Diciembre 2001 • Año I
#4
Dossier

La EOL y sus vicisitudes

Luis Erneta

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Julieta Espósito
Sin título. 2005.
Fibra y acrílico sobre madera.
20 x 23 cm.

Bastan pocas líneas para que Luis Erneta recuerde, con una descripción precisa, los impasses –y la salida de los mismos–, que hicieron posibles la fundación de la EOL: la decisión de reconocer el color del disco que cada cual porta en su espalda, no va sin la consecuencia de cierta perplejidad al sostener el acto. Tal vez por eso nos diga que el festín y el ruido no convienen al modo de júbilo no exento de extrañeza que acompañó ese acto...

En septiembre de 1991, en ocasión del homenaje a los diez años de la muerte de Jacques Lacan, algunos de los que fundaríamos la EOL, habiendo concurrido a ese homenaje, tuvimos una reunión en la Escuela de la Causa Freudiana con Jacques-Alain Miller y algunos otros miembros de esa Escuela, pocos, para debatir las condiciones de posibilidad de fundar una escuela en la Argentina. Todo ese año se habían hecho reuniones de trabajo preparatorias para esa misión; así lo tomábamos, como una misión imposible, por así decir. Terminamos la reunión con un sentimiento que era sobre todo de impotencia, recogido, por otra parte, en los comentarios de quienes habían colaborado generosamente con nuestro empeño. En mi recuerdo, expuesto sin duda a la infidelidad de todo recuerdo, había interpretado el comentario de Jacques-Alain Miller de este modo: "Señoras y señores, cuando tengan algo más consistente para ofrecer, volveremos a conversar. Por ahora, parece que las condiciones no están dadas".

El 5 de octubre de ese año –en mi recuerdo de escolar, en esa fecha se celebraba el Día del Camino– el Comité, llamado de los 25, comenzó un trabajo para encarar seriamente la fundación de una Escuela. La presencia de Jacques-Alain Miller en Buenos Aires, que sin duda leyó en nuestras propuestas algo diferente a las de septiembre, precipitó una salida del impasse anterior; muchos habíamos reconocido o admitido el color de nuestro disco y nos precipitamos a abrir la puerta de la Escuela de la Orientación Lacaniana, cerrando para siempre aquella por la que habíamos salido. El 3 de enero de 1992, el teatro Cervantes dio ocasión al festejo de nuestro acto. Actores decididos de una aventura en la que todavía estamos. Al mismo tiempo se precipitó la AMP y se inició la serie de las Escuelas, siempre abierta. El pase, tres años después, saldaba una deuda con nuestra vocación lacaniana, siempre abierta también.

Algunos quedaron en el camino, al principio nomás; otros unos años después. Consecuencia inevitable de la orientación de la AMP, los ecos de los que decidieron tomar otro camino resuenan aún. No encuentro en ello una ocasión de festejo; particularmente, soy un poco reacio al festín. Prefiero celebrar estos diez años prescindiendo de ese ruido que en el decir de Lacan no conviene al psicoanalista. No olvido, sin embargo, el júbilo de esa noche, tejido con cierta extrañeza, y sumidos como estábamos en las perplejidades todavía frescas de nuestro acto, cuyas consecuencias se han ido precipitando sin cesar.

Luego de diez años, se verifica como un acto necesario, puesto que no cesa de escribirse.

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