Julio 2014 • Año XIII
#28
Ficción, real y pase

Marcas de un control

Ana Piovano

Bajar este artículo en PDF

Guillermo Belaga - Sin título
2012 - Técnica mixta s/papel 70x100 cm

Será por eso, porque nuestra Escuela se funda alrededor de un agujero, a saber, que no se sabe qué es un analista, que algunos que llevaron suficientemente lejos su análisis dejan contingentemente, marcas desde las cuales anudarse a ella.

Efectos singulares de formación, pueden pensarse como restos que van quedando de un ejercicio incesante y permanente, tan costoso como imprescindible.

Estudio sistemático, análisis personal, control de la práctica. La idea que me hago de la formación del analista es que se entrelazan de modo tal que cuando algo es verdaderamente conmovido en uno tiene consecuencias en los otros.

Como sabemos, al trípode freudiano, Jacques Alain Miller agrega: "Inmersión a la Escuela".

Parto de una base: el control produce Escuela y es producido por ella.

¿Cómo?

Intentaré transmitir una experiencia, la de un encuentro con consecuencias.


El encuentro

Un seminario dictado a tres voces en el ICBA hace mucho tiempo. Cada quien, en su estilo. Ellas (Silvia Salman, Diana Wolodarsky, Adriana Rubistein) causaban. Transferencia de trabajo en acto, hacían existir lo múltiple y lo Uno de la Escuela.

Pero también nos convocaban a dar cuenta, de la lectura y de la práctica.

Al bajar de la tarima luego de tomar la palabra por primera vez, demando a la más universitaria "un" control: Necesitaba establecer un diagnóstico diferencial.

Por entonces hacía ya más de una década que me servía del dispositivo regularmente. Jamás había estado presente la Escuela en el asunto.

El caso (no lo desarrollaré aquí) era el de una adolescente que había consultado convencida de que a los analistas nos espantan los suicidas.

Sus intentos desde niña habían sido variados. Un control anterior había sugerido la consulta con un prestigioso psiquiatra de mi ciudad, especialista en bipolaridad.

Pero no sólo no había podido hacerlo, bastaba con recorrer mis intervenciones para vislumbrar hasta qué punto eran responsables del rechazo de la paciente y su entorno a la derivación.

En una hoja prolija, colorida, con flechas y signos, llevé a la primera cita un cuadro. De un lado los datos que podían ser leídos a favor de la hipótesis de neurosis, del otro aquellos que perfilaban la psicosis. En el medio, un signo de interrogación.

Un gesto acompañaría la interpretación. Con amable desdén, quien me escuchaba deja de costado el papel para soltar algo que sólo puedo escribir como suena: "¿Quedetuemuá?"

Un ligero temblor se produce en los segundos eternos que tardaría en discernir palabras en ese canturreo y hacer de eso una pregunta: "¿Qué de tu "emoi"?". Claramente se trataba de la turbación que me invadía. Podía agarrarme del Seminario de la angustia y hablar de ella. Pero resonaba con el moi [muá] que se entrometía en el asunto y se asociaba al "Salvar al otro", no dejar caer, algo que en mi análisis y en controles previos había podido recortar a la vez, como obstáculo y resorte de cierto éxito terapéutico que hacía que me derivaran pacientes graves.

Hasta el momento me había servido en la dirección de la cura de un detalle. Cuando era pequeña, la paciente había inventado un sistema. Se ataba a la muñeca un largo hilito de lana hasta el cuarto de la hermana y cuando le pasaban cosas raras tironeaba de él para que ella la asistiera.

Ese era el lugar que había consentido ocupar en transferencia. El tema era el cómo operaba. Como para muestra basta un botón, relato al control lo que considero una intervención inaugural.

La escena es la siguiente: recibo un llamado del celular de la paciente, que no habla. Advertida del peligro, sin cortar, tomo otro teléfono y me comunico con la familia. La hermana llega a tiempo.

En la clínica en la que trabaja la obligan a firmar su renuncia y los padres quieren que vuelva a su ciudad. La paciente elige quedarse en La Plata y fuera de turno, concurre al consultorio para dejar, depósito en garantía, el bisturí que había robado días antes de su trabajo y con el que planeaba matarse.

El control corta ahí, sin la menor referencia al diagnóstico.

"Me siento Little" habría de decir, avergonzada, recién en el ascensor. Responsabilizándome del dicho, ella agrega "Ese es tu hilo, tirá de él" y me despide.

La entrada en control se había producido. Independientemente de la frecuencia con la que concurriera a supervisar, incluso de los casos que llevara.

La referencia a una de las analistas mujeres tomadas por Lacan era brújula y no precisamente por la "ardiente autenticidad" de la inglesa.

Cual distribuidor libidinal desde el control se iban repartiendo: Al análisis, al trabajo de investigación, a la escritura. Y retorno.

De la observación nacería un texto ("Margaret Little, analizante") a publicarse tiempo después.

Y de la formalización del caso, otro, incluido en una investigación sobre psicosis ordinaria y presentado un par de meses después en Casuística.

Al salir de ese espacio, en el que ella no había participado, me saluda comentando mi visible delgadez. El exceso de trabajo funciona como excusa y le digo algo así como que cuando tenga tiempo la llamaré para controlar. "Entonces el tiempo de controlar es ahora" dice y cruzamos al bar de la esquina de la EOL.

Mientras ella almuerza, me propone hablar del exceso. "Entre la falta y el exceso" era el título del ensayo que estaba escribiendo, respecto de la relación al dinero como un síntoma del analista.

"Aún para sostener un hilo hace falta un cuerpo" interviene sin el menor dejo superyoico entre bocado y bocado de sándwich de pastrón.

Poner demasiado el cuerpo, era un problema. ¿Qué hacer? "Nada" dijo.

"Me encanta nadar…contracorriente" retruco. El control se interesa. Le cuento que casualmente comparto la pileta con quien supervisara en mis inicios. "Temeraria de chiquita" había dicho él públicamente ante una presentación de otro caso mío en unas jornadas. Pero jamás había podido apropiarme del significado del diccionario de aquel término. "Temeraria" es para mí que tiene temor y ese era un resto de la neurosis infantil.

Del control, al análisis, entonces.

Se despidió con un chiste: "Nos vemos "litletemeraria…"

Algo se escurre mientras intento asirlo para la transmisión.

Puedo decirlo de esta manera: la eficacia de su decir no radicaba en el dicho, sino en el desde dónde decía. Haciendo un uso particular de la voz, en su enunciación había un "saber hacer con lo que hay".

En este caso, para enlazar libidinalmente y causar el deseo de control.

Tal como ocurre con el beneficio terapéutico del análisis afirmo que es por añadidura que el control sirve para formalizar la práctica y orientarse en la dirección de la cura.

Lo que le es especifico, al menos es mi experiencia, es el trabajo respecto del anudamiento del practicante con el psicoanálisis en sí.

Para concluir mi homenaje, un sueño: Estoy en una fiesta, en una terraza, es la EOL. Hay una pileta y Adriana, saludable, me la señala.

"Hay que tirarse a la pileta" es la interpretación del sueño que causa mi pedido de entrada a la Escuela, con una carta a mano alzada, luego de postergar 20 años.

(A la memoria de Adriana Rubistein)
La Plata, mayo de 2014.

El Caldero Online Cuatro+Uno EntreLibros
La Red PAUSA ICdeBA IOM2
EOL Wapol FAPOL Radio Lacan