Febrero 2008 • Año VII
#17
Dossier: El empuje al hedonismo en la civilización contemporánea

Del « hedonismo contemporáneo » como empuje al plus-de-gozar

Fabián Fajnwaks

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Ciudad Silenciosa
80 x 75 cm
Diana Chorne

El análisis de la sociedad hipermoderna actual sitúa dos extremos: de la euforia perpetua a la depresión, extremos sostenidos por un imperativo superyoico, el deber de felicidad. En este punto, la búsqueda imposible del sujeto moderno es el de producir un acuerdo entre el principio de placer y el goce, o dicho en otros términos, "pasar el goce a la contabilidad". Esa búsqueda no es sólo imposible, sino que conduce a distintas formas de desregulación del goce. El sujeto toxicómano es el paradigma de este intento de empuje al plus de gozar. Por último, ese deber, esa doctrina de felicidad impide el recorrido y el atravesamiento de las paradojas necesarias entre deseo y goce.

Existe desde hace unos años toda una literatura que da cuenta, bajo diferentes formas y desde distintos ángulos, del estado actual de la tendencia generalizada a la búsqueda de un placer permanente en la civilización actual. El titulo que mejor representaría esta búsqueda es el de la obra de Pascal Bruckner L’Euphorie perpetuelle. Essai sur le devoir du bonheur, publicada en 2001 en Francia. Otros ensayos: La fatigue d’être soi d’Alain Ehrenberg o aún La société hypermoderne abordan la tendencia al hedonismo hoy por su reverso, en la primera por la extensión generalizada de la depresión, y en el caso del ensayo de Lipovetski solamente por algunos rasgos descriptivos.

El texto de Bruckner impone, desde su titulo, aquello de lo que se trata verdaderamente en la búsqueda del hedonismo generalizado: el deber de la felicidad. Sitúa por ejemplo, mas allá de los aspectos sociológicos de la cuestión, que no carecen de interés para quien se interesa en la marcha del mundo en el que se vive, algo a lo que no somos indiferentes en nuestro medio: que la búsqueda de la felicidad permanente, de la euforia perpetua, pretende lisa y llanamente eliminar el dolor y el sufrimiento, buscando hacer primar el Principio del Placer. El dolor, desde el punto de vista médico, es por cierto una inquietud antigua, pero que encuentra en las coordenadas de la civilización de las tecno-ciencias en las que vivimos, una actualidad muy particular. En los centros contra el dolor existentes en USA y en algunos países de Europa occidental se busca no solamente eliminarlo completamente, sino también objetivarlo de manera extrema para poder dominarlo mejor. Se proponen escalas para que el paciente que sufre de dolores crónicos, por ejemplo, pueda medirlo y domarlo mejor, calificarlo, terapeutizarlo, allí donde el dolor se propone como un Real irreductible para el saber médico. En cuanto al sufrimiento nos encontramos ya directamente en el terreno del síntoma.

 

Del empuje-al-goce en la « civilización del hedonismo »

El discurso sobre la civilización del hedonismo en la que viviríamos actualmente revela solamente de manera parcial aquello de lo que se trata: de un verdadero empuje generalizado al goce, ya sea bajo su forma pulsional en relación a un objeto parcial, o en su mas allá de este objeto, como plus-de-gozar buscando abrazar la pulsión de Muerte, tal como Freud la conceptualizara. Es este encubrimiento el que da una cierta candidez a estos discursos cuando lo intentan hacer entrar en el régimen del Principio del Placer, en un acuerdo ilusorio del sujeto con su goce, como ya lo señalaba Lacan en su Seminario sobre La Ética del Psicoanálisis. Es lo que el discurso de la Ciencia en su complicidad tácita con el discurso del capitalista ha promovido bajo la forma de la « ascensión al cenit social del objeto (a) ». Lo que está en juego es otra cosa y estos discursos no sólo aparecen como en un cierto retraso o desplazados en relación a lo que nombra la sociedad del hedonismo, sino que más bien aparecen como una legitimación normativa del régimen actual de la civilización. Éric Laurent evocaba recientemente que las adicciones aparecen « como el horizonte autista y mortífero del goce » y que en la civilización del supuesto hedonismo lo más difícil es el tratamiento de su relación a las adicciones »[1]. Es entonces el sujeto adicto el que aparece como el paradigma en esta sociedad del hedonismo en tanto que él busca inscribirse en el Principio de Placer bajo la forma « tensión cero », reducir o anular toda tensión proveniente del pensamiento de la cadena significante con su relación a una sustancia. El toxicómano no es aquí más que el paradigma de lo que de manera más general la civilización actual busca como empuje al goce, a un goce eufórico llevado a su grado máximo, y mantenido en tanto que tal en su perpetuidad, esto es, sin la diferencia entre el más o el menos que introduce el deseo.

Es esta relación particular a una sustancia como objeto el paradigma, ya que nos entrega el « enganche » al objeto a través de la formula del fantasma de Lacan: $àa, el sujeto barrado en una relación de alienación a un objeto, en cortocircuito con la cadena del significante S1-S2 y con la palabra, produciendo en este punto una diferencia fundamental con el hedonismo antiguo. Es el Discurso actual que rige nuestra civilización, el discurso que Lacan llamara una vez en una conferencia en Italia, el Discurso del capitalista, que en realidad no es un discurso, sino un circuito, ya que no permite -según la definición de Lacan- refrenar al goce, sino que más bien lo articula. Es este discurso que permite esta relación al objeto sin que la cadena significante sea una barrera a este acceso, ya que esta se inscribe en este circuito como un elemento más, permitiendo su funcionamiento.

 

El deber de la felicidad

Con este subtitulo, uno de los ensayos que constituye un inventario bastante justo de la cuestión, L’Euphorie perpetuelle, Essai sur le devoir de bonheur del escritor Pascal Bruckner, aborda diferentes aspectos de lo que llama un nuevo orden moral: el deber de la felicidad. El autor se detiene en el hecho de que el ideal de felicidad que vehiculiza el hedonismo pertenece al siglo de las Luces: la felicidad presentada como la culminación del progreso de la razón, evocando al joven Mirabeau y la felicidad como único objeto que la razón debe perseguir. Se pregunta entonces cómo la felicidad, objeto de casi cincuenta tratados durante el siglo XVIII, pudo devenir hoy un imperativo moral, normativizante. Conocemos en el psicoanálisis a través de la relación entre el deseo y el goce, las paradojas que la búsqueda de placer impone, paradojas que Bruckner detalla superponiendo la felicidad a la búsqueda de placer. Al tener la felicidad un objeto flou, este objeto deviene intimidante al ser tan impreciso; este orden moral desemboca en el aburrimiento o en la apatía en cuanto se realiza (cuestión por otro lado presente en toda doctrina de la felicidad). La felicidad ideal seria así siempre a satisfacer, evitando así el doble impasse de la frustración y la saciedad. Y finalmente este nuevo orden moral eludiría el sufrimiento al punto de encontrarse desarmado cada vez que éste resurgiera. Pero el análisis del autor se torna interesante cuando al examinar los límites de este nuevo orden normativo, explica la extensión actual de la depresión como el síntoma social de este orden que formula « la felicidad para todos ». El sujeto deprimido, objeto de tanto interés médico, epidemiológico y sociológico, objetaría así este nuevo orden que quiere, que ordena casi a la manera de un significante Amo, que todo marche en las rueditas de la felicidad; invocando su derecho a la tristeza y a la angustia. Aún más: lo que el autor expone es la búsqueda actual de una cierta homeostasis que sitúe las cosas mas allá de la diferencia que el deseo sostiene con el placer; en el registro de la euforia perpetua que se asemeja bastante a la homeostasis buscada por muchos sujetos toxicómanos. De este modo, es más bien esta búsqueda, este empuje al plus-de-goce lo que el autor, sin nombrarlo, sitúa bajo el nombre un poco angelical de « hedonismo » y « búsqueda de la felicidad ».

Otro elemento que Bruckner sitúa es el hecho paradójico de que nuestra civilización, buscando eliminar el dolor y el sufrimiento, siguiendo en esto el modelo médico, niega el sufrimiento, sobre todo su expresión publica y produce así la paradoja que quizás nunca se haya hablado tanto del sufrimiento como en la sociedad del bienestar. Ciertamente los reality-shows televisivos explotan esta expresión canalizada del dolor, así como cierta literatura, en los cuales la gente va a buscar, por identificación, un tratamiento catártico de su propio sufrimiento. Ubica así el lugar de la enfermedad, del duelo o del dolor como resto, como residuo de este nuevo orden moral -resto del que podríamos decir se ocupa el psicoanálisis como síntoma- e incluso una cierta competición por el lugar de la « victima que más ha sufrido », en ciertas reivindicaciones comunitarias. Lo que no impide en nada que las comunidades en cuestión hayan vivido las peores exacciones.

Bruckner evoca por otro lado la instrumentalización política del sufrimiento, su recuperación, evocando la mise en scène de Mitterrand de su enfermedad al final de su mandato, para poder desviar la atención pública de las amistades que cultivara con algunos antiguos « colaboradores » de los años de la ocupación alemana. Pero podríamos aportar otros elementos más actuales: el uso de la compasión en política (« entiendo vuestro dolor y sufro con ustedes, ante mi impotencia de poder hacer avanzar las cosas o modificarlas ») ha llevado a los neoconservadores americanos a desarrollar el « compassionate conservatism ». Y en la misma dirección, es decir en el gran giro hacia la derecha que la política ha manifestado en los últimos tiempos, un universitario, especialista en Ciencias Políticas, observaba durante la reciente campaña presidencial en Francia, que nunca antes había observado un uso tan frecuente del término « sufrimiento » en una campaña presidencial, frecuencia que traduce una instrumentalizacion politica.

Este inventario lleva a Bruckner a construir una pequeña sabiduría de uso personal, una pequeña moral personal que permita, podríamos decir, la tramitación del goce en cuestión, sin eliminarlo. « No contentarse en tramitar la falta o la carencia, sino descubrir en todos lados bienes no contables que escapen a la regla de la ganancia, prolongando el viejo sueño revolucionario del lujo para todos. Dado que el lujo hoy consiste en todo lo que se vuelve raro: la comunión con la naturaleza, el silencio, la meditación, el re-encuentro con la lentitud, el placer de vivir a contra-tiempo, el ocio estudioso, el goce de las obras mayores del espíritu. Tantos privilegios que no se pueden comprar, porque no tienen precio… » « A una pobreza que se padece podría oponerse un empobrecimiento elegido (una auto-restricción voluntaria) que no es la elección por la indigencia sino la redefinición de sus prioridades personales »[2]. De este modo, el autor concluye que « el verdadero lujo en definitiva es la invención de su propia vida, es el dominio de su propio destino, citando a Spinoza, todo lo que es precioso es tan difícil como raro ». No estaríamos en desacuerdo con algunos de estos principios, que evocan la invocación de la « urgencia de lo inútil » que Martin Heidegger pone en boca de dos prisioneros de guerra en un campo de detención en Rusia al final de la guerra, y que mencionaba en una carta de 1945 a Elfriede, su esposa, como reacción a la búsqueda desenfrenada de nuestra civilización de la ganancia económica de toda acción humana: « En este mundo de performance y de trabajo, este mundo de potencia y triunfalista, el hombre ha perdido toda relación a lo inútil, como manifestación del ser ».[3] Pero sabemos que detrás de estas « auto-restricciones voluntarias » invocadas por el autor se esconde el superyó que refuerza el lazo al goce que se trataba de vaciar. Y que una ética que haga pasar estas cuestiones, la del goce de los bienes y de la relación que el goce y el deseo sostiene con estos, lleva las cosas hacia un cuestionamiento más radical que el de las « prioridades personales »: lleva hacia la pregunta por el deseo.

 

La « Felicidad Nacional Bruta »: a la manera de las TCC.

Puede así parecer sintomático que desde hace ya algunos años los economistas se interesen en poner a punto una escala estadística para medir lo que han llamado la « felicidad bruta nacional » en base al modelo del « producto bruto nacional ». Frente a la deficiencia de los parámetros existentes para medir el PBN, especialmente de las economías paralelas que escapan a la medición del PBN, así como los daños causados al medio ambiente y fundamentalmente la incapacidad de medir el « bienestar de la gente », diferentes organismos internacionales como el O.C.D.E., el Banco Mundial y el Centro Internacional de Desarrollo Mundial intentan producir una escala que permita medir la satisfacción de la gente. El diario Le Figaro, interesado en estas cuestiones, daba cuenta recientemente[4] de un Forum reunido en Estambul bajo el título « Cómo medir el progreso y cómo favorecerlo », en el que se reunieron alrededor de mil economistas y estadísticos y en el que se concluyó en los límites y la caducidad de la escala actual que permite medir el PBI de los países, escala producida en los finales de la Segunda Guerra mundial, en un « contexto de reconstrucción y de economía dirigida ». El PBI seria actualmente casi caduco para medir las nuevas necesidades de las economías avanzadas y la realidad de los países emergentes. Muchos economistas coinciden en que una nueva escala debería incluir « la satisfacción de la gente ».

Esta vana iniciativa se encuentra aparentemente bastante desarrollada ya que por ejemplo Ruut Veenhoven, Profesor de la Universidad Erasmus de Rotterdam, ha establecido una escala para medir la FNB en 99 países en los últimos 25 años. A partir de la simple pregunta: « ¿En qué medida está usted satisfecho con su vida? » a la que adjuntaban los datos individuales, lo que les permitía afinar el perfil de los sujetos interrogados, calculan la « esperanza de vida feliz » conjugando los índices de felicidad y la esperanza de vida del país en cuestión. « Los países mas ricos son mas felices » es la conclusión de esta encuesta, en la que sin sorpresas encuentra en los resultados los mismos ingredientes presentes desde el inicio en los cuestionarios -como el mago del circo que saca de la galera el mismo conejo que puso un momento antes- o sea aquellos donde la economía es competitiva, el sistema de gobierno democrático, y bien gobernados. A lo que se agrega algunas elecciones sociales como la igualdad de posibilidades, la tolerancia y la posibilidad de hacer la vida que conviene a cada cual.

Resulta apenas sorprendente que sea el rey de un pequeño país asiático, el Butan, que tiene al Budismo como religión oficial, quien se encuentre desde 1974 en el origen de esta iniciativa de medir la felicidad de la gente, o siguiendo al Lacan de "Radiofonía" de « Hacer pasar el goce a la contabilidad… »[5]. Siendo el budismo la doctrina religiosa por excelencia que busca llevar al Nirvana, al Principio de Placer toda actividad humana.

Fabián Fajnwaks es psicoanalista, miembro de la ECF (Ecole de la Cause Freudienne), y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis).

NOTAS

  1. E. Laurent. Apuestas del Congreso de 2008. En el sitio del congreso: www.amp2008.com.
  2. Bruckner, P. L’Euphorie perpetuelle. Editions Grasset. Paris. 2000. P. 208.
  3. Heidegger, M. La Devastation et l’Attente. Entretien sur le chemin de campagne L’infini. Gallimard. Paris. 2006.
  4. Le Figaro, edicion del 6 de julio de 2007.
  5. J. Lacan . Radiofonia y Television. Anagrama. Barcelona. 1977. P. 35.
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