Marzo 2004 • Año III
#9
La sesión corta

La sesión vista desde otra perspectiva

Serge Cottet

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José Antonio Berni
Taller de Alejandro Marcos
Paris, 1985

La controversia sobre las sesiones breves no data de ayer, incluso si ella recurre a algunos argumentos que parecen ser tomados de la orientación lacaniana. Los partidarios de la sesión larga se apoyan en una cultura del inconsciente que se descubre a través de sus formaciones: sueños, ensoñaciones, asociaciones, y que contraría la estructura de interrupción que impone su discurso. Ella convoca al inconsciente a hablar, a hablar más, a hablar siempre. Habitualmente no tan conversador se lo fuerza a la elasticidad, se lo encuadra en una elongación. De esta topología se deduce una larga duración porque hay que darle tiempo al inconsciente el cual, según la doctrina, raramente lo tiene, está a contratiempo, es imprevisto, caprichoso, disruptivo. Se supone que el tiempo está a favor de la palabra plena, del cántico.

A la inversa, la sesión breve procede de una cultura de lo instantáneo, de la sorpresa, de la interrupción, de lo imposible de decir, y se articula a la palabra vacía y a la estructura del lenguaje del inconsciente, como obturado por este objeto bastante poco católico: el objeto a en la doctrina. De aquí se deducen dos argumentos opuestos a la práctica lacaniana de parte de los colegas de la IPA, que cultivan el inconsciente en su versión intersubjetiva. Primero: se objeta el obrar del psicoanalista que no da tiempo al inconsciente para metamorfosearse con relación a la transferencia, en contra-transferencia, ni el tiempo de elaborar su resistencia, y mucho menos de interpretar la transferencia. Es el acting-out o el pasaje al acto del analista. Segundo: una objeción menos clásica y, en sentido lacaniano: la palabra hace pacto simbólico. Las leyes de la palabra no permiten admitir una variación de la sesión librada a la arbitrariedad de uno solo. Este tiempo simbólico hace que toda intervención intempestiva sea un obstáculo, remita al discurso del amo.

El ideal democrático de la libertad de palabra precede a las consideraciones menos democráticas de la libertad de desear. La sesión larga rechaza un manejo del tiempo considerado, por el contrario, en nuestra orientación, como real, un real menos dócil a las leyes del lenguaje, subrayando la instantaneidad, lo imprevisible, el encuentro. Se capta el origen de la discordia: para nosotros, lo real del inconsciente es su interrupción (como se dice, el deseo es su interpretación). Para ellos, el artificio de la sesión pone en función un campo de ilusiones intermedio entre real y pensamiento, entre objeto real y objeto pensado, una "homomorfía", como dicen los epistemólogos de la SPP.

Los argumentos opuestos a la sesión breve toman la idea de Freud de que el actuar está excluido de la cura analítica. Es la regla de hablar en lugar de actuar. Pero los adversarios de la sesión breve toman también de Lacan la tesis de una supremacía de lo simbólico, que justifica que el diván sea moderado y se opone a la desarmonía del inconsciente. En estas condiciones, el corte en acto o, como ellos dicen, "la escansión actuada" representa una suerte de transgresión a los principios mismos de la ortodoxia lacaniana. Aquí está en juego toda una concepción del acto que enmascara una falsa vergüenza de la acción, que caracteriza en general a la práctica psicoanalítica.

Es para subrayar mejor la dimensión fallida del acto, o la esterilidad de su repetición, que la sesión breve toma su consistencia, lejos de todo ideal de logro o de armonía. La interrupción del discurso contraría sin duda los presupuestos humanistas, y la práctica de cuarenta y cinco minutos es ciertamente menos inhumana. La misma envuelve al sujeto de la benevolencia supuesta del Otro partenaire; ciertamente, no es tan frecuente en la vida que sea así para que se lo acepte. Sin embargo, los ideales de completud, de comunicación, de mutualismo, reivindicados por los mismos autores, sacrifican al espíritu del tiempo sin definir lo que tiene de específico el acto analítico. La sesión breve, en efecto, va a contra pelo de la ideología contemporánea de la escucha (como si todo discurso mereciera ser escuchado). Esta frustración referida al objeto lenguaje, decepciona toda voluntad de comunicación. Ella anula el factor de satisfacción (del plus de gozar) incluido en la palabra.

Sin embargo, el acto analítico no es un actuar sin palabras, sino que es un decir referido a la enunciación. Si el acto es un decir, se sale del falso dilema de la palabra concebida como mediación entre pensamiento y acción, como lo define un autor de la IPA. El acto analítico tiene menos del agierun freudiano que de la dialéctica taoísta que hace norma del actuar el no actuar. Esta referencia, conocida por nuestros autores, no los conduce sin embargo a volver a evaluar el rol de la interrupción del discurso.

No obstante, es más bien la sesión interminable la que anula todas las consecuencias obtenidas de una enunciación de la que el analista, amo de la verdad, sería el agente. Es verdad que este sintagma no es tomado por los analistas preocupados por la libertad de indiferencia, que practican una escucha de igual nivel, como se recomienda, pero sin distinguir allí ni palabra verdadera, ni decisión a tomar en la sesión que no se interrumpe, ni insulto, ni demanda incondicional. Sólo es palabra lo que surge de la interpretación. No hay jamás un: "está dicho, nada que agregar". Punto. Suficiente.

Es cierto que para admitir una práctica así, hay que suponer una tesis sobre el lenguaje que transgreda la neutralidad de la escucha. En efecto, leemos en los comentarios hechos sobre la sesión breve, la afirmación: "nosotros no privilegiamos ningún contenido manifiesto". Como en el teatro, "pase lo que pase la sesión debe continuar". En este caso, la neutralidad de la escucha se conjuga con una neutralización de la diferencia entre el significante y el significado. Se escucha al paciente como a la narración de un sueño. Toda sesión es entonces la vía regia, que ignora, como el inconsciente freudiano, todo índice de realidad.

No es antilacaniano suscribir a una concepción así del significante y del lenguaje. Lo simbólico pacifica, la sesión larga pacifica, la intersubjetividad civiliza. Pese a ello, todos los enunciados no son iguales desde el punto de vista de las consecuencias prácticas a obtener, ni del real en juego en la enunciación. Bajo pretexto de preservar los derechos de la asociación libre, de la atención flotante, es neutralizado todo efecto de verdad que un decir puede tener. La sesión larga anula esta dimensión del decir verdadero bajo pretexto de un más allá de lo verdadero y lo falso en psicoanálisis. La dilación del tiempo se revela cómplice de las maniobras dilatorias. Se mata el tiempo con afirmaciones, denegaciones, negaciones de la negación, yo no sé qué y otros "casi nada". ¿Será más allá de lo verdadero y lo falso? O bien es el temor de que el enunciado sea decididamente verdadero que hace diferir el acto analítico. Es la contra-transferencia epistemológica.

Es pues una desvalorización del decir, un rebajamiento de la palabra que suscriben los que sostienen la sesión de duración uniforme, garantía última contra el pasaje al acto y la contra-transferencia del analista. Por el contrario, el momento del corte, la elección de la interrupción, da cuenta de una ética que postula que todo no puede decirse sin consecuencias. Subrayar un decir, abreviar la debilidad absoluta de un enunciado, acentuar el registro de la pulsión no da cuenta ni del capricho, ni de lo arbitrario, ni de la contra-transferencia. El querer decir o el querer gozar tienen un estatuto privilegiado en la enunciación desde el descubrimiento freudiano. Se mencionará en estas Jornadas el efecto Dostoïevski [1]. ¿A qué damos la prioridad? ¿A las curiosidades literarias o a la crudeza del fantasma? No, la escucha no es de igual nivel.

En este contexto, las críticas dirigidas a la sesión breve me parecen dar cuenta de tres modalidades de indiferencia. Primero, como acabamos de verlo, una indiferencia por el decir verdadero, un olvido de la diferencia entre el decir y la palabra: hablar no es decir siempre algo. Segundo, una indiferencia por la pulsión: el olvido de que la realidad del inconsciente es sexual y que se trata, en análisis, de dar al sujeto la posibilidad de una elección respecto a la pulsión de la que es siervo, o el fantasma a las órdenes del cual está prendida su existencia. Finalmente y tercero, una indiferencia por lo real concebido como exterior a lo simbólico, tal que toda la enunciación es significantizada por la palabra. De ello resulta una práctica hermenéutica despreocupada de las categorías clásicas del análisis tales como el engaño, la mentira, artificio de seducción, y tantas defensas contra lo real del sexo.

De hecho, los autores de la IPA, críticos de la sesión breve, no lo son sin remarcar, como se lo dijo, las afinidades de la escansión con la estructura del inconsciente. La práctica de la escansión, dice un autor, privilegia "el momento fecundo, la pulsación del significante, bajo el modelo del lapsus, chiste. Su lógica, su inclinación, es la reducción".

De este modo, ¿el modelo del acto analítico sería el acto fallido del inconsciente? Se interpreta entonces la escansión actuada como un dominio del lapsus, lógica "a la gribouille [2]" (se tira al agua por temor a la lluvia), y definida como "interpretación forzada de un acto logrado desde el inicio". Sin embargo, la interrupción no equivale necesariamente a una puntuación ni, como ellos dicen, a una liberación significante, a una precipitación del sentido: ningún sentido se impone.

En realidad es más bien a la inversa. El corte no es siempre interpretativo o simbólico. En rigor, nuestros contradictores lo admiten en las sesiones de duración variable, como puntuación, pero es deslizarse en una mala pendiente. No se equivocan al percibir la relación estructural entre sesión de duración variable y sesión breve. Dos observaciones se imponen en forma contradictoria sobre este punto. Primero, la sesión breve está destinada más bien a provocar una separación del sujeto de los efectos del inconsciente, lo que es la definición del acto analítico, en un sentido el revés del acto fallido. Es más bien: "¡Hable de otra cosa, deje de repetir lo mismo!"

En el plano de la doctrina, hay que recordar que la sesión breve está particularmente adaptada a una época del psicoanálisis lacaniano caracterizado por una sospecha respecto al inconsciente, por un cierto desamor al inconsciente. Es curioso que los partidarios de la liquidación de la transferencia, no se den cuenta de que es precisamente el amor al inconsciente, como saber inconsciente, lo que retarda el término. Así como Lacan ponía en evidencia los amores de Freud con la verdad como factor problemático en la teoría del fin de análisis, del mismo modo una sospecha respecto al saber inconsciente, está en el corazón de una teorización del manejo de la temporalidad. Se habrá comprendido que la práctica en cuestión no se prosterne ante el orden simbólico como el alpha y el omega de la tranquilidad del sujeto. Al contrario, un elemento de intranquilidad amenaza al sujeto en cada sesión si se quiere confrontarlo a lo real que lo divide.

Por supuesto, esta doble reducción, vista desde otra perspectiva, interdice toda elaboración de la transferencia, y en consecuencia todo análisis de la transferencia misma, considerada, supuestamente, como objeto de aversión para Lacan. A esto, yo objeto el fragmento clínico siguiente: una paciente, embrollada en sus ensoñaciones con aires de los cuentos de las mil y una noches, ve su mensaje interrumpido por una escansión en el momento en que se dibuja, para ella, la imagen del hombre. Hasta ese momento, la paciente, de confesión musulmana, se preguntaba por su identidad cultural, cuestionando vagamente un amor sin rostro. "Me perturbo con la idea de un príncipe encantador". Interrumpo. A continuación un sueño de transferencia que opone al ideal novelesco la figura severa de su analista. No veo en qué la interrupción de sus ensoñaciones que le rondaban, atentaría a la manifestación de la transferencia como al análisis mismo.

Es pues, en función de otros principios y a partir de otros fundamentos que se hace objeción a las sesiones breves, a saber:

Primero: una ética de conveniencias exterior al psicoanálisis y cuyas abiertas concesiones del tiempo son patentes. La sesión breve vuelve sensible el hecho de que la práctica analítica, más que cualquier otra, desnuda, empobrece al sujeto, se opone a su demanda de un estar mejor inmediato, de un más. Arte pobre, esta práctica, que aparece como una herejía, respecto a la estandarización burocrática, da cuenta más bien de una fidelidad a la ética del bien decir y de una sospecha respecto a la ética contemporánea.

Segundo, en realidad los autores de la IPA no tienen ninguna objeción que hacer contra una escansión tan próxima a la estructura del inconsciente. Es necesario, entonces, que sus reproches se refieran a otra abreviación, una reducción más bien intolerable que es la supuesta "aceleración de la reproducción de los analistas en el movimiento lacaniano". De hecho, se postula una relación directa entre la reducción de la sesión y la reducción de la formación del psicoanalista, del pasaje diván-sillón. Ahora bien, es lo contrario lo que se impone: la formación interminable del psicoanalista.

Esta es la razón por la que los argumentos teóricos sobre la relación del tiempo y del inconsciente nos parecen como prótesis. Sabemos que no es sólo a partir de la estructura del inconsciente que se puede deducir los principios que fundan el dispositivo o la técnica interpretativa. Hace falta un punto de vista exterior para decidir la apertura o el cierre del inconsciente. Una decisión política lo preside: ¿qué inconsciente queremos producir? ¿Se trata de interrumpirlo o de darle consistencia? Estas cuestiones dependen de la hipótesis y de los principios que no dan cuenta solamente del campo del análisis, a saber: una teoría de la lengua, y una atención al síntoma contemporáneo. Los psicoanalistas no están solos para decidirlo. La manzana de la discordia supera al psicoanálisis. Es pues una oportunidad para sus partidarios de discutir sobre ello entre ellos.

Traducción: María Inés Negri

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