Septiembre 2017 • Año XVI
#33
Asuntos de familia

Adixiones en familia

Ernesto Sinatra

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La hora azul
Oleo sobre tela 140 x 100 cm
Año 2014

Miniseries

Una mujer en análisis –emblema de las antiguas, no de las nuevas patronas–, madre tradicional, casada con un hombre al que quería pero al que no aguantaba más y con el que ya no sabía qué hacer, de él decía: "cada vez que le pregunto algo, cualquier cosa, él se sube a un banquito y comienza a darme cátedra ¡de algo que no le pedí! Se me transformó en un especialista en todo…lo que a mí ya no me interesa". Sin solución de continuidad, siguió: "Me gustan Los Sopranos porque sus protagonistas resuelven sus diferencias sin vueltas. Unos cuantos tiros y ya está".Por las dudas, luego de escuchar esa posible solución a su situación conyugal, sancioné sus dichos con una carcajada, enmarcando su ocurrencia como un chiste. Me miró sorprendida y agregó, muy seriamente: "se dice de Los Sopranos que allí están todas las respuestas".

Otro analizante convocó a su familia para darles una primicia: su casamiento. Hay que destacar el revuelo que causó entre padres y hermanos, ya que hasta el momento no se le conocía partenaire –incluso la familia parecía desconocer el rumbo de su identidad sexual, por la que tampoco ninguno parecía preocuparse demasiado. La expectativa causada, prontamente se transformó en perplejidad: muy suelto de cuerpo les anunció que al mes siguiente se casaría… con Netflix. "Adicto a Black Mirror" como se designaba, presentaba con esa ironía a su partenaire-síntoma, ese con quien realmente compartía su forma de vida.

Hace ya muchos años –desde el Departamento del TyA– hemos lanzado una tesis, fundamento del empleo de las drogas en la civilización: los individuos son el objeto real del consumo; era ese el marco para otra tesis, la de la toxicomanía generalizada con la que intentamos situar la extensión de los tóxicos en la vida cotidiana. Hace ya un par de años hemos torsionado el concepto para obtener su versión posmoderna, lo hicimos a partir de un neologismo: adixiones, [1] con el que pretendemos resaltar el valor de goce que determina el curso de cada acción humana. La hipótesis de las adixiones se asienta en el valor adictivo, es decir: tóxico del goce, [2] y es una consecuencia mayor de la vertiginosa caída del padre y del concomitante ascenso del goce al cenit de la civilización.

Con el concepto de adixiones intentamos señalar la dependencia de cada individuo a las múltiples acciones que fijan sus condiciones de goce, más acá de la cuasi-infinita variedad de categorías que el Otro social no cesa de diseñar, para intentar reducir lo real a semblantes clasificatorios.

Adixiones muestra, con su x de fixierung en el orillo, que lo real del goce insiste en cada uno, en la iteración del goce en cada Uno.

Por ello interpretamos de este modo no solo la producción de nuevas drogas para el consumo, sino que –más allá del empleo de substancias– señalamos que cada acción humana es pasible de adquirir un valor adictivo. [3]

Parecería que hoy no solo las personas pueden ser "tóxicas", incluso familias enteras caen en la volteada demostrando sus variadas adixiones: distribuidas entre el consumo de bebidas y/o drogas varias; pasando por presuntas compulsiones sexuales (que se han ideado para desresponsabilizar infidelidades cometidas)… hasta el consumo de juegos compartidos –y/o repartidos– en familia, como series que no se pueden dejar de ver.

Por mi parte, en ocasión de un Encuentro Internacional, aproveché para confesar públicamente una adixión. Incluso sin avergonzarme y –a modo de reconocimiento de mi debilidad mental– agregué que no pocos de mis colegas y amigos participan de mi adixión. Sí, confesé mi adixión a las miniseries, ya que –entre nosotros, nadie nos ve ni nos escucha–, díganme ustedes: ¿acaso no comparten mi adixión? Ya no hay reunión, encuentro familiar o amistoso en la que no circulen nombres de series, lanzadas en un intercambio frenético… como si fueran substancias… Pero ¿acaso no lo son? Al menos es indudable que son objetos tecnólogicos –gadgets– que condensan goce escópico.

Las series –una por una–, esas que no pueden dejar de verse, encausan una adixión contemporánea que combina el goce escópico con Otro goce: el del blá-blá-blá, ya que no solo se trata de mirar miniseries, sino que se contabiliza –además– el goce de mostrarlas, de contarlas, de comentarlas, de enumerarlas, de ofrecerlas a los otros como producto puro, un producto de la mejor substancia.

Qué modulación del goce, qué es lo que se prioriza de estas diversas acciones, permitirá localizar el punto de fijación pulsional que se itera en la acción de cada Uno. Desde esta perspectiva las series que vemos, por más compartidas con los otros, siempre resuenan de forma singular.

Para terminar, quiero señalar una diferencia entre las dos viñetas presentadas y que –tal vez– permitan cifrar algo del destino de las familias contemporáneas.

Los Soprano junto con su precuela fílmica, El Padrino, constituyeron un síntoma de las familias del siglo XX ancladas en el fantasma del padre tradicional, en su "honorable" presencia; ellos ofrecieron "todas las respuestas" que satisficieron en el siglo anterior la interrogación sobre el enigma de la oscura autoridad del padre.

Black Mirror (a través de Charlie Brooker, su exitoso creador y serial-new-dealer) muestra tal vez el síntoma del siglo XXI: las nuevas segregaciones producidas por la "evaporación de las cicatrices del padre" en el marco de un empuje global a la pérdida de la experiencia –que hoy podemos considerar: paterna– reemplazado por su recaptura escópica.

Precisamente Brooker afirmaba en una entrevista "B.M. es un show preocupado por el hoy; procura mostrar cómo hemos pasado en solo diez años de andar por el mundo experimentando cosas, a estar todo el tiempo mirando una pequeña pantalla rectangular".

El mundo omnivoyeur hoy ha tomado la forma de las pantallas que nos miran y la poderosa realización de Brooker muestra en cada capítulo hasta qué punto los individuos del mercado, en cuanto tales, son el objeto real de consumo del mercado global.

En Black Mirror ya casi no hay familias, hay individuos solos atribulados por sobrevivir. Tal vez la única familia que se destaca en sus tres temporadas sea la del primer capítulo, en el que alguien secuestra a la Duquesa de Beaumont –miembro de la familia real británica– y, a cambio de su vida, exige que el Primer Ministro tenga relaciones sexuales con una cerda. Retransmitido en directo y en cadena televisiva para todas las familias del Reino Unido que se agolpan frente a las pantallas… y que nadie puede dejar de ver.

Quizás la descomposición final de la familia del Primer Ministro constituya para nosotros un signo inquietante del destino de las familias tradicionales en el siglo XXI, por lo pronto es la marca de que el futuro fatherless ya está aquí… Y Black Mirror –con su pantalla rota– muestra que no hay un "todas las respuestas", pues no existe El sentido por develar del enigma del Padre: ha dejado su lugar a la pura inconsistencia del Otro que estalla frente a nuestros ojos haciendo síntoma.

 

Monomanías

De la pulverización del padre a la pluralización de los goces

El concepto de monomanía fue acuñado en 1814 por Jean Esquirol, a partir de la "manie sans delire" de su maestro Philippe Pinel, para denotar una afección cerebral crónica caracterizada por la afección parcial de una de las capacidades mentales: el intelecto, el ánimo o la voluntad; cleptómanos, ninfómanas, ludópatas, querellantes, son algunas de sus categorías clínicas, las que llegan hasta hoy. El concepto fue aplicado luego al modo de ideación en ciertas paranoias focalizadas en una idea fija o una emoción prevalente; generalizado después a la preponderancia de una pasión que conduce a conductas irrefrenables.

Traducimos: caracterización de "una idea fija"–determinada por "una emoción prevalente"– la que conduce a "conductas irrefrenables". La impulsión del goce, en las variaciones de su extravío, nos permite así ajustar el concepto de monomanías a un uso actual.

En 1832 un abogado y un médico españoles acuñaron el concepto de monomanía homicida para dar cuenta de los crímenes inmotivados, esos que "escapan en cuanto a sus causas a la sagacidad de los hombres" [4]. Describieron de él dos sub-especies: en la primera, el asesino conserva sus facultades intelectuales pero es arrastrado por un impulso interior irresistible; en la segunda, el enajenado posee una locura considerable y evidente, a pesar de que su acción criminal obedece a una premeditación tan reflexiva como planificada.

Apliquemos ahora el concepto de monomanía actualizado en los –cada vez más– frecuentes asesinatos múltiples, perpetrados en lugares públicos causados ya sea por individuos que asemejan ser perfectamente normales (no solo sin motivaciones manifiestas de su accionar, sino asimismo sin antecedentes penales); o bien por aquellos otros, bien trastornados, los que planifican su acción pasional hasta el más mínimo detalle. Los periódicos se inflaman con la repetición de tales acontecimientos sin un sentido que tranquilice a los individuos.

Decíamos que el escenario actual de la civilización muestra la prevalencia globalizada del goce escópico (el empuje al "todo-para-ver") al que se yuxtaponen una pluralidad de goces, como veremos a continuación, a partir de una condición: el desenganche del goce de la función decir-que-no, consecuencia mayor de la pulverización posmoderna del padre y que hace síntoma en la pluralización de goces autistas, deslocalizados del cuerpo –es decir, sin función de a. Los denominaremos: monomaníacos.

Un ejemplo: allí donde la tradicional función del padre ha declinado socialmente se incrementan los juicios "contra todo"; allí donde el "no debes gozar" de la civilización ha sido reemplazado por "¡hay que gozar! –ascenso del objeto a al cénit social, es decir, que el ideal ha sido tragado por el goce [5]– los procesos de judicialización están a la orden del día ocupando el lugar que tradicionalmente correspondía al padre, infiltrando de goce a la operación: el goce querellante en la judicialización generalizada. Pero es aquí donde el "decir que no" muestra su fundamento superyoico, denunciando a su vez la raíz del asunto: si bien por un lado toda acción humana es capaz de producir goce, [6] leemos ahora su envés: toda acción humana es capaz de ser penalizada por la carga de goce que transporta; reencontramos aquí el fundamento del goce querellante.

A partir de un suceso –en apariencia anodino–, voy a sustentar la hipótesis de las monomanías, y su impacto en las nuevas configuraciones familiares.

Me refiero al tole-tole que se armó en torno de uno de los más curiosos casos de cleptomanía: la batalla judicial por la autoría de unas "selfies" disparada por un simpático mono (monita, al parecer) luego de haberle arrebatado la cámara a un experimentado fotógrafo, mientras éste se preparaba para reflejar los hábitos de una comunidad de macacos a la que nuestra –ya afamada– cleptómana, pertenecía. Lo que anunciaba ser una travesura, un mimético acto cleptómano de un mono, adviene un complicadísimo caso judicial que finalizó sentando jurisprudencia. Ya que ¿a quién considerar el propietario de los derechos de la foto? ¿Al fotógrafo, dueño del gadget? ¿Al mono, que disparó las selfies?

La contabilización del goce, cuando es atrapada en el campo del derecho globalizado, amenaza no distinguir entre sus usuarios, más acá de su condición ontológica: hombres o monos, daría lo mismo.

Finalmente, luego de un arduo debate judicial, el caso de "monomanía cleptómana" sentó jurisprudencia y sienta precedentes sobre los derechos de propiedad de las imágenes:

"La Oficina de Copyright de Estados Unidos establece que los trabajos 'creados por la naturaleza, animales o plantas' o 'supuestamente creados por seres sobrenaturales o divinos' no pueden estar sujetos a copyright. Es decir, son de dominio público. El documento, de 1212 páginas, crea un precedente y zanja –en Estados Unidos– el debate que se había abierto sobre la propiedad de la famosa autofoto del macaco negro crestado que dio la vuelta al mundo".[7]

Pero, entonces, y desde esta sanción: ¿quién estaría afectado del goce cleptómano: nuestro macaco o el mismo Slater?

Llegados a este punto, podremos situar con mayor precisión los alcances actuales de las monomanías que se vienen; ya que –sea como fuere en este caso–, el goce cleptómano no cesa (tal vez: ni cesará) de convocar al goce querellante –que empuja la industria del juicio– cada vez que se transite el litoral que el padre ha dejado vacante.

Por eso, el goce querellante amenaza llevarse puesto algo más que los derechos de autor de un simpático macaco: por ejemplo, aplicado a las consecuencias familiares, destaquemos la proliferación de juicios de abuso sexual en nombre de niños…contra sus propios padres. Sin deslindar responsabilidades y sin pretender discriminar entre lo que serían realizaciones materiales o fantasmatizadas, solo verifiquemos que se invierten de este modo los lugares entre padres e hijos: entre quienes han encarnado tradicionalmente la función del ejercicio culpable del goce –por un lado– y la de su interdicción –por el otro.

De todos modos, a partir de ahora quizás ya no sean necesarios –como lo eran antes– los cuentos que narraban los padres a sus hijos en familia para que se durmieran, ya que hemos despertado abruptamente del sueño del padre. Quizás tampoco serán necesarias las variaciones del mito del padre (del padre omnividente de la horda primitiva hacia el goce cleptómano de Prometeo) para comprender que el padre ha declinado en lo que era su función de semblante. Y que es el goce escópico que se extiende por doquier el que omni-vigila a cada uno –padres incluidos– a partir de las múltiples pantallas; entramado ahora con otras monomanías, es decir: con otros goces autistas –aunque en apariencia hagan lazo social– desarticulados de la función pacificante que cumple el objeto a cuando se halla determinado por el –fi de la castración simbolizante.

El vértigo posmoderno encuentra en las monomanías una precisa nominación del rechazo del padre incidiendo de un modo decisivo en la configuraciones familiares que pasan hoy del padre a las parentalidades.

 

Fiestas electrónicas

¿Cómo fue posible que la adicción diera con la droga? ¿Por qué medio adquieren las sustancias psicotrópicas la reputación de ser "drogas" y hacer adictos? "¿Cómo pudo nacer la certificación objetiva de que hay sustancias que, como tales, son esclavizadoras del ánimo y productoras de adicción? ¿Cómo pudo generalizarse la certificación psicológica de que, por naturaleza, haya individuos propensos a la adicción?
Peter Sloterdijk [8]

Más allá de las necesarias consideraciones que no han dejado de hacerse sobre las causas del desencadenamiento de una tragedia ocurrida en una fiesta de música electrónica (complejo Costa Salguero, Buenos Aires, abril 2016), se tornan necesarias ciertas precisiones para caracterizar el luctuoso acontecimiento con el objetivo de apuntar a que nunca más –el término no es casual ni menos aún banal para los argentinos– vuelva a suceder otra desgracia semejante. A pesar de que pareciera políticamente incorrecto decirlo de este modo, no se trata para nosotros de 'demonizar' a las drogas sino de intentar despejar la función que ellas cumplen en la subjetividad actual, para entender no solo quienes las usan y por qué, sino sobre todo quiénes se aprovechan de ellas, pero no menos en qué punto de la subjetividad las drogas se instalan.

La época que nos atraviesa vuelve a mostrar uno de sus rasgos paradigmáticos que, hace ya muchos años, hemos caracterizado como toxicomanía generalizada; es decir, drogas para todos y de todo tipo ofreciendo no solo una satisfacción inmediata, sino además una promesa de felicidad al alcance de la mano. Por ello, e incluso más allá de las drogas, la operación del mercado es siempre una y la misma: hacer de los individuos, consumidores.

Desde esta perspectiva, todo consumo es tóxico, en consonancia con el empuje a las satisfacciones autistas que caracteriza la tendencia actual del mercado; es que el mercado ofrece siempre otro objeto –uno más y ¡aún otro más!– con el que nos promete colmar cada vez más ¡y mejor! esa falla que es constitutiva de nuestra esencia y que nos empuja a querer siempre más. Los especialistas en marketing saben hacer uso del equívoco fundamental que produce esa falla, que es el motor de la orientación del deseo humano, el que con sus variaciones constantes se desliza siempre buscando el objeto del que –finalmente– se lograría gozar a plenitud.

Hoy son las drogas de diseño las que potencian ese rasgo del mercado, produciendo substancias cada vez más variadas, incluso en "laboratorios" artesanales (es decir, cada vez más fuera de control), las que suelen ser comercializadas en fiestas electrónicas con íconos y nombres que evocan desde sempiternos super-héroes reducidos a diamantes, hasta emblemáticas marcas de autos poderosos.

Se hace evidente hasta qué punto los ídolos de ayer nombran satisfacciones de hoy; destapando crudamente que la contracara del ideal es siempre un goce al que es preciso identificar para hacer saber de sus riesgos: ya que en ocasiones, como las de Costa Salguero, ese exceso puede conducir a la muerte… aun sin el individuo proponérselo.

Y vaya esto contra el reduccionismo que indicaría que todos los participantes de las fiestas electrónicas serían adictos. Ya que afirmar tal enunciado implicaría negar lo que el psicoanálisis no deja de comprobar: que en condiciones precisas cualquier acción humana puede advenir una satisfacción. Y que mejor ejemplo de ello que el encuentro producido en las fiestas electrónicas de Uno-en-una-multitud, uno-solo pero con otros (con muchos otros) que forman un conglomerado que solo cobra entidad en la fugacidad, pero no menos intensidad, del compartir las fiestas electrónicas con la música que transporta sus cuerpos producida "en vivo" por los DJ, nuevos ídolos de una generación.

"¡Debes gozar!" constituye el imperativo categórico del nuevo milenio. Imperativo que muestra –al mismo tiempo que oculta– su faz sacrificial, al imponer a los individuos lo imposible disfrazado de lo que sería posible: no es simplemente que "puedes", sino que "¡Debes!".

Es la puerta abierta para que algunos, no todos, con o sin el suplemento de substancias tóxicas persigan todas las satisfacciones que pueden imaginar: desde aquél que solo quería sentir su cuerpo vibrar dejando que la música percuta directamente en él (ya sea haciéndose uno en la multitud o haciendo que mágicamente la multitud se desvanezca); hasta aquel otro que pretendía atravesar todas sus inhibiciones en el encuentro con el Otro sexo; o el que simplemente quiso derribar las barreras al contacto con sus amigos expresando de una vez por todas su afecto por ellos; hasta el que intentaba liberar –con la agitación que le producían las vibraciones sonoras– la mente, su implacable cancerbera…

Siempre, y una vez más, se pretende sentir el cuerpo como nunca antes.

El "¡debes gozar" empuja de este modo a una satisfacción inmediata que golpea el cuerpo una y otra vez. Pero el triunfo sólo es efímero: dura lo que dura la intoxicación y luego, como sostenía aburrido un analizante que proclamaba su adixión a las fiestas electrónicas "cuando todo termina… otra vez a la familia".

 

Pornomanía.

Love-dolls; Neko cafés; Barbies…

¿Qué es el porno sino un fantasma filmado con la variedad apropiada para satisfacer los apetitos perversos en su diversidad? No hay mejor muestra de la ausencia de relación sexual en lo real que la profusión imaginaria de cuerpos entregados a darse y a aferrarse. (…) De vuelta de Italia, tras una gira por las iglesias que Lacan llamaba bellamente una orgía, advertía en su Seminario Aun: "todo es exhibición de cuerpos que evocan el goce" –este es el punto en que nos encontramos en el porno. Sin embargo, la exhibición religiosa de los cuerpos extasiados deja siempre fuera de su campo la copulación misma, del mismo modo que la copulación está fuera de campo, dice Lacan, en la realidad humana.
Jacques–Alain Miller [9]

Desde que Michael Douglas adujera frente a un juzgado su "adicción al sexo" para justificar una infidelidad conyugal, otra monomanía ha tomado forma de adixión contemporánea incluyendo –de un modo cínico– al goce sexual en el goce del juicio.

El Instituto Nacional de Sexología japonés considera "sexless" (es decir, "sin sexo") a las parejas que mantienen relaciones con una frecuencia menor de una vez al mes. En Japón entre el 60 y 70 % de las parejas de más de 40 años no mantiene relaciones sexuales. La mayor parte de la actividad sexual se desarrolla en "hipermercados del porno". Japón cuenta con una floreciente industria del sexo que le supone al país el 1% del PIB (20.000 millones de euros) y, sin embargo, los japoneses ostentan el récord mundial de abstinencia sexual. Casi un tercio de la isla no hace el amor, y los que todavía lo practican lo hacen con la frecuencia más baja del planeta; un 37% de las mujeres se consideran a sí mismas asexuales, el porcentaje real es mayor. La tasa de natalidad ocupa el último puesto en el ranking mundial. [10]

"En un mundo en que los tabús no existen y en que en todas partes se alude a las relaciones sexuales (desde los anuncios hasta las series de televisión) quedan aún reductos de castidad. La reivindicación del derecho a no practicar sexo viene precisamente por ese bombardeo sexual al que estamos sometidos, y también por la concepción moderna que prima en algunos ambientes de que quien más liga, más éxito social tiene. Por ello, y cada vez más, diferentes personas o reductos de la sociedad declaran su derecho a no practicar sexo con asiduidad, o a no practicarlo en absoluto. Las personas asexuales no deciden deliberadamente obviar el sexo: simplemente, no sienten el impulso de relacionarse en ese plano con otras personas". [11]

La tribu urbana de los herbívoros se sostiene en una forma de vida que practica una receta de la felicidad que consiste en vivir cada uno solo, ya que consideran a la pareja un concepto obsoleto.

J.-A. Miller, en Sutilezas Analíticas, [12] afirma que "la teoría de la libido freudiana cree en la relación sexual, mientras que la teoría de las pulsiones de Lacan parte de la inexistencia de la relación sexual". ¿Cuál es la diferencia? Si se parte de que no hay relación sexual, no hay un goce que una vez hubo y que está perdido, sino que todos los goces son equivalentes y no habría un goce que convendría. Por ende el goce sexual –protagonista estelar del Edipo freudiano– queda reducido a ser uno entre otros, a perder su jerarquía.

Z. Bauman [13] cita a Houellebecq [14] en su distopía de los clones neo-humanos que fracasan al pretender imaginar qué era el sexo, para proponer que las relaciones sexuales podrían extinguirse. La mutua separación entre sexo y procreación llevaría al reciclaje del sexo en sextenimiento "apenas un entretenimiento placentero más entre muchos".

¿No es acaso la tribu de los herbívoros una consecuencia más en la vía del sinthome, la que privilegia lo singular del goce del Uno, sostenido más allá de la culpa y del castigo que patrocinaba el Edipo?

El imperativo del ¡hay que gozar! de la cultura porno, articulado con la promoción del éxito social y la acumulación de dinero y riquezas lanzado por el mercado, es acompañado por la promoción de las más sofisticadas mercancías en un ritmo vertiginoso con una base maníaca de sustentación. Las manías del consumo hacen síntoma en la condición sexual humana, marcada por una grieta intrínseca en el goce: cada vez más variaciones autoeróticas, cada vez menos relación al Otro sexual, lo que afecta directamente a las relaciones sexuales, impugnándolas.

Los nipones parecen haberse visto abrumados hasta el extremo por el rol de la mujer liberada, y "estoy cansado" se ha convertido en la excusa nacional… ahora empleada por los hombres, frecuentemente sometidos a trabajos precarios y cuestionados por sus mujeres: una consecuencia más de las cicatrices del padre y el empuje al declive de lo viril.

La pasión por los sex shops refleja en Japón este síntoma social mostrando con crudeza la hipótesis que hemos emitido de la soledad globalizada.

Es el tiempo de la porno-manía, una de las más poderosas adixiones contemporáneas. El hombre japonés, otrora patrocinante de la erótica del Kamasutra se confiesa hoy adicto al sexo mecánico y por encargo. La vida sexual se refugia en las cabinas de los vídeo-box, salas pornográficas en las que hay un sofá de cuero negro, una tele y un dispensador de clínex. Los hombres acuden a ellas una o dos horas después del trabajo, y llegan a quedarse toda la noche si pierden el último metro.

"Con este panorama, no es extraño que más del 80% de los productos que se venden en las sex shops son para la masturbación. Pero quizá lo más sorprendente en este ámbito sean las muñecas sexuales, reflejo de que en el imaginario sexual japonés la frontera entre lo real y lo imaginario no está muy definida (muchas películas porno son de dibujos animados) (…) Las primeras muñecas aparecieron en Japón en los años 30, y eran de trapo. Pero en la actualidad son muñecas de silicona con cabello natural de las que se puede elegir el color de los ojos, el tamaño de los senos y la flexibilidad de la vagina. Según Nakamura, empresario de objetos eróticos, la muñeca ofrece innumerables ventajas sobre la mujer de carne y hueso. 'La muñeca no dice "me haces daño" ni "para"', afirma el japonés, para terminar añadiendo: 'Nuestras muñecas no son complicadas ni pesadas, y por supuesto no hay que hacerles regalos'".[15]

La industria porno pretende, de este modo, algo más que producir complementos para el encuentro con el partenaire: aspira a sustituirlo por una mercancía.

Hay además otras muñecas en el documental, pero estas son de carne y hueso: jóvenes paseándose por las calles de Tokyo encarnando modelos inanimados, copiando sus fisonomías, ficcionalizando los cuerpos, replicando el fenómeno de los animés. Encontramos así otro rasgo actual que se despliega también en otras latitudes.

Valeria Lukyanova, la "Barbie humana" es una mujer ucraniana de 31 años que ha ido modificando su cuerpo hasta transformarse en una muñeca Barbie. De jugar con muñecas pasó a ser una de ellas, literalmente. Con solo un implante mamario y un drástico cambio en su forma de vida logró su objetivo, pero va por más, planea privarse de todo consumo: se sometió primero a una dieta extrema, luego ingirió solo líquidos y al considerarse un ser "cósmico" pretendió alimentarse sólo de luz y aire –plan que ha postergado por no considerarse aún preparada para hacerlo.

Resaltamos la paradoja de su aspiración a quedar por fuera del consumo, cuando ella se ofrece a ser consumida como objeto del mercado. En su aspiración a lo inanimado, se muestra irreal a la mirada del otro; y al desistir de los "placeres animales" Barbie actualiza el rechazo del cuerpo. Su objetivo real –comandado por la pulsión de muerte– es reducir lo vital hasta identificarse con lo espiritual, lo "cósmico".

Su discurso cósmico-delirante no precisa decodificarse para determinar su veracidad, el punto es que su imagen se ha transformado en un poderoso modelo identificatorio que se ha viralizado, especialmente en el segmento anoréxico.

¿Y qué destino para el amor, ya que la porno-manía se ha incorporado de tal forma en la cultura nipona reemplazando, incluso, a las mujeres con "love dolls"…?

El documental aporta un dato ilustrativo: la solución de la porno-industria son los Neko Cafés.

"Los Neko Cafés son lugares con gatos donde los solteros incapaces de comunicarse acuden y, por sólo diez euros la hora, acarician a los mininos. En Tokio existen unos cincuenta cafés de gatos donde los japoneses con carencias afectivas buscan contacto y relajación. En veinte años el número de solteros se ha duplicado y los animales domésticos se han convertido en los nuevos compañeros, pero no en casa sino en los Neko cafés, que ofrecen el contacto con gatos a la gente solitaria". [16]

La tesis de la soledad globalizada encuentra un vez más su verificación, equivocando desde nuestras comarcas dos usos del significante "gato".

El amor retorna en prácticas de ternura realizadas ahora con mascotas, mostrando hasta qué extremo el goce autoerótico ha forcluido la relación con el Otro femenino.

Fumiyo, un entrevistado que manifestó su preferencia por los video-box, justificaba su adixión aclarando que es el único sitio en el que puede estar tranquilo, ya que "si en casa estoy sentado sin hacer nada, me piden que colabore", y más aun "para obtener placer no tengo que hacer el amor. Me basta con eyacular. Si me preguntan por qué se me hace tan pesado tener que hacer el amor quizás sea porque, cuando hago el amor a una chica, no puedo evitar pensar en su placer. Al final, me pasa como con mi novia". Se evidencia que su adixión le permite tanto salir de la familia como desprenderse de los enredos del amor.

La ausencia del deseo sexual se ha magnificado, o para mejor decirlo se ha manificado, neologismo que designa la manía autoerótica [17] que conduce a la pornomanía en consonancia con la industria del mercado, patrocinando las performances de las adixiones contemporáneas.

NOTAS

  1. La libido freudiana le permitió a Jacques Lacan situar un nombre de lo real: el punto de fijación de la pulsión en el desarrollo singular de cada Uno, eso que retorna siempre al mismo lugar. Miller en su curso "El Ser y el Uno" retomó el concepto de fixierung para indicar la "pura repetición, la iteración del Uno de goce". Por ello, empleamos un neologismo y hablamos de adixiones escritura que indica una "x" conformada por dos letras "c" enfrentadas, nombre que destaca de la fijación freudiana las marcas de la satisfacción de cada uno que se repiten de un modo inevitable.
  2. Destacado desde los inicios del TyA por Mauricio Tarrab.
  3. El secreto de tal generalización de las adicciones se sostiene, para nosotros, de esta premisa: a cada acción humana le corresponde una satisfacción. Esta hipótesis de trabajo: "nada es sin goce" destacada por Miller en Sutilezas analíticas, nos llevó en el Departamento del TyA a verificar en la práctica analítica sus diferentes modos de manifestación.
  4. Peiró y Rodrigo, P. M., Rodrigo y Martínez, J., Elementos de medicina y cirugía legal arreglados a la legislación española (1832), Imprenta de Mariano Peiro, Zaragoza.
  5. Siguiendo también aquí las puntuaciones de Jacques-Alain Miller en su Curso de la Orientación Lacaniana.
  6. Destacado desde los inicios del TyA por Mauricio Tarrab.
  7. Diario La Nación, Argentina, 22 de agosto del 2014.
  8. Sloterdijk, P., Extrañamiento del mundo, Pre-textos, Valencia, 2008.
  9. Miller, J.-A., "El inconsciente y el cuerpo hablante", AMP/WAP [en línea]. Consultado en http://wapol.org/es/articulos/Template.asp?intTipoPagina=4&intPublicacion=13&intEdicion=9&intIdiomaPublicacion=1&intArticulo=2742&intIdiomaArticulo=1
  10. Esta información ha sido suministrada en un documental "El imperio de los sin sexo" producido por la Televisión Francesa y emitido por la TVE de España.
  11. Ibíd.
  12. Miller, J.-A., Sutilezas analíticas; Paidós, Bs. As., 2011.
  13. Bauman, Z., Dessa, G., El retorno del péndulo. Sobre psicoanálisis y el futuro del mundo líquido, FCE, 2014, p. 81.
  14. Houellebecq, M., La posibilidad de una isla; Alfaguara, Bs. As., 2005.
  15. Miller, J.-A., "El inconsciente y el cuerpo hablante", op. cit.
  16. Ibíd.
  17. Manía autoerótica que –siguiendo a la letra a Sigmund Freud– podríamos denominar "proto-monomanía".
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