Marzo 2010 • Año IX
#20
Arte de psicoanalistas

El nacimiento de un pintor

Francisco Hugo Freda

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Comenzaré por una declaración, una confesión. Nunca he escrito el más mínimo texto sobre mi actividad como artista. Esta es la primera tentativa de testimoniar sobre una actividad que desarrollo desde hace más de veinte años de manera regular.

Cuando mi colega me propuso escribir "un testimonio", fue la palabra que utilizó, no dudé un instante y respondí afirmativamente. Segundos después me pregunté por qué había respondido con tanta facilidad, con tanta rapidez, sin dejarme el tiempo necesario para saber si era capaz de producir algo sobre dicho tema. Mi respuesta precipita el texto y merece su interpretación. Fue la palabra "testimoniar" la que impuso mi respuesta.

Puedo constatar que mi camino como psicoanalista está marcado, escandido, puntuado por momentos claves, de los cuales he testimoniado. El primero fue el pase, hace ya algunos años. El segundo, hace pocos meses, sobre el fin del análisis.

Pienso ahora que hace ya muchos años había incursionado en el ejercicio del testimonio, cuando di cuenta a la comunidad analítica de la ex Escuela Freudiana de París de mi experiencia de control con un miembro altamente renombrado de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Como todos los analistas de mi generación, di cuenta de manera clara y precisa sobre las modalidades e interpretaciones de mi práctica analítica. Constato ahora rápidamente, que la práctica del testimonio forma parte de mi formación analítica, tanto como analizante que como analista.

Se impone, seguramente, el sentido que tiene la palabra testimonio. Conocemos el aspecto jurídico de la misma. También es el trazo o la marca de un pasado, reciente o pretérito, tan utilizado por los antropólogos y los historiadores. En el decir de un paciente se convierte muchas veces en un momento de verdad. En cualquiera de sus acepciones, el testimoniar comporta siempre el dejar una marca, un punto, a partir del cual se dibuja en el horizonte un antes y un después. El testimonio abre inevitablemente un espacio nuevo, borra dudas o interrogaciones y supone siempre un resto, un saber nuevo y un hacer diferente.

Dado que todo testimonio se ubica en una dimensión temporal, el carácter histórico del mismo está siempre presente, lo cual trae aparejado inevitablemente la presencia del Otro, que por el solo hecho de recoger lo dicho, sella su existencia.

He dado brevemente el marco general de lo que considero un testimonio, a partir de lo cual intentaré referir mi "quehacer de artista".

Dado que es la primera vez que voy referirme a dicho quehacer, espero de todo lector una cierta comprensión en el juicio sobre esta reflexión.

Mi quehacer como artista no se ordena dentro de lo que se llama un entretenimiento, una manera de pasar el fin de semana, un hobby, un placer solitario. No poseo esa capacidad, no me entretengo, simplemente trabajo y produzco ciertas obras que han tenido diferentes destinos. Algunas han sido expuestas en museos o galerías, vendidas o regaladas, algunas se intercambiaron por otras, ciertas las guardo y he destruido muchas. No sé qué es ser un artista, simplemente sé que acabo de instalar mi atelier en Buenos Aires, que tengo otro en París y que me avoco a la tarea que implica intentar producir una obra.

Nunca le he dado a mi trabajo como artista el sentido de algo que completa la carencia de mi quehacer como analista. El trabajo artístico no completa el trabajo analítico y viceversa. Son cosas distintas que tienen lógicas altamente diferentes.

Sin embargo, no puedo dejar de decir que fue gracias a mi análisis que se abrió una puerta que había considerado cerrada definitivamente y que me hizo retomar un sendero, la actividad artística, que había dejado de lado durante muchos años.

Hay una historia. Mi padre había decidido que yo sería médico, médico cirujano, además. Nací con una profesión y una especialidad. No rechacé el destino durante años, hasta intenté ingresar a la facultad de medicina. No llegué a dar el primer examen. Fue un decir no radical al camino que me habían trazado.

Me inscribí en secreto en Filosofía y Letras, y a pesar del enojo y la desesperación de mi padre, me recibí de psicólogo sin dificultades y me dediqué durante más de cuarenta y cinco años de mi vida a la formación analítica, que continúo actualmente.

¿Y el artista dónde empezó? Durante mi adolescencia, incursioné someramente en la poesía, di algunos conciertos de piano en público y estudié teatro con Agustín Alezo. Rápidamente me di cuenta de que mis posibilidades en esos dominios eran altamente limitados. Dejé todo eso. ¿Y el artista donde empezó? Mi madre pintaba. Conservo actualmente algunos cuadros que ella hizo en su juventud. Recuerdo la admiración que me producían en la escuela primaria los cowboys y los piratas que dibujaba mi amigo Fagiolli. Yo quería copiarme y nunca lograba reproducir lo que él hacía casi de un solo trazo. Tal vez mi madre había vislumbrado algo. Me encontró una profesora de dibujo y pintura en el barrio, una profesora particular. En la primera clase me puso una manzana y me pidió que la reprodujese. Hice lo que pude, ella quería que yo la haga igual. Recuerdo haber pensado que yo la había dibujado como la veía, sin embargo, ella me mostraba la diferencia enorme entre la manzana natural y mi dibujo. La experiencia no duró mucho tiempo. Rápidamente me cansé. Sin embargo, guardo todavía el recuerdo de una enseñanza: cómo producir una sombra con un lápiz negro. Hoy eso me sirve.

Hay otro hecho, muy ligado a una identificación con mi padre. El cantaba muy bien. Incursionó en el tango y, según decía, con cierto éxito. Yo admiraba su talento. Quise ser la voz de mi padre, hablé de eso en mi pase. La desidentificación de la vía paterna arrastró mi deseo de ser artista, pero la pasión por el arte no había muerto.

Cuando era joven, lo único que leía con verdadero interés era una colección de pintura: "La pinacoteca de los genios". No leía los textos, no me importaba el nombre de los cuadros, mucho menos el sentido que proponían los críticos de arte. Simplemente, recorría las reproducciones de los cuadros, admiraba los colores, las formas sinuosas de los ángeles, las maravillosas caras de Botticelli, La Madona de Lippi, las naturalezas muertas de Zurbarán. Recuerdo la fascinación que me produjo las botellas de Morandi, las líneas de Mondrián y la pasión que desencadenó en mí Picasso, que considero el pintor más grande del siglo XX. Desde ese momento me interesé por la pintura moderna y tuve una particular pasión por el arte contemporáneo. Seguí las trazas de Rotko, las esculturas de Serra, fui amigo de Gorriarena y admiro la estética estática que producen sus cuadros. Evidentemente, podría citar otros pintores que me han marcado y continúan marcándome. Pero independientemente si me gusta o no lo que ellos producen, tengo un profundo respeto por todos los artistas. Los que me conocen saben lo que representa para mí Astor Piazzola, Cesar vallejo y la piel de gallina que me produce escuchar a Marta Argerich.

Me fui a vivir a París y pasé una parte de mi tiempo recorriendo museos, teatros, exposiciones, recitales, etc. Fueron más de veinte años, donde dediqué una parte del tiempo al arte, sin ejercer la más mínima actividad artística.

 

El desencadenante

Debía dar una conferencia de psicoanálisis en una región de Francia. Una de mis hijas, el mismo día, participaba en el marco de una actividad escolar, en una obra de teatro. Fui a verla unos minutos antes de ir a la estación de tren. Su aparición en la escena me asombró y pregunté quién la había vestido. Un pintor, me respondieron. Chambas había dibujado el vestido. Sin saber por qué exactamente corrí hacia una librería, recorrí una y otra y antes de subir al tren compré hojas, lápices de colores, sacapuntas. Subí al tren. Dibujé frenéticamente durante todo el viaje, de ida y vuelta. Días después, le pedí a Chambás de verlo. Le presenté mis dibujos y me sorprendí cuando me dijo: se nota que usted es un pintor. Hay cosas que me gustan, me dijo. Cuando le testimonié que no era pintor, que había hecho esos dibujos unos días antes y que quería saber qué es lo que él pensaba, se asombró. Me felicitó, guardó un dibujo, me dedicó un retrato de un filósofo griego que aún conservo y me propuso volver a vernos. Lo volví a ver y me dijo que lo único que podía hacer ahora era seguir, no se puede parar cuando uno está tocado por la pintura. Así fue. No paré de pintar. En uno de mis viajes a Buenos Aires le presenté mis cuadros a mi amigo Raúl Santana, director en esa época del Museo de Arte Contemporáneo. Puso en el suelo todas las telas, miró como solo él sabe hacerlo y me dijo: "Esto hay que mostrarlo". Y agregó: "Haré lo necesario para que tengas una sala en la Recoleta". No podía creerlo. Insistí para que me aclarara por qué, qué es lo que veía. No fue muy explícito. Un año después, hice mi primera exposición individual. Raúl Santana fue el curador de la misma. No entendía nada realmente, pero supe allí que para mí no se trataba de entender sino de hacer cuadros. Durante esta primera exposición, un día se presentó Yuyo Noé, yo no sabía como recibirlo. Recorrió la sala rápidamente, casi sin mirar, parecía. De tanto en tanto se paraba ante un cuadro. Se me acercó y me susurró en el oído: "Los perros se reconocen olfateándose, los pintores también. Aquí hay un pintor, seguí". Me dio la mano y se fue. Germán García tiene un cuadro de esa serie. Otro estuvo durante años en el consultorio de Jacques-Alain Miller. Luego me propusieron exponer en París. Realicé un serie de esculturas flexibles que luego desarrollé y que me permitieron realizar la primera instalación en el Palais des Congrès de París, durante las jornadas de la ECF. Pedro Roth, un gran artista, se entusiasmó con una serie de cuadros geométricos que había hecho y me invitó a participar de una exposición colectiva con pintores del grupo Madí. Jugué con Freud y Lacan, y junto a Matías Roth presentamos una serie de intervenciones a partir de las fotos de los mismos. Estuve en Barcelona en la Galería Maeghet. Actualmente estoy realizando una instalación con Pedro Roth: "Antilaberinto", que será presentada en la bienal Borges-Kafka. Sueño con hacer una serie de naturalezas muertas y con otra instalación a partir de un poema de Jorge Alemán.

Hace aproximadamente veinte años que pinto. ¿Qué más puedo decir, sabiendo que me dirijo sobre todo a psicoanalistas? Que pintar, intervenir, dibujar, crear en general, es parte mi ser. Si no existe esa posibilidad me aburro. ¿Qué es lo que creo? solamente lo que se ve.

En mi cura analítica hubo un momento capital, experimentar que el Otro no existe, que las leyes del destino se tejen por el azar de una combinatoria significante. El pintar forma parte de esa apuesta, hacerme un Otro a la altura de mis esperanzas. No por nada Freud y Lacan se apoyaron tanto en los artistas.

Francisco-Hugo Freda
Buenos Aires, febrero, 2010.

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