Septiembre 2010 • Año IX
#21
Actualidad del lazo

El duelo en la época del empuje a la felicidad

Liliana Cazenave

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BRAGA MENÉNDEZ. Artista: Edgardo Giménez.
Título: Sala Secretaire (Nueva serie del 1º diseño:
Mueble juguete de 1963). Año: 2010.
Técnica: Objeto, madera y resina laqueadas
Medidas: 60 x 68 x 27 cm.

En otras épocas se les decía a los niños que nacían de un repollo, pero asistían a la escena de la muerte en la habitación del moribundo junto a su cabecera. Hoy en día ya los niños no nacen de repollos pero cuando dejan de ver al abuelo y preguntan, se les dice que se fue de viaje muy lejos o que descansa en un hermoso jardín.

Según el historiador Geoffrey Gorer [1] en el siglo XX en Occidente la muerte se ha convertido en tabú, en algo innombrable. La muerte ha reemplazado al sexo como principal interdicción.

Esta actitud se hace manifiesta en la supresión del duelo y la desaparición o disminución de los ritos que lo acompañan. Según el historiador Philipe Ariés [2] la necesidad milenaria del duelo, fue reemplazada a mediados del siglo XX por su prohibición. Es sorprendente constatar que hoy el duelo no se comparte socialmente; hoy no conviene ostentar la pena, hacer ver que se la experimenta se ha tornado vergonzoso, casi pornográfico. [3] En lugar de las palabras y signos que nuestros antepasados habían multiplicado para simbolizar la muerte y precipitar el duelo, se difunde hoy en día una angustia difusa y anónima.

El tabú de la muerte toma diversas formas: ya sea se la banaliza como ocurre en los dibujitos animados donde los personajes mueren y resucitan indefinidamente; se la exalta como excepcional como es la muerte violenta, tema preferido en los noticieros y ficciones televisivas y cinematográficas, o se la destaca en las figuras públicas cuyos funerales constituyen espectáculos que se cubren paso a paso por todos los medios. Pero es sobre la muerte ordinaria, la de todos los días, sobre aquella que nos es cercana, donde recae directamente el tabú.

Hasta el siglo XII e incluso un poco más allá de él, la muerte no era objeto de rechazo. La gente estaba advertida de su muerte. Al saber que su fin estaba cerca, el moribundo preparaba él mismo su propia ceremonia fúnebre. El ceremonial era fundamental ya que la muerte era un asunto público. Ariés [4] señala que la muerte era familiar, integrada a la vida, domesticada.

En el siglo XX, particularmente a partir de la primera guerra mundial se opera una verdadera exclusión de la muerte. Dos consecuencias se derivan de esta mutación: la eliminación de la muerte del campo de lo público, de la comunidad, y, al mismo tiempo, la ausencia o disminución de los ritos que históricamente la han acompañado.

Una vuelta por la historia
¿Cómo se ha llegado a esta situación?

Las actitudes ante la muerte han tenido variabilidades históricas. Siguiendo a Ariés [5] podemos subrayar tres actitudes ante la muerte en el transcurso de la historia de Occidente que acarrean a su vez diferentes modalidades en los ritos del duelo: La primera, la más antigua, es la resignación familiar al destino colectivo de la especie y puede resumirse en esta fórmula: todos moriremos.

La muerte era una ceremonia pública organizada por el propio moribundo. Los ritos de la muerte eran aceptados y cumplidos, de una manera ceremonial por cierto, pero despojados de dramatismo y sin emociones excesivas. Se trataba de un sentido colectivo de la muerte. Los cuerpos se confiaban a la Iglesia y se enterraban en osarios comunes donde se celebraban también fiestas y se instalaban mercados. El hombre estaba profundamente socializado y esta socialización no lo separaba del orden de la naturaleza. La familiaridad con la muerte era una forma de aceptación del orden de la naturaleza.

La segunda actitud, a partir del siglo XII, traduce la importancia reconocida en los tiempos modernos a la existencia individual, y puede condensarse en otra fórmula: la muerte propia. El momento de la muerte pasa a considerarse el momento de una gran prueba que definirá el destino particular del alma del moribundo. La solemnidad ritual de la muerte en el lecho, adoptó, hacia fines de la Edad Media un carácter dramático y una carga emocional de la que antes carecía. La muerte se convirtió en el sitio donde el hombre adquirió mayor conciencia de si mismo.

Finalmente, a partir del siglo XVIII, el hombre de las sociedades occidentales tiende a dar un sentido nuevo a la muerte. La exalta, la dramatiza, pretende que sea impresionante y acaparadora. Pero, al mismo tiempo, ya no está tan preocupado por su propia muerte Estamos en la muerte romántica, retórica, que es ante todo la muerte del otro.

Con el romanticismo los temas de la muerte se cargan de un sentido erótico, macabro o directamente mórbido; se despliegan en el arte y la literatura, asociando la muerte con el amor y el erotismo y dan fe de una complacencia extrema en los espectáculos de la muerte, el sufrimiento, los suplicios.

El duelo desde fines de la Edad Media hasta el siglo XVIII tenia una doble finalidad. Por un lado obligaba a la familia del difunto a manifestar, al menos durante un cierto tiempo, un dolor que no siempre experimentaba. Por otro lado también tenía como efecto preservar al sobreviviente sinceramente afectado contra los excesos de su pena. Le imponía cierto tipo de vida social donde la pena podía liberarse sin superar un umbral fijado por las convenciones.

Ahora bien, en el siglo XIX ese umbral dejo de ser respetado, el duelo se desplegó con ostentación más allá de las costumbres. Esta exageración del duelo significa que los sobrevivientes aceptan con mayor dificultad que antes la muerte del otro. La muerte temida no es la propia sino la del otro.

Llegamos así al siglo XX en el que se da el giro hacia la gran negación de la muerte y la eliminación del duelo. Es importante ubicar que este giro se originó en Norteamérica y la Europa del Noroeste. Entre las causas debemos ubicar más que la religión, protestantismo y puritanismo, al proceso de industrialización y capitalismo que se inició y desarrolló en las zonas mencionadas para luego extenderse cual mancha de aceite con la globalización.

Una causalidad inmediata la encontramos en la nueva ética utilitarista que ejerció su influencia especialmente en la política norteamericana, ética que promueve un empuje a la felicidad entendida en un sentido homeostático de aumentar el placer y disminuir el dolor. El deber moral y la obligación social de evitar todo motivo de tristeza y malestar empuja a que esté mal visto mostrarse triste, por lo que se exige la apariencia de sentirse siempre feliz.

La contracara segregativa de esta homeostasis son las dos grandes guerras del siglo XX con los campos de exterminio nazi que son el paradigma nunca imaginable de la degradación de la muerte. Agamben plantea que "En Auschwitz no se moría, se producían cadáveres, cadáveres sin muerte". [6] Allí el hombre deja de ser hombre y su muerte, anónima, deja de ser una muerte. La dignidad de la muerte quedaba literalmente exterminada. Quiero destacar el anonimato como punto principal en la deshumanización de la muerte en tanto el borramiento del nombre elimina la inscripción del sujeto.

La ciencia incide también hoy en la manera inhumana de morir en el hospital y a solas, donde la muerte se convierte en una cuestión técnica lograda por la suspensión de los cuidados, es decir, por una decisión del médico y equipos hospitalarios junto con la familia. Estamos en las antípodas de la ceremonia ritual donde el moribundo preside su muerte. Son los equipos médicos quienes se han erigido en amos de la muerte, mientras el moribundo, reducido a objeto de la ciencia, en la mayoría de los casos ya ha perdido la conciencia. Y si la conserva aún es necesario que muera en la ignorancia de la muerte fundamentalmente para no desencadenar emociones fuertes ni en él ni en los sobrevivientes; la emoción es lo que hay que evitar en el hospital y en todos lados.

Ariés [7] destaca además que la causa del cambio está ligada a los progresos del sentimiento familiar surgido en el romanticismo. La familia ya no tolera el impacto que se produciría en un ser querido y hasta en ella misma la presencia y certeza de la muerte.

Los ritos funerarios también se modifican. Se trata de reducir al máximo las inevitables operaciones destinadas a hacer desaparecer el cuerpo. La ceremonia de partida ha de ser discreta para evitar emociones; las manifestaciones perceptibles de duelo son rechazadas y desaparecen, por ejemplo el luto. Una pena demasiado visible no despierta piedad sino repugnancia: es señal de desarreglo mental o mala educación. El DSM califica la tristeza por un duelo que dure más allá de los tres meses como depresión; un proceso normal se transforma en patológico. Es así como se llega a la medicalización del duelo a causa de la presión que existe por superar la muerte lo antes posible.

La cremación prevalece como el medio más radical de hacer desaparecer cuanto queda del cuerpo.

En Estados Unidos, a pesar de ser el país donde se inició la exclusión de la muerte, la censura no llegó al extremo. La supresión del duelo corre igualmente para la sociedad norteamericana pero, a diferencia de la apresurada y radical desritualización del duelo de la Europa del norte, la sociedad norteamericana está apegada a sus nuevos ritos funerarios, al punto tal de romper la interdicción que existe sobre la muerte. En Estados Unidos transformaron la muerte, la maquillaron. Subsiste la visita al cementerio, la veneración de la tumba, los entierros no son vergonzosos ni se los oculta. La muerte es objeto de consumo y beneficios, para ello es necesario volverla amable. Los entierros son objeto de publicidad llamativa como cualquier otro objeto de consumo. Los velorios no se dirigen a un muerto sino a un casi vivo, gracias al embalsamamiento y maquillaje, que espera recibirnos. La ruptura entre la vida y la muerte es borrada y la tristeza y el duelo fueron desterrados de esta reunión apaciguadora.

Desde el psicoanálisis
¿Cómo leer desde la estructura RSI la exclusión de la muerte y esta reducción de los ritos y del espacio público del duelo?

Sabemos que sexualidad y muerte constituyen un limite real de lo que se puede simbolizar; no hay saber en lo real ni del sexo ni de la muerte.

En el seminario 11, Lacan [8] retoma el mito freudiano que da cuenta del parentesco entre sexualidad y muerte. La sexualidad surge de la pérdida de la vida inmortal del viviente al reproducirse sexualmente. La sexualidad hace surgir la muerte. La pulsión presentifica la sexualidad en el inconsciente y representa en su esencia la muerte.

Más adelante en la enseñanza de Lacan, lo real del sexo y muerte ocuparán el lugar de lo imposible de escribir, en torno al cual se articulan los discursos.

Podemos pensar desde esta perspectiva que los discursos que se despliegan a lo largo de la historia tratan ese goce que, en tanto indomable, siempre retorna produciendo malestar. La ritualización de la muerte, hecha de prohibiciones y concesiones, ha sido la estrategia global de tratamiento discursivo a travès de las épocas. Los ritos introducen la simbolización de ese agujero real que constituye la muerte; los tabúes prohíben lo imposible de simbolizar, esta falla insoportable en el saber.

Hemos situado a través de las épocas distintos tratamientos discursivos que simbolizan ese goce indomable que siempre retorna haciéndolos fallar y determinando sus virajes. Pero ¿qué podemos pensar del tratamiento que se da a la muerte en una época en la que impera el discurso capitalista que, como sabemos, rechaza la castración anulando lo imposible?

El rechazo de la muerte es equivalente al rechazo de la castración, ya que ésta constituye el duelo estructural. Lacan plantea que la condición para la elaboración de todo duelo es haber atravesado este duelo estructural.

Por otro lado, lo que resulta de esta pretendida exclusión de la muerte es en realidad la exclusión de su tratamiento discursivo, por lo cual lejos de quedar excluida, la muerte retorna de los modos más salvajes. Estamos ante un signo más de la crisis de lo real que resulta de la semblantización del mundo, señalada por J.A. Miller [9]. La reducción de los ritos para tratar la muerte da cuenta de la descreencia de la época en la eficacia de los semblantes para tratar lo real. Por otra parte, lo que esta época pone al desnudo es que los semblantes no alcanzan a recubrir lo real.

¿Qué consecuencias podemos situar en la clínica?

La consecuencia clínica más evidente son los obstáculos en la elaboración de los duelos.

En el duelo se trata de la pérdida real de un objeto que produce un agujero que el significante no alcanza a suturar. El sujeto es reenviado al lugar de la privación y queda él mismo privado del poder nombrar, de cercar esa falta en lo real. Se hace necesario entonces una reconstitución de la trama simbólica por la producción de un trazo sobre ese real.

La función del duelo, nos enseña Lacan, es la de subjetivar la pérdida inscribiendo un trazo nuevo, que recubra ese agujero en lo real producido por la pérdida. De allí la importancia de los ritos funerarios que intentan nombrar algo, trabajo necesario para que lo que murió en lo real, muera en lo simbólico.

Por otro lado, el dolor del duelo afecta al cuerpo imaginario. Es en la escena social con el semejante que el dolor por la falta encuentra su localización y acotamiento.

Lacan se ocupa de este tema en los abordajes que realizó de las obras de Hamlet y Antígona. En "Las lecciones sobre Hamlet" [10] del seminario 6 [11] señala las consecuencias nefastas en la tramitación del duelo de Hamlet por su padre, por no haberse respetado los tiempos necesarios para la realización de los banquetes fúnebres.

En la referencia de Antígona en el seminario 7, afirma Lacan que "…no se trata de terminar con quien es un hombre como con un perro. No se puede terminar con sus restos olvidando que el registro del ser de aquél que pudo ser ubicado mediante un nombre debe ser preservado por el acto de los funerales". [12]

Los ritos funerarios son consustanciales al trabajo de duelo siendo una de las condiciones de su posibilidad. Allí donde se impiden no puede operar el trabajo del duelo, se interrumpe. La omisión de ese acto de inscripción promueve el detenimiento del trabajo en ese primer tiempo del duelo en que el sujeto reniega de la pérdida. El rito funerario regula así a la angustia, aportando una inscripción simbólica sobre el agujero en lo real.

En la clínica un duelo atascado o detenido, se presenta con la presencia de fenómenos en vez de síntomas. Fenómenos que son del orden de un hacer, mostrar, escenificar, que se repiten en un intento fallido de inscribir lo traumático de la pérdida. Fenómenos del orden de la mostración que no logran ingresar en la trama simbólica. Entre éstos se incluyen, frecuentemente las lesiones psicosomáticas, actings out, pasajes al acto, adicciones, anorexia-bulimia, alucinaciones. Algo de lo imposible de ser articulado vía significante se muestra en esos fenómenos.

El detenimiento del duelo desemboca en la eternización del dolor. La depresión, mal de la época, es la contracara de la evacuación de la muerte, de la prohibición del duelo.

¿Qué respuestas da el psicoanálisis?

Freud escribe "Duelo y melancolía" [13] en 1915 durante la primera guerra mundial, época en que se comenzaba a producir esta exclusión del duelo del espacio público. En un momento en que los ritos comienzan a desaparecer Freud da una respuesta que cuestiona a su época y hace del duelo un trabajo, prescribiendo su necesidad en lo psíquico, allí donde en lo social se tiende a eliminarlo.

El sujeto contemporáneo vedado del espacio social para elaborar su duelo, recurre al espacio analítico para hacerlo. ¿Se trata de restituirle los ritos y el lugar del Otro donde inscribir su duelo?

El psicoanálisis se sirve del sentido para tratar lo real pero trascendiéndolo. Se trata de restituir la trama significante que trate ese agujero real al que confronta la pérdida, sin olvidar, como subraya Lacan [14], que de lo que se trata fundamentalmente en él, es de recuperar la función de la causa del deseo. Por ello el analista lacaniano no restituye al Otro sino que se ubica en el lugar del (a) para posibilitar el despliegue del discurso para subjetivar ese imposible que es la muerte.

NOTAS

  1. Gorer Geoffrey- Death, grief and mourning in contemporary Britain. Nueva York, Doubleday, 1965.
  2. Ariés , Philippe- Morir en Occidente. Buenos Aires,Adriana Hidalgo Editora, 2007.
  3. Gorer, G. Ïbid 1.
  4. Ariés, Ph., Ïbid 2.
  5. Ariés, Philippe-El hombre ante la muerte. Buenos Aires, Taurus ediciones, 1983.
  6. Agamben, Giorgio- Homo sacer. Valencia, Pre-textos, 1998.
  7. Ariés, Ph. Ïbid 2.
  8. Lacan, Jacques. El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós, 1982.
  9. Miller J.A.- El Otro que no existe y sus comités de ética. Buenos Aires, Paidós, 2005.
  10. Lacan, J., Las lecciones sobre Hamlet. Revista Freudian Nº 6 y 7. Cataluña, 1992.
  11. Lacan, J. El deseo y su interpretación. Versión inédita.
  12. Lacan, J., El Seminario. Libro 7. La ética del psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós, 1988.
  13. Freud, Sigmund: Duelo y melancolía O.C. Tomo II. Madrid, López Ballesteros.
  14. Lacan, Jacques: El Seminario- Libro 10- La angustia. Buenos Aires, Paidós, 2006.
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