Junio 2015 • Año IV
#30
Dossier ENAPOL: El imperio de las imágenes

Hijos de una lengua sin volumen

Mirta Berkoff

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Alejandra Antuña
Foto 1

Poniendo en tensión estas dos afirmaciones en relación con la propuesta del tema para la Conversación de Enapol VII: "La soledad globalizada de niños y adolescentes" me pregunto si podemos seguir sosteniendo hoy que el niño aprende la lengua de los parientes cercanos o si más bien debemos considerarlos hijos de una lengua sin volumen, la lengua aplanada de las pantallas.


Aprendiendo de los parientes cercanos

Con los niños se hace evidente esa dimensión del inconsciente que muestra que el estatuto nativo del sujeto es el autismo. Lo vemos gozar de la materialidad del significante, del soliloquio, y nos da la oportunidad de percibir de qué está hecho el inconsciente cuando es real. El niño se encuentra en ese entredós entre el autismo nativo del ser parlante y el embrollarse con la mentira mental propia de lo simbólico.

Actualmente hemos pasado de pensar el sujeto barrado a pensar el parletre justamente para dar cuenta de lo que implica la resonancia en el cuerpo de aquello que hace agujero en el sentido. Para pensar al parletre no podemos tomar en cuenta sólo el aspecto mortificador del significante en el que la palabra mata la cosa. Tenemos también que considerar el aspecto corporizador del significante, que implica que el acontecimiento de palabra produce un acontecimiento de goce en el cuerpo.

Lo que estamos tomando en cuenta no es la simple dimensión de lo vivo que atiende la ciencia, ni la dimensión de la imagen de unidad que da lo imaginario del espejo, ni siquiera el cuerpo recortado por el efecto de sentido del significante, se trata del efecto que produce la lengua sobre el cuerpo causándolo, produciendo un cuerpo que sufre, que goza.

Lalengua es anterior al saber, antes de cualquier ortografía, antes que se distingan las partes del discurso, la lengua es la fonética. Cuando se aprende a hablar el efecto de la lengua, recae sobre el cuerpo y deja allí sus huellas. O sea, aprender a hablar tiene consecuencias por fuera de los efectos de sentido. La consecuencia de aprender a hablar es el sinthome.

Miller dice en El ultimísimo Lacan que el niño aprende la lengua de los parientes cercanos. Los parientes cercanos son el rostro que tiene el Otro en el aprendizaje de la lengua. "La lengua absorbe lo que se dice".

Tomemos el ejemplo de la desgracia de vida de Michel Leiris. Un recuerdo encubridor nos pone al tanto de que su relación a la infelicidad estuvo marcada por la depresión materna, E. Laurent hace referencia a esta historia en "La carta robada y el vuelo sobre la letra". Leiris cuenta que cuando su soldadito preferido está por caerse, lo agarra justo a tiempo y en ese momento lanza una jaculatoria: "Lizmente!". Su madre lo corrige: "No, no se dice lizmente, se dice felizmente". Laurent muestra cómo la felicidad perdida para siempre para ese sujeto está unida al efecto de goce que se inscribe allí, algo de la tristeza provocada en la corrección, distinto hubiese sido de tener una madre un poco más alegre que se hubiese matado de risa.

¿Cuál será el efecto para el parletre que el Otro al que se enganche para aprender la lengua sea el Otro aplanado de la pantalla?


Hijos de una lengua sin volumen

Cada vez más asistimos a una época en la que la pantalla es la encargada de mirar y hablarle a los niños. Los niños que nos consultan hablan ya en la lengua televisiva, utilizan sus términos y hasta su tonada.

"Aprender la lengua, eso es lo más conveniente que se haga" dice Lacan en El Seminario 21. Hoy se le ofrece al niño la lengua aplanada de la pantalla, una lengua sin volumen. La pantalla funciona como un Otro que es voz y mirada sin cuerpo.

El niño está expuesto desde muy temprano a las zonas digitales sin fronteras ni intervalos que operan como dice J. Crary en un continuum 24/7 (24 horas al día ,7 días por semana). Conectividad y velocidad ilimitada en el tiempo sin pausa del siglo XX. El fraude de un mundo brillante, homogéneo y sin ningún misterio donde se eliminan las sombras y la oscuridad por una iluminación permanente.

En un artículo del diario argentino La Nación del 9 de mayo de 2015, "Mirame cuando te hablo", se plantea el veloz pasaje actual del niño del pecho materno a la pantalla, los niños aprenden a hacer scroll con el celular antes de emitir palabra. El resultado es que la atención del niño ya no se dirige a "los parientes cercanos", en ese lugar del Otro está la máquina, el "gigante ciego" que es Google. Como dijo Miller en el Institute Enfance: "Ahora el saber no está más depositado, ni en los padres, ni en los maestros, está depositado en las máquinas, es un objeto autoerótico que no pasa por el Otro".

¿Podemos seguir sosteniendo que aprender a hablar se hace con los parientes cercanos u hoy en día el niño aprende a hablar con el Otro sin rostro de la máquina? Como analistas nuestra posición no es la de la nostalgia por la mirada perdida sino la de estar a la altura de la subjetividad de estos niños enchufados del siglo XXI, a la altura de la subjetividad de la época.

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