de modos variados desde sus comienzos.

B. Udenio: Decime una frase que recuerdes de la época previa a la fundación de la Escuela, sobre la cual volverías a poner énfasis, hoy.

M. Recalde: Recuerdo una. En marzo de 1991, en la revista El Pasador Nº 4, Luis Erneta decía, a propósito de la futura fundación de la Escuela en la Argentina, que el Campo freudiano debía "construir una comunidad de trabajo con la mira puesta en alcanzar lo que se llama una comunidad de experiencia".

Hoy, diez años después, me pregunto qué fue de ese deseo inicial...

B. Udenio: Subrayás la importancia de hacer existir una comunidad (de trabajo, de experiencia). Eso implica el trabajo con otros. ¿En qué punto estabas en tu relación al psicoanálisis y a las instituciones psicoanalíticas en el momento de la fundación?

M. Recalde: Mi práctica e inserción en el psicoanálisis son casi contemporáneas con el momento fundacional de la EOL. Para ese entonces, podía percibir que se trataba de un momento histórico que implicaba una colectivización inédita que, como situaba Ricardo Nepomiachi, "a pesar de las referencias comunes no se había producido".

Yo provenía de un grupo –Seminario de Psicoanálisis–, cuyos directores eran Oscar Zack y Jorge García, grupo del que también formaban parte varios analistas que luego formaron parde de la EOL: Guillermo Cavallero, Alejandro Daumas, Sandra Petracci, Esteban Pikiewicz, Patricia Sawicke…

En ese momento de debate del Movimiento hacia la Escuela, lo que era claro era que no estábamos en la Escuela como analistas sino como "trabajadores decididos", sujetos divididos girando en derredor de una pregunta cuya respuesta "no se sabía": ¿qué es un analista?".

Diez años después, entiendo que nos sigue nucleando la misma pregunta, pero ya con el pase instalado en su funcionamiento efectivo y no como un procedimiento en perspectiva.

B. Udenio: Dejás traslucir cierta sorpresa vivida en aquellos momentos respecto del "no se sabe qué es un analista". ¿Hay algo de eso?

M. Recalde: Sí, recuerdo que en ese momento yo no tenía idea de por qué los referentes teóricos y clínicos provenientes de los distintos grupos del Campo freudiano y que luego conformarían el Comité de Gestión del Movimiento hacia la Escuela, sostenían que no se sabía lo que era un analista, siendo que eran ellos los que analizaban gente (como tiempo después, y a propósito de la práctica, afirmó Javier Aramburu). Eso me intrigaba y me llevó bastante tiempo entender el alcance de la cuestión.

Mi vida (la personal y la "analítica") cobró una agitación inesperada...

B. Udenio: Hablemos de eso...

M. Recalde: Diría que de la "tranquilidad" del trabajo en grupo, con colegas conocidos, en un trabajo intenso pero íntimo, pasé a formar parte de Carteles, GEM, Comisiones, y a escuchar significantes como "los pros y los contras", "la hora de decidir", "la Hora Cero", "el pase que hace falta", estatutos, IRMA, la CIPA, la pregunta de Madrid...

Más allá de los vaivenes, deseos y agotamientos personales, que también podía percibir en otros, estaba Jacques-Alain Miller, cuyo deseo de "promover el desarrollo del psicoanálisis en la Argentina y la cualidad de la formación psicoanalítica", tal como él mismo afirmaba, era evidente. Y allí también estaban presentes, con su deseo vivo, la gran mayoría de los analistas a los que yo sólo conocía por haberlos leido o por haber asistido a alguna conferencia y con muchos de los cuales hoy comparto espacios de trabajo. Y allí estaban, digo, reunidos, debatiendo, opinando, a veces peleando, pero siempre tratando de soportar esa hiancia que implica lo que no se sabe. Quizás hoy pueda decir que lo que orientó mi elección de pertenecer a esta Escuela, fue precisamente poder advertir que la orientación lacaniana implica un modo particular de ligarse con la causa analítica, esto es, sostener lo que no se sabe.

B. Udenio: Es decir, que el enigma producido por esa sorpresa continuó trabajándote desde entonces...

M. Recalde: Sabemos que la Escuela es un Otro tachado, y en tanto tal creo que después de una década de existencia (me refiero a la EOL), podemos decir que hubo y hay un trabajo, singular y conjunto; trabajo que es el que hace Escuela. Hubo, hay y habrá "injusticias", nuestros propios pecados, pero también hubo y hay aciertos. Se trata de sostener una política del síntoma que (como decía a propósito de El Banquete... Mónica Torres, en una de las últimas moches dedicadas este año a la orientación lacaniana) "respete el privilegio de goce que está del lado del uno por uno" y "que obstaculice la homogeneidad del saber". Si cada uno se liga con su síntoma a la Escuela (siendo el pase, como afirmaba hace poco Graciela Brodsky, uno de los modos –agrego entonces: no el único–, de tratar al síntoma entre analistas), apoyarse en la transferencia de trabajo es lo que posibilita el avance, las conversaciones, los debates, en fin, la manera de hacer lazo en nuestra comunidad de trabajo. Eso, una comunidad de trabajo que nos permite a todos y cada uno de nosotros, seguir trabajando para que el psicoanálisis perdure.

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