Mayo 2011 • Año X
#22
Lo que la sublimación enseña

Lo que la época enseña al Psicoanálisis

Gabriela Camaly

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"Sin título", 1962
León Ferrari
Tinta china sobre papel, 58.5 x 44 cm.
Cortesía Fundación Augusto y León Ferrari. Arte y Acervo.

La "aspiración de goce" de la época actual

¿De qué manera la brújula enloquecida de la época nos permite, a pesar de todo, conducir las curas?, fue la pregunta de E. Laurent en el último Congreso de París, en abril de 2010[1]. En el mismo texto, a su vez, nos remite a la pregunta de Jacques Alain Miller en el Journal des Journées. nº 78: ¿de qué modo un psicoanalista que no sepa orientarse en la sociedad en la que vive y trabaja, en los debates que inquietan a la misma, sería apto para tomar a cargo los destinos de la institución analítica?

En el horizonte, está para nosotros la indicación de Lacan. El psicoanalista, sólo si conoce bien la espiral de goce a la que su época lo arrastra, y soporta la función de interpretar la "discordia de los lenguajes"- es decir, el movimiento segregativo que la misma produce, estará a la altura de la época que le toca vivir.

Para orientarnos respecto de la época -y de lo que podemos llamar su "aspiración de goce"- es necesario saber leerla, hacer de ella una interpretación, y extraer de allí sus consecuencias. Leemos las coordenadas de goce actuales en los casos que recibimos, en los acontecimientos de cuerpo de cada quien y en los fenómenos de goce que afectan el lazo social. Sin embargo, nos encontramos en ocasiones ante una dificultad íntima pero compartida: la creencia en el padre que los psicoanalistas conservamos, y esto nos impide a veces ir más allá, en una época en la que ya no se cuenta (del mismo modo que en otras) con el poder simbólico de la función paterna para operar.

No es una banal contingencia el hecho de que J.A. Miller haya elegido, para el seminario anglófono realizado en París en el 2008, el tema "Psicosis ordinaria"[2]. El significante "psicosis ordinaria" que él ha inventado es su modo de interpretar la época. Este nos confronta con la imposibilidad de sostenernos en el viejo amor al padre, y la necesidad de desprendernos de él para orientarnos por lo real en los análisis de esta época, que es la nuestra. Si bien, por un lado, nos vemos obligados a tener que "afinar" los conceptos clásicos de neurosis y psicosis , por el otro, también, Miller mismo nos conduce -de la mano del último Lacan- hacia una clínica de la forclusión generalizada, una clínica donde "todo el mundo está loco" ya que no existe un verdadero Nombre del Padre. Todos estamos un poco locos por eso, y en cada caso el exceso de goce, en sus diferentes formas y encarnaduras, conduce al esfuerzo por localizar un punto forclusivo en la estructura -cualquiera esa sea-, un punto de rechazo, un espacio de no-inscripción. En mi opinión, esto no va en detrimento de la clínica clásica sino que, por el contrario, la enriquece, en la medida en la que podamos sostener a ambas juntas pero disyuntas, en un estado de íntima tensión.

 

La "omisión" de la función paterna y un tratamiento posible

Hace algún tiempo fui a ver la obra de teatro La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir. El espectáculo cuenta la historia de una familia que vive en el límite de su propia disolución, una disolución "evidente pero secreta". Personajes compartiendo una casa que "los contiene y los encierra", y "construyendo espacios personales dentro de los espacios compartidos, cada vez más complejos de conciliar". Viven en una convivencia imposible de soportar, "transitada desde el absurdo devenir de lo cotidiano, donde lo violento se instala como natural", tal como escribe el autor. El guión de la obra surgió de la creación colectiva de los actores como producto de la improvisación, a partir de la puesta en acto de un conflicto principal, desde donde se desprenden una serie de conflictos secundarios. Se trata de una modalidad (no consiste precisamente en una técnica) cada vez más utilizada por los jóvenes dramaturgos para abordar el proyecto de la dramaturgia, en particular en el teatro argentino de nuestros días.

Impacta el desarrollo de las escenas, contenidas en lo patético de esta familia que va hacia la disolución, empujada por el goce sin medida de cada uno. Los rasgos de perversión, la madre incapaz de sostener el semblante materno, la abuela que esconde un goce perverso y arrasador que tiene a la hija por objeto, los nietos tomados por el alcohol, la delincuencia, la esquizofrenia y la desesperación, y la ausencia total de lazos amorosos que armen entre esos personajes algún lazo familiar. Lo que está omitido es el padre, brilla por el peso de su ausencia, y la familia está dislocada. El final es abrumador por su real crudeza, sin velo, sin semblante, sin palabras, sin familia, en la soledad del abandono y la locura.

Sin embargo, hasta aquí, la obra de teatro muestra a cielo abierto, haciendo uso del absurdo y lo grotesco –poniendo en escena el acto mismo de omisión del padre de la familia Coleman-, eso que ya sabemos respecto de los efectos de la "omisión" de la función paterna y que nos concierne a todos, en mayor o menor medida, en la época en que vivimos.

Un correo electrónico de la compañía de teatro Timbre 4 que recibí unos días después me permitió una lectura a posteriori. Anunciaban que la obra sería sacada de cartel a causa del inicio de una nueva gira por América y Europa. Cuando comenzaron, montaron la obra en el living de la casa del director, en una vieja y típica "casa chorizo" del barrio de Boedo, al final del angosto pasillo, justo al fondo, atravesando el patio, luego de la puerta verde... Al inicio, ninguno de los actores ni el director habría jamás imaginado el éxito rotundo y sostenido que tuvieron en estos años, desde agosto de 2005. La obra cambió para siempre, en cada uno de ellos, su relación al teatro, a la vez que modificó profundamente su vida cotidiana porque les permitió también mejorar sus condiciones materiales de vida y de trabajo.

Lo que se agrega para mí como transmisión es que cada puesta en escena de la obra constituye, en sí misma, un modo de tratar la omisión de la función de abrochamiento a la vida que implica contar con lo paterno. Algo -relativo a la "omisión propia de esta época aspirada por el goce"- es tratado por los actores en cada puesta en escena. Y la respuesta que vuelve del público, bajo la forma de un reconocimiento que los ha conducido al éxito internacional, es que algo de lo imposible de soportar de esa omisión se trata también para el espectador mismo. Todos ellos afectados, en alguna medida, por la omisión de la función paterna propia de la época.

El arte del teatro me enseña también que no conviene quedar aspirados por el amor al padre porque esa "aspiración" -ahora en términos de amor al Ideal; de creencia- nos vuelve inoperantes.

Finalmente, si algo me ha enseñado el teatro esta vez es que la época produce también sus propios tratamientos del goce y que es conveniente hacer el esfuerzo de leerlos dejándose enseñar, porque eso orienta respecto de un tratamiento posible. Se trata de una enseñanza aplicable al psicoanálisis.

NOTAS

  1. Laurent, Eric, Intervención: Las fallas de la tierra y del cielo: consecuencias para la cura, publicada en la Revista Digital de la EOL Virtualia nº 21
  2. Miller, Jacques-Alain, Conferencia de apertura al Seminario anglófono de París en el 2008, Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria, publicada en El Caldero de la Escuela, Nueva serie, nº 14
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