Julio 2005 • Año IV
#13
Dossier V Congreso de la EBP

Una tendencia a la depreciación del amor

Cristina Drummond

Bajar este artículo en PDF

Thereza Salazar - 2002
Vía Rosa
180 x 100 cm

Es la tercera vez que Marcelo vuelve al análisis. Su caso me interesó por presentar diferentes tiempos de la elaboración hecha por un joven que, tal como aquellos que cada vez más llegan a los analistas, tenía inhibiciones, dificultades con su cuerpo, dificultades para hacer lazos y para hablar, ya que estaba enteramente invadido por lo imaginario.

Vino por primera vez a los trece años, traído por la demanda de una madre preocupada porque lo encontraba muy solitario e inhibido. Pasó un largo tiempo hasta que el sujeto se presentó. Estaba desinteresado de los asuntos escolares, era mal alumno, pero lo que más lo incomodaba era su dificultad de formar parte del grupo. Era gordo y motivo de burla de los compañeros. No conseguía encontrar una manera de hacer amigos y vivía solitario y aburrido. Marcelo viene posicionado como tantos jóvenes de nuestra contemporaneidad, cuyo Otro no es otro del deseo, sino un Otro de la demanda y que se presenta muchas veces de manera insistente e imperativa.

Al poco tiempo, la vertiente del humor se presentó como un modo de hacer lazo con el otro, de hacerse interesante. Eso le trajo algunas pocas relaciones e incluso una novia, encontrada en Internet. Si inicialmente ella fue elegida por la foto, luego pasaron a conversar también por teléfono. Marcelo tenía un site humorístico, a través del cual él se presentaba a otros jóvenes y siempre tuvo mucha facilidad para utilizar la computadora. Aprendió todo solo, incluso pudiendo usar Internet solamente los fines de semana y compartiendo el tiempo con los hermanos. Como su novia vivía en otro estado y la situación financiera de su familia era mala, era poco probable que se encontrara con ella personalmente. Mientras, consiguió salir de su inhibición y vergüenza por ser visto por ella, y viajó para encontrarla. Ese encuentro con una joven bonita, idealizada e interesada por él, lo hizo sentir bien –cosa bastante rara.

Marcelo presenta una falla en la función paterna, anclándose en lo simbólico a la manera de tantos jóvenes en la actualidad, es decir, en una cierta continuidad con lo imaginario. Su padre, degradado por la familia de la madre y también por ella misma, trabaja de modo precario, lo que siempre trajo dificultades para la familia. Su madre, una sufrida trabajadora, siempre se preocupó por ofrecer oportunidades a los hijos, muchas veces teniendo que contar con su propia madre para ayudarla en esa tarea.

Marcelo vivía esperando las pequeñas monedas que venían de la abuela o de la tía para poder comprar algún objeto de su deseo. En general, revistas de historietas, o incluso usaba el dinero para alquilar películas. Creía que debería ahorrar y comprar algo que valiera la pena, pero era loco por los súperhéroes y no conseguía resistirse. Ese consumismo que cabía en su moderado presupuesto, nos indica un goce orientado por los ideales de identificación imaginaria que lo aliviaban de habérselas con la falta suturada por los objetos.

Su sueño era comprar un videogame y pasar todo su tiempo jugando solo. En el sujeto moderno, más allá de la falta suturada por el objeto, también el sentido está coagulado y el sujeto se ve cada vez más sumergido en la imbecilidad.

Otra cosa de la que hacía uso para encubrir la falta y que parecía compensar su carencia, situada por él muy intensamente como financiera, era la comida. En general, los fines de semana, la familia iba a comer a la casa de la abuela, donde él siempre se atiborraba con todos aquellos alimentos que no tenía en su casa. Al día siguiente, siempre se sentía mal, pero comer era algo irresistible.

Cuando interrumpió ese primer período de análisis, Marcelo había tenido mejoras en todos sus sufrimientos, pero no había dejado ninguno de esos modos de gozar. A pesar de todas las dificultades, pasa el examen de ingreso a una facultad privada. El amorío duró solo un encuentro real más, a pesar de varios otros virtuales.

Él vuelve al análisis ya promediando la facultad. Una vez más, él se sentía enteramente diferente de todos los compañeros y muy desinteresado del curso de comunicación. Faltaba siempre a clases, reprobaba varias materias, a pesar de la culpa de saber que la facultad era muy cara para la madre. Tenía una angustia nueva: todos sus amigos trabajaban y él veía en eso un modo interesante de vivir, pero no conseguía nada –ni un empleo, ni una pasantía. Su hermano mayor había terminado la facultad y entró en una grave depresión, no consiguiendo trabajar y viviendo a costa de la madre, quien moría de pena por él. Marcelo tenía verdadero horror de tener el mismo destino que el hermano e, indirectamente, del padre. A pesar de su inhibición y de la certeza de que siempre habría una mujer bonita, rubia y tonta para ser seleccionada para el lugar que él disputaba, Marcelo buscó varios empleos y pasantías; sin embargo, finalmente, nunca se efectivizaban. Era difícil que él formulase alguna responsabilidad en su posición subjetiva. Yo lo incentivaba a insistir.

Había hecho amigos y salía con ellos divirtiéndose mucho. Adelgazó, se sacó los anteojos, se tiñó el pelo y comenzó a atraer a las mujeres. De ese modo, él no precisaba abordar ninguna, ellas mismas se encargaban de eso. Tuvo algunos amoríos, inició su vida sexual –para su sorpresa sin problemas pues siempre creía que eso le iba a ser muy difícil. Mientras, las mujeres siempre se le acercaban, él se las ingeniaba para que ellas no quisieran ningún compromiso con él, pero acababa noviando. Y, entonces, las novias estaban bien para él, pero en cualquier momento su sentimiento podía desaparecer y, en su lugar, aparecía un cierto malestar que incidía principalmente sobre detalles del cuerpo de ellas.

Ese malestar decía también de su cuerpo: relata, minuciosamente, su preocupación por su propio cuerpo. La preocupación giraba en torno a la gordura y a los pelos. Nunca era posible lograr una barba satisfactoria, los pelos en la espalda eran repugnantes y siempre debían ser ocultados al partenaire. La ropa nunca le quedaba bien, y para disfrazar la gordura, no podía usar nunca una remera. Si era blanca, entonces estaba perdido. Intentaba regímenes que nunca cumplía y hacía ejercicios compulsivamente, o pasaba algunos días caminando kilómetros y kilómetros como modo de economizar el dinero del ómnibus y algunas calorías. Por otro lado, nunca se pesaba, de manera que nunca sabía si había adelgazado o si estaba gordo. No sabía evaluar demasiado bien las dimensiones de su cuerpo. Gasta dinero comprando una bolsa de arena, la cual –después de unas largas idas y vueltas- cuelga en su cuarto y con la cual entrena boxeo.

Tenía un nuevo amorío que le hacía compañía, pero de la cual decía que no le gustaba y, muchas veces, inventaba maneras de engañarla y salir con otras. El malestar con su cuerpo y con el de ella siempre aparecían. El análisis, una vez más, es interrumpido: siempre es incómodo gastar el dinero de la madre, y él piensa que debería encontrar un empleo, que sería necesario dar ese paso para lo cual yo poco podía ayudarlo.

Por tercera vez, Marcelo retorna. Me llama por teléfono diciendo que esta muy mal, que precisaba hablar conmigo. Me cuenta, telefónicamente, que está haciendo una pasantía en una firma que trabaja con comunicaciones en Internet. Lo que sucedió es que él terminó su noviazgo. Fue él quien decidió eso pero, cuando pensó que su novia iba a volver, fue ella la que no quiso. Ella no le gustaba, no comprendiendo por qué esa situación era insoportable. De hecho, estaba extremadamente angustiado.

Había adelgazado mucho. No sabía decir cuánto porque no se pesaba, pero sabía que sus ropas se le caían y que los cinturones, que antes no le cerraban bien, le quedaban grandes aún en el último agujero. Inmediatamente después de escuchar que ella no quería retomar el noviazgo, él dejó de comer y dormir. Lloraba todo el tiempo y quedó completamente perdido. En el trabajo, donde las cosas estaban yendo muy bien, comienza a pensar que las personas lo empezaban a encontrar medio extraño, manifestando un cierto malestar con él. ¿Qué le había causado tal perturbación?

Un simbólico en continuidad con lo imaginario

Marcelo es un sujeto que se ancla en lo imaginario. Podemos ver que la relación con sus otros está todo el tiempo organizada por la pregnancia de la mirada. La bipolaridad que caracteriza lo imaginario, descripta por Lacan en el estadio del espejo, deja claro que el otro del sujeto oscila entre la posición de objeto de deseo y de estorbo.

Marcelo deja claro que hay un otro más extranjero en juego en esa relación, y que es el objeto a, objeto que aparece muchas veces poco velado para ese sujeto y que, en el momento en que rompe su pareja amorosa, invade su vida bajo la forma de la angustia y de una desregulación del cuerpo.

El espejo y la mirada, nos enseña Lacan, no son indisociables y derivan uno del otro. Sin embargo, la estrategia de la extracción de la mirada a partir de la escena analítica es un manejo posible para resguardar al analista tanto de la posición de perseguidor como de evaluador. La mirada apunta al lugar del Otro intrusivo y retirarlo es un modo de moderar ese Otro para el sujeto. En el caso de Marcelo, como él no soportaba salir de la situación de cara a cara, pareciendo necesitar del sostén del otro especular, el manejo del ocultamiento de la mirada venía de las respuestas del analista, siempre con humor, y buscando un apaciguamiento de la reciprocidad de la mirada, para hacer valer el nivel escópico de la pulsión. Yo nunca decía nada sobre su apariencia, sus ropas o su gordura.

Lo que Marcelo parecía buscar era la satisfacción obtenida por la captura narcisística de la imagen idealizada y deseada de sí mismo y que él nunca veía en su reflejo, sea en el espejo o sea en el espejo de la mirada del Otro. El resultado de su encuentro con el otro especular no es el del júbilo descripto en el estadío del espejo por Lacan, sino el de la angustia. En el par mirar y ser mirado, lo que el analista intenta es retirarse de la posición del Otro que mira. Ese sujeto nunca se ve como yo ideal, ya que el ideal del yo no se sitúa para él de modo muy consistente, por defecto de la función paterna, que no viene a nombrarlo de modo consistente, lo que posibilitaría que él se desprendiera de la mirada del Otro.

Esa mirada real, elidida de la realidad visual del sujeto y que vemos aparecer con más claridad aun en los casos de psicosis surge, en el caso de Marcelo, de modo insistente, obligándolo a verificar constantemente detalles de su cuerpo, en un trabajo constante de manejar esos detalles para extraer esa mirada invasiva

La construcción de su posición subjetiva

La situación de crisis provocada por el fin de una relación amorosa puede permitir a Marcelo ir construyendo su posición subjetiva. Su angustia le causa enigma y lo hace querer saber y moderar el goce que lo invade. Incluso ni el videogame que él finalmente compró lo tranquiliza. Ahora que trabaja, él mismo quiere pagar su análisis. Dice que es como Charlie Brown: mientras todos sacan caramelos de las bolsas en la Noche de Brujas, el Otro solo le da una piedra.

El tiene un amigo que es como él. La analista, es claro, debería haber visto –tal como él- unas mil veces el film El Club de la pelea y podría entender que ese amigo es como un desdoblamiento del personaje del film, un doble especular. "Lo que yo pienso, João lo piensa también; con él, me siento menos solo.

Por eso, quedé arrasado aquella vez que él peleó conmigo. El y yo tenemos una mirada diferente para con las mujeres. No las vemos como objetos para transar. Frente a una foto de una mujer en internet decimos: con ésta, yo me casaría:". De ese modo, él puede formular que la mujer es tomada por él en la lógica fálica y busca idealizarla a partir de la fantasía de tomar la mujer de manera tal de no reducirla a un objeto sexual. Con el amigo, él puede compartir una cierta mirada. "Las mujeres de hoy en día son horribles", relata Marcelo, "ellas están llenas de amigos y amigos, usted sabe, solo quieren hacer aquello con las mujeres". José es amigo también, pero es diferente. El parece que siempre sabe algo que Marcelo no sabe y no le va a contar. Más allá de eso, parece encontrar genial el hecho de conservar ese supuesto secreto.

Lo importante es que Marcelo consigue concluir que el hecho de separarse de la novia, lo dejó mucho más entregado a su posición de desamparo frente al Otro. El siempre la rebajaba y le encontraba defectos para sentirse mejor. Todo el tiempo en que estuvo con ella, pensaba en terminar el noviazgo. Era una competición constante, que ahora lo atormenta todo el día. El formula una demanda al analista: "lo que yo quiero es estar libre de esa competencia". Esa competencia insoportable lo hace suponer todo el tiempo que su ex novia está con muchos tipos y él, por su parte, deberá suplantarla, aunque no esté interesado en nadie. "Es una cuestión de supervivencia", dice, "ella no puede de ninguna manera ser mejor que yo".

Me parece que ese modo de degradación en la vida amorosa difiere un poco de aquella descripta por Freud –cuyo objetivo era apartar a la mujer de una identificación con la madre. Freud dice que el sujeto restringe la elección de objeto, buscando solo aquellas que no rememoren las imágenes incestuosas prohibidas. Para Marcelo, rebajar a una mujer es una manera de sostén imaginario del sujeto, una manera de defenderse de la angustia. El partenaire amoroso entra más en el lugar degradado del padre y del hermano, y él establece con ella una relación de competencia, de vida o de muerte. El necesita que se certifique que está en una posición mejor que la de ella, sino él queda reducido a una nada.

Entonces, como modo de ganar la competencia, Marcelo busca mujeres bonitas para relacionarse y el interés de ella lo hace sentir bien. De cualquier modo, la iniciativa es siempre de ellas, él se sitúa en la posición del elegido, modo de escamotear su deseo. Comienza un noviazgo y, cuando fue a tener sexo con esa muchacha rubia y de ojos verdes, las cosas marcharon bien, a pesar de que él había pensado antes que podía haber olvidado todo. En ese momento, alguien preguntó si ellos estaban noviando y él no supo responder, lo que dejó a la muchacha enfurecida y la hizo querer separarse de él. Eso no tiene mucha importancia, ella no significaba demasiado y él podría salir con João porque esa amistad y afinidad lo hacen salir de la posición de resto.

Mis amigos dijeron que yo estaba flaco, tres días después de que yo dejé de comer. Eso es ridículo. Había llorado el día entero y había pegado a la bolsa sin guantes, para lastimarme las manos" –él tiene la impresión de que, en tres días, adelgazó todo lo que trató de adelgazar por años y nunca consiguió. Sin embargo, el hecho de que todos dijeran que él estaba flaco lo hace sentir bien. Cortarse el pelo, incluso pagando 36 reales, lo hace sentirse bien... por algunos minutos, porque luego el peinado se desarma y el cabello vuelve a incomodarlo. Sin embargo, luego de que el peinado le quedara bien, se saque muchas fotos a sí mismo y elige las mejores para poner en internet. "De algunos ángulos –dice- usted no lo va a poder creer pero estoy hasta bonito!". Se depila la espalda como modo de sacar el aspecto suyo que le da asco y le recuerda a un mono. Eso también lo hace sentir bien, aunque sea al precio de algo de dolor. El puede usar una remera blanca: eso es demasiado!

Si Lacan describió que en el estadío del espejo, la imagen recubre la falta, para Marcelo la falta amenaza aparecer todo el tiempo en la imagen, y él trabaja constantemente para encubrirla. El dice que tuvo una idea que ahora lo orienta. Es una especie de orden: "Marcelo, siéntase bien!". También me dice: "Gracias a usted, abolí las ideas del ‘siéntase mal’. Yo debia haber vuelto antes aquí, para que usted viera cómo yo estaba".

Así parece ser para este sujeto el encuentro con un analista: una manera de orientarlo para sentirse bien en su propia piel.

Traducción: Marina Recalde
Revisión hecha por la autora

El Caldero Online Cuatro+Uno EntreLibros
La Red PAUSA ICdeBA IOM2
EOL Wapol FAPOL Radio Lacan