Diciembre 2004 • Año III
#11
Dossier Violencia

La violencia en el mundo de la alegoría

María Inés Negri

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Berni - 1971
Robot 2- La masacre de los inocentes

"¿Puede ser que los psicoanalistas no tengan nada que decir de la cuestión de la Autoridad?", una pregunta de F. Giroud, y tres intentos de respuesta: de E. Laurent, A. Di Ciaccia, y J. José Millás; con los que M. Inés Negri intenta situar un posible reverso de la època que nos toca vivir.

 

I. Introducción

El tema del Seminario de este año, como ustedes saben, es el Reverso de la época. Como decía Mónica Torres en la primera clase, Lacan siempre planteó que el psicoanálisis tiene que ubicarse como el reverso de la época que le toca vivir. ¿Cómo inventar, -en el momento actual de la civilización-, ese reverso?

El tema de la modalidad de la violencia en la actualidad nos convoca a pensar ese reverso que no es precisamente el llamado a la instauración del Discurso del Amo.

La mención que hizo Mónica en esa charla, del efecto Otaku, y su falta de lazo al Otro, creo se inscribe en el marco en que sitúo mi intervención de hoy. En tanto el fracaso o la falta del padre en la transmisión de ideales, que permita hacer lazo social, hace la adhesión de los jóvenes a ideales más endebles, los del grupo (los que comparten un hobby en este caso) que demuestran ser frágiles barreras al avance de la pulsión de muerte y sus consecuencias.

 

II. La juventud y el naufragio de la autoridad

"La juventud y el naufragio de la autoridad" es el título del artículo publicado en la Revista ÉLUCIDATION n° 1 [1] por Françoise Giroud, quien fuera analizante de Lacan.

En este artículo plantea una pregunta a todos los psicoanalistas de hoy.

"Los niños se matan entre ellos, los profesores son apuñalados, los autos quemados, las casas incendiadas por gente muy joven. ¿Puede ser que los psicoanalistas no tengan nada que decir acerca de la cuestión de la Autoridad?

Sé bien que los psi no tratan los males sociales, sino aquellos de las personas en lo que tienen de más singular. Pero que no haya una voz que se eleve en su rango para tratar el naufragio de la autoridad, incluso en sus aspectos positivos, porque supongo que habrá muchos; para decir si es una gran novedad en la historia o un pequeño acceso de fiebre que no hay que sobrestimar, en síntesis que el cuerpo de los psicoanalistas permanezca mudo ante lo que a mí me parece la matriz de grandes desgracias, me sorprende.

La mitad de la juventud corre sin freno, ¿adonde va sino a estrellarse contra la pared?

Quisiera escuchar sobre este tema una simple palabra, donde se me diga por ejemplo por qué un niño de siete años no obedece más a su padre y pega a su madre, si eso se trata o constituye simplemente un momento de la evolución […]. En ese caso seria lógico alegrarse más que inquietarse.

No creo nada de ello, pero poco importa lo que yo crea. Lo que importa, es la reacción que suscitará el conjunto de estos comportamientos de insubordinación con su cortejo de violencia, de clases ingobernables, de violaciones, de autos incendiados, de adolescentes asesinados. La reacción a este conjunto amenazante es inevitable.

[…] Desde que se trata de niños y de adolescentes o de gente muy joven, principales "factores de problemas" y cada vez más numerosos entre los diversos delincuentes, se puede permitir todo. Se va a permitir todo, o en todo caso intentar todo en el orden de la represión, no porque los gobernantes sean malvados o idiotas, sino porque hay una demanda formidable de la población."

Y concluye: "hay algo podrido en Dinamarca, y no son los niños. Pero entonces qué? Quisiera que los psicoanalistas dijeran algo".

Evidentemente este planteo y este pedido produjo unas cuantas respuestas de parte de los psicoanalistas de la ECF.

Voy a tomar lo que respondieron Eric Laurent y Antonio Di Ciaccia, En ÉLUCIDATION n° 2. Eric Laurent escribe "¿Qué autoridades para qué castigos?" y Antonio Di Ciaccia "Visto desde Roma".

Tomaré de estas exposiciones algunos puntos que me interesa destacar, en la mira de una investigación a hacer.

Eric Laurent nos dice que el término "autoridad" es extraño pues recubre, en un mismo origen, dos sentidos opuestos. El Diccionario histórico de la lengua francesa subraya que auctor en latín, designa "el fundador, el instigador, el consejero, el garante". En latín litúrgico, la autorité designa la cita del texto que tiene "poder de imponer la obediencia". La autoridad es en principio la del texto revelado, divino, que tiene función de designar el único auctor verdadero. Fue necesaria la monarquía absoluta para que el término autoridad venga a designar una instancia política. La especialización política la tomó. La segunda vertiente del "término latino" dio en nuestra lengua "autorizar" que se decía en el siglo XIII actorizer. Tenemos entonces por un lado la autoridad represiva y por otro lado, la que permite, las dos nombradas a partir de la misma raíz.

"Los sentidos opuestos de las palabras primitivas" regocijaban a Freud. Encontraba allí la marca de un funcionamiento pulsional. Hay libido que circula cuando los nombres invierten su sentido. Estamos odioenamorados de la Autoridad, según la palabra de Lacan.

Lo que Françoise Giroud engloba en los ejemplos de comportamientos de insubordinación hacia la autoridad es sin embargo heteróclito. Mezcla las manifestaciones de los que sostienen el orden y la de los que proponen el desorden. Su proximidad debe mucho a los azares de la actualidad, y no es sin sabores, incluso amargos.

Propone entonces, separar: la falta de adhesión masiva al principio de autoridad; la adhesión nueva de categorías sociales carentes de adhesión ideal al hedonismo contemporáneo y los actos de los jóvenes y muy jóvenes arrastrados en la espiral de la violencia.

Y entonces nos dice que: la perspectiva de un nuevo refuerzo de la represión testimonia de un fracaso y un viraje en la criminología contemporánea. La ingeniería social iba a permitir, por la riqueza mejor repartida y los aportes de las diversas ciencias humanas, una reducción del crimen. Todo basculó ante el fracaso de una promesa de progreso que no se cumplió. Se declara que es tiempo de comprender menos y de castigar más. El llamado al castigo no es solamente llamado a la represión. Expresa un sentimiento de decepción hacia las esperanzas que autorizaban los expertos y las ciencias en general. El amo se da cuenta de los límites de la ayuda de la ciencia para gobernar. El nuevo discurso sobre el castigo traduce el fin del optimismo.

Podríamos pensar que lejos de ello, el avance del discurso de la ciencia, con la producción de gadgets, listos para el consumo, trajo aparejado la ruptura de los lazos sociales y como consecuencia la uniformización del goce. Hoy todo goce vale. Sin embargo, el sujeto que cree ser amo de su goce, rápidamente termina siendo víctima del mismo. Entramos en el mundo de la globalización, donde el mercado del consumo es lo mediático.

En este marco los sujetos se identifican a historias familiares llenas de agujeros, hechas más de rupturas que de continuidades; (pérdida de trabajo, desocupación, lejos de que haya una riqueza mejor repartida, asistimos a una polarización cada vez mayor de la misma, tanto en los países, como en los ciudadanos de un mismo país). La marginación del mercado de consumo produce sus consecuencias.

Frente a la crisis de la familia, quedan entonces las comunidades. El grupo toma el relevo del padre, porque da un nombre y el de la madre porque procura cuidados solidarios. La marca y el tatuaje van al lugar de una marca que desvanece. (Los motoqueros, por ejemplo, en nuestro país, constituyen una comunidad con sus propios códigos de honor).

Dentro de estas comunidades llamadas "tribus urbanas", algunas son ganadas por la violencia. Esta actúa como la voz del padre funcionaba en otra época y como funciona todavía hoy en numerosas formaciones humanas (por ejemplo en las sociedades islámicas): por la "ley del más fuerte". Es el mecanismo normal que lleva a los jóvenes a someterse y destacar en un otro de excepción (padre o sustituto del padre) un rasgo identificatorio. Si bien sirve a la pulsión de vida, no menos a la pulsión de muerte. La delincuencia utiliza entonces los mismos medios que la educación, pero pareciera que las chances de la primera son más grandes, porque los ideales que vehiculiza la segunda se empañan a los ojos de los jóvenes. Si los ideales caen en desuso, como es el caso en nuestro mundo, en el plano de las identificaciones, el líder es más valiente, valeroso, pues sabe pasar a los otros jóvenes un "código de varones que funciona de manera imperativa como verdadera construcción del honor", afirma Antonio Di Ciaccia en su texto.

En nuestro medio podríamos pensar, por ejemplo, en el conjunto musical Los pibes chorros, las letras de sus canciones son un testimonio de una comunidad que maneja sus propios códigos y que tiene una repercusión lo suficientemente amplia como para tener su propia página web. Lugar de intercambio, donde sus admiradores les envían letras para sus canciones, dando una clara muestra de su identificación a ellos.

El mecanismo es conocido, agrega Di Ciaccia, la caída de los ideales clásicos y su sustitución por otros menos clásicos.

Sin embargo la fragilidad de los mismos hace que fácilmente se desmoronen.

También vemos surgir las nuevas comunidades religiosas, fundadas en la adhesión individual y brutal en los momentos de ruptura, que hacen palidecer a las antiguas ceremonias. No solamente las antiguas religiones, sino el surgimiento y proliferación de las sectas religiosas.

En la sociedad laica el juez puede tomar el lugar del padre de la ley. Se lo ama y se lo odia por esto. Sin embargo siempre está más acá de lo que se le pide. Por mas que castigue, su castigo no alcanzará jamás. Nunca saciará la sed de castigo que puede llevar hasta la matanza.

El psicoanálisis nos enseña que el superyó siempre quiere más.

La uniformización de los goces, antes mencionado, abre a un sueño hedonista. Pero el hedonismo privado ( por ejemplo, las toxicomanías) hace el juego también a la pulsión de muerte a escala colectiva. No cede fácilmente a los mejores intentos psicoterapeuticos. También interroga el campo de la legislación. ¿Son víctimas o delincuentes? Ni especialistas ni juristas se ponen de acuerdo. ¿Hay que tratarlos o meterlos presos?

Si la ciudad actual deviene entonces la cita posible de encuentros violentos, de ahí también que asistamos (es la otra cara) a la proliferación de intentos de cuidado de las víctimas, intentos de que superen la experiencia traumática. El síndrome de stress post-traumático, intenta nombrar esta nueva situación.

E. Laurent nos dice que dos factores favorecen la extensión de este síndrome así llamado. Por una parte es la patología propia de las metrópolis de la segunda mitad del siglo XX. Las mismas se mueven en un doble registro. Por una parte engendran un espacio social marcado de un efecto de irrealidad, donde el reino de la mercancía, de la publicidad, sumerge al sujeto en un mundo artificial, en una metáfora de la vida. Los medios de comunicación y fundamentalmente la televisión han generalizado este sentimiento de irrealidad, de virtualidad. Por otra parte la metrópolis es el lugar del artefacto, es el lugar de la agresión, de la violencia urbana, de la agresión sexual, del terrorismo, etc.

La trama simbólica, en esta época, muestra al desnudo su impotencia para dar sentido, encontrar un sentido a este estado de cosas. Pues las identificaciones a las que acude el sujeto, muestran su fragilidad para poder acotar la pulsión de muerte.

Lo observamos en la pregunta desesperada de Giroud.

Si como Lacan nos enseña el padre es un útil, un instrumento, del que hay que hacer uso para poder prescindir de él, el mundo actual nos muestra la falta de ese útil. Util que permite armar un tejido de significaciones. Y como nos aclara Jacques-Alain Miller en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, no pedimos ningún privilegio para el Nombre del Padre. El Nombre del Padre es un síntoma. Es mucho más banal que otros. Sirve para todo, un felpudo, no tiene el refinamiento, el estilo exquisito de algunos otros síntomas. Solo que, como instrumento, es sin embargo el más eficaz. Es el mejor y el peor de los síntomas. Síntoma que permite abrochar el significante al significado. Articular significante y goce. Un goce queda excluido. No todo goce es permitido, soportado. El Nombre del Padre como síntoma viene al lugar de lo que dice "No". Un "no" del que el sujeto se apropia y lo pone al resguardo de la pulsión de muerte.

Si como ciudadano, concluye Éric Laurent, el psicoanalista desea autoridades, significantes amos útiles para luchar contra la pulsión de muerte, quiere autoridades cuyo desasosiego sea lo menos sensible posible. Es su extravío lo que hay que temer. Que no sea una de las formas de lo peor.

Como lo dice Jean-Claude Milner: "Hay que aceptar que la luz no está solamente en la razón. Ella viene del movimiento violento de lo real".

No se trata entonces de ordenar este desorden o de restaurarlo, lo que pareciera que encarnan los llamados a una mayor represión o castigo. Si no más bien intentar, -que creo es lo que intentan las respuestas citadas-, el surgimiento de un orden diferente. Este orden que surge cuando el Padre falta, deja de encarnar la figura simbólica que trasmite el ideal que abre al lazo social.

 

III. El orden alfabético

Voy a hacer referencia a una novela de Juan José Millás, escritor español, El orden alfabético [2]. Porque creo que es una metáfora fantástica de lo que sucede cuando no se comprende el por qué de la instauración de un orden (en este caso el orden alfabético) y tampoco cuando el orden es alterado. Sin que en esto no este implicado el lugar del padre y su desvarío.

"En casa había una enciclopedia de la que mi padre hablaba como de un país remoto, por cuyas páginas te podías perder igual que entre las calles de una ciudad desconocida. Tenía más de cien tomos que ocupaban una pared entera del salón".

Así se inicia el relato. Este padre no solo estaba obsesionado con la Enciclopedia, también con el inglés. Idioma que ansiaba aprender, sin nunca lograrlo. En esa época Julio tenía un talismán, que su padre un día decidió tirarle. Esto lo irritó, y entonces como venganza dejó de interesarse por completo en la Enciclopedia del padre y es así que el padre lo amenaza asegurándole que el día menos pensado, si persistía en no leer, los libros saldrían volando de la casa, como pájaros y todos se quedarían sin palabras.

Esto lo asustó bastante, y muchas noches cuando no podía dormirse se imaginaba un mundo en el que las palabras comenzaran a perderse por orden alfabético y por ejemplo de la A, solo quedaba de asesino en adelante, lo cual era una catástrofe pues ya no habría ni aire, ni abejas ni abogados ni abreviaturas, etc. Pero también desaparecerían los alambrados, las algas, los Alpes, la Argentina. Se produciría una catástrofe natural de la cual él sería el responsable.

Mientras él se perdía en estas ensoñaciones su padre continuaba utilizando la Enciclopedia como medio de transporte que le llevan a lugares inimaginables y donde con frecuencia la gente hablaba en inglés.

No entendía muy bien por qué, siendo la Enciclopedia un modelo de organización, la realidad no se ajustaba siempre al orden alfabético. Por ejemplo, desayunábamos antes de comer y comíamos antes de cenar, cuando según el orden alfabético se comenzaba con la cena, luego venía la comida y al final el desayuno.

Esta discordancia entre el mundo enciclopédico y la existencia real fue una preocupación muy fuerte en su infancia, si bien lo tranquilizaba el hecho de que la existencia de la Enciclopedia fuera una forma de que las cosas se mantuvieran en su sitio y que hubiera vitaminas, aire, alambrados, madres y abogados.

Fue así que en ocasión de unas fuertes anginas se produjo un hecho que cambió su vida. Un día se despertó y vio que la realidad que lo rodeaba tenía otra luminosidad. En esta otra realidad, que él dio en llamar "el otro lado del calcetín" empezaron a suceder cosas extrañas. Un día los libros empezaron a escaparse volando de las estanterías. Se fue la enciclopedia, las novelas y tras ellos los libros de idiomas y los técnicos, como si guardaran en su huida un cierto orden alfabético. De este lado del calcetín se había cumplido la predicción del padre relacionada con la fuga de los libros. Y como consecuencia de esto primero se perdieron algunas letras, a la niña que él amaba cuyo nombre era Laura, ya solo podía llamarla Laua, pues la erre había desaparecido. Y junto con las letras se perdían las palabras. Un día fue mesa, otro armario y así fueron desapareciendo palabras y junto con esto la gente se desembarazaba de los objetos pues al no poder nombrarlos no sabía que hacer con ellos. De este lado del calcetín el mundo empezaba a ser caótico, pues al faltar las palabras ya no sabían tampoco como orientarse.

Durante el tiempo de su enfermedad iba y venía de un lado al otro del calcetín o de la existencia. Y cuando retornaba al mundo en que el orden se había conservado se fue enterando de la enfermedad de su abuelo, y de la preocupación de su padre, algo que no entendía pues nunca se habían llevado bien y le guardaba un rencor remoto por cosas que él no podía entender en ninguna de las dos partes del calcetín. En aquella época, así como era capaz de estar en dos sitios a la vez, poseía también dos lados que no siempre se ponían de acuerdo, y con uno de ellos no lograba entender que su padre se preocupara por la muerte de una persona a quien no quería, aunque con el otro sí. Y comenzó a advertir que los padres te dan algo más que cosas útiles. Siempre le había dado miedo la orfandad.

Y un día supo que su abuelo se había muerto y entonces al ver llorar a su padre, le pareció que se alteraba un orden natural no escrito. Regresó a su cama lleno de presentimientos y convencido de que se había roto algo fundamental a cuya reconstrucción tendría que dedicar el resto de su vida. Lo doloroso que había sido descubrir, al ver llorar a su padre, su grado de menesterosidad.

En esta época tenía 13 años y ya adulto hará mención de este episodio como "el accidente imaginario de su adolescencia".

Julio terminó de relatar imaginariamente aquellos sucesos fantásticos a una mujer real que comía sóla al otro lado de la cafetería del Sanatorio donde estaba internado su padre a causa de un accidente cerebro vascular.

En esta época Julio era periodista y trabajaba en un periódico, vivía solo y visitaba diariamente a su padre, que ahora se hallaba hemipléjico y con perdida de memoria a causa del Alzheimer.

Para ayudar a su recuperación Julio le trajo un diccionario de antónimos y sinónimos. Grande era la perplejidad del padre cuando hallaba que había palabras que no tenían antónimos.

Se enojaba diciéndole "este diccionario es defectuoso no tiene el antónimo de mosca, ni de libro". Julio intentaba explicarle que mosca y libro no tienen antónimo. A lo que el padre respondió que no podía ser, pues toda acción produce una reacción de signo contrario. Era una ley de física ineludible. Lo contrario produciría en el universo una falta de equilibrio insoportable.

Ya de vuelta a su casa, de repente Julio tuvo un movimiento de espanto. Quizás su padre tenía razón y hubo una época en que existieron los contrarios de las palabras mosca o boca, aunque ya nadie se acordara. La semana anterior había sido enviado por el periódico a cubrir una manifestación cuya pancarta principal rezaba: VIVA LA INFRAESTRUCTURA. Julio volvió a la redacción aturdido, sin saber qué escribir, pues la leyenda le recordó aquella circunstancia en la que la gente del mundo del otro lado del calcetín desfilaba gritando la palabra tanque. Las noticias de primera página del diario, por otra parte, adolecían desde hacía algún tiempo de una irrelevancia que excepto él mismo, nadie parecía advertir en el periódico.

Pese a estos pensamientos que lo aturdían continuó ayudando a su padre con el libro de antónimos. Un día este le pidió que buscara el antónimo de escribir, pero Julio no encontró ninguno. "Esta palabra no tiene antónimo, papá". "Pues es lo que me ocurre a mí precisamente, se me ha desescrito la mitad del cuerpo, míralo y ahora se me desescriben las cosas de la cabeza". "Eso es en sentido figurado", le responde, si, "pero sería imposible desescribir una novela o desescribir un artículo".

Trató de concebir un mundo en pleno proceso de desrealización, donde habría periódicos en cuyas redacciones los trabajadores se afanaran en desescribir las noticias del día, mientras los novelistas desescribían los grandes relatos de la historia. Imaginó una entrevista en televisión con el desescritor de Madame Bovary o de La metamorfosis.

Se le ocurrió entonces proponerle a su jefa la confección de un amplio reportaje confeccionado desde este punto de vista. Ya podía ver el titular:

ENTREVISTADO EL FAMOSO DESESCRITOR DE SHAKESPEARE EN UN PROGRAMA DE VARIEDADES DE LA TELEVISIÓN.

Si bien esta idea no fue llevada a cabo, tiempo después ya tenía la certeza de que la redacción de aquel periódico vivía ya dedicada, sin que los propios trabajadores o el director del medio lo supieran, a desescribir la realidad más que a informar de ella.

Mientras lo acosaban estas ideas, un día al llegar al hospital le dijeron que su padre había tenido una trombosis nuevamente y que había sido llevado a terapia intensiva. La enfermera le dijo que sus últimas palabras fueron I am sorry y luego entró en coma.

No era tanto el significado de esa expresión lo que le preocupaba, sino que significaba que su padre había entrado en coma en inglés. Si llegaba a morir en ese idioma que no dominaba se encontraría fuera de sitio en el lugar que fuera a parar. Recordó lo desplazado que se había sentido él mismo en el colegio, y más tarde en la vida, por expresarse en un idioma distinto al de sus compañeros y al de la gente en general, y no deseaba que le sucediera lo mismo al moribundo.

Días después cuando fue a ver a su padre, le dijeron que éste había muerto.

Estaba desesperado, su padre había muerto en inglés así que lo enterrarían en una enciclopedia inglesa. No sabía qué hacer.

Salió del sanatorio y corrió a la casa de su padre. Busco orientarse con la Enciclopedia, pero qué buscar, la palabra inglés, hemiplejía. Y cuando estaba recorriendo las palabras con hache, encontró la palabra hombre, y allí se detuvo un tiempo. Luego dejó la enciclopedia y fue a sentarse en una especie de banco junto a un hombre solo.

- ¿Qué hace aquí? –preguntó el desconocido
- Espero una voz que me nombre y me rescate de esta situación tumultuosa. ¿Y tú?
- Yo también.

Sacó entonces su viejo talismán, que había logrado recuperar de casa de su padre, y se lo dio asegurándole que producía buena suerte.

 

IV. Conclusión

De alguna manera podríamos pensar que Julio es un personaje muy actual, si bien es un personaje de ficción no esta lejos de aquellos que podríamos pensar como una psicosis ordinaria. Su padre lejos de transmitirle una marca que lo inscriba en una estirpe, un linaje, una cadena generacional, intenta imponerle un orden, el orden alfabético, que deviene una ley insensata e inconsistente. Un orden que va desde la A hasta la Z. Al margen queda su ilusión, supuesto ideal que jamás alcanza, aprender inglés. Julio no entiende, se extravía, por eso es un sin nombre.

Quizás podríamos pensar que este padre actúa a la manera de los líderes de las tribus urbanas, como Los Pibes Chorros que imponen un liderazgo transmitiendo sus códigos de honor. La fragilidad de los mismos la vemos en sus canciones que van desde Llegamos los pibes chorros, en la que despliegan el ideal a cumplir, y cómo sus seguidores, los que se identifican al mismo, caen rápidamente del otro lado del calcetín (como diría nuestro personaje). Es lo que le sucede a El pibito ladrón, título de otra de sus canciones, que narra la historia de un pibito que es víctima en el intento de cumplir ese endeble ideal.

Mientras tanto la TV desescribe su realidad. Todos los sábados el programa televisivo de La cumbia villera desescribe sus miserias. Todo al servicio de la sociedad del espectáculo.

NOTAS

* Este texto fue presentado en el marco del Departamento de Estudios Psicoanalíticos sobre la Familia. Enlaces, el 7 de junio de 2004, en la Escuela de la Orientación Lacaniana.

  1. ÉLUCIDATION es una publicación francesa en cuya presentación Jacques-Alain Miller dice: Mis Cartas a la opinión ilustrada, reunidas en un volumen, acaban de ser publicadas por ediciones Seuil. Una nueva serie comienza con el presente número. Ahora colectivo, proseguirá con diez números, bajo el nombre de: ÉLUCIDATION. A su término, veremos si continuamos y bajo qué forma. Este primer número recoge la contribución de un invitado, Daniel Arasse, que ha tenido la amabilidad de reservar para ÉLUCIDATION una brillante contribución sobre el Moisés de Miguel Angel. El lector podrá encontrar también un texto del Presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, en respuesta a preguntas planteadas por la Agencia Lacaniana de Prensa. En cuanto al "requerimiento" de Françoise Giroud, que abre este número, ÉLUCIDATION recogerá con gusto las respuestas que la misma suscitará.- JAM.
  2. Millás Juan José, El orden alfabético, Madrid, Alfaguara, 1998.
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