Febrero 2006 • Año V
#14
Dossier Depresión

Hacia un afecto nuevo

Eric Laurent

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Ana Casanova
Expuesta en la Muestra de Virtualia, Palais de Glace, agosto 2005.

Podría decirse que este texto es una continuación de la reflexión iniciada por Eric Laurent en "Melancolía, depresión, dolor de existir", acerca de la conjunción entre la época contemporánea y la depresión. La oposición entre castración y depresión le permite ubicar la pertinencia de la definición del padre como otra cosa que el del Edipo: un padre originario, que recibe su formalización en la muerte del padre, como aquello que retorna en la experiencia de la falta. La muerte del padre es lo que lleva a realizar la experiencia del fin, experiencia muy presente desde el siglo XX, la cual es imaginarizada con el término depresión. La experiencia de un psicoanálisis es lo que conduce a darnos cuenta en un relámpago, que hay otro modo de goce que la tristeza.

 

¿Qué es lo que hace a nuestros ojos, la psiquiatría, esta disciplina eminente del sufrimiento humano, que procede actualmente, bajo esta forma que el libro "Las enfermedades depresivas"[2] viene a marcar?

Ni bien apareció, se transformó en el libro de referencia de una corriente de la psiquiatría contemporánea. Para comprender la razón de esto, digamos que es el resultado de lo que en otro lugar llamé la combinación del principio de Pichot y del principio de Pull. El principio de Pichot, ha sido enunciado bajo la siguiente forma: en la clínica, dar prioridad a los trastornos del humor frente a cualquier otro fenómeno, frente, en particular, a la alucinación.

El principio de Pull viene del enunciado que se dio para caracterizar el cambio decisivo entre el DSM III R y el DSM IV: o sea el levantamiento de la condición del periodo de tiempo en el episodio depresivo para calificar una entidad clínica. A partir de este momento, no hay más ningún principio de detenimiento que pueda impedir rehacer toda la clínica a partir del episodio depresivo. Esta reflexión anunciaba el libro que ahora acaba de salir.

En un artículo publicado en Ornicar?, hace ya un tiempo[3], constataba que este movimiento exterior al psicoanálisis, encontraba en él una anticipación. El afecto depresivo se concibe después de Freud, a partir del rechazo de la perspectiva freudiana que liga la falta a la culpabilidad hacia el padre. Llegué a hablar de comité castración[4], para designar las invenciones de cada uno de los miembros del Comité secreto instituido por Freud, de angustias calificadas cada una de más fundamentales que la angustia de castración. Más exactamente, había escrito este artículo poniendo en serie estas invenciones como una evitación del alcance de la castración freudiana y es Jacques-Alain Miller quien encontró el título. Haría falta según el mismo principio componer un comité depresión. Se podría así poner en serie un cierto número de posiciones, la de E. Jacobson, de M. Klein y la de otras damas. El hecho que sean mujeres no me parece para nada extraño a la cuestión.

El artículo de Ornicar? considera la dificultad del movimiento psicoanalítico en articular la oposición en Freud entre, por una parte el acento puesto en "Duelo y Melancolía" en la pérdida del objeto y, por otra parte en "El yo y el ello" sobre la identificación al padre muerto. ¿Cómo enlazar los dos, la pérdida como experiencia, por un lado, la identificación al padre muerto, por el otro?

Freud partió desde 1895, desde los Manuscritos, y en las cartas a Fliess, de la definición de melancolía como hemorragia, como pérdida de la libido como tal. Luego asignó como causa de esta hemorragia a la pérdida del padre fundada en un asesinato y la culpabilidad sin remedio que lo acompañaba. Es de este movimiento que se produjo la dificultad de los post-freudianos en entender lo que Freud ponía bajo el término padre.

A partir de 1915 y de Totem y Tabú, Freud pasa a una definición del padre que no es más el padre del Edipo, sino un padre originario, en una vía que culmina en "El yo y el ello", y su capítulo séptimo sobre la primera de las identificaciones como incorporación del padre.

En Malestar en la cultura, es el Otro, que se revela no ser sino el pasaje del sistema de parentesco a las sociedades complejas: "En el niño esto no puede jamás ser algo diferente, pero incluso en muchos adultos el cambio se limita a que la comunidad más vasta de los hombres viene al lugar y sitio del padre o de los dos padres"[5]. Un poco más adelante, Freud precisa: "Si la civilización es el recorrido del desarrollo necesario que lleva de la familia a la humanidad…Lo que comenzó con el padre se consuma en la masa"[6].

¿Qué es lo real en juego en la muerte del padre en Freud? Es el don, la experiencia del fin. Es la experiencia de la necesidad que abandona el sujeto. No es más la pérdida de un objeto del mundo, sino el descubrimiento que el mundo mismo se pierde. Es esto lo que hace probablemente que las damas, Melanie Klein, Édith Jacobson y otras, hayan preferido centrar la experiencia de la pérdida como pérdida de la cosa y no como pérdida del padre. Para entender la experiencia femenina, si seguimos a Lacan, no se trata simplemente de recordar que las damas nos hablan mejor que los hombres de la pérdida de amor, sino que la experiencia de la cosa como tal, no es sin lazo con el Superyo, femenino[7].

La depresión formulada así, como experiencia del fin es un afecto referido como tal en el siglo veinte. El filósofo que primero se dio cuenta, que lo globalizó, fue Heidegger. En su curso de 1928-29, nota que, después del fin de la primera guerra mundial, todos los filósofos reflexionaban sobre la experiencia del fin. Es a partir de la experiencia del límite del mundo, efectuada por el discurso de la ciencia, que él trata los afectos de angustia y de aburrimiento. Agreguemos la desconfianza hacia la razón que surgió luego de la segunda guerra mundial y la existencia de la Shoa, y mediremos la experiencia de la pérdida sufrida en este siglo.

Sin embargo, ningún oscurantismo es la apuesta del psicoanálisis. Estamos por la ciencia y su efecto de vaciamiento de la tradición, a condición de corregir la falsa concepción de la causalidad que ella puede engendrar. Podemos formularla así: vivirse a sí mismo como una máquina. Es lo que Lacan tomaba del término de falsa universalidad de la regla. Nada conviene mejor a esta falsa concepción de la causalidad, revelada en la reducción de la razón llevada a un mandato, luego a la regla, que el binario manía-depresión como afecto. El sujeto se incluye en el mandato estando en sintonía con la regla o bien él es depresivo, no está más a la altura de la regla, cae.

Es un uso crítico de la filosofía de las ciencias contra esta falsa universalidad de la regla. J.-A. Miller, en su curso "Donc", había dado todo su lugar a la concepción de este destacable filósofo que es Saül Kripke, que supo a partir de Wittgenstein, crear una actitud escéptica frente a la falsa universalidad de la regla. Él recuerda a los oídos contemporáneos que es siempre posible hacer obstáculo a esta falsa universalidad, para preguntar: ¿qué sabe usted lo que dice esta regla?

La experiencia de un psicoanálisis no debe conducirnos a vivirnos como máquinas, sino a darnos cuenta en un relámpago, que hay otro modo de goce que la tristeza. Es la apuesta de definir, en efecto, el pase como un relámpago. Cuando Lacan utiliza esta metáfora del relámpago, en lo que concierne a la experiencia del pase, es en la perspectiva del comentario de Heidegger del fragmento de Heráclito quien dice: "El relámpago gobierna el mundo"[8]. En un primer sentido, el relámpago en tanto es uno, Zeus, gobierna la multiplicidad de los significantes. Es el amo de la multiplicidad y a este efecto, Heidegger, cita el recuerdo de una visita al templo de Egine. Mientras que él lo admira, un relámpago atraviesa el cielo, un solo relámpago, y él pronuncia Zeus. Desarrolla esto explicando que la relación de los griegos a su dios no era la fe, relación muy específicamente cristiana o judeo-cristiana, sino más bien la admisión de la pura presencia que lo indica.

Otro aspecto de este aforismo, es que él nos dice que se trata de vivir el mundo como si se viera el Uno gobernar el mundo. Habitar el mundo, como lo habita el Uno, no es habitarlo como amo, es más bien habitarlo como se habita un dolor. "La libertad se parece a la de un hombre que supera el dolor en el sentido en que en lugar de deshacerse de él y de olvidarlo, lo habita"[9]. Habitar el mundo, vivir, es poder vivir con la experiencia de la pérdida, habitar un mundo tal que pueda incluir este dolor. No deshacerse de él y olvidarlo sino verdaderamente habitar el lenguaje.

Decir que la experiencia del psicoanálisis culmina en un relámpago, es poner en juego toda la concepción de la causalidad, la relación del significante y de la causalidad. Es proponernos, no solamente un significante nuevo, sino una relación nueva al significante, en tanto él introduce un nuevo afecto. A veces nos contentamos en decir que el fin del psicoanálisis incluye algo de duelo y es una facilidad. Encuentro muy bella en la conferencia que dio en París, Bernardino Horne, el primer AE de l’EEP[10], la observación que él hacía sobre este punto. Él observaba que si el fin del análisis kleiniano es vivido como un duelo, es que ella imaginariza la pérdida. El pase, en la perspectiva de Lacan, es más una ganancia de saber con el afecto de entusiasmo que esto produce, y Lacan no retrocede en hablar de un afecto nuevo. Es el saber alegre (gai savoir) que propone el psicoanálisis. Es el afecto de lo que puede percibirse en el relámpago. Es en efecto percibir de una lado la multiplicidad, la regla que pone cada significante en su lugar y también por otro lado, la cosa que está entre cada significante.

Que el mundo adviene como mundo y que la cosa adviene como cosa.

Este es el relámpago. Se trata de sostenerse en eso, es a partir de allí que el sujeto puede tener otra relación a la causalidad. Darse cuenta del paño, la materia de la que está hecho, es lo que puede permitir al sujeto inventar una nueva aplicación de la regla de goce de la que procede. Esta relación de la multiplicidad y del Uno no desemboca en un universo de reglas, en un lenguaje al que cada uno quedaría fijado. No hay lenguaje último para describir la experiencia, última palabra, porque la verdadera lengua es lalengua. No es tampoco la escritura de la lengua que la fijaría. La escritura en su verdadera función revela el Uno de Lalengua, es por esto que Lacan no se pone de rodillas ante la escritura, culto derridiano. Puede incluso ir en sentido contrario y subrayar que lo más importante en la crítica literaria de nuestro tiempo, es que ella permite releer a Rabelais, es decir aquel que inyecta palabras en la escritura. Reencontrar el estatuto de la palabra en la época de la escritura, es también luchar contra la falsa universalidad de la regla que puede engendrar la formalización por la escritura. Es así que el realismo del goce viene a tener en cuenta el nominalismo del bien decir.

Traducción: María Inés Negri

NOTAS

  1. Este texto es una versión abreviada de la conferencia pronunciada el 10 de febrero de 1996 en el marco de la tarde de preparación de las jornadas. Publicado en La Lettre mensuelle n° 149. El texto completo fue publicado en Letterina.
  2. Poirier M-F, Olié J.P., Loo H., Les maladies dépressives, Flammarion, Paris, 1995.
  3. Laurent E., "Mélancolie, dépression, douleur d’exister", Ornicar? n° 47, 1988, Paris.
  4. Laurent E., "Le Comité Castration", Ornicar? n° 16, 1978.
  5. Freud S., "Malaise dans la Civilisation", Îuvres complètes, Vol. XVIII, 1926-1930, Presses Universitaires de France, 1994, p. 312.
  6. Freud S., op.cit., p. 320.
  7. Serge Cottet, en un texto presentado el mismo día, había situado la importancia de la coma.
  8. Se podrá leer la referencia en la conferencia pronunciada por Jacques Lacan el 2 de noviembre de 1973 en el Congreso de la Grande-Motte, Lettres de l’Ecole Freudienne de Paris n° 15. Acaba de ser traducido en español en Uno por Uno n° 43, bajo el título elegido por Jacques-Alain Miller de "Autocomentarios". Jacques Lacan comentá allí el prefacio a los Escritos en alemán que acababa de redactar.
  9. Heidegger M., "La fin de la philosophie y le tournant", Questions IV, Gallimard, 1976, p. 144.
  10. Conferencia dada en la sede de la ECF, el 6 de febrero de 1996.
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