Septiembre 2017 • Año XVI
#33
Malestar en la civilización

Lo que está por venir

Santiago Castellanos

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Ventanita rosa
Oleo sobre lienzo -  50 cm x 40 cm
Año 2015

1. Es el tercer testimonio que presento en las Jornadas Anuales de la ELP. Durante este tiempo he presentado más allá del testimonio inicial diferentes "piezas sueltas" orientándome con la idea de que ese trabajo pueda servir para algo a la comunidad analítica o producir alguna resonancia en aquellos que están comprometidos con la causa y la práctica del psicoanálisis, es decir con aquellos que han consentido a ser lo suficientemente analizados más allá de que se hayan presentado al dispositivo del pase o no, que como sabemos tiene un carácter voluntario. También con los analistas practicantes que continúan su análisis y mantienen una práctica regular de control y que no han olvidado que la posición del analista no tiene nada que ver con la infatuación y el saber sino que el analista simplemente opera como un objeto que causa el deseo del analizante más allá de las mieles de la transferencia.

El pase y la nominación de AE, como sabemos, es una apuesta y en el mejor de los casos algo de la enunciación de la experiencia del fin del análisis y del pase puede ser transmitido, algo del deseo del analista pueda ser captado y, por tanto, deducir algo de la posición del analista en cada caso.

El dispositivo del pase es de vital importancia para poder sostener el axioma lacaniano de que su práctica se orienta por lo real, más allá del Edipo y del sentido. Dicho de otra manera, la especificidad del psicoanálisis es su orientación por lo incurable del síntoma.

Sostenerse en una ética que vaya más allá de las exigencias de la época en la que la subjetividad tiende a ser normativizada, regulada, evaluada y encorsetada no es tarea fácil. Si el psicoanálisis de orientación Lacaniana no dispone de la posibilidad de una experiencia como la del pase en la que se pueda testimoniar y aproximarnos a lo que nos referimos cuando hablamos de lo incurable del síntoma, este caería en el abismo, en la magia o en la deriva a la psicoterapia. Es en última instancia la razón por la que Lacan vincula su concepto de Escuela al pase y a la clínica del final de análisis.

2. Consentir en el final del análisis a un imposible de decir no impide seguir hablando. Es a lo que un AE está convocado durante los tres años de ejercicio.

En mi caso, la crisis de los ideales y de la vida amorosa hizo posible el comienzo de la experiencia de un análisis. Una oportunidad de tratamiento de esa crisis subjetiva.

En aquellos tiempos la caída o el derrumbe del muro de Berlín, el muro de la vergüenza para otros, se llevó por delante parte de los ideales que durante mi época universitaria habían tejido una posición política y las identificaciones que la sostenían. Durante el primer análisis creí que intentar salvar a toda costa la relación amorosa en la que estaba "enredado" era parte de una posición subjetiva orientada por el fantasma de salvar o curar al Otro. Se trataba de la primera versión del fantasma del lado del Ideal.

Esto no fue sin angustia. La vida y la experiencia del análisis no fueron sin consecuencias. Pasé largo tiempo sin apenas poder hablar en el diván.

-"¿Y ahora que puedo hacer dado que no creo en nada?"

Y la analista me contestó:

-"Pero usted ha hecho la experiencia del inconsciente".

La analista me lanzó un salvavidas cuando me ahogaba en aguas turbulentas y a él me agarré como pude y durante ese tiempo, los primeros diez años, los efectos terapéuticos aliviaron las consecuencias de un goce ignorado y me permitieron ir a su encuentro.

Esta fue la experiencia del segundo análisis.

La elaboración de varios sueños durante el segundo análisis permitirán desbrozar la selva de sentido que la neurosis produce frente a lo real, es decir a esos momentos contingentes en la existencia de cada uno, en que se produce un ruptura, una discontinuidad, un agujero que no puede ser simbolizado y que serán la fuente que alimenta el engranaje del goce y de la repetición. De esos trozos de real, el fantasma hará la función de velo o de pantalla y su atravesamiento permitirá vislumbrar o tener una cierta idea de lo real que hasta entonces estaba excluido. A fin de cuentas, el estilo de goce de un sujeto estará, tanto para Freud como para Lacan, ligado a un acontecimiento del orden de lo traumático e inasimilable, a un acontecimiento de goce que afecta al cuerpo.

Dos escenas infantiles. En la primera, juegos sexuales que se repiten y que marcan el cuerpo y la mirada por un exceso de energía que no puede ser simbolizada. En la segunda, encuentro a mi padre caído en el suelo sobre una acera. Una extraña perturbación corporal me sacude.

Ahora podría decir que el goce de la mirada se perfilaba como una placa giratoria que incluye lo vivo de los juegos sexuales infantiles y lo mortífero desde el momento en que angustiado y aspirado por esa escena, en la que el padre está caído, me hago acompañar por ella. ¿Está vivo o está muerto? ¿Estoy vivo o estoy muerto?

¿Quién es el padre y quién es el hijo? Pregunta que aparece en el sueño que inicia mi segundo análisis y del que ya he hablado en otras ocasiones.

Transitando esa zona de sombras entre la vida y la muerte pude hacer de la medicina una vocación y después una profesión o un síntoma que de forma eficaz anudó lo real en juego. La dignidad del deseo de curar propio del médico me sumergió en la angustia cuando me inicié en la práctica del psicoanálisis y me daba cuenta de que se trataba de otra cosa. ¿Cómo orientar a un analizante hacia su incurable si todavía me encontraba lejos de tener una idea del propio? Mis inicios en la práctica analítica fueron difíciles y todavía no entiendo muy bien por qué continué haciéndolo.

Tal vez un enunciado materno que me acompañó siempre jugó su partida. Desde la más temprana infancia quería ser médico y un día en que le manifesté a mi madre mi vocación por la medicina, ella me contestó que yo era un niño especial pero que había algo que no me podía decir. En muchas ocasiones le pregunté por el enigma pero siempre se negó a contestar. En la búsqueda de ese algo que el Otro no puede decir, se jugó la partida de la transferencia y también una posición ética más allá del discurso de la ciencia.

3. La interpretación de un sueño reveló cómo el inconsciente, con sus medios imaginarios, me mostraba mi propio deser. Ese encuentro produjo un efecto de desconcierto, de cierta angustia y horror. De la oscilación pulsional que consistía en dejarse "caer" y hacerse ad-mirar por el Otro, solo quedaba una esencia que disipada de la significación envolvía un núcleo de goce, tal y como lo nombra J.-A. Miller. Esos trozos de real agujerean y sirven, al mismo tiempo, al funcionamiento de una modalidad singular de goce: un "tobogán" en el que la "caída" y el eyectarse de ese lugar funcionó como el engranaje de la repetición. Localizar ese modo singular de goce me ha permitido poder hacer de una mujer un síntoma en el que la partida del amor y del deseo puede jugarse de otra manera, por supuesto que no sin embrollos pero sin la consistencia cuasi-delirante del fantasma.

Esto pudo ser posible porque durante la experiencia analítica este lazo de la erótica de la mirada y la pulsión de muerte pudo desanudarse o al menos perder su consistencia.

Varios tiempos lógicos:

Primero, la escena infantil en la que mi padre está caído sobre la acera.

Segundo, en el sueño que inicia mi primer análisis yo estoy caído en suelo, también sobre una acera y le digo a los servicios de emergencia que no me lleven al hospital, sino a la consulta de mi analista.

Tercero, unos años más tarde ante la tumba de mi padre, pienso que nunca sabré por qué su vida tomó la deriva hacia el alcohol, pero que ahora se trataba de la mía. Algo imprevisto ocurre. Mi tía paterna, viuda y sin hijos, que se encontraba en ese momento en el cementerio con mi madre, me dice que había comprado tres tumbas. En una estaba enterrado su marido, la otra era para ella y me ofrecía, como un regalo, la que quedaba vacía, justo al lado de la de ella y la de mi padre. Yo acepté y agradecí ese destino asegurado de la pulsión de muerte.

Cuarto, un sueño hacia el final del segundo análisis revela esa identificación primordial al goce mortífero del padre caído. En una reunión familiar informo a mi madre que no quería ser enterrado en aquella tumba. Un acto, ¡qué alivio! La contingencia es posible, el destino no está escrito en ninguna parte.

Quinto, hizo falta que el analista introdujera la inconsistencia y el sinsentido a través del acto para que se pudieran dar las condiciones de finalización del análisis en un momento en que giraba en redondo sin encontrar ninguna salida.

Jacques Lacan subraya en la lección del 11 de enero de 1977 del Seminario 24: "El inconsciente es que finalmente hablamos (…) solos. Hablamos solos porque no decimos nunca más que una sola y misma cosa –salvo si nos abrimos a dialogar con un analista. No hay forma de hacer de otra manera que recibir de un psicoanalista lo que perturba la defensa". [1]

Una pieza suelta se mostrará determinante en el horizonte del final del análisis. Desagregada por el analista a través del acto que descompuso el puzzle que yo trataba de montar tras veinte años de análisis.

Dejé de escribir en mi cuaderno de notas. Sesiones cortas, silencios, cortes…suturas.

Esos trozos de real convocaban al sentido cuyo tejido era una tela de araña que se rasgaría en un sueño. Después ya no había más.

En ese sueño aparecen cuatro letras y un guión cuyo significado no pude encontrar y es lo que da la clave del final. Tal y como he contado en otras ocasiones cuando intento hacer una búsqueda en Google no sé dónde poner el guión, no puedo escribirlo. La clave del final es que no hay ninguna clave.

Después de finalizado el análisis fallece mi tía paterna. En el cementerio los familiares preguntan acerca de lo que iban a hacer con esa otra tumba que quedaba vacía, colocada justo encima. Me mantuve en silencio, la sonrisa entre los labios.

Mi madre me preguntó a la salida por qué había tomado esa decisión. Le contesté que eran cosas mías, que no se lo podía decir. Una respuesta que queda por fuera del sentido para ella y que remite a lo que ella me dijo cuando era niño y que siempre me acompañó. Ella se convertía así en la receptora de su propio mensaje de forma invertida: lo que ella no me podía decir yo ahora tampoco podía decirlo.

Sin embargo, unos meses más tarde le volví a preguntar acerca de aquello que no me podía decir. Ella me contó una historia casi delirante. A los pocos meses de nacer me llevaron al médico porque tenía algunas marcas o úlceras en la boca. El médico les dijo que esas marcas eran la señal de que era un niño especial, pero que no se lo podían contar a nadie. Mis padres se lo creyeron y lo mantuvieron en secreto. Secreto que promovió un deseo a través del cual yo mismo encarné esa figura del médico de la que mi madre siempre habló con una fascinación que siempre me sorprendió.

Ahora sí pude reírme con ganas. Esto ocurrió después de dar por finalizado el análisis. Y ahora, ¿qué queda del mito edípico y de la novela familiar?

Alegría. Por el agujero del sinsentido se reordena otra posibilidad. Una identificación primordial al goce del padre puede ser desplazada aunque su relieve queda, lo vislumbro de vez en cuando.

Después hay un sueño que ya he relatado en otras ocasiones.

Estoy en la consulta del analista con el que solía controlar. Estoy tumbado en el diván y no puedo hablar. Experimento una serie de fenómenos raros en el cuerpo, fenómenos de fragmentación corporal. Me asusto y vuelvo la cabeza hacia atrás. El analista está haciendo movimientos muy extraños y pienso: "el analista está loco". Me levanto y salgo corriendo de la consulta. En la posición del analista hay un "toque de locura", me señalará el analista con quien realizo el control.

Es decir, si el punto de partida es para el ser hablante que todo el mundo delira, como dirá Lacan en su última enseñanza, tras la experiencia del análisis me reconcilio con la posibilidad de delirar aunque de forma advertida, un delirio que ya ha sido matizado por la experiencia del análisis. Ese es un efecto pero también está la posibilidad de poder escuchar y acoger los delirios de otros que quieren saber de su propia locura. Los delirios del fantasma y también las certezas delirantes. Es de lo que se trata en la posición del analista. El analista, como dirá Lacan, queda "disperso y descabalado" y con eso hace vínculo con la causa analítica.

Lo que me interesa es lo que está por venir. Un "toque de locura" con el que poder eyectarme de una manera más ligera de la pesada carga del goce en el que estaba fijado y hacer un uso del sinthome en sintonía con la causa analítica.

NOTAS

* Trabajo presentado en las XIV Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano - ELP "Crisis, ¿qué dicen los psicoanalistas?". Barcelona, 12 y 13 de diciembre de 2015.

  1. Lacan, J., clase del 11 de enero de 1977, Seminario 24, "L`insu que sait de l`une-bevue s`aile a mourre", inédito.
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