Septiembre 2010 • Año IX
#21
Estudios

Angustia e inhibición en la psicosis

Daniel Millas

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CONSORCIO DE ARTE. Artista: Jorge Demirjian.
Título: El chico del colegio inglés. Año: 1969.
Técnica: Carbón. Medidas: 70 x 50 cm.

En algunas oportunidades se ha planteado si es pertinente hablar de angustia en las psicosis. Quizás esta cuestión se origina en el hecho de que el seminario de Lacan sobre la angustia[1] está dedicado fundamentalmente a la clínica de las neurosis.

La pregunta acerca de la pertinencia de hablar de la angustia en el terreno de las psicosis parece no haber sido una preocupación de los antiguos clínicos de la psiquiatría. Por ejemplo, en 1900, Carl Wernicke,[2] en su Tratado de Psiquiatría, no sólo se refiere a la angustia en las psicosis, sino que también describe un cuadro llamado, precisamente, psicosis de angustia. Cuadro que se acompaña, según refiere, de fenómenos alucinatorios y variedad de autorreproches. Karl Leonhard[3] por su parte, va a incluir a las psicosis de angustia en una categoría que llamará psicosis de angustia-felicidad, ubicadas a su vez dentro de las psicosis endógenas.

Karl Jaspers[4], en su rica semiología, define a la angustia como un sentimiento sin objeto, siempre presente en los momentos previos al desencadenamiento de las psicosis.

Donde la cuestión de la angustia da lugar a interrogar sobre su pertinencia es, irónicamente, en las clasificaciones presentadas en el DSM. Efectivamente, es a partir del DSM cuando el concepto de angustia tiende a diluirse y se confunde con el de ansiedad. En el DSM IV solo se reserva el término para las crisis de angustia en los llamados trastornos de pánico y se define como la aparición temporal y aislada de miedo y malestar intenso, palpitaciones, transpiración entrecortada, sudores y sensación de ahogo. La psiquiatría norteamericana, definitivamente, ya no establece ningún tipo de diferenciación entre angustia y ansiedad.

La experiencia clínica nos ha llevado, en numerosas oportunidades, a verificar la emergencia de angustia en los pacientes psicóticos. Desde esta experiencia vamos a proponer que el sujeto psicótico se encuentra más expuesto y con menos recursos para defenderse de la misma.

Lacan va a considerarla como el afecto del sujeto ante el deseo del Otro, del hecho de no saber qué se es para el deseo del Otro. La angustia queda así relacionada con el agujero estructural de lo simbólico. Cuando el sujeto ya no tiene puntos de referencia en lo simbólico, se manifiesta la angustia como este afecto de excepción vinculado con la certeza.

Si comenzamos por considerar el desencadenamiento de la psicosis como el encuentro irreversible y traumático con el agujero abierto en lo simbólico por la forclusión del NP, podemos afirmar que el vacío forclusivo se corresponde con un momento de angustia fundamental.

Lacan estableció de un modo muy preciso las coordenadas en las cuales el sujeto viene a confrontarse, en el momento del desencadenamiento, con el agujero de la forclusión.

En su escrito "De una cuestión preliminar...",[5] nos describe en términos de ruptura de la cadena significante la experiencia enigmática de la psicosis. En un primer momento surge el enigma; es el encuentro con un vacío de significación. No se sabe qué significa eso, momento de perplejidad y de indeterminación angustiante.

En un segundo momento surge la certeza, que va a ser proporcional a ese vacío inicial. No se sabe qué significa eso, pero hay la certeza de que algo significa.

En este movimiento, que nos muestra la transformación del vacío en certeza, se establecen las condiciones de la angustia propias de la estructura psicótica.

Lo que es forcluido en lo simbólico retorna en lo real, nos propone Lacan. Esto implica que al agujero en lo simbólico y al abismo abierto en lo imaginario debemos correlacionarles una presencia real. La forclusión no es solamente No hay NP, sino que implica un rechazo en lo real.

En Los signos del goce,[6] Miller nos recuerda que, cuando hay NP, el efecto de significación fálica permite domesticar la intrusión de goce. La función de la forclusión implica que lo que no existe como símbolo reaparece de todos modos en lo real, fuera de sentido.

Esta emergencia es designada por Lacan, en una oportunidad, con el nombre de objeto indecible. Afirma: "En el lugar donde el objeto indecible es rechazado en lo real, se deja oír una palabra, que ocupando el lugar de lo que no tiene nombre, no ha podido seguir la intención del sujeto sin desprenderse de ella..."[7] Lacan nos brinda el conocido ejemplo de la paciente de su presentación de enfermos. La alucinación ¡Marrana! surge como un significante aislado, por fuera de la cadena, viniendo a designar el ser del sujeto, del mismo modo que el insulto ¡Luder! del que testimonia Schereber.

Este objeto, llamado indecible, es fundamentalmente un objeto angustiante y el curso y destino de cada psicosis desencadenada dependerá de los modos de tratamiento que encuentre el sujeto para, por así decirlo, domesticarlo. Es, por otra parte, esta presencia de un goce extraño e impuesto lo que explica por qué el sujeto se encuentra tan irreductiblemente concernido.

Siguiendo esta referencia, J-A Miller, en el "Conciliábulo de Angers"[8], trabaja esta cuestión en una de las conversaciones allí realizadas. Plantea que la instancia de un significante correlativo a un vacío enigmático de significación constituye un punto de intersección entre neurosis y psicosis. Comienza por ubicar esta "x" propia del enigma del goce en su transformación en pregunta del deseo; el ¿Qué quieres tú? inicialmente angustiante. Señala que la certeza relativa al vacío de significación no es solamente certeza de que eso quiere decir algo, sino también es certeza de que se trata de una demanda. Es decir, certeza de que hay una falta en el Otro. Por otra parte, si está en mí colmarlo, ¿qué soy entonces yo? Termino por volverme enigmático para mí mismo.

Este desarrollo le permite a Miller restablecer la serie enigma-perplejidad-certeza de la siguiente forma: enigma-perplejidad-angustia-acto y certeza.

Luego del desencadenamiento pueden verificarse modos diversos de tratamiento de la angustia: ya se trate de los abruptos pasajes al acto, las rutinas estereotipadas, las elaboraciones delirantes o las diversas formas de creación artística. Intentos de solución propios de cada sujeto, abiertos también a la contingencia de los encuentros.

Es en esta perspectiva que me interesa proponer la inhibición en las psicosis como una posible suplencia; una modalidad específica de tratamiento de la angustia.

Para sostener esta hipótesis comenzaré por tomar una referencia extrema: la manía.

 

Manía e inhibición

¿Por qué abordar la manía para proponer la inhibición como suplencia en las psicosis?

Porque el desenfreno del sujeto maníaco, su aparente carácter desinhibido, puede ser entendido en realidad como el resultado de la supresión de la instancia inhibidora misma.

El maníaco parece liberado de relaciones con cualquier instancia de dominio. Se diferencia sin duda del sujeto histérico, que, al rebelarse ante los mandatos del significante Amo, muestra su inscripción en un discurso. En el histérico, el rechazo al S1 se opera en el registro mismo de lo simbólico, encontrando allí modos sustitutivos de manifestación.

En la manía, en cambio, se trata de un rechazo del S1 en lo real, con el retorno mortífero del goce del cual brinda testimonio.

Si constatamos que Freud entiende como una de las funciones principales del yo la organización del orden temporal, el examen de realidad y la organización lógica del curso de las representaciones, puede afirmarse que en la manía el yo desaparece.

El término elación, empleado para referirse al episodio maníaco, proviene del latín elatio y es derivado de esfero, que significa llevar fuera de sí, elevarse. Lacan, en la clase "Del uso lógico del sinthome o Freud con Joyce"[9], juega con la homofonía entre l´élangues y les langues (las lenguas), señalando que es a la elación maníaca a lo que se parece la escritura de Joyce en Finnegan`s Wake.

Desde la psiquiatría la manía ha sido descripta destacando su condición de exceso y desenfreno.

Emil Kraepelin[10] señala que, en realidad, la manía se caracteriza por la ausencia de productividad de ideas, las cuales son reemplazadas por la repetición monótona de palabras y de asociaciones por consonancia. Se produce una ilusión de dominio de las mismas, pero en realidad es el resultado de la euforia que afecta al paciente. La logorrea marcada evidencia la falta de unidad interior del curso de las representaciones, pérdida de dominio que tiende a la incoherencia y culmina con la fuga de ideas. Kraepelin señala que, si bien hay un incremento de la actividad, el potencial real del trabajo decae notablemente por la falta de perseverancia y la dispersión concomitante. Va a diferenciar además la manía aguda (que se inicia con una explosión repentina) de la manía delirante (caracterizada por la presencia de ideas delirantes y trastornos sensoriales episódicos) y de la manía confusa (definida por la presencia de ilusiones, ideas delirantes desorganizadas, alucinaciones y desorientación en el tiempo y el espacio).

Un autor como Liepman acentúa, por su parte, la falta de meta de los procesos mentales y señala la sustitución del sentido de las expresiones por el sonido de las palabras.

Ya en el campo del psicoanálisis, Karl Abraham compara el placer de la manía con el chiste por una abolición de la inhibición, con la diferencia que en la manía se trata de una abolición radical y generalizada, diferenciándose del chiste, donde se trata de una suspensión transitoria.[11] Subraya, asimismo, la desaparición del control lógico y la sensación de poder que es proporcional a la violencia de las pulsiones que se manifiestan sin reservas.

Las referencias de Lacan con relación a la manía no son abundantes pero sí muy precisas. En principio, no comparte la concepción freudiana de considerarla como lo inverso de la melancolía. Propone, por el contrario, la misma causalidad significante -la forclusión- y el mismo retorno mortífero del goce bajo manifestaciones clínicas diferentes.

Es conocida la afirmación de Lacan en el seminario sobre la angustia: "Digamos de paso que en la manía se trata de la ausencia de la función de a y ya no simplemente de su desconocimiento. Es por eso que el sujeto ya no es lastrado por ningún a que a veces lo entrega sin ninguna posibilidad de escapatoria a la metonimia infinita y lúdica, pura, de la cadena significante"[12].

La no función de a imposibilita el pasaje del goce a la contabilidad y tiene como correlato el desenfreno metonímico que atenta contra la reserva libidinal del sujeto.

Lacan nos lleva a pensar en términos estructurales lo que los psiquiatras clásicos describieron en detalle. Vemos así tomar el fenómeno de la fuga de ideas, esa logorrea en la que el sujeto se anula y donde se pierde la intención de significación, como una metonimia infinita. La no función de (a) imposibilita el pasaje del goce a la contabilidad y tiene como correlato el desenfreno metonímico que atenta contra la reserva libidinal del sujeto.

Como expresaba Jacques Alain Miller en el "Conciliábulo de Angers": "El (maníaco) va a morir, pero mientras no está muerto goza hasta el hartazgo… En la manía tenemos una pulsión de muerte acelerada, la muerte está al final… debido a la intensificación del goce que extrae de la lengua."[13]

Es precisamente en este sentido que tomamos una segunda referencia de Lacan a la manía en "Televisión": "Y lo que resulta por poco que esta cobardía, de ser desecho del inconsciente, vaya a la psicosis, es el retorno en lo real de lo que es rechazado del lenguaje; es por la excitación maníaca que ese retorno se hace mortal."[14]

Resulta interesante notar que ubica esta cuestión en términos de cobardía, dándole una dimensión ética referida al deber del bien decir o de reconocerse en el inconsciente.

Por otra parte, Lacan hace aquí una equivalencia entre rechazo del inconsciente y rechazo del lenguaje, ya que en ambos casos está en juego la forclusión y, por lo tanto, la consecuencia será la misma: el retorno en lo real de aquello que fue rechazado en lo simbólico.

Si el retorno en lo real tiene como condición la forclusión del NP y la ruptura de la cadena significante, de la articulación S1-S2, en la manía ese retorno se manifiesta como el despliegue de una sucesión acelerada de S1 liberada de las determinaciones de la semántica. Esto implica que las pulsiones mismas se emancipan de la articulación gramatical y de la barrera que impone el sentido, ya que el efecto de significación promovido por el punto de almohadillado constituye una atenuación, una barrera al goce de lalengua.

Miller, en el curso "La fuga del sentido", señala que el sentido es exactamente un objeto perdido, un objeto perdido del lenguaje que no se puede recuperar en términos del objeto a. Plantea que la fuga del sentido es una propiedad de estructura del sentido; que esa fuga es permanente, no cambia, y que en ello constituye un real del lenguaje. Posteriormente Miller ubica la función del fantasma que logra coagular el sentido y nos permite situarnos y sostenernos.[15] Si bien habla de la esquizofrenia como la estructura clínica en la que se afronta lo real sin fantasma, creo que es posible ubicar en la misma condición a la manía.

Habiendo llegado a este punto, quiero hacer dos observaciones que se desprenden del breve recorrido trazado en referencia a la manía.

La primera es que puede constatarse que Lacan va a ubicar la función de la articulación estructural del lenguaje allí donde Freud situaba la organización del yo.

El lenguaje como resultado de un trabajo sobre lalengua, como una "elucubración de saber sobre lalengua", de acuerdo a la perspectiva que nos brinda en El seminario, Libro 20, Aun[16]. En esta vía, Miller plantea que se trata de captar cómo en nombre del UNO, del S1, se domina lalengua y se constituye el lenguaje. "Digamos que el lenguaje es Discurso del Amo (...) y que su estructura es la misma que la del Discurso del Amo."[17]

La segunda es que el estudio de la manía nos permite revalorizar la función de la inhibición en las psicosis en general, en términos de operar eventualmente como una suplencia frente al vacío forclusivo.

Presentaré para ello una breve viñeta clínica. Se trata de un sujeto psicótico que había resuelto convivir con una mujer mayor que él. Esta relación lo beneficiaba tanto por su compañía como por el apoyo en el trabajo. Pero la demanda de ella en cuanto a tener relaciones sexuales le resultaba un verdadero tormento y el sujeto en cuestión no lograba nunca concretar la penetración. Los reiterados fracasos lo alteraban profundamente, dando lugar, en una ocasión, a una crisis de excitación por la que debió pasar la noche en una guardia hospitalaria. Este problema que le resultaba tan grave se resolvió abruptamente cuando, en un momento, tampoco logró alcanzar la erección. A partir de ese instante se declaró impotente con las mujeres mayores de treinta años y dio por terminada la cuestión con su compañera.

El caso nos presenta una secuencia en la que, a través de la inhibición, se intenta establecer una barrera para evitar el desencadenamiento de la angustia. El primer momento es sin duda poco eficaz porque, si bien el sujeto ponía una distancia respecto al encuentro con el cuerpo de su compañera, no dejaba de quedar peligrosamente expuesto a su demanda. En el segundo, en cambio, la inhibición alcanza su verdadera eficacia ya que se acompaña de una significación cuya fijeza sirve de soporte a una posición subjetiva. El consentimiento da lugar a una decisión, estableciéndose un límite y un nuevo orden en las relaciones con sus partenaires.

Solución singular, allí donde el sujeto no cuenta para defenderse de lo real con el auxilio de ningún discurso establecido.

NOTAS

  1. Lacan, J.: El seminario, Libro 10, La Angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006.
  2. Wernicke, Carl: Tratado de Psiquiatría, pag. 229,Buenos Aires, Edit. Polemos, 1996
  3. Leonhard Karl: Clasificación de la Psicosis Endógenas y su Etiología Diferenciada, pag. 68, Buenos Aires, Edit. Polemos, 1999.
  4. Jaspers Karl: Psicopatología General, pag.130, México, Edit. Fondo de Cultura Económica, 1993.
  5. Lacan, J.: "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis", en: Escritos 2, Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires, 1987, pág. 520.
  6. Miller, J-A.: Los signos del goce, Paidós, Buenos Aires, 1998, pág. 390.
  7. Lacan, J.: Op. cit. pág. 517.
  8. Miller, J-A.: "El Conciliábulo de Angers", en: Los Inclasificables de la Clínica, Paidós, Buenos Aires, 1999, pág. 96.
  9. Lacan, J.: "Del uso lógico del sinthome o Freud con Joyce", en: El seminario, Libro 23, El Sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006, pág. 11.
  10. Kraepelin, E.: La locura maníaco-depresiva, Polemos, Buenos Aires, 1996, pág. 37.
  11. Abraham, K.: Psicoanálisis Clínico, Lumen-Hormé, Buenos Aires, 1994, pág. 114.
  12. Lacan, J.: El seminario, Libro 10, La Angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006, pág. 363.
  13. Miller, J-A.: "El Conciliábulo de Angers", en: Los Inclasificables de la Clínica, Paidós, Buenos Aires, 1999, pág. 95.
  14. Lacan, J.: "Televisión", en: Psicoanálisis, Radiofonía & Televisión, Anagrama, Barcelona, 1977, pág. 107.
  15. Miller, J-A: "Lo Real y el Sentido" Edit. Colección Diva, Buenos Aires, 2003.
  16. Lacan, J.: El seminario, Libro 20, Aun, Paidós, Buenos Aires, 1992.
  17. Miller, J-A.: "Teoría de lalengua", en: Matemas I, Manantial, Avellaneda, Argentina, 1987, pág. 74.
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