Diciembre 2004 • Año III
#11
Dossier Violencia

Desangustiar no desculpabilizar

Ronald Portillo

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Berni - 1962
Monstruo de la pesadilla de Ramona

La diferencia entre desangustiar y desculpabilizar que propone tomar en consideración el discurso analitico, es retomada y explorada para precisar la dimensión ética que se orienta a situar la responsabilidad del sujeto. El tratamiento de la culpa en nuestra época por la vía de la vergüenza el perdón y el síntoma, es desarrollado y entramado en una perspectiva clínica que señala la diferencia entre desavergonzar, perdonar o tratar el síntoma por la abolición del castigo.

Se ha constituido en una suerte de máxima lacaniana la oposición entre el tratamiento de la angustia y el de la culpa: desangustiar no desculpabilizar.

La culpabilidad es uno de los efectos promovidos por la división del sujeto, constituyendo un elemento crucial para el sujeto en la experiencia psicoanalítica. Y es que cuando un sujeto accede a lo que Freud llamó el sentimiento inconsciente de culpa existen sobradas razones para que ello se produzca: el sujeto experimenta culpa por el hecho de gozar y hasta por el mismo hecho de existir. [1] Lo que Lacan llamó el dolor de existir se sustenta en la culpabilidad del sujeto por existir. En líneas generales podemos preguntarnos sobre el tratamiento que nuestra contemporaneidad concede a la culpa. Consideramos que tal tratamiento se sostiene en tres elementos: vergüenza, perdón y síntoma.

La vergüenza es un afecto que adquiere un valor considerable en la acción psicoanalítica, formando parte de la serie de la culpabilidad. Sentir vergüenza es una forma de tratar a la culpa.

Freud estima que la operación psicoanalítica se funda en la verdad, en el amor por la verdad, excluyendo toda ilusión y engaño. La ilusión y el engaño en la neurosis cuando son develadas en el análisis producen vergüenza, vergüenza causada por la culpa generada por el goce pulsional.

La vergüenza generada por el levantamiento del velo de la represión inconsciente, constituye un índice de la teorización freudiana. Así, asistimos en nuestro tiempo a una serie renovada de avergonzamiento. "Tener vergüenza" parece haberse convertido en un síntoma mundial [2]. Lo que se puede llamar el lenguaje de la vergüenza ha pasado a ocupar un primer plano en la civilización contemporánea, al menos en ciertas latitudes.

En la experiencia psicoanalítica, so pena de caer en el dominio de la moral y no de la ética, no se trata de desavergonzar, es decir de desculpabilizar, dado que todo sujeto es responsable de su propio goce. Todo sujeto está llamado a responsabilizarse de aquello que lo hace sentirse culpable. No es el Otro el responsable de su vergüenza, de su culpabilidad; es el sujeto el llamado a responsabilizarse. Es lo que Freud cuestionó a Dora al preguntarle qué tenía ella que ver con eso de lo que se quejaba, introduciendo lo que Lacan llamó "rectificación subjetiva en lo real". Lacan, en un capítulo de El Seminario XVII, Los cuatro discursos del psicoanálisis, titulado el Analyticon concluía diciendo a unos jóvenes revolucionarios en Vincennes que el régimen de Pompidou los exponía diciendo: "mírenlos cómo gozan". El amo pone al descubierto a quien no se hace responsable por su goce. El sujeto goza y por eso se siente culpable y se avergüenza.

En la experiencia psicoanalítica es necesario que el sujeto se haga responsable por su goce aunque ello implique avergonzarse. El goce del sujeto, al tratar de ser tramitado por estas diversas vías pone al descubierto la insuficiencia del Nombre-del Padre para dar cuenta del goce del sujeto.

Un registro distinto del tratamiento de la culpabilidad por la vergüenza, lo encontramos en el perdón. El amo tramita la culpa por medio del perdón, que otorga, señala Eric Laurent en un artículo llamado La vergüenza y el odio de si, publicado en el libro Ciudades Analíticas.

El amo moderno pretende hacerse perdonar y perdonar por los daños causados. El perdón se erige en elemento constitutivo de un nuevo discurso moral que recorre el cuerpo de la sociedad actual, baste contemplar los millones de pedidos de todo el mundo que claman por el perdón para un o una condenado a muerte en cualquier parte del planeta. El perdón es lo que define fundamentalmente el auge de una nueva religiosidad, la que más que una novedad relativa a la creencia religiosa tradicional contiene una renovación de los pedidos del perdón. Se trata de la búsqueda de la absolución de la culpa por medio del perdón.

En el campo psicoanalítico no se contempla el perdón de los pecados cometidos, se trata más bien de la elaboración o de la tramitación del goce incluido en la repetición sostenida en la búsqueda de goce. El sujeto está llamado a responder en nombre propio por el goce de la satisfacción pulsional que genera culpa y malestar.

Una diferencia se eleva entre estos dos modos de tratamiento de la culpabilidad. Entre la fijación al perdón, fijación a un régimen de goce, procesado por el discurso del amo y la vergüenza, Lacan opta por la vergüenza que puede ser generada por la acción psicoanalítica.

Al buscar el perdón el sujeto de la culpa busca cobijarse bajo el manto del amo que puede perdonar. Es el tratamiento que da el S1 del amo a la culpa del sujeto.

La tercera salida procesada por la culpabilidad está representada por el síntoma. Aquí la acción no es ejercida a causa de la insuficiencia del Nombre del Padre, ni por el cobijo que brinda el amo como sucede con el perdón. En el caso del síntoma la instancia que opera es el superyo, tal como lo plantea Freud a propósito de la llamada Reacción Terapéutica Negativa, en donde se instala en el sujeto la necesidad del sufrimiento. Se trata de un factor moral que encuentra satisfacción en la enfermedad, el sujeto, nos dice Freud "No quiere renunciar al castigo del padecer", a causa de lo que él llama el "sentimiento inconsciente de culpa". El superyo freudiano empuja al goce presente en el sufrimiento del síntoma, inscrito como castigo en el inconsciente y como satisfacción de las pulsiones del ello, asistimos aquí a una confluencia del inconsciente y del ello. El castigo infringido por el superyo a través del síntoma constituye una de las formas subjetivas de la tramitación de la culpabilidad.

Frente a estas rutas que toma la culpabilidad el analista no está llamado ni a desavergonzar, ni a perdonar, ni a tratar el síntoma por la abolición del castigo. Ninguna de estas formas, condensadas en el término desculpabilizar se corresponde con el nivel ético que sostiene al analista en su acto.

Tomemos el caso de un ejecutivo, consuetudinario seductor y Don Juan, que viene de sufrir infidelidad por parte de su esposa. La culpa que siempre experimentó por sus propias infidelidades le hace castigarse ahora cuando exige a la esposa le cuente al detalle pormenorizado los encuentros sexuales de ella con su amante.

El nivel de sufrimiento buscado y encontrado por este sujeto en el relato de la esposa infiel da cuenta del uso auto-agresivo que el sujeto hace de la narración escuchada. Una pulsión encuentra allí satisfacción de tipo masoquista girando alrededor del objeto voz en la escucha que el sujeto realiza.

El sufrimiento del sujeto no logrará ser detenido desculpabilizándolo, pues de hecho él también es responsable de su exceso de goce. La vía que logra detener la auto-procuración de castigo y el sufrimiento concomitante viene más bien por la vía de la rectificación subjetiva en lo real: en lugar de culpabilizarse se trata de hacerse responsable de su elección de objeto de amor. Cuando se casó él estaba en conocimiento de los múltiples amantes que habían pasado por la vida de su novia y de alguna manera logra reconocer en el análisis que él "sabía que en algún momento esto iba a suceder".

En eso de lo que ahora se queja el sujeto es responsable y es necesario asumir esa responsabilidad en lugar seguir castigándose, primer paso en la elaboración de su culpabilidad.

 

Desagustiar

Según François Leguil [3] la historia efectiva de la clínica de la angustia no sobrepasa los 200 años, en el curso de ese tiempo tres tradiciones se han disputado a esta clínica:

1.- La tradición médica sostiene el sustrato material del cuerpo como lugar de la angustia. Para la medicina la angustia es física, tiene asiento en el cuerpo. Actualmente se le ubica en relación a los neurotransmisores.

2.- Por su parte la tradición psicológica sostiene que la angustia es un disturbio, una anomalía, que es considerada por la terapia cognitiva como una anomalía de la capacidad del juicio y como una anomalía de la adaptación por la terapia de la conducta.

3.- La tradición filosófica existencial u ontológica, por su lado considera la angustia como una experiencia de alcance metafísico.

4.- Tendríamos aquí que situar una cuarta tradición, la tradición freudiana. Habría que llamarla así: tradición freudiana pues ya La interpretación de los sueños tiene más de 103 años de edad. La consideración freudiana sobre la angustia rompe con las tres tradiciones anteriores.

La clínica misma de la angustia deja ver que la angustia no guarda ningún tipo de relación ni con un sustrato físico, ni metafísico, ni con ninguna anomalía alojada en el juicio o en el comportamiento.

Del mismo modo no se puede afirmar que la angustia sea un concepto, tal como sostiene Soeren Kierkegaard.

Freud sostiene que la angustia es algo que siente, que experimenta el sujeto. No es un concepto, es un fenómeno o para ser más preciso se la ubica como un afecto que invade al sujeto.

La angustia como fenómeno es inútil, la angustia no sirve para nada y en ese sentido es expresión de goce. El goce es lo que no sirve para nada. No tiene utilidad en el sentido del utilitarismo de Jeremy Bentham. Freud descubre la función que ejerce la angustia. La angustia no es útil pero si tiene una función. La esencia de la angustia es una función que se establece en un nivel específico: a nivel de alarma, de señal. No se puede decir que la angustia constituye un mensaje entre el sujeto y el Otro como si es el caso del síntoma.

En la angustia el sujeto se confronta con lo real, registro en el que soporta la clínica de la angustia. Lacan ubica la función de la angustia entre lo real opaco del goce y la dimensión del significante simbólico. La angustia traduce la señal de la confrontación del sujeto con lo real del goce.

La angustia es el único afecto que no engaña en la medida en que no se deja simbolizar por el Otro, que no se deja tramitar por el significante, por el semblante. La angustia para Freud es una angustia-señal, señal de la presencia de lo real. Presencia de una ausencia.

La angustia designa la Cosa, Das Ding, es decir lo que no está más, el objeto primordial perdido para siempre. La primera y más original de las condiciones que determinan la angustia es la exigencia pulsional creciente frente a la que el yo se declara en situación de incompetencia o incapacidad. Precisamente cuando la insistencia libidinal, la pulsión entre en franca contradicción con el principio del placer, propio del yo, se genera ese displacer original que será llamado por Freud angustia.

Si para Freud la angustia es la angustia-señal que prende la alarma en la economía subjetiva, para Lacan la angustia responde como señal a dos situaciones que son equivalentes [4]:
1) La angustia es la señal del deseo del Otro,
2) La angustia es la señal de la presencia de lo real, fórmula que vendrá a sustituir la primera.

La primera situación nos conduce a plantear una íntima conexión con el fantasma. Lo que habitualmente responde en el sujeto al deseo del Otro es el fantasma. Si hay surgimiento de angustia frente al deseo del Otro es porque algo ha estado sucediendo a nivel del fantasma, el fantasma ha dado un severo traspié. El fantasma no es sino un espejismo, una ilusión neurótica de que el sujeto detenta eso que le falta al Otro. Lacan planteará en su Seminario XX, Aún, que al pretender el sujeto de la neurosis constituirse en el objeto que le falta al deseo del Otro estamos en presencia de un semblante, es decir el fantasma, y en particular el objeto en juego en tal instancia, el objeto (a) sólo es un semblante, algo que viene a ocupar el lugar de lo que falta, de lo que no está.

El objeto que el sujeto cree ser para el Otro en el fantasma, objeto (a) que hace función de semblante viene a velar, a ocultar una falta, una ausencia. Cuando cae ese velo, cuando por alguna razón el semblante cae de su posición, queda al descubierto lo que está detrás del velo: la falta.

En lo anteriormente expuesto se basa Lacan para sostener su idea de que la angustia es señal de lo real del goce, índice del Das Ding perdido para siempre.

El develamiento del engaño fantasmático que ubica al sujeto en el deseo del otro genera la angustia. Para decirlo con Freud, surge la angustia como señal de la castración del Otro. Castración que no puede ya ser velada por el objeto (a) como semblante.

La segunda fórmula de Lacan sobre la angustia, fórmula que vendrá a imponerse sobre la primera, en tanto es su consecuencia: la angustia es la señal de la presencia de lo real. Si la primera fórmula define la angustia a partir del deseo, del deseo del Otro, esta fórmula aborda la angustia por la vía del goce como real y la certeza que de él se desprende.

La angustia como correlato de lo real está relacionada con el objeto angustiante. El exceso de goce aportado por el objeto de la pulsión engendra angustia. Se trata de objetos de la pulsión que tienen evidentemente implicaciones corporales. Sin embargo los objetos de la pulsión no son otra cosa que sustitutos del Das Ding, La Cosa. La presencia del objeto pulsional, presencia de goce que no puede ser tramitada, causa angustia en la medida en que viene a constituir un index, un indicador de la existencia de un vacío que no puede ser llenado por ningún objeto sustituto. Se trata de un vacío que no puede ser representado ni por la imagen ni por el significante. Es este vacío lo que constituye la estructura de (a).

La angustia podrá ser tramitada por el analista a partir de dos vias:
1) El camino del deseo
2) La vía del acto como respuesta ante ese real pulsional que escapa a la acción del significante.

El camino del deseo: si sabemos que la angustia surge cuando el sujeto pierde la certeza fantasmatica sobre el deseo del Otro, la ruta a seguir pasará necesariamente por la consideración de que el Otro y su deseo están lógicamente implicados en la generación de angustia. El tratamiento analítico de la angustia se apoya en el cuestionamiento sobre el deseo y lo que le es co-sustancial, es decir la interpretación. Toda interpretación, plantea Lacan, es interpretación del deseo, del deseo del sujeto frente al Otro.

Un caso clínico puede venir a ilustrar esta indicación.

Una joven mujer con una historia de dificultades para conseguir entablar relaciones amorosas, a causa de tener la convicción de ser poco interesante y poco valiosa para un hombre, conoce a un compatriota en el extranjero en ocasión de un viaje de vacaciones. Una cena, mirar juntos una película y un solo encuentro sexual, desembocaron en el establecimiento de la pareja en la casa de ella una semana después del regreso de ambos del extranjero. El enamoramiento y la pasión inicial, creando la ilusión de la complementariedad del amor, dieron paso progresivamente al surgimiento de una pregunta insistente y cada vez más frecuente que ella le dirigía a él: en el momento más inesperado: "¿Tu me quieres?". De nada valía la respuesta repetida de manera infinita por él, la convicción neurótica de ella, basada en el fantasma de no ser importante para el Otro, desembocó en la ruptura de la pareja al asistir a la caída del semblante construido.

La ruptura amorosa y la pérdida del objeto amado desencadenan una crisis sostenida de angustia que por poco termina en hospitalización. La pregunta por el deseo en esta joven y la interpretación de que ella utilizó el escenario de la pareja para confirmar su posición fantasmática en la que ella ocupa el lugar de un objeto devaluado para el Otro, logró bajar a niveles soportables el montante insoportable de la angustia inicial.

Se suma a la reducción de la angustia una situación laboral que permitió la metonímia de la angustia, aunque ésta persiste ante el menor recuerdo de la pérdida del objeto amado bajo la pregunta: "¿Pero, qué fue lo malo que yo hice?".

Dedicada a la investigación científica, el fantasma que define su posición de sujeto también infiltra ese campo. Dado que debe presentar un trabajo de ascenso en la institución en la que labora, está llamada a presentar a su tutor resultados parciales de su investigación. Presentaciones a las que asiste cargada de angustia al suponer que las investigaciones que adelanta no sirven para nada. A cada ocasión, sin embargo, recibe el reconocimiento de su superior quien la alienta a seguir adelante en su elaboración. Se establece entonces un vicio circular: tranquilidad por unos días, trabajo en su investigación, surgimiento renovado aunque decreciente de angustia ante la vecindad de una nueva presentación y vuelta al punto de partida.

El reconocimiento del funcionamiento del fantasma, la metonimia del objeto de angustia y el tratamiento fraccionado y progresivo de la puesta en escena del fantasma en relación al Otro del tutor de investigación han logrado una disminución considerable de los niveles de angustia en esta mujer.

La relación con el Otro, la certeza del fantasma de ocupar un lugar de objeto devaluado por el Otro, constituyen una respuesta del sujeto frente al deseo del Otro. Esta respuesta constituye, más allá del registro del deseo, la expresión de una irrupción pulsional en la que este sujeto se hace equivaler a un objeto despreciable, objeto de desecho en donde se satisface la pulsión anal. Enfrentada a la exigencia de la pulsión el fantasma, que trata de tramitarla por medio de la relación con el Otro, resulta insuficiente. Surge así la angustia como señal de la irrupción de un objeto pulsional que no es otra cosa que un sustituto, un index de goce del vacío dejado por Das Ding, por La Cosa perdida para siempre.

Operar por la vía del acto analítico en este caso ha consistido en que el analista no se hizo cómplice de su posición fantasmática, lo que se ha logrado realizar por dos maniobras: manteniéndole lo más alto posible para ella los honorarios de sus sesiones, y por otro lado dándole continuas muestras de que ocupa un lugar no despreciable para su analista. Maniobras que le han permitido colocar hasta ahora a su análisis en un punto situado a distancia del fantasma masoquista que la acompaña.

NOTAS

  1. Laurent, Eric, "Desangustiar", en: Ciudades Analiticas, Ed. Tres Haches, Bs. As., 2003, pág. 9.
  2. Laurent, Eric, "La vergüenza y el odio de si", en: Ciudades Analíticas, Ed. Tres Haches, Bs. As., 2003, pág. 148.
  3. Leguil, François, La lettre mensuelle # 231, pág. 14.
  4. Miller, J.-A., Curso 2003-2004, Lección #18 (2-06-04), Inédito.
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