Noviembre 2009 • Año VIII
#19
Variedades

¿Cuál el lugar para el síntoma psicótico en el diagnóstico estructural de Lacan?

Paula Borsoi

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II Jornadas Anuales de la EOL

El psicoanálisis plantea una subversión respecto de la psicosis, no se trata de un déficit. Del primero al último momento de la enseñanza de Lacan se destaca este punto como esencial al psicoanálisis; en sus diversas modalidades, desde la clínica del desencadenamiento a la llamada continuista. Lo primordial en la dirección de la cura es la producción de un síntoma -nuevo y singular- que produzca un pasaje entre lo simbólico y lo real, una suplencia que funcione como lazo entre goce y significante. Un caso testimonia esta compleja operación.

 

Introducción

Lacan planteó la clínica de la psicosis como esencial al psicoanálisis. Durante toda su vida, sus estudios y su enseñanza, demostró eso. El principal divisor de aguas desde que Lacan ha abordado esa clínica se debe al hecho que sigue hasta hoy: que la psicosis no debe ser abordada como un déficit, una deficiencia.

¿Cómo podemos hoy valernos de los conceptos que Lacan ha formulado en los primeros años de su enseñanza sobre las psicosis sin considerar que sus últimas formulaciones superan este primer momento? Propongo que pensemos en los términos de una reorientación pues, en cuanto al psicoanálisis, uno de los principios que orientan esta práctica es que para crear o inventar, no debemos perder el rigor y la cautela.

La base material de este momento de la enseñanza de Lacan es la estructura del lenguaje. De este modo él demuestra lo que sostiene el síntoma en el sentido psicoanalítico. En ese contexto el síntoma se muestra en relación con una estructura significante que lo determina. (J.-A. Miller, "Seis fragmentos clínicos de psicosis")

 

La estructura

Si tomamos la "clínica estructural de Lacan" apenas por la vertiente en la cual hay un privilegio del registro simbólico y el síntoma es un mensaje dirigido y por lo tanto descifrable, los sujetos psicóticos tendrían poca chance de construir enlazamientos para lo real, lo simbólico y lo imaginario a través del síntoma y con eso obtener una regulación del goce. La estructura por definición es una cadena de elementos significantes distintos, pero articulados a un conjunto, y esa articulación obedece al movimiento de ligazón –que es la metonimia– y al de sustitución –que es la metáfora.

En la tesis estructuralista de Lacan, el principio fundamental es que lo real irrumpe bajo la forma de "cadena fragmentada" (expresión usada en el texto "Una cuestión preliminar…") en el punto en que la cadena significante, como demuestra la alucinación, para de articular los significantes en términos de metáfora y metonimia y se fragmenta en favor de la emergencia de lo real, imponiendo una discontinuidad radical en la articulación de la cadena. (Marita Manzzoti)

Estructura es entonces, como esclarece Miller, lo que localiza una experiencia para el sujeto que incluye (acción de la estructura).

En el seminario "Cosas de finura", Miller retoma este concepto y define las estructuras clínicas en el sentido de Lacan de esta manera: no son apenas montones de signos listados como tantos ítems. El concepto de estructura acrecienta la causa a la clase, y en eso se destaca la descripción de lo que llamé objetivante. En relación a la estructura, los síntomas tienen el sentido de aquello que de ella aparece, aquello que de ella es su manifestación. Sobre el concepto de discurso converge toda la elaboración estructural de la clínica. Con esa división, sigue, entre estructura y elementos de acaso previo –que él encaja y significa– empieza la última enseñanza de Lacan. (J.-A. Miller, 57)

 

La forclusión

La función del Nombre-del-Padre responde, en ese momento de la enseñanza de Lacan, a la necesidad de anclar el orden Simbólico y la metáfora paterna, y el significante detiene el deslizamiento de la significación. Ella opera las funciones, en las leyes que promulga, de aquello que el sujeto dice al hablar, su servicio es el lugar del Otro que autoriza y da acceso. La falta de este significante determina una disolución imaginaria, que desnuda la relación especular dual en su vertiente mortífera donde proliferan los fenómenos de agresividad, transitivismo, despersonalización. El Nombre-del-Padre como significante es aquél del todo o nada, y cuando ocurre la forclusión de este significante, no se trata de más o menos, mucho o poco, lo parcial está fuera de cuestión y eso lleva a efectos (suplemento tope). En ese momento la psicosis es una respuesta del sujeto, una determinada posición del sujeto frente a la castración del Otro. Alrededor del falo –significante de la falta en el Otro– se articulan, como modos de respuesta, las diferentes estructuras clínicas. Manejamos entonces, en esta clínica, la ausencia de un significante que separe deseo y goce y saque al sujeto de la posición de objeto del goce del Otro. La consecuencia de esta posición es que el psicótico se ponga a merced del Otro que todo ve y todo habla, experimentando por lo tanto una presencia invasora y consistente para el sujeto.

La forclusión del Nombre del Padre, ese accidente en el recorrido simbólico de un sujeto, fue puesto por Lacan en el núcleo de la psicosis, porque en esos casos lo simbólico no retorna en el elemento del discurso sino en lo real. Eso no significa que el sujeto no hable o no entienda, pero destaca que el lenguaje no asegura el lazo social, el discurso. La psicosis, por lo tanto, está afuera del discurso, pero lo imposible de la relación sexual como real no está excluido del lenguaje. La forclusión revelada como falla en la estructura simbólica repercute sobre la estructura imaginaria, la disuelve y la reduce a una estructura elemental llamada por Lacan regresión tópica al estadio del espejo. De eso deriva una abundancia de fenómenos. El desencadenamiento va ocurrir en ocasión de una "coyuntura dramática", y tenemos una serie de situaciones propicias a esos desórdenes que van a exigir del sujeto una suplencia.

 

La suplencia

Se trata entonces, para el psicótico, de encontrar el recurso que le permita operar una regulación en ese exceso de goce, sea por las producciones artísticas, por las inhibiciones, por las rutinas estereotipadas, o por la elaboración delirante. Diferentes vías que le permitan suplir la no función del objeto, engendrando un nuevo arreglo con el goce. La construcción de una suplencia puede ubicar y moderar el goce invasor y arrebatador. En lugar de erradicar el delirio, dejándose llevar por la seducción de los medicamentos coherentes y eficaces, debemos respetar el síntoma, el trabajo del paciente para construir sus soluciones delirantes, y con eso retomar operaciones vitales en su cotidiano. Una suplencia exitosa es un intento de cura, al decir de Freud, es lo que impide todo el desorden y lo que va a religar los elementos dispersos (R.W.). La metáfora delirante es el modo privilegiado en los términos de una estabilización, donde el sujeto va a utilizar los elementos encontrados para regular los fenómenos de lo real. El esfuerzo del sujeto psicótico es suturar la incompletud del Otro con la ayuda de una construcción delirante, de la metáfora delirante, con la cual el sujeto se sostiene y, aún de modo precario, no se borra totalmente.

 

Dirección de la cura

Uno de los hechos más importantes de ese momento de la enseñanza de Lacan es la insistencia clínica, como nos dice Laurent, en buscar algo, y no solamente mantenerse en una posición pasiva buscando el elemento nuclear de la psicosis, que se presenta alrededor de los fenómenos elementales.

Una exigencia puesta para el analista es precisar de la mejor manera posible cómo algo producido en análisis puede estabilizarse en un nuevo síntoma. Cómo en la relación con el lenguaje se produce un pasaje entre simbólico y real que se articulan sin el apoyo de la función paterna.

A través de un pequeño fragmento clínico, trataré de demostrar lo siguiente:

El padre de María es uno de sus perseguidores. Quiere su mal y no puede verla bien, quiere sacar todo lo que ella consigue. Como una paradoja, y justo por eso, su dependencia de él es grande y se manifiesta a través de su dependencia económica. Maria es profesora jubilada, gana alguno de dinero, pero está siempre con deudas. Recibe su sueldo y gasta todo el mismo día. Según ella, no le alcanza la plata. Porque ella gasta todo. Pero no es sobre esta lógica que María está apoyada, ella no conoce la propiedad fálica del dinero: se acaba, falta. Cuando María produce algún dinero extra con clases particulares, compra varios aparatos domésticos. Al mes siguiente vende todo. Su teoría para que el padre tenga que completar su presupuesto se debe al hecho que él quiso que ella fuera profesora (es graduada en letras, profesora de lengua extranjera), y esa profesión no da dinero. Luego él es el responsable. A cada vez que se encontraba con

esa falta de dinero, o sea, casi todos los días, era la razón para "quedarse con la cabeza suelta", "no saber donde piso", "quedarse tirada en la cama sin comer ni bañarse". Vale resaltar que esas expresiones no tienen valor de metáfora. Cuando pedía dinero al padre, pasaba por una humillación terrible: lloraba, sufría mucho. Cierta vez una intervención en un tono dulce produjo un viraje: "Pare de hacer eso". Ella entonces dice: "intentaré". La relación con el padre fue cambiando, hubo un vaciamiento del sentido persecutorio, el pedido de dinero para completar el presupuesto se volvió una demanda, y se volvió "un mal necesario", según ella. Necesitar el dinero del padre produjo una separación entre el padre y él mismo, lo que hizo que ella pudiera verlo más grande, enfermo, y su figura se borró un poco.

A pesar del gran esfuerzo que hace para seguir su vida María es muy desregulada, inestable, sus soluciones son precarias, a veces tiene trabajo, casa, comida; a veces pierde todo. Todas las veces que rompe con el padre, ella cae literalmente. Pasa por momentos muy difíciles donde su ligazón con la vida está tomada por un hilo. Tiene un fuerte vínculo con el trabajo del análisis, con la construcción que hace cotidianamente.

Mis intervenciones en ese momento tuvieron la dirección de separar las cosas, crear intervalos, resolver una cosa por vez, decir que las personas son como son. Esa función ejercida por el analista permite que el sujeto pueda accionar sin estar permanentemente aturdida con las formulaciones delirantes que lo invaden. En la transferencia, el sujeto psicótico está en la posición del que sabe, él puede enunciar un saber desconocido para el Otro. La posición del analista está de ese modo determinada por la peculiar estructura del saber en la psicosis. El analista en esos casos, lejos de identificarse con el saber, no busca restaurar el sentido sino ubicar el sin sentido de un goce vivido como extraño. Entonces, todo lo que funcione como punto de capitón, aquello que en la experiencia de cada sujeto funcione como un lazo entre significante y goce, sirve.

Esto impone al analista el lugar de una especie de "garantía de un nuevo orden universal fuera del discurso" (Laurent 33). Tenemos como exigencia la delicadeza y la prudencia, y no jugar con el significante en esas circunstancias, lo que sería desastroso, ya que el sujeto se encuentra atravesado por un goce que viene de todos lados y que él lo experimenta como una invasión impuesta a su cuerpo (RW).

 

Para concluir

Sería un error reducir la enseñanza de Lacan al texto "Función y campo de la palabra y del lenguaje", como nos advierte Miller. Esa posición permite dar cuenta de que no todo es significante en la experiencia. Cuando S se "deja suelto" como objeto, se trata de un momento de exclusión absoluta respeto al orden significante (des-sentido para la psicosis). Por lo tanto, la clínica del diagnóstico diferencial, que está apoyada sobre la estructura del lenguaje, demuestra también los efectos de goce del significante, y por eso no podemos abordar la psicosis solamente por los efectos relativos a la no incidencia de la metáfora paterna. Nuestro desafío actual es articular la clínica universal del delirio, ya que los psicóticos saben mejor que los neuróticos que el inconsciente puede estar afuera, viene desde afuera, y que además de sus efectos de significante, tiene también los del goce, donde hay un desconocimiento del Otro.

El punto de imposible de lo real del sexo, que emerge en el cuerpo como exceso de goce, escapa a una regulación y a una simbolización, y cada uno a su modo, a despecho de las diferencias de estructura, tendrá que trabajar para encontrar una solución singular, única, sin inscripción en el campo del Otro. Lo que no cesa de no inscribirse sólo podrá apaciguarse cuando el sujeto agujerea el Otro.

La importancia de comparar las categorías de la primera época de la enseñanza de Lacan –que enfatiza el desencadenamiento y, por eso, es llamada discontinuista– con las de la última enseñanza –llamada continuista en razón de los enlazamientos y invenciones encontradas por el sujeto– es práctica y clínica, o sea, como hacerlo para que la evolución de un sujeto sea más continua que discontinua, es decir que debemos trabajar para contornear las crisis, los desencadenamientos y las escansiones traumáticas.

Para concluir, un recuerdo de J.-C. Maleval sobre la forclusión: si todavía hoy ella nos puede servir, es con la condición de no hacer depender el nombre del padre de la ley social, pero con la condición de acordarse que ella se ancla en la función de conexión del S1.

Traducción: Isabel Collier do Rego Barros

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